por Manuel Pece Casas en La Isla. Revista Ilustrada Independiente [15/03/1917]
localizado y transcrito por Alejandro Díaz Pinto [16/06/2017]
—SANCTI PETRI—
Para mi querido amigo el culto escritor y buen patriota D. Gaspar Ruiz Hernández.
Lector, si eres buen español y circula por tus venas, generosa y noble, la sangre de tu raza; si aún confías en que tu patria ocupe el sitial preeminente al que tiene legítimos derechos; si no has sufrido aún el contagio doloroso y lamentable de la siniestra abulia, y sabes sentir las gratas impresiones del amor a la madre que te arrulló en sus brazos; si en tu pecho no ha extendido sus raigambres la negra ingratitud que todo lo entenebrece y todo lo agosta; si eres hombre que sabe cumplir con tu deber sagrado, es seguro que sentirás profunda y justa indignación al contemplar el incalificable y criminal abandono en que tu patria tiene a ese lugar estratégico, a ese incomparable puerto de refugio, al que sirve de centinela encaramado en los acantilados fieros de la costa, el histórico castillo de Sancti-Petri.
Dirige tus pasos hacia la meseta del Cerro de los Mártires; sitúate junto a la pequeña ermita que la piedad de otros tiempos levantó en memoria de unos niños que supieron dar su vida, antes de abjurar las creencias santas que en sus corazones germinaban; mira desde la cumbre del cerrillo en dirección al mar que majestuoso, imponente y sin límites contemplas casi a tus pies; admira el hermoso panorama que se presenta delante de tus ojos, medita un instante, recoge tus pensamientos y vendrán a tu cerebro remembranzas de históricos hechos; verás ese mar Océano que a muy corta distancia de Sancti-Petri, siguiendo en línea recta, fue trágico escenario de un Trafalgar glorioso; verás ese Océano que avanza más y más y sus impetuosos oleajes bañan las costas africanas; contempla la entrada estrecha y difícil de ese brazo de agua que después se ensancha y profundiza, constituyendo un puerto natural, un puerto admirablemente situado para refugio de buques, para excelente y estratégica base naval, estación de torpederos y submarinos, salvaguardia de la bahía gaditana y eterno baluarte de la patria.
Admira la incomparable situación de todo esto, y lamentándote como buen patriota, de la incuria fatal que nos destruye y aniquila, de la falta de amor por nuestra España, de la ignorancia de muchos y de la mala fe de otros, de nuestra idiosincrasia suicida y de nuestra horrible e indisculpable complicidad en el crimen de todos que lentamente y en la sombra se está elaborando y que se llama traición a la patria.
Sancti-Petri, con su entrada franca en todo tiempo y en todo aguaje; con sus potentes defensas en ambos lados de la ría; con sus malecones para evitar aterramiento; con orillas amuralladas y sus muelles en la amplia ensenada de Gallineras; Sancti-Petri, dragado en toda su extensión para dejar libre paso a torpederos y sumergibles que rápidamente y sin peligro alguno pudieran cruzar a toda hora el espacio existente entre el Arsenal y el Océano, que hicieran sus entradas y salidas por el estratégico canal; Sancti-Petri, sin el Puente de Suazo, ni el del ferrocarril, con puentes giratorios y adecuados, sin escollera ni presas que acumulan las arenas y ciegan los canales; Sancti-Petri, así, sería el puerto de una nación civilizada, culta y comercial, porque unido a su condición estratégica, sería también un gran puerto mercantil que produciría al Estado rendimientos y beneficios grandiosos.
Sancti-Petri, así tiene que ser por las fuerzas de las circunstancias; y lo doloroso, lo triste, lo verdaderamente lamentable, es que si nosotros los españoles de hoy no lo hacemos, vendrán manos extrañas, gente extranjera a realizarlo; así es la vida y su ley se cumple siempre.
A Dios ruego como buen español que este horrible caso no suceda; quiero mejor dejar la vida, que contemplar en el alto mástil del puerto de Sancti-Petri, una bandera que no sea la roja y gualda, que acostumbraron a ver mis ojos, desde que mi pobre inteligencia, al tener noción exacta de las cosas, supo que había nacido español y que español había de ser mientras mi corazón tuviese algún latido y mi cerebro albergase un pensamiento.
MANUEL PECE CASAS.
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