Los 12 trabajos de Hércules

8 enero, 2017

por Antonio S. Yllescas

Con motivo de la publicación de mi novela Non Plus Ultra: Asalto a las columnas de Hércules, el gaditano Alejandro Díaz, afincado en San Fernando y máster en Patrimonio Histórico, a cuyo buen proceder como periodista me acogí durante dos gratísimas horas de amena y distendida conversación en las que fructificó mi primera entrevista para un medio escrito tras darse a conocer la mencionada novela histórica en redes sociales, se ha interesado como nadie hasta ahora en el entorno de la Bahía de Cádiz, y en nombre de la publicación que él dirige, que cuenta con más de 11.000 seguidores de dentro y fuera de La Isla, me ha pedido recientemente que hablase sobre la figura del Hércules mítico, en virtud de su protagonismo central y simbólico en el discurrir de mi novela.

Para mí, más que una petición, ha supuesto un ofrecimiento que le agradezco infinitamente y una oportunidad de explayarme un poco sobre este personaje clave no solo de la mitología griega sino de todas las que abundaron en el Mediterráneo desde prácticamente la época de Homero hasta bien entrados incluso los primeros siglos del Cristianismo, en lo que respecta al menos a nuestro Templo gaditano. Pues hablar del Melqart fenicio, el Heracles griego, el Hércules romano o incluso el héroe común de las mitologías mesopotámicas, el Gilgamesh de los relatos cosmogónicos escritos en lengua acadia, del cual no pocos historiadores han extraído claros paralelismos con su homónimo más occidental -si es que no hablamos esencialmente de la misma figura histórica mitológica- es hacerlo, como digo, de un héroe, dios o semidiós central y clave para la interpretación de buena parte del sentir religioso y trascendental de todas esas culturas y civilizaciones que están en el germen tanto de los pueblos occidentales como de los más orientales, partiendo siempre de ese fecundísimo Oriente Próximo y Medio, verdadero foco de origen y expansión cultural.

Hablaré, por tanto, de esta figura clave con la mayor de las modestias debidas a una tradición interpretativa de siglos que comienza ya en plena época helenística y se perpetúa a través de la Edad Media hasta prácticamente nuestros días -ya absolutamente degenerado en manos del cine y la televisión anglosajonas, todo hay que decirlo- con sus representaciones heráldicas que empiezan a florecer sin pudor alguno respecto a la pujante ideología cristiana, siendo prácticamente el único personaje de procedencia ‘pagana’ que sobrevive en nuestra era a los ojos de la nobleza bienpensante e incluso de reyes como el propio Alfonso X el Sabio que lo incluirá en el escudo de Cádiz y, cómo no, vivo y reconocible aún -por superficialmente que sea- en el imaginario colectivo de la sabiduría popular.

Y con esa modestia me lanzaré a realizar una exégesis personal y moderna, pero procurando asentarla en la razón indagadora y filosófica del sentido último del mito. Interpretaré, por tanto, buena parte de los trabajos o hazañas del héroe bajo la luz del relato mitológico entendido como un intento de explicar las aspiraciones del ser humano, así como sus limitaciones, mediadas la mayoría de ellas por la Historia. No serán por tanto gestas de leyenda susceptibles de infantilización el objeto de estudio de mi análisis exegético, sino lo que se revela detrás de ellas. Lejos de resultar un personaje de mera tradición infantil o adoración juvenil -tendencia comercial que siguen empeñándose en fomentar las producciones del mundo del entretenimiento de masas de nuestra actualidad- el héroe clásico al que nos enfrentamos en un estudio realmente riguroso nos asombra con una complejidad humana francamente anonadante. La psicología moderna ha bebido incesantemente del simbolismo mitológico y, con mayor motivo aún, puede hacerlo con la figura de Hércules, pues, no en vano, la vida del héroe es ejemplo del camino que se hace al andar, como diría Machado, muy a pesar de los dioses -representantes de esas fuerzas invisibles- que nos lo obstaculizan sin descanso. El hombre infatigable se convierte en héroe y el héroe se hace a sí mismo a través de innumerables pruebas y encargos que demuestran su capacidad de resistencia y de los que sale robustecido y renovado, a lo largo de sufrimientos sin cuento, pasando por breves triunfos que no suponen más que livianos abrevaderos en los que tomar fuerza hacia la apoteosis final, en la que llega por fin el reconocimiento social ‘post mortem’, la divinización por derecho propio al más puro estilo cristiano, cuya primigenia filosofía tanto debe a la mitología clásica.

