Sombras terribles

18 enero, 2017

por Eduardo Flores / Fotografía: Ignacio Escuín

Existen sombras terribles.

La sombra del Yo éste que es el Yo tuyo

y que no vive más que en las líneas

de lo que nunca ocurrió o que jamás vivirá.

 

Sombras y sombras, la infelicidad muriendo

en la bola de volframio y el papel

de la infelicidad

apoyado en el muslo titubeante del no poeta,

del no cuentista, del no nadie nada inexistente.

 

Terribles son. Terribles manchas de vómito por exceso,

como sombras: un oficio de la duda: la fragilidad:

el cuerpo incompleto insatisfecho anhelante de verdades intangibles

en la sofocante poesía: la proeza de buscarse más allá de lo posible.

 

Existen sombras terribles, mi amor.

 

Te regalo la mitad de casi nada,

la mitad de una mitad;

excrito tienes la otra mitad,

mi amor, tan culpable tú como el mundo.

Y el mundo: todo lo demás. No lo sabemos.

 

No heredéis la sombra terrible.

Si no la habéis tomado ya de esta mano salvaje,

de esta boca salvaje, de este hombre primitivo,

de esta mano víctima y homicida,

de esta lengua de llama: siempre os he amado.

 

Ah, sí, sombras terribles en mi pecho

que es cada uno de los pechos.

La sombra excrita de puño y sangre.

Por huir. Por lo llorado.

La sombra terrible que te arranco

cuando follas como bailas

o bebes o sonríes.

Existen sombras terribles.

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