La Biblioteca Lobo en 1915. Un recorrido histórico desde su origen

19 junio, 2017

por Juan Luis Estelrich y Perelló en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos [xx/04/1915]

localizado y transcrito por Alejandro Díaz Pinto [19/06/2017]

BIBLIOTECA MUNICIPAL LOBO, DE SAN FERNANDO

I

   NINGUNA biblioteca municipal puede jactarse de tener instalación en más soberbio edificio que la de San Fernando.

   Dones de Dios para Andalucía fueron reverberante cielo, fulgente sol, clima apacible, suelo feraz, flores y aromas a porrillo, frutas exquisitas y en abundo, hombres ocurrentes y rumbosos, mujeres locuaces y sandungueras, niños precoces; y a derrochadas munificencias correspondieron los moradores fundando pueblos limpios y fastuosos, capaces de poner los dientes largos a las capitales de provincia de tierra adentro; o alzando monumentos de universal renombre, para envidia de extraños, como la Mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada o la torre de la Giralda de Sevilla, que a todo exceden y sobrepujan.

   Avaloró la grandeza de San Fernando su Observatorio Astronómico (fundado por Jorge Juan), que dio la hora a España mucho tiempo; la capitalidad de Departamento marítimo, que la hace señora de un tercio del litoral español, y su posición geográfica en el fondo de la sin par bahía gaditana; y, próspera y heroica esa ciudad andaluza, levantó para sus dependencias municipales edificio adecuado y singular, y aún más espléndido y majestuoso de lo que podía esperarse.

   En 9 de Septiembre de 1778 se expidió Carta Real admitiendo la cesión del terreno, ofrecido sin interés, por D.ª Petronila y D. Pedro Lorión, para plaza en la villa de la Isla, con las siguientes especificaciones: «Y queremos se construyan en él Casas Consistoriales, Cárcel, Panadería, Matadero, Carnicería, Pescadería y demás oficinas públicas, con prevención de que si para hacerlos con la capacidad que se requiere se necesita tomar alguna parte más del explicado terreno, se satisfaga su importe en justa tasación. Y mandamos se hagan estas obras a cuenta y cargo de vos, la Justicia y Ayuntamiento, con arreglo en todo al Plano formado por D. Torcuato Cayón, maestro mayor de Cádiz, que original acompaña a esta nuestra Carta, rubricado del infrascrito nuestro Secretario Escribano de Cámara y de Gobierno de nuestro Consejo, y adiciones puestas por don Ventura Rodríguez en su informe de 19 de Mayo pasado de este nuestro Consejo, con justificación mensual de lo que se haya adelantado.»

   Siete días después de comunicada la antecedente carta, se delimitó el terreno, y cinco más tarde se firmó la escritura de cesión de lo acotado, ante el escribano D. José Gutiérrez de Morón, para emprender las obras sin pérdida de tiempo. No se realizaron de golpe y sin falla (¡milagro fuera!), y a entorpecerlas concurrieron no pocos accidentes y mayores calamidades: pleitos y reclamaciones, una, y otra, y otra suspensión por falta de fondos, muerte del arquitecto director y sustitución con D. Pedro Ángel de Albisu, enmiendas y correcciones en los planos aprobados, fiebre amarilla en 1800, combate de Trafalgar en 1805, invasión francesa en 1808, refugio de la Junta Central y Gobierno Supremo de la Nación, que en San Fernando lo buscó en 1810; sitio de la isla por los ejércitos napoleónicos al mando de los mariscales Víctor y Soult hasta fines de Agosto de 1812. Restablecido en el trono Fernando VII, recogiose el fruto de los desastres anteriores, y con referencia a ese reinado ha dicho un historiador de la isla: «Consecuencia de ese estado de postración general, esta ciudad padeció de una manera tristísima, pues, dependiendo con todo de la Marina, y no existiendo ya ésta, o se trabajaba en los Arsenales y sus obreros tuvieron que emigrar, el vecindario disminuyó en gran número y los jefes y oficiales de todos los Cuerpos de la Armada apenas sí recibían sus haberes, y se hallaban, por consiguiente, en un estado deplorable (1).» Tan deplorable —pudo añadir el escritor aludido— como que muchos murieron de hambre (2).

   El reinado de D.ª Isabel II, que se inicia con la sangrienta y larga guerra civil, nos ofrece casi en sus postrimerías la guerra de África, para donde salieron de San Fernando muchas expediciones; como luego las que se enviaron a Santo Domingo en 1861, a México en 1862; o las fragatas Resolución y Triunfo, y más tarde la Numancia, que fueron al Callao; y no hay que suponer más propicios para alzar y construir los seis años del período revolucionario, en que más bien se trató de arrasar y demoler.

   Regularizado el cobro de las rentas en la restauración de la Monarquía, restablecido el crédito público, en paz con nosotros mismos y mejorada la situación económica municipal por los ingresos de los consumos, se pensó en 1885 en proseguir definitivamente la construcción de las Casas Consistoriales de San Fernando. A este fin se ordenó al arquitecto provincial D. Amadeo Rodríguez que formase el plano en armonía con lo edificado; fue éste aprobado en 6 de Julio de 1888, se reanudaron las obras en Octubre del mismo año, y siguieron bajo la dirección del mencionado arquitecto hasta 1895, en que se dieron por totalmente terminadas.

