Un proyecto para rehabilitar ‘La Almadraba’ de Camposoto

7 enero, 2017

por Alejandro Díaz Pinto

La arquitecta Sara Pérez centra su Trabajo Final de Carrera en la recuperación y aprovechamiento de estos restos ligados a la tradición pesquera de San Fernando.

La ‘almadraba’ es un sistema para capturar el atún durante su período migratorio mediante un laberinto de redes que se ha venido utilizando desde la Antigüedad. A veces, la técnica ha acabado por extrapolar su nombre a las ‘chancas’ o ‘factorías’, es decir, las infraestructuras destinadas al ronqueo, salado y demás fases para la conservación del ‘oro rojo’. Así ocurrió en San Fernando. La Isla siempre fue un referente en la industria gracias a la existencia de primitivas ‘almadrabas’ como las de ‘la Punta’ -del Boquerón- o de ‘Hércules’, en el camino del arrecife hacia Cádiz. Todas ellas antecedentes, a su vez, de la sede que la Sociedad Almadrabera Española levantaría a principios del siglo XX en la antigua Dehesa de la Alcudia, muy cerca de las salinas ‘El Estaquillo’ y ‘Santa Leocadia’.

Allí siguen sus restos en muy mal estado de conservación. Las administraciones no llegan a ponerse de acuerdo sobre el futuro de un enclave que funde naturaleza y tradición, con opciones de reactivar la economía en La Isla a través de sus recursos principales. Sara lo tenía claro. Cursando en la actualidad un Máster en Rehabilitación y Patologías por la Universidad Politécnica de Madrid, era obvio que deseaba abordar un proyecto con carácter patrimonial. «A ser posible, partiendo de un estado precario». Tras barajar otras opciones como la antigua sede de la Cruz Roja, Lazaga o la Barriada Bazán optó por finalmente por La Almadraba, como popularmente se la conoce. Las posibilidades de su paisaje y la desaparición casi integral de su fábrica le otorgarían cierta libertad para diseñar espacios de nueva planta, aunque integrándolos en las preexistencias y con mínimo impacto ambiental. «De hecho no lo planteo como un edificio compacto -aclara- sino como un sistema modular, reversible o ampliable en función de las circunstancias».

Apenas encontró documentación sobre el edificio. Solo algunos artículos en el Museo Histórico Municipal y los planos del vuelo americano del 56, donde puede apreciarse la distribución original del complejo. A todo ello se sumaron los testimonios orales de su padre, nacido en la cercana ‘Villa Pura’, y de su abuelo, quien trabajó durante años en la Salina El Estanquillo. Sin embargo no se trataba de llevar a cabo una reconstrucción. «La intención es frenar el deterioro de los restos que continúan en pie e integrarlos en un proyecto viable», descartando soluciones hasta ahora planteadas como el hotel de cinco estrellas porque «no disponemos de este tipo de turismo ni sería lógico dados los problemas de ocupación que tienen los que están en el centro de la ciudad». Sara propone un Centro de producción y aprovechamiento de recursos naturales como la sal, las algas y el pescado de estero. Un espacio «vivo y activo» en constante sinergia con las salinas del entorno y donde el agua goza de gran protagonismo. Es precisamente este recurso -parte del denominado ‘suelo preexistente’- la primera de las ‘capas’ en las que desglosa el proyecto, seguida por la propia planta de los diferentes módulos, sus muros y, finalmente, las cubiertas; «zonas de sombra y refugio que lo unificarían todo contribuyendo a su integración en el medio». Cada módulo o área está enfocado a una actividad diferente. El más cercano a la carretera aprovecharía la única franja conservada del antiguo muro perimetral para zona de hostelería y copas. El siguiente, coincidiendo con los dos arcos derrumbados hace pocos meses, sería un laboratorio de algas. Un tercer área se convertiría en auditorio o sala de conferencias, la cuarta, para talleres gastronómicos, y la quinta -lo poco que queda en pie del muro de la derecha- se destinaría a oficinas.

Solo los más importantes estarían construidos de ladrillo, mientras que otros, complementarios, de un material efímero que facilitaría su reordenación, contemplando además una amplia zona antes de llegar al muelle trasero «con posibilidades de incorporar futuros espacios».

Se trata de un proyecto con muy poca superficie construida, pero caracterizado a su vez por el gran aprovechamiento de la misma. Se basa en el respeto a las preexistencias como premisa fundamental y, sobre todo, en el concepto de ‘sutileza’. «No quería algo invasivo», concreta Sara sobre uno de los puntos más aplaudidos durante su defensa ante el tribunal y que sueña con poner en práctica.

Plano del proyecto donde puede observarse el grueso de la distribución.

Plano del proyecto donde puede observarse el grueso de la distribución.

Medidas urgentes de prevención

Patrimonio La Isla ha visitado las ruinas de la factoría en compañía de esta arquitecta, quien alarma sobre su «descontrolado proceso de deterioro» pese a tratarse de un elemento protegido dentro del Plan General de Ordenación Urbana. De hecho, los dos arcos de medio punto que quedaban en pie hasta hace un año han cedido a la ley de la gravedad sin que nadie se percate de ello. O sin que a nadie le interese percatarse. Eran quizá los restos más identificables de un complejo que en su día llegó a contar con 30.000 metros cuadrados repartidos entre las dependencias de estiva, aceitado, batería eléctrica, calderas, estufas y enfriadero, además de los almacenes y la casa de administración. El patio, asimismo, era el lugar destinado al «destroce» del atún. Su suelo, de cemento, se cubría con esteras de juncos para repeler el impacto del sol.

Según la Guía-Anuario de San Fernando (1921) que rescató el investigador Miguel Ángel López (La Heredad de Fadrique, Un camposanto sin epitafios), este complejo contaba con una batería de 23 pilas para el atún directo a latas de conserva, en el patio; y las denominadas ‘chancas’ -con otras 19- para la mercancía no destinada a enlatado «porque sus clases, en la selección, resultan más propicias para el salado». Este atún, una vez tratado, se extraía de dichas pilas «para estivarlo en pipas, medias y barriles, en cuyos envases se les está suministrando salmuera constantemente a fin de conservarlo en perfectas condiciones para su remisión a los puntos de venta, generalmente Valencia y Alicante».

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