Partamos por tanto de la Antípolis fenicia, como denominaba Estrabón a parte de los dominios púnicos en las Gadeiras, la cual se ubicaba justo frente a la ciudad de Gadir, muy próxima ya al santuario de Hércules, los restos de cuyo emplazamiento original vemos hoy aparecer en lontananza saliendo por el Caño de Sancti-Petri, sobre ese estoico y solitario islote del mismo nombre, único vestigio visible de aquellos remotísimos tiempos de grandeza. Uno no puede por menos que desear atribuir el nombre de la Isla de León a uno de los dos famosos compañeros heráldicos de nuestro héroe; el fabuloso león de Nemea, la primera de las indómitas bestias salvajes que el héroe se encargaría de domesticar. No en vano, el escudo de piedra que ahora luce el edificio del Ayuntamiento de Cádiz en su frontón, estuvo en tiempos colocado sobre el isleño Puente Zuazo. En él apreciamos ya a los dos famosos leones que flanquean al héroe prestándole su fuerza, arrojo y valentía. Mal que le pese a la Casa de los Ponce de León, quienes una vez ya pretendieron señorío sobre estas tierras inmortales del Ocaso -y poco les duró en Cádiz tanto a ellos como a sus rivales los de Medina Sidonia-, las andanzas del héroe grecofenicio por excelencia ya lograron muchos siglos antes enseñorearse de todo enemigo natural del orden y la paz en estos contornos míticos.

Sin ir más lejos, empezaremos pues con las hazañas del héroe gestadas en estas nuestras coordenadas geográficas, de cuyo carácter legendario siempre se puede extraer cierta historicidad, como ocurre con el famoso enfrentamiento entre el riquísimo Gerión, mítico rey de Tartessos, y el humilde y casi agreste Heracles griego, entre la avaricia y la pobreza, la realeza o nobleza abusiva en sus posesiones y la modesta y desposeída servidumbre.

La vacada o ganado de bueyes de Gerión es epítome de las riquezas de Occidente. Con la intención de canalizar esas riquezas hacia la Grecia pobre, Heracles llega hasta los mismos confines del mundo, donde se enfrenta al más poderoso rey sobre la Tierra, al que logra arrebatar la base de su poder. Con ese tesoro, Heracles regresa a Grecia atravesando Italia, en cuyas tierras se le escapa un toro que, cruzando el estrecho de Mesina, llega hasta Sicilia. Este ilustrativo a la par que significativo episodio, junto con el robo de las vacas perpetrado por ‘Caco’ en el monte Aventino, prefiguran el surgimiento y carácter de la civilización latina. Roma nacerá producto del hurto y del crimen y, a partir de la conquista de Sicilia, se irá convirtiendo en un imperio universal. Pero los dirigentes descarriados y ladrones que fundarán ese imperio no lograrán hacerse con el secreto de la verdadera Fortuna que Heracles pastorea por el mundo pues, tras recuperar las vacas robadas y atrapar al díscolo toro de la manada, prosigue su camino hasta Tracia, donde los dioses predisponen la dispersión del ganado. Tras recuperar algunas de las desperdigadas vacas, consigue llevarlas hasta su destino, pero la mayoría se han perdido por el camino.

Por su parte, las manzanas de las hespérides, ubicables en unos parajes más simbólicos y abstractos pero siempre occidentales -se ha barajado su localización en el Marruecos atlántico o en las propias Islas Canarias, en un trasunto de unas utópicas tierras de la Antigüedad o Jardín del Edén- simbolizan los frutos del árbol de la ciencia, a por los que parte Heracles en su undécimo trabajo. Fracasado por la intervención de los dioses en su intento de redistribuir equitativamente las riquezas de Occidente por el mundo, el héroe se propone ahora buscar los medios para el conocimiento y la técnica de producir esas riquezas.