   Sobre extensa gradería, que lo encumbra y embellece, aprovechando el desnivel del suelo en su fachada de Levante, aislado por las dos calles laterales que lo hacen más vistoso, llenando todo un frente de la plaza, levántase el suntuoso edificio de tres cuerpos, que mide 52,80 X 42,87 metros, con una altura de 30 metros hasta el remate del escudo, en que se afirma el asta de la bandera.

   Más que la descripción de la fábrica, una anecdotilla revelará su aspecto y magnificencia. Recién llegado a Cádiz atravesé la calle Real de San Fernando en la góndola o diligencia de Algeciras, y al pasar por la plaza de Alfonso XII, señalando la Casa Consistorial, me preguntó un compañero:

   —¿Sabe usted qué edificio es éste?

   Rápidamente pensé: será el Observatorio, la Capitanía general del Departamento, el Panteón de Marinos Ilustres… Y poco dispuesto a errarla y dar gusto a mi interlocutor, discretamente chancero, salí por peteneras, y contesté en firme:

   —La Biblioteca Nacional, del paseo de Recoletos.

   —Algo se parecen, y buen olfato acusa usted para los libros, porque ahí, en el Ayuntamiento, está la Biblioteca Lobo.

   Edificio que sufre tal cotejo ya se adivina lo que es, por quien no lo ha visto; mas yo, esquivando una respuesta, me había metido en la boca del… ¿Pero qué lobo sería ése, con biblioteca y todo?

   Por vez primera sonaban juntamente enlazados en mis oídos esos dos nombres, y hasta supuse que a mi salida de tono se replicaba con otra semejante.

   No tardé en conocer lo que me había interesado: visité, solo y a mis anchas, el palacio y la biblioteca; tomé de la última cuantas notas me parecieron convenientes, extendí mi investigación a las actas, a los presupuestos y al mismo edificio, y pronto publiqué en Cádiz algunos articulitos referentes al asunto. Pidiómelos para esta REVISTA, hace ya un lustro, quien le dio nueva vida e importancia, y tras de viajes por mí emprendidos y enfermedades sufridas, realizo ahora, póstumamente, la oferta, como deuda contraída con el amigo inolviable.

   Bien pude entonces, como pudiera ahora, dar cima a mi propósito con la transcripción de los documentos apañados; pero la copia sostenida de la documentación, siempre puntual, veraz y estricta, entraña no sé qué frialdad de muerte, y no tengo interés en desaborar a mis lectores. Sin embargo, claudicaré de buenas a primeras y transcribiré puntualmente, en lo que hace al caso, el acta de la sesión de 23 de Diciembre de 1876, que la base de la fundación de la Biblioteca municipal de San Fernando, y la clave de su denominación.

   Dice así el documento:

   «Se dio lectura a una carta suscrita por la Excma. Sra. D.ª Elena Ravina, viuda del Excmo. Sr. D. Miguel Lobo y Malagamba, contraalmirante que fue de la Armada, en la que con un desprendimiento que la enaltece, deseando cooperar al noble pensamiento de su referido esposo, anticipa la entrega de los libros y autógrafos que componían la biblioteca de aquel señor (q. e. p. d.), la que en testamento que otorgó en la ciudad de Cartagena en 22 de Diciembre de 1875, según la copia literal, que acompaña, de alguna de sus cláusulas, disponía pasara toda su biblioteca y autógrafos a ser propiedad del Ayuntamiento de esta ciudad, donde expresa tuvo la honra de nacer, con la condición de que hubiera de servir de base para el establecimiento de una Biblioteca pública, rogando a esta Corporación la titulase Biblioteca Lobo, todo ello sin perjuicio de que, si por desgracias independientes del ánimo de su señora esposa o por las circunstancias en que pudiera verse España llegaran a faltarle a su referida señora los recursos necesarios para su decente subsistencia, quedaba facultada para enajenar tanto la biblioteca como los autógrafos, por lo que por ahora quedarían una y otros en poder de dicha señora por si ocurría la necesidad expresada, y enterado el Ayuntamiento, teniendo en cuenta las circunstancias todas que quedan expresadas, acordó aceptar la generosa manda del distinguido marino, ofreciéndole a su señora viuda un homenaje de gratitud y de gracias, haciéndose constar asimismo en actas capitulares, para ejecutarlo cual se determina, lo siguiente:

   »1.º Que aceptando el legado de la biblioteca y autógrafos quedan satisfechos los últimos deseos del eminente patricio D. Miguel Lobo y Malagamba; por lo tanto, aquella servirá de base para el establecimiento en estas Casas Capitulares de una Biblioteca pública al alcance de las clases necesitadas y ávidas de instrucción.

   »2.º Que se establecerá la citada Biblioteca en uno de los mejores salones de estas Casas Consistoriales, y se denominará Biblioteca Lobo.

