Tragedias históricas en La Casería

10 mayo, 2017

por Alejandro Díaz Pinto

El emblemático barrio de San Fernando cuenta con un importante listado de sucesos que tuvieron lugar entre su playa y sus huertos.

Cualquier ciudadano al que se pregunte por un crimen ocurrido en La Casería de Ossio pensará automáticamente en aquella reyerta entre hermanos provocada por su amor hacia la misma mujer. Pero lo cierto es que la placa sobre la cruz de hierro que se levantó a principios de siglo donde hipotéticamente apareció uno de los cuerpos es relativamente reciente. El periodista Pedro Ingelmo en su Galería del Crimen constató que dicha placa -hoy desaparecida- fue fruto de una iniciativa vecinal que en los 80 quiso dejar constancia de esa leyenda que había circulado por la zona desde tiempo inmemorial.

Lo cierto es que ninguno de los periódicos consultados dan fe de este hecho ni de ninguno similar, y que nadie, ni siquiera los más longevos del lugar, han sido testigos directos o indirectos del mismo.

Sí hay constancia, en cambio, de diversos sucesos que desde finales del siglo XIX y durante la primera mitad del XX consternaron a los vecinos de La Casería e incluso llegaron a tener eco en la prensa nacional.

El primero de ellos se remonta a 1891. Parece que ya estaban de moda los baños en la playa de La Casería pues dos mujeres tuvieron que ser rescatadas del agua, una por la fuerza de las olas -Clotilde Plazuela- y otra tras un ataque de nervios. En ambos casos fue el vecino José Moreno Parriche quien logró rescatarlas en «un acto humanitario, sin despojarse ni aún del sombrero». Peor suerte corrió Miguel Ángel, de 40 años de edad y obrero del Arsenal de la Carraca, cuyo cuerpo apareció el 9 de septiembre de 1904 flotando cerca del sitio llamado ‘Mano de la Torera’. Al momento de la reseña, los redactores de la Correspondencia de Cádiz no tenían claro si la desgracia había sido fruto de un suicidio o de un accidente, constituyéndose el Juzgado en la misma Casería que más tarde determinó la traslación del cadáver al cementerio para la realización de la autopsia.

Ocho años más tarde, en enero de 1912, intentó suicidarse la joven de 18 años Trinidad Asencio. El suceso tuvo lugar en la huerta conocida como ‘La Fuente’, a cuyo pozo se arrojó la muchacha antes de ser extraída por el vecino Antonio Pérez y conducida al Hospital de San José por el guardia municipal Juan Bruzón. Allí la curaron de varias erosiones en el brazo derecho pero «ignóranse los móviles que le indujeran a adoptar tan censurable resolución» cerraba el Correo de Cádiz.

De nuevo una huerta, en este caso ‘La Soledad’, fue escenario de un sensible accidente protagonizado por el niño de 12 años Antonio Castañeda Iglesias, quien se fracturó completamente el fémur en su parte superior al tropezar con un ‘tocón’ de alcauciles mientras jugaba con un amigo. Castañeda prestaba sus servicios como hortelano en la finca junto a su padre, Manuel Castañeda, quien con la ayuda de Juan Bernal Vega y Fernando Huertas fue trasladado al Hospital de San Carlos donde se le hizo el diagnóstico al herido. Más tarde fue hospitalizado en el Hospital de San José, «ocupando la cama número 4 de dicho establecimiento benéfico» según reza el Noticiero Gaditano.

En 1932 hubo un doble fallecimiento que consternó a todo el pueblo cuando el joven de 26 años Luis Pastor López pereció, al parecer, a causa de una congestión -o accidente- cuando se bañaba en la playa de La Casería como hacía habitualmente. Del hecho no se tuvo conocimiento de la tragedia hasta que unos pescadores encontraron su ropa sujeta a una piedra y, más tarde, al cadáver. Lo más curioso es que su madre había fallecido sin conocer la desgracia, durante la madrugada inmediatamente anterior al hallazgo del cuerpo según puso de relieve el diario Ahora. El Heraldo de San Fernando incluyó la esquela dedicada a la señora, María Luisa López de Tomasety, viuda de Pastor, residente en el número 5 de la calle Murillo y hermana del médico y exconcejal Luis López Tomasety, definiéndola como: «distinguida señora, bondadosa dama poseedora de las mayores virtudes».

De nuevo ahogado, un año después, pereció el joven Antonio Morales Núñez. Esta vez más cerca de la zona de Caño Herrra. Curiosamente vivía en el muelle del otro extremo de la Isla, en los ‘baños del Zaporito’, y su cadáver fue encontrado por los pescadores Pedro Acosta Guerrero y Germán López Varela en las proximidades del lugar conocido como ‘los dos canales’. Según el Heraldo de San Fernando, el joven había caído al agua mientras achicaba el agua de la cubierta hallándose a bordo del candray ‘La Cochinita’.

Juan Antonio Rivera Quiñones, antepasado de quien suscribe estas líneas, falleció en la playa de La Casería el 26 de julio de 1934. Se trata de una historia que ha corrido por la familia desde siempre y ha podido contextualizarse ahora gracias a un breve recorte del diario republicano La Voz hallado en la web del Ministerio de Cultura. Ni los registros del Cementerio Municipal ni los de las funerarias locales había rastro alguno de este niño que murió con solo 5 años, por lo que las fechas manejadas hasta el momento eran imprecisas. La nota en cuestión dice así:

«En San Fernando, playa de La Casería de Ossio, ha perecido ahogado un niño de 5 años hijo del practicante don Pedro Rivera Monteavaro. El padre se arrojó al agua para salvar al niño, y no lo consiguió, estando a punto de perecer».

Gracias a estos datos ha podido ampliarse la información en el Heraldo de San Fernando. Tenían su residencia en la calle Patrón número 20 -erróneamente ‘Pastora’ en el artículo- y por ello generó «honda sensación en el sector denominado barrio del Cristo, donde la familia afectada goza de generales simpatías». Al parecer, el niño esperaba en una barca propiedad de José España Martín mientras su padre acompañaba a su otra hija a la caseta de los baños. En ese momento se rompieron las amarras del bote y el oleaje y el fuerte viento de levante hicieron el resto. El pequeño, al verse en peligro, se arrojó al agua siendo arrastrado también por las olas, y Pedro Rivera trató de rescatarlo sobre otra ‘lancha sin remos’, «estando a punto de correr la misma suerte que su hijo, a no ser por la intervención de Antonio Pérez Raya y José Lluvería Peralta, quienes con grave exposición lograron remolcar hasta la playa la embarcación».

El cadáver del niño apareció a la mañana siguiente en Cádiz, en la playa de los Astilleros Echevarrietas.

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