En la búsqueda de la misteriosa región que habitan las hespérides, se enfrenta a los mayores obstáculos de su carrera. A su paso por Egipto, protagoniza un episodio en el que condena la práctica de los sacrificios humanos adoptada por un tal faraón Busiris, aconsejado por un adivino chipriota. En el Cáucaso, libera a Prometeo, la esperanza en el progreso de los hombres. Habiendo indagado sobre el paradero del Jardín de las Hespérides, es aconsejado luego por Prometeo para burlar a Atlante. Heracles renuncia a llevar el peso del mundo sobre sus hombros. La redención llegará al hombre por el conocimiento, no por el sufrimiento, pero para alcanzar el conocimiento hay que superar pruebas de sufrimiento y dolor. La astucia es un componente importante de la inteligencia del héroe. Pero la humanidad no está preparada para recibir esta sabiduría, de modo que, tras llevar las manzanas a su destino, son devueltas por los dioses al lugar al que pertenecen.

Para seguir ahondando en el conocimiento de las hazañas o gestas del Hércules griego, en buena parte semejantes a las que realizara el Melqart fenicio, remitimos al lector curioso a la Biblioteca Mitológica del Pseudo Apolodoro, erudito de los primeros siglos de nuestra era del que apenas nada se sabe pero que escribió un compendio de mitología clásica donde podemos encontrar recogidas con detalle las andanzas y trabajos del héroe. Un lector moderno, joven y, tal vez dinámico y apresurado, siempre tendrá más a mano la ‘biblioteca’ de datos e informaciones que es Internet, donde podrá encontrar a su disposición todo tipo de resúmenes de cada una de esas hazañas o trabajos de Hércules. Por razones de espacio, por tanto, yo me voy a limitar aquí a la interpretación del mito más que a su descripción, confiado en que el lector menos avezado en ellos consultará cualesquiera de las fuentes enciclopédicas a las que tenga más costumbre de recurrir, para el adecuado entendimiento de mi exégesis.

En auxilio de esa comprensión, seguiremos el orden más comunmente aceptado en la realización de esos trabajos, advirtiendo de antemano para no despistar al lector de que no todos serán objeto de mi breve análisis, labor exhaustiva a la que animo a realizar por su cuenta y riesgo a todo amante y estudioso de las Humanidades.

Continuemos, pues, tras comentar dos de los principales trabajos llevados a cabo en nuestro entorno geográfico, con el segundo trabajo de Hércules, la hidra de Lerna.

La hidra de Lerna representa la imposibilidad de la total aniquilación de las fuerzas adversas al hombre en la Tierra. La impotencia o esterilidad del hombre mortal contra estas fuerzas es representada mediante el refortalecimiento de las mismas cuando se las combate con esas mismas fuerzas. El hombre solo puede aspirar a controlarlas y dominarlas. Para hacerlo con eficacia, ha de contar necesariamente con la colaboración de sus semejantes, pues el influjo de los dioses tiende a equilibrar esa confrontación mediante impedimentos diversos, representados aquí en la figura del cangrejo, por un lado -símbolo de ese cáncer que devora las buenas acciones-, y en la del amigo Yolao, con cuya ayuda esas mismas acciones llegan a buen puerto a pesar de todos los despiadados cánceres que se atraviesan en nuestro camino para doblegar las buenas obras del hombre. La Madre Tierra, de cuyo seno nacen todas las criaturas vivientes, potencialmente amigas o enemigas del hombre, alberga, cobija y protege el poder inmortal de todas ellas pero, al mismo tiempo, aquél puede verse amparado por ella si se demuestra capaz de incapacitarlas, logrando reducirlas en lo más profundo de sus entrañas.

La cierva de Cerinea representa la sagrada belleza del reino animal, protegido por la diosa Ártemis. El hombre, al tiempo que ha de ser capaz de doblegar la fuerza de monstruosas criaturas para reclamar su espacio en la Tierra, tiene que aprender a respetar la vida en la naturaleza si desea mantener la neutralidad de los dioses en su supervivencia.