   »3.º Que se dará la mayor publicidad a tan patriótica donación, enalteciendo de esta manera y con la mayor solemnidad los nombres, tanto del Sr. D. Miguel Lobo Malagamba como de su señora esposa, que es acreedora a igual distinción por la inmediata entrega del legado; y

   »4.º Que debiendo pasar en la próxima semana por la capital del Reino el Presidente de esta Corporación, que actualmente se encuentra en uso de licencia, se presente a la excelentísima señora viuda de Lobo, a fin de expresarle los sentimientos y gratitud de esta Municipalidad y le entregue una comunicación, que a este efecto se redactará, con traslado de este acuerdo, quedando facultado el mismo señor Presidente para recibir y encajonar la biblioteca y autógrafos y dar a S. E. Catálogo duplicado de las riquezas que contengan, luego que se hayan examinado.»

   «El señor Presidente manifestó que tenía noticias extraoficiales de que por el Ministerio de Marina se habían adquirido en 2.000 pesetas los estantes que contenían los volúmenes pertenecientes a la biblioteca cedida a este Ayuntamiento por el excelentísimo señor contraalmirante D. Miguel Lobo y Malagamba, y que creía muy oportuno se hiciesen las gestiones convenientes para su adquisición, a fin de que, establecida la Biblioteca popular en esta casa, no hubiese necesidad de construir nuevos estantes y sí colocar los volúmenes referidos en los propios en que estuvieron en poder del mencionado Sr. Lobo.»

   «Enterado el Cuerpo Capitular, acordó conferir comisión al Sr. Don José María de la Herrán, presidente de este Ayuntamiento, que usando de licencia en la actualidad, pasa a Madrid a fin de que, acercándose al Centro respectivo, trate lo conveniente a fin de adquirir por igual suma, o por la que acuerde, los indicados estantes, facultándolo ampliamente para que ejecute este acuerdo tal como le sugieran su esclarecido criterio y su reconocido interés en todo cuanto redunda en beneficio de esta Municipalidad.»

II

   Antes del legado del contraalmirante D. Miguel Lobo y entrega del mismo por la viuda, correrían a buen seguro por las mesas de la Secretaría municipal de San Fernando hasta media docena de ejemplares de la Constitución de la Monarquía española, entonces acabadita de salir del horno parlamentario, con otros tantos de la ley Municipal, de las Ordenanzas locales, de otras leyes positivas y vigentes, con sus respectivos reglamentos orgánicos, y los consabidos y socorridos tomos del Alcubilla. Inútil hubiera sido buscar otros volúmenes en aquellas dependencias; pero, a partir de la donación y entrega referidas, los concejales isleños se encontraron de manos a boca con una biblioteca nacida de golpe, como Minerva; y para que se pareciera más a la diosa de la Sabiduría, quisieron tenerla armada desde el primer momento en los mismos estantes que para ella se habían construido.

   Poco después de la sesión a que hace referencia el acta transcrita, el Ayuntamiento encargó al oficial primero D. Juan Manuel de la Herrán que pasara a Madrid para inventariar los libros y autógrafos legados; y el Alcalde explicó en cabildo sus estériles gestiones para procurarse la estantería de referencia. No pudiendo contar con ella, se encargó al maestro carpintero José Calandria que formase presupuesto para la construcción de estantería nueva; fórmolo el maestro y lo aprobó el Ayuntamiento en sesión de 2 de Agosto de 1877, acordando al mismo tiempo «que desde luego se pusiera la obra en práctica por administración». Desde luego no se haría, porque en la siguiente sesión, celebrada a los cuatro días, se tomaba por otro camino. El Alcalde manifestó tener noticia de que en los almacenes de la Capitanía general del Departamento existían unos estantes procedentes de la biblioteca que poseyó el suprimido Colegio Naval Militar, y si se lograba la cesión de los mismos el Ayuntamiento saldría aventajado. Conferida comisión para este asunto al Alcalde, se ofició al Capitán general del Departamento; éste contestó que no podía ceder, pero sí enajenar, la mentada estantería; mediaron gestiones de carácter particular, tásose y estímose el mueble en 500 pesetas, y gracias a la buena voluntad de todos pudo armarse nuestra Minerva, si no con sus antiguas armas ni otras recién sacadas de fábrica, al menos con las acomodaticias que se le procuraron.

   Llama la atención de este procedimiento que se pensara en lo de fuera antes que en lo de casa: en adquirir estantería, y hasta nueva construcción, sin tener acordado el local del emplazamiento, cuando el orden inverso parecía el más racional; pero lo cierto es que la Comisión de gobierno interior no recibió encargo de designar el sitio hasta el 2 de Agosto de 1877 (precisamente en la misma sesión en que se aprobaba el presupuesto del maestro Calandria) ni lo designó hasta veintiún días después, señalando como el más a propósito el salón que corresponde al centro de la fachada posterior del edificio, con tres balcones del piso principal, que miran al Oeste y a la plaza de Mercado. Púsose la sala en comunicación directa con el vestíbulo, mediante una escalera de hierro de dos ramales que, apoyada en el rellano de la escalera principal, desembocaba en el centro del muro (3). Así se daba honroso acceso a la biblioteca y se aislaba del resto de las dependencias municipales.

