Escuela de hostelería en Río Arillo

17 julio, 2017

por Alejandro Díaz Pinto

Ldo. en Periodismo y Máster en Patrimonio Histórico-Arqueológico

El arquitecto isleño Javier Cano reconvierte el molino para su proyecto final de Grado, y la casa salinera ‘Tres Amigos’ en centro de recepción de visitantes.

Los molinos mareales fueron motor económico de primera entre los siglos XVII y XIX, sin embargo hoy sería impensable recuperar esta función. ¿Museos? ¿Centros de interpretación? Amén del factor económico, el problema es determinar un posible uso para estos edificios respetando su esencia y a la vez dotándolos de actividad, evitando que mueran una vez más.

De ahí que a menudo surjan propuestas de profesionales como Javier Cano. Este joven arquitecto acaba de culminar su proyecto final de Grado con sobresaliente para reconvertir el antiguo molino de Río Arillo en una escuela de hostelería. Pese a reconocer que «Siempre existirá debate en torno a las rehabilitaciones arquitectónicas» considera haber desarrollado un proyecto respetuoso, encabezado por «la investigación histórica como paso previo a la toma de decisiones». Desde el primer momento tuvo claro que quería centrarse en la bahía de Cádiz, cuyos valores ambientales y paisajísticos siempre le han entusiasmado, por eso al ver el prolijo mapa realizado por Rafa Olvera con todas las salinas y molinos de la zona no se lo pensó dos veces y contactó con él.

De entre todas estas estructuras le llamaba especialmente la atención el complejo de Río Arillo, aunque también advierte sobre la dificultad de darle uso por su situación. «Había que resolver el tema de los accesos, uno de los elementos pendientes de rehabilitación», expone, y es cierto. El camino desaparece entre la casa de Tres Amigos y el engendro hidráulico de tal forma que es imposible llegar a él a no ser que las visitas salten a la carretera o bien den un rodeo importante. Problemas de orden en el camino, uniones que deben cerrarse… todo ello está contemplado en el proyecto y de ahí que Cano lo defina como «de paisaje, más allá de la edificación«, porque «contempla la marisma entera, dando solución a un laberinto cambiante pero respetando esta naturaleza que le aporta una belleza mayor».

En cuanto al contenido, ha vuelto la vista a los elementos tradicionales del paisaje; a la sal, las algas, el pescado de estero, pero reformulando su modelo de explotación. En esta línea desarrolla una tabla con los productos más característicos de cada franja de costa gaditana y los aplica a «un uso contemporáneo que aprovecha una estructura histórica, evitando que se pierda, creando empleo y formando nuevos profesionales que más adelante exportarán el nombre de Cádiz a otros lugares».

Diferentes fases constructivas del molino de Río Arillo

Diferentes fases constructivas del molino de Río Arillo

Tres estrategias fundamentales

En su análisis técnico, Javier teme por el estado de conservación del molino ya que «las cubiertas están cediendo y los muros, por tanto, pueden quedar sueltos en cualquier momento». En este sentido advierte que «la nave más alta, que une de manera perpendicular las otras dos, es la que está peor».

El proyecto se traduce en tres líneas de actuación. La primera se centra en solucionar los problemas del terreno, sendero y llegada. Para ello no es necesario cegar ni un solo caño. Propone aprovechar una explanada de tierra pasada la casa de Tres Amigos a modo de aparcamiento, así como la construcción de una pasarela de madera de eucalipto sobre pilotes para unir la referida casa con el molino. Ésta se divide en dos antes de llegar, pensando en la separación entre estudiantes y visitantes porque «el objetivo no es solo usar los edificios, también disfrutarlos». Se trata de un sistema similar al que presenta, por ejemplo, el Parque Marisma de Los Toruños y Pinar de La Algaida.

La segunda estrategia extrapola a la actualidad la naturaleza misma del molino. Lo interesante y a la vez complejo de esta construcción es que fue ampliándose en función de las necesidades de cada momento entre los siglos XVIII y XIX. Ni todas las zonas son, por tanto, de la misma época, ni todas poseen el mismo interés, por lo que considera que «la superposición de nuevas fases que hagan viable el proyecto no es nada nuevo, y sí beneficioso porque se tocarían menos los espacios originales».

Los espacios redescubiertos centran la tercera línea. Se refiere Javier a todos aquellos «donde el forjado de las cubiertas ya no existe y no merece la pena su reconstrucción. Basta consolidar la ruina y aprovecharlos como patios y zonas de exposición». Es el caso, por ejemplo, de lo que hasta los años 60 fue un almacén en el módulo más próximo a la capital. «Muy probablemente esos arcos lleven más tiempo descubiertos que cubiertos, y lo mismo ocurre con el almacén adjunto a la casa de Tres Amigos». «Me permito la licencia de apostar por la belleza de la ruina», concreta.

Plantea a modo de conclusión un proyecto que conjuga zonas consolidadas con otras rehabilitadas y también piezas nuevas, construidas con material de hoy, del mismo modo que «la piedra dio paso al ladrillo y ambos están presentes en la edificación sin mermar su belleza». Dichos módulos darían solución a las necesidades actuales, eso sí, de manera estética, sin injerencias y respetando al 100% el molino e incluso su acceso principal que «es lo que debe primar». Aquí es donde se instalaría, en realidad, la escuela de hostelería propiamente dicha, sus cocinas, mientras la sala de molienda -la más antigua- prácticamente no se toca. El módulo alto intermedio recuperaría sus dos plantas a modo de aulas y lo que antaño fue almacén se empleará ahora como zona de esparcimiento. «He cuidado las instalaciones —luz, agua, ventilación— como si el proyecto fuese a ejecutarse mañana, ocultando todos los elementos antiestéticos y respetando la piedra vista en las zonas nobles». A falta de un ensayo de envergadura «es lo que los ciudadanos lleva más tiempo percibiendo con independencia de que en su origen estuviese todo encalado».

Recreación virtual del proyecto una vez finalizado.

Recreación virtual del proyecto una vez finalizado.

Recién salido de la Carrera

Javier Cano es consciente de los conflictos burocráticos y de intereses que implica este tipo de proyectos y los concursos públicos a los que deben someterse, pero reconoce que «lo he trabajado como algo real». Con solo 24 años ha concluido el Grado en los cinco estipulados más el trabajo aparte. Cursó uno de ellos en Polonia (Politechnika Gdańska) y compatibilizó el resto con prácticas profesionales en estudios como MGM Arquitectos y Sol89. El conocido profesional Antonio Ortiz, de Cruz y Ortiz Arquitectos, formó parte, por cierto, del tribunal encargado de evaluar el TFG.

Defiende la gran preparación de los arquitectos españoles que «tenemos buen nivel en general» y sueña con tener su propio estudio junto a dos compañeros, «es más, ya lo hemos hablado», confiesa, y aún conocedor de que eso lo da «el tiempo y la experiencia» llegará, a buen seguro, antes de lo que piensa.

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