Dr. en Humanidades y Comunicación
Es bien sabido que el auge de los baños de mar como actividad recreativa en la Bahía de Cádiz se produjo durante la segunda mitad del siglo XIX, sin embargo, existen testimonios de su existencia anteriores a 1850, cuando estos baños comenzaron a ser considerados como muy saludables para algunas enfermedades como las de glándulas, escrófula, sudores excesivos o histeria, a la par que atractivos por el movimiento de las olas, el aire y las vistas al mar. Si bien los reiterados intentos que Hipólito del Pino llevó a cabo entre 1813 y 1832 para levantar instalaciones firmes y de mampostería junto al Molino del Zaporito, no llegaron a fraguar, otras poblaciones del entorno sí lograron este objetivo mucho antes que San Fernando.
En Cádiz capital
El primer establecimiento moderno de la capital, según se desprende de diversas investigaciones, fue el de los Baños del Carmen instalados en la Alameda Apodaca desde 1860, sin embargo existieron otros con anterioridad. Las primeras instalaciones de las que se tiene constancia documental son unos barracones instalados en la Playa de la Caleta durante el período estival a inicios del siglo XIX. Se les conocía como «Baños del Real» por su canon de un real destinado al Hospicio Provincial y es posible que fueran los mismos por los que deambuló el general Juan Prim cuando el gobernador militar de la plaza de Cádiz le instó a abandonar la provincia en junio de 1847, hecho que generó un gran revuelo:
Nada puede justificar semejante proceder cuando se trata de una persona de categoría que, con licencia de S. M., viene a tomar quince o veinte baños en un pueblo de la costa; entre las consideraciones a que se ha faltado entra la falta de humanidad con un servidor leal a su reina y a su patria, a quien las heridas que recibiera en defensa de tan caros objetos, y que quizás no pueden ostentar sus perseguidores, lo han puesto en el caso de tomar los baños de mar, de cuyo uso se le priva de una manera tan cruel como inaudita […] No dudamos que por el gobierno de S. M. se acuerde la reparación correspondiente al agravio inferido a dicho general y aun al mismo gobierno con cuya licencia se dirigió a la plaza de Cádiz a tomar, como hemos dicho, los baños de mar.
Estos baños experimentaron diversas mejoras al final de la cuarta década del siglo XIX, sobre todo a raíz de la obtención por parte del entonces alcalde de Cádiz, José Torre López, de la abolición de todos los privilegios otorgados a corporaciones y personas para la colocación de baños de mar, según memoria presentada al Ayuntamiento en diciembre del año anterior. De cara a la temporada de 1850, a partir del 15 de julio, fueron ampliados con una «galería rústica, pero cómoda, situada al pie de la escalera de bajada» y la publicidad se refiere a ellos como hermosos y preferidos de los bañistas «tanto por ser de las claras aguas del océano, sin mezcla de inmundicias como sucede en otros baños, como por su comodidad, a la cual los empresarios no han dejado de atender». Al igual que en 1849, se expendían abonos de veinte baños por quince reales de vellón.
La verdadera novedad se encontraba en el muelle de la Puerta de Sevilla, cerca de la Aduana —hoy Palacio de la Diputación Provincial—, de ahí que los de La Caleta reivindicaran el valor del mar abierto frente a las aguas de la Bahía donde se ubicaban estas instalaciones, también abiertas al público desde julio de 1850. Constaban de una galería con preciosas vistas y todo esmeradamente dispuesto para el mejor servicio del público: a la derecha los baños femeninos y a la izquierda los masculinos siguiendo ambos idéntica distribución, es decir, nueve cuartos «particulares» con aforo para cuatro o cinco individuos, otros dos «dobles» para familias más numerosas y un baño general. Las tarifas eran 10 reales el cuarto particular, 16 el doble y 2 por cada persona que accediera al comunitario. Se ofrecían, además, baños de agua de mar colada con graduación al gusto.
Para mejor orden de todas estas instalaciones se publicó un bando con las normas siguientes:
- Los carruajes que conduzcan personas a los baños de los muelles entrarán y saldrán precisamente por la Puerta de San Carlos.
- Los carruajes que en las horas de la noche lleven señoras a los Baños del Real, las dejarán y tomarán en el espacio que media entre el Cuartel de San Fernando y la muralla sin acercarse al sitio de las escalas.
- A ningún ebrio se le permitirá bañarse, ni aún entrar en los baños.