   Lo presupuestado para puertas y persianas fue de 1.500 reales; los maestros de la casa formularon los presupuestos parciales para la instalación; los concejales trataron con funciones de Sevilla para conocer el valor de la escalera y saber si debía hacerse por administración o por subasta; y rogaron a D. José Díaz Munío se asociara a la Comisión de gobierno interior «para que con ella entienda en la dirección de estos trabajos, que serán más escrupulosos dados sus conocimientos especiales y exquisito gusto» (4). Con respecto a la construcción de la escalera, mediaron proposiciones, y se aceptó el proyecto de la fábrica de San Antonio, que la ofrecía de dos ramales, de balaustradas dobles y peso de unas 3.000 libras.

Escalera encargada a la fábrica San Antonio que sirvió de acceso a la biblioteca en su primera ubicación.

Escalera que sirvió de acceso a la biblioteca en su primera ubicación.

   A la vez que la instalación, se prevenía también el personal. El teniente de alcalde D. José Barandirarán, en la sesión del 3 de Septiembre de 1877, manifestaba «que era preciso ocuparse del nombramiento o designación de la persona que hubiera de desempeñar el cargo de bibliotecario sin sueldo, sino solo por la gratificación que en el presupuesto municipal se hallaba consignada para este objeto», y a dicho fin hizo presente las buenas dotes, bellas cualidades y vastos conocimientos científicos que reunía el señor concejal D. Rafael Martínez para desempeñar este cargo. Impuesto el Cuerpo Capitular, acordó por unanimidad nombrarlo «bibliotecario sin sueldo, y solo por la gratificación consignada en el presupuesto, de la que bajo la denominación de LOBO ha de instalarse en esta Casa Capitular, siempre que diseño señor acepte el nombramiento y tenga excusa legal para dimitir el cargo concejil que actualmente desempeña». Aceptó el señor Martínez, pues bien se ve que la cosa venía preparada, y presentó previamente la renuncia de concejal, fundándola en haber cumplido los sesenta años de su edad.

   Don Rafael Martínez y Cano nació en el Puerto de Santa María en 1812. Desde joven se dedicó preferentemente al estudio de las matemáticas. El Gobierno, en 12 de Julio de 1849, haciendo justicia a sus merecimientos, le nombró profesor de la Escuela Naval Militar, con la efectividad de alférez de navío; pero trasladada la Escuela al Ferrol, y poco dispuesto Martínez a abandonar el rincón andaluz, logró prestar sus servicios en el Observatorio de Marina de San Fernando. En 1870 se le nombró comandante de Marina de Adra; no se avino a dejar sus natales y solicitó y obtuvo el retiro. Lo que mamó de joven lo retuvo en la vejez, y libre de ocupaciones oficiales se las buscó privadas en la preparación de alumnos que aspiraban a ser pilotos y en la dirección científica del Colegio San Fernando. Gozaba de buena reputación, estaba identificado con la tierra en que vivía, que era al fin la del solar de su nacimiento, por ambas ribereñas en la bahía gaditana; y no es raro que con estas condiciones, junto con las de su ilustración, los vecinos de San Fernando lo llevaran al Ayuntamiento. Elegido Concejal en 1876, desempeñó el cargo de Procurador-Síndico de la Corporación, y un año después, a los sesenta y cuatro de su edad, conservando sus energías, pasó a la biblioteca por acuerdo unánime del Consistorio, y en ella continuó hasta 1898, que fue el año de su fallecimiento.

Rafael Martínez y Cano estuvo al frente de la dirección científica de este centro, establecido en la Casa del Turco.

Martínez y Cano se encargó de la dirección científica de este centro, en la Casa del Turco.

   No defraudó las esperanzas que en él se habían puesto: dirigió acertadamente la instalación y organización de su dependencia; presentó en breve un reglamento de régimen interior y para el servicio del público, que fue aprobado; y al año de ser elegido, participaba a la Corporación que el salón y la estantería estaban en disposición de recibir los volúmenes cedidos por el general Lobo; y que personalmente donaba a la biblioteca 120 volúmenes de obras de distintas materias, en su mayoría científicas, proponiéndose aumentar la cifra en cuanto sus ocupaciones le permitieran seleccionar las de su biblioteca propia. El Ayuntamiento designó al procurador-síndico D. Ricardo Garrido Iquino para hacer efectiva la entrega al bibliotecario, y acordó para éste un voto de gracias por su celo, por los libros donados y por los que pensaba donar.

   En la misma sesión en que el Sr. Martínez aceptaba el nombramiento se leyó y aprobó el borrador de una comunicación a la Sra. D.ª Elena Ravina, viuda de Lobo, rogándole «se sirviera enviar un retrato fotográfico de su digno esposo… para poderlo trasladar al lienzo y colocarlo en el local de la biblioteca». El retrato al óleo lo pintó con buena traza el artista isleño D. José Sánchez Márquez; el Ayuntamiento le pagó 750 pesetas, y así aparecieron a una los aprovechamientos del legado del Sr. Lobo y la pía ofrenda a su memoria.

Retrato al óleo realizado por el artista José Sánchez Márquez.

Retrato al óleo realizado por el artista José Sánchez Márquez.

   La sesión del 28 de Junio de 1879 es la que cierra el período constituyente. En ella el Ayuntamiento acordó anunciar la inauguración oficial, dejando la designación de día a voluntad del Alcalde; que una de las relaciones de cargo, que el bibliotecario presentó por duplicado, se devolviere a éste, certificada, y que se consignaran nuevos y más expresivos votos de gracias por el acertado método con que se había procedido al instalar y arreglar la biblioteca.