El jabalí de Erimanto representa, como ninguna otra bestia, la primigenia condición salvaje de todas las criaturas vivientes. Su captura se produce tras el episodio vivido a su paso por tierras de los centauros, verdadera ‘especie’ humana primitiva, anterior a la revolución neolítica, cuyo recuerdo se mantiene vivo en la memoria de las primeras civilizaciones antiguas. Heracles, epítome del héroe redentor y civilizador de pueblos salvajes pasa sin embargo entre los centauros con una actitud ambigua, en reconocimiento al poderoso acerbo medicinal de las primeras agrupaciones humanas, cuya ancestral y milenaria sabiduría curativa es recogida y simbolizada en la figura del centauro Quirón. Los centauros, por su naturaleza, se muestran a veces como hombres y a veces como bestias, de modo que Hércules solo se enfrenta a quienes no son capaces de manifestar esta dualidad. Acogido por Folo, que come carne cruda, sin embargo, es invitado por él a beber el vino de los dioses, verdadero privilegio sagrado de los hombres. Heracles así lo demuestra al defender ese don divino contra la gran mayoría de centauros salvajes que habitan regiones más marginadas de los hombres. Tanto es así que, a la muerte de Quirón por un desgraciado accidente, él mismo escoge morir y entregar, a cambio, su inmortalidad a Prometeo, verdadera promesa del hombre civilizado y civilizador del presente y el futuro.

Una buena demostración del control y dominio de las fuerzas de la naturaleza al servicio del hombre es el quinto trabajo de Hércules, en el que consigue aprovechar el curso natural de dos ríos para, desviándolos de sus cauces, lograr el objetivo encomendado. Augías representa a uno de esos perversos potentados de la antigüedad contra los que tanto se batirá nuestro héroe. En su perfidia incumple lo pactado con Heracles, una apuesta consistente en la limpieza de sus inconmensurables establos; primer caso registrado en la ‘Historia’ de contaminación producida por las ‘sucias’ riquezas. El injusto y rico hacendado conserva íntegras sus posesiones, sirviéndose del trabajo servil de los hombres justos. La justicia ‘oficial’, una  vez más, le otorga la razón. Hércules pierde por partida doble pues su ‘contratista’, después de intentar humillarlo inútilmente con este trabajo, decide no contabilizarlo entre todos los demás. Tan solo le queda el reconocimiento del hijo de su ‘cliente’ como testigo de la verdad.

Diomedes representa la barbarie de la impiedad contra la naturaleza y contra la sociedad civilizada. Sus yeguas antropófagas simbolizan lo que va contra natura así como su incumplimiento de las sagradas normas de la hospitalidad representa lo que va contra la sociedad, al convertir a los extranjeros en pasto de sus bestias. Esta conducta antisocial es severamente castigada por el orden divino y el orden humano civilizador que representa Heracles, quien da muerte a Diomedes arrojándolo a sus propias bestias.

El cinturón de Hipólita, líder de las Amazonas, representa el simbólico testigo del traspaso de poder de sociedades nómadas matriarcales a sociedades sedentarias patriarcales. De este acto tenemos dos versiones en el mito de Hércules. Una de ellas provocada por la confusión creada por la diosa del matrimonio, la Hera enemiga de Hércules, en que el héroe acaba dando muerte a Hipólita para arrepentirse luego de ello; y otra versión en la que ambos pactan la entrega del cinturón a cambio del reconocimiento de su idiosincrasia como pueblo comandado por mujeres.

A lo largo de todos sus trabajos, Hércules ejecuta la justicia para los oprimidos y la destrucción de los opresores. Reivindica y realiza el derecho del hambriento a comer donde haya alimento, del maltratado a defenderse, del ninguneado a reclamar lo suyo. Defiende la ética de los pactos a todos los niveles, especialmente el respeto a los salarios debidos a los trabajadores.

En su condición de esclavo de la reina de Lidia, se dedica a acabar con malhechores y explotadores. Pero no logra ni la justicia ni el reconocimiento por parte de los hombres encargados de devolverle su fama, reputación y prestigio. Acude a los mediadores de los dioses pero tampoco consigue nada. Gravemente enfermo y enloquecido de nuevo, Heracles pretende curarse en el Templo de Apolo en Delfos, pero la Pitia no le ofrece ninguna respuesta salvífica. Heracles reacciona intentando saquear el templo para llevarse el trípode e instaurar su propio oráculo, clara señal de rebeldía ante la religión oficial de su tiempo.

Para concluir, quisiera advertir al paciente lector de que mi novela, lejos de versar directamente sobre estas cuestiones, lo que hace es abordarlas como parte del contexto cultural e histórico en el que nos sumerge al embarcarnos en la serie de tramas que van componiendo un relato verosímil de misterio y aventuras, ambientado en un período histórico singular y en un espacio geográfico sin igual.

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