- Las personas que se bañen en la Playa del Real o en los comunes de los muelles, se abstendrán de llevar consigo perros ni animales de ninguna especie.
- Los niños menores de doce años no podrán bañarse sino acompañados de alguna persona que los cuide.
- A las inmediaciones de los Baños del Real y de los muelles, habrá personas que cuiden de su buen servicio. Para asistir a las señoras solo se emplearán mujeres.
- En la Playa de la Caleta no se bañarán animales, ni se llevarán objetos pertenecientes a las artes u oficios, sino desde las once de la mañana hasta las cuatro de la tarde.
- Ninguna persona se bañará de día en otro sitio de esta ciudad que no sea el de los Baños de la Caleta y del Real, o los cubiertos delante de los muelles, pero en los extramuros se bañarán los hombres en la Playa de la Bahía y las mujeres en el Corral de Pelufo situado en la Playa del Sud, contigua al Blanco.
- En los Baños de la Caleta y del Real no podrán bañarse mujeres durante las horas del día ni después de las nueve de la noche.
- En todos los baños de cajones de los muelles, y en los de casas públicas, se hará la debida separación entre los destinados a hombres y a mujeres, sin permitirse lo contrario ni aún para los matrimonios
En El Puerto de Santa María
Es posible que en octubre de 1834 ya funcionaran baños en El Puerto de Santa María. El general José Ramón Rodil, figura clave en la primera guerra carlista a favor del bando cristiano, hizo noche en Malpartida de Cáceres para, al día siguiente, salir «para Cordovilla, con dirección al Puerto de Santa María, con el objeto de tomar los baños de mar para restablecerse». Teniendo en cuenta que a esta ciudad se llegaba tomando el camino inverso al destino navarro, debemos preguntarnos si dicha información realmente se refiere al municipio gaditano.
De lo que no cabe duda es de que en junio de 1847, coincidiendo con las fiestas de San Juan, los baños de mar de El Puerto eran considerados «de los más cómodos en su clase». En 1853 se publicitaban como «flotantes». Empleaban idéntica cantidad de agua que la requerida por una tina pero con la ventaja de ser corriente, pues las cuatro mareas diarias llevaban un curso tan rápido que la velocidad no bajaba de cinco a seis millas por hora; y pudiendo establecerla fija a voluntad, de modo que, a diferencia de los no flotantes, no era necesario esperar a que los espacios se llenasen con la pleamar. Se presentaban como los únicos de esta clase en Andalucía y también gozaban de gran concurrencia, sobre todo entre vecinos de Sevilla que ocupaban todas las casas en arriendo por temporada. Esto requería de grandes inversiones por parte del propietario, quien el mismo año de 1853 instaló cuatro baños flotantes diseñados para templar el agua al gusto del cliente.
En Puerto Real
En la ciudad de Puerto Real también existió una casa de baños desde al menos 1849, erigida a la orilla del mar, que fue notablemente mejorada al año siguiente. El programa de 1850 así lo especifica presumiendo de contar con clientes procedentes de toda la Península a los que se ofrecía una nueva sección de baños dulces templados «superiores en comodidad, capacidad y aseo» a lo habitual en España; y que venía a completar los imprescindibles «cajones» de playa «lo más posiblemente cómodos», así como el servicio de baños de mar templados y baños de mar fríos, departamento el de estos últimos garantizado con todas las precauciones: «fijeza en la hora, inalterable regularidad en el método, circulación continua o renovación discrecional del agua, aislamiento personal, limpieza e incomunicabilidad absoluta de este líquido y sustracción completa de la corriente del aire, elemento tan vario en todos los sentidos». La masa de agua corriente que por su situación recibía el establecimiento de manera constante se ponía en circulación partiendo hacia los departamentos, donde brotaba con fuerza e impulsaba la fluctuante en los cuartos; en su fondo, el conducto de desagüe proporcionaba al usuario una sucesión de columnas de agua «idéntica a la que se observa en la mar o en un río», complementando así la ondulación que también podía incrementarse o disminuirse a placer. Los precios eran 4 reales el cuarto de baño frío, capaz para el mismo número de personas; y 5 el caliente, 3 menos que el año anterior.
Algo más alejados de la Bahía, y desde al menos el 2 de julio de 1845, se encontraban disponibles «casillas de madera» para baños en Sanlúcar de Barrameda, así como el puente prolongado para impedir el paso de la arena que conducía a la playa.