   Si de ella se complacía la Corporación propietaria, no menos satisfecho se mostraba el público. El Boletín de San Fernando (5) publicó un largo artículo de D. Manuel Baturone en que, a vueltas de alguna digresión, narraba lo concerniente a la creación de la biblioteca, echaba las campanas a vuelo y extendía los aplausos, sin restricciones ni reservas, desde el Contraalmirante y su viuda al Alcalde de San Fernando, entonces D. Pedro Sutil, al Sr. Díaz Munío, «que con un desprendimiento digno de todo elogio se prestó a dirigir los trabajos de instalación…» y al señor Martínez Cano, a quien el periodista, no solo dedicaba su aplauso con frases calurosas, sino también a la localidad entera.

III

   Obra de amor fue la de todos para instalar e inaugurar la biblioteca; y colmó la medida, para su orgullo, un hecho de los que suelen llamarse casuales.

   Nada menos que S. M. el rey D. Alfonso XII, en su viaje marítimo y visita al Arsenal de la Carraca, llegó al Ayuntamiento de San Fernando e inauguró solemnemente la BIBLOTECA LOBO, allí establecida. En ella guárdase el primer Álbum conmemorativo, con autógrafos y firmas de las personas que visitan esta Casa Capitular y su Biblioteca, y en ese álbum, y de letra de S. M., aparece la siguiente inscripción:

   «Inaugurada la Biblioteca Municipal Lobo. —Alfonso

   Siguen varias firmas, y luego la siguiente acta:

   «En veintinueve de Octubre de mil ochocientos setenta y nueve, a las dos y cuarenta y cinco minutos de la tarde, hallándose S. M. D. Alfonso XII visitando esta Casa Consistorial, se dignó inaugurar esta biblioteca municipal Lobo, colocando su firma autógrafa en este álbum, firmando también a continuación los altos Dignatarios de la Nación que le acompañaban, el Presidente del Ilustre Ayuntamiento, el Juez de primera instancia de este partido, Promotor fiscal del mismo y bibliotecario, de que certifico. —Manuel Ortiz Campos, secretario

   Y una vez inaugurada abrióse al público, y así continuó hasta que terminadas en 1895 las obras de la casa-palacio del Ayuntamiento, se pensó en despejar el vestíbulo de la escalera de hierro que lo afeaba y embarazaba, y dar más desahogo a los libros y mayor amplitud a la Biblioteca. Se llevó al ángulo Noreste, donde continúa, y conviene, por tanto, dar cuenta de la nueva y actual plantificación.

Vista parcial de la Biblioteca Lobo en su definitiva ubicación antes de abandonar las dependencias consistoriales.

Vista parcial de la Biblioteca Lobo en su ubicación definitiva.

   La escalera de honor del edificio, toda de mármol blanco, soberbia en su aspecto y un tanto pina en su desarrollo, se divide en dos ramales desde el descanso del fondo, que desembocan y mueren en el atrio del primer piso, frente a las tres puertas que dan acceso al salón de sesiones; a la derecha otra puerta, que comunica con las oficinas municipales; y a la izquierda la que da paso a la biblioteca. Consta ésta de tres salas independientes del resto del edificio, con la sola entrada de que se ha hecho mérito. La primera sala mide 5X 5 metros, con techo de bóveda, sin luz directa, aunque bastante clara como sala de paso. A la izquierda, entrando, hay una vitrina donde se guardan piadosas reliquias del general Lobo: las coronas enviadas por los Cuerpos militares y Centros de la localidad con motivo de la traslación de los restos del fundador al Panteón de marinos ilustres; un fajín del mismo, etc., etc. En el fondo, dos armarios movibles, con puertas, y a la derecha, un gran portal que comunica con la segunda sala. Ésta es de iguales dimensiones que la primera; techo de bovedillas entre viguetas de hierro; estantería corrida en todo el muro de la derecha, y de igual gusto en los ángulos; en el muro de enfrente gran balcón al Este, en la fachada principal, y en el centro del tabique de la izquierda otro gran portal, para llegar a la tercera sala o salón de la Biblioteca. En esta segunda dependencia estaba colocada la mesa del auxiliar, quien desde su puesto dominaba, enfilándolas, las mesas de lectura colocadas en el centro y a lo largo del salón. Mide éste 16 X 5 metros; su techo está dividido por dos arcos que forman tres divisiones del cielo raso, de yeso, ornado y pintado; tres grandes balcones al Este. La estantería es de madera pintada y barnizada, de dos cuerpos, con puertas en la parte inferior y alambrado en la superior, y en todo igual a la antes mencionada, salvo que aquí, en el salón, deja cuatro entrepaños, dos por lado, que se corresponden, y otro en el fondo. Éste ofrece el retrato del fundador, en rico marco dorado y esculturado. Los otros cuatro entrepaños contienen: 1.º, un medallón, donde se transcriben los artículos del Reglamento que interesan al público; 2.º, otro medallón que ofrece la lista de donantes; 3.º, el retrato del general Beránger, pintado al óleo por Sánchez Márquez, y 4.º, el retrato de D. Rafael Rodríguez Arias. Éste lo pintó también al óleo Sánchez Márquez; pero el que hoy aparece es obra de Martínez Cubells, y regalo de la señora viuda de Rodríguez Arias. También la señora viuda de Lobo donó a la Biblioteca dos bustos de su esposo, uno en yeso y otro en mármol, de autor para mí desconocido. En el fondo, perpendicular a las mesas para el público, la del señor Bibliotecario. La solería de las tres salas es de piezas de mármol blanco; el aspecto de conjunto, agradable, y el aseo y cuidado, exquisitos.

Busto en mármol del fundador, realizado en París y donado por su viuda al Ayuntamiento.

Busto en mármol del fundador, realizado en París y donado por su viuda al Ayuntamiento.

   La actual estantería se construyó al implantar la Biblioteca en las salas en que hoy está; y me precisa confesar ahora alguna deficiencia en mi búsqueda, que no por callarla resultaría más excusable. Cuidaba de investigar este punto D. Salvador de la Pascua, con buen cariño para el centro en que sirvió su señor padre; pero el haber levantado el vuelo para ir a otras oficinas, y mi ausencia de la provincia de Cádiz, truncaron esta investigación. Sin embargo, por relación del actual Bibliotecario sé que la estantería de la segunda sala costó por obra de carpintería unas 800 pesetas, y se construyó después de la que corresponde al salón principal.

   Y si los lectores no se han aburrido con tanta minucia, les someteré a más duras pruebas, entregándoles a la soporífera musa de los guarismos, madre de dos vestales, soboncillas y comineras como ellas solas: la administración y la estadística; porque preciso es tocar en la parte económica del establecimiento, así en lo que se refiere al personal como al material, para que todo responda al fin que se persigue.

   El Sr. Martínez, que había aceptado la plaza sin sueldo (seguramente por no perder el de su jubilación) y solo con 1.500 pesetas asignadas como gratificación al encargado de instalar la Biblioteca, figura en el siguiente presupuesto, o sea en el de 1878-79, con la denominación de Bibliotecario y con 1.337,50 pesetas de sueldo. En el presupuesto siguiente se creó la plaza de portero con 912,50 pesetas. Poco duraron así las cosas; cada Ayuntamiento suele hacer de su administración un sayo, y la firmeza concejil rara vez resiste dos golpes de presupuesto. En el de 1881-82 se crea la plaza de segundo Bibliotecario, con el haber de 1.960 pesetas, y con la anomalía de llamar segundo al de mayor sueldo. La plaza no llegó a cubrirse, y fue suprimida en el siguiente ejercicio; pero éste (el de 1882-83) nos ofrece una democrática solución: baja el sueldo del Bibliotecario a 1.667 pesetas y sube el del portero a 999. Y este portero, tan necesario y favorecido entonces, resulta inútil dos años después, y aparece suprimido. En el ejercicio de 1885-86 vuelve a surgir la plaza de segundo Bibliotecario con 1.085 pesetas. En el de 1890-91 (¡otra te pego!) se rebajan los haberes del segundo Bibliotecario a 999 pesetas, y quien nació para superar al Bibliotecario queda reducido al sueldo que obtuvo el portero… ¡Ni los pelotazos del pim-pam-pum!

   No es aventurado suponer que todas estas reformas obedecían a haber tomado la medida a otros tantos paniaguados, y más que deberes que llenar se buscaban haberes que satisfacer para solaz y provecho de los favorecidos. Por mi parte a los datos me remito, y Cristo con todos. En el presupuesto de 1894-95 se crea la modesta plaza de auxiliar de Biblioteca con 550 pesetas.

   Si en el personal hubo tanta variación, ya se comprende que las consignaciones de gastos corrieron pareja fortuna. En el presupuesto ordinario de 1877-78 se consignaron 2.000 pesetas para continuar las obras que la instalación imponía: 3.000 para la escalera de hierro y 750 para pagar el retrato del fundador. En los de 1878-79 se presupuestan 100 pesetas para útiles de escritorio y 2.000 para compra y encuadernación de libros. En los de 1879-80 y 1880-81 se aumentan 200 pesetas para gastos de escritorio; y en el adicional del último citado ejercicio figuran 500 pesetas para adquisición de libros. En los dos ejercicios siguientes lo consignado para gastos de escritorio se eleva a 500 pesetas, pero luego se rebaja a 200, y sigue persistiendo esta cifra hasta el adicional de 1885-86, en que aparece un aumento de 70 pesetas. En 1886-87 los gastos de material y compra de libros se habían evaluado en 550 pesetas. En el de 1887-88 se consignan 800 pesetas, partida que subsiste hasta 1890-91, en que se eleva a 886, más 200 en el adicional correspondiente. En 1891-92 se consignaron 1.000 pesetas para material; se elevaron a 1.500 en 1893-94, y volvieron a quedar en 1.000 en el de 1894-95. En el presupuesto de 1897-98 se asignan 500 pesetas y sigue igual de cantidad en los ejercicios sucesivos, hasta que en 1906 se rebaja a 250 pesetas, cifra que aún persiste.

***

   A la muerte del Sr. Martínez le sustituyó D. Antonio Benítez y Sánchez, hijo de San Fernando, nacido en 1873. Su padre había ejercido la medicina en Almería y Granada, y allí se educó el hijo, licenciándose en Derecho civil en 1860; pero nombrado aquél médico forense de San Fernando, estableció éste en la isla su bufete de abogado, lo acreditó en breve, fue elegido Diputado provincial en los días de D. Amadeo de Saboya; ejerció el cargo de Asesor de la Marina del Departamento hasta la organización del Cuerpo jurídico de la Armada, en el que el Gobierno le ofreció el ingreso con la efectividad de comandante; no lo acepta y mucho se arrepintió después. Desempeñó los cargos de Fiscal municipal, Registrador de la propiedad, Juez de paz y municipal durante cinco bienios, hasta 1893, en que se dio preferencia a los aspirante a la Judicatura. En 1880 se le nombró abogado-consultor del Ayuntamiento con 3.500 pesetas. En 1812 el Ayuntamiento acordó refundir en una sola las dependencias de la BIBLIOTECA LOBO y Archivo municipal, al frente de las cuales puso al señor Benítez; poco después volvió a separar el Archivo de la Bibloteca, y al frente de ésta puso a su abogado-consultor, con 3.500 pesetas por este cargo y 500 de gratificación como Bibliotecario. A los sesenta y dos años de edad murió repentinamente el Sr. Benítez, en 22 de Mayo de 1909.

   En sus días continuó la contradanza del personal: suprímese el cargo de segundo Bibliotecario, que se sustituye con otro auxiliar, a más del que ya había, con 999 pesetas cada uno; luego, en 1905, se suprime uno de estos auxiliares; en el año siguiente se suprime el otro, y ambos cargos se sustituyen por un escribiente de segunda, con cargo a la Secretaría y sin gratificación sobre su sueldo; pero aún esto debió parecer exceso, y en 1909 no figura más que un meritorio.

***

   Don Salvador de la Pascua y Pantoja, tercer bibliotecario en esta cronología, nació en San Fernando en 1866, estudió en Sevilla, se licenció en Derecho civil y canónico en 1884, y al año siguiente terminó la carrera de Filosofía y Letras. Ejerció de abogado en su ciudad natal y desempeñó los cargos de Fiscal municipal, Juez municipal suplente y después propietario. Dedícose con asiduidad y provecho a la enseñanza de las matemáticas. En Abril de 1908 es nombrado Secretario especial del Alcalde de San Fernando, y al año siguiente, por muerte del Sr. Benítez, Abogado consultor y Director de la Biblioteca, con 3.500 pesetas por el primer cargo y 500 de gratificación por el segundo; pero en 1.º de Enero de 1910 se suprimió el cargo de Abogado consultor, y volvieron a refundirse en una las dependencias municipales Biblioteca y Archivo, de que cuidó el Sr. de la Pascua y Pantoja, con sueldo de 3.000 pesetas, hasta el 25 de Agosto del mismo año, en que falleció.

   Sus propósitos de arreglar el Archivo (¡buena falta hacía!) y de ordenar y formar debidamente los índices de la Biblioteca, no eran obra de poco tiempo, y quedaron en iniciación, aunque hoy tiene que apelarse al inventario provisional de documentos del Archivo que formó por orden alfabético. Dejó sin acabar la obra que con empeño trabajaba referente a Los diputados de las primeras Cortes Constituyentes de 1810. Y al tratar de este funcionario no debo callar que me dio muchas facilidades para el conocimiento de la Biblioteca. El Sr. de la Pascua llegó a tiempo de abrir el Segundo Álbum de firmas, en 4 de Mayo de 1910, con motivo de la visita del ministro de Marina Sr. Arias Miranda, y de escribir en la segunda hoja del mencionado libro, estas líneas:

   «Los señores cuyas firmas anteceden, y algunos que no firmaron por premuras del tiempo, asistieron, con el ilustrísimo señor Alcalde y el que suscribe, al banquete con que el Excelentísimo Ayuntamiento obsequió al señor Ministro de Marina en el Salón Biblioteca del General Lobo, el día de la fecha.»

   Los malos ejemplos cunden y nada contamina como ellos; y si las salas de la Biblioteca Nacional se cierran al público para celebrar congresos americanistas, o fiestas escolares, u otras reuniones impropias de aquel lugar, ¿qué mucho si lo imita San Fernando, y los lectores de la Biblioteca Lobo, pesquisando luego substanciosas ideas, que sus libros contienen, tropiezan con pellejitos de sabroso salchichón que se les da por añadidura? Verdad es que también pueden tropezar con otros restos mortales de otro banquete político, en 31 de Julio de 1911, y quizás otros de que no tengo noticia.

***

   En 2 de Octubre de 1910 se posesionó de la Biblioteca y Archivo el cuarto y actual bibliotecario D. Eduardo Fernández Terán. Nació en Sanlúcar de Barrameda en 1841, y terminados sus estudios sirvió al Estado en los ramos de Hacienda, Gobernación, principalmente en Correos, Ultramar y Fomento. Establecido en San Fernando, fue Juez municipal y obtuvo el título de Procurador de los Tribunales. Desde 1894 a 1909 él llevó al Ayuntamiento el voto de sus convecinos, e intervino eficazmente en la administración municipal. Dedicado al periodismo, colaboró en periódicos de la localidad y de fuera y fundó y dirigió La Semana. Tiene empezada una Historia de San Fernando, inédita e interrumpida desde hace tiempo.

   El Reglamento aprobado en 1878 para el régimen interior de la Biblioteca preceptúa en su artículo 8.º la obligación de presentar por el Bibliotecario, en Diciembre de cada año, una Memoria del estado, adquisiciones y trabajos hechos, variaciones y mejoras, etc., etc.; y como el Sr. Fernández Terán ha cumplido la obligación impuesta, y su deferencia y civilidad han llegado al punto de remitirme copia de esos trabajos, a ellos voy a referirme para historiar con su gestión las vicisitudes de aquel Centro.

   En su primera Memoria, o sea, en 1910, expuso la conveniencia de apartarse de la antigua catalogación para ajustarse al sistema implantado por Bouillet —muy parecido a los de Casiri y de Brunet (seguido éste último en la Biblioteca Nacional)— que en pocas secciones distribuye las ciencias y las letras, sin ambagiosas complicaciones; empleó en la catalogación fichas o papeletas bibliográficas, que aún no habían hecho su aparición en aquel Centro; catalogó los manuscritos por separado, con arreglo a las instrucciones de la Junta facultativa de Archivos, Bibliotecas y Museos. Harto y de sobra es. Pero el actual Bibliotecario, sabiendo que sus trabajos van dirigidos a personas que no tienen obligación de conocer la técnica bibliográfica, acaba la Memoria del último año con el siguiente párrafo, que justifica minuciosamente su labor:

   «A las personas no iniciadas en la prolijidad de estas tareas pudiera parecer largo el período de más de tres años invertidos en la reforma del Catálogo, más tal juicio quedará desvanecido si se considera que he tenido que examinar una a una las 4.269 obras que en diversos idiomas aquella posee, y leerlas, o por lo menos hojearlas, para darme cuenta de la materia que tratan y poderlas clasificar en su grupo correspondiente; que las papeletas bibliográficas que constituyen ambos Catálogos, el metódico y el alfabético, suman en junto 6.114, y que cada una de ellas, extendida en papel de hilo, del tamaño de media cuartilla, contiene: el título de la obra, que debe copiarse íntegro, o cuando menos con los elementos necesarios para individualizar ésta y la edición; el nombre, apellidos, títulos y demás datos que se conozcan del autor; de la propia manera hay que proceder respecto al traductor, adicionador, anotador y director; expresar el número de planos, mapas, cuadros sinópticos o láminas que la obras contenga, lugar de impresión y nombre del impresor o título de la imprenta, año en que el libro fue impreso, número de volúmenes y de las páginas que contengan; sus dimensiones y encuadernación; número del registro de entrada, signatura bibliográfica y la topográfica o local, indicando el lugar que la obra ocupa en la biblioteca; terminándose las cédulas con aquellas notas bibliográficas que exijan las particularidades de los ejemplares que se catalogan. Esta abreviada relación podrá dar idea a V. E. I. del trabajo realizado, alternando con las ordinarias ocupaciones de la biblioteca y su archivo, sin más auxilio intelectual que el propio, y con escasa ayuda material, pues, como puede fácilmente comprobarse, la mayor parte de las cédulas y otros trabajos manuales están hechos de mi puño.»

   Como ni la Biblioteca ni el Bibliotecario pertenecen directamente al Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios, se ha recogido con todo intento la mencionada relación, que fuera enojosa historiando otros centros, para que se vea cómo va uniformándose la labor bibliográfica en toda nuestra Nación o Estado.

   Ni en la Biblioteca ni en el Archivo, aparte del jefe, hay ahora otro personal que un encuadernador, que no encuaderna por falta de taller, si bien se ocupa en las funciones de mozo, rotulando y colocando legajos; ni más material que 250 pesetas para la Biblioteca, que no en conjunto resultan para su fomento.

   Para la limpieza del local se utilizan los mozos del Ayuntamiento, y debe consignarse que es exquisita.

IV

   En los momentos de inaugurar la Biblioteca Lobo, además del legado del fundador, se habían recibido otros donativos y obsequios de libros, particularmente de S. M. el Rey D. Alfonso XII, del bibliotecario señor Martínez, del Ayuntamiento de San Fernando, y de otras corporaciones, de las cuales se habría solicitado el concurso. La lista de donantes, que figura en uno de los medallones que adornan la Biblioteca, arranca de los mismos días de su constitución, pero llega solamente hasta el 14 de Septiembre de 1882. En ella aparecen unos cuarenta donantes, y aquí solo se citan los que ofrecieron más de 100 volúmenes:

  • D. Miguel Lobo, volúmenes… 3.289
  • El Ayuntamiento de San Fernando, id… 246
  • D. Rafael Martínez Cano, id… 173
  • El Ministerio de Fomento, id… 144
  • Herederos de D. Saturnino Montojo, id… 141
  • Los demás donantes, id… 438

                         Total volúmenes donados… 4.431

   Gracias a los recuentos del actual Bibliotecario y a los datos consignados en su última Memoria, pueden conocerse cifras muy precisas y especificadas. El número total de obras existentes ascendía a fines de 1914 a 4.269, con arreglo a la siguiente distribución:

  • Obras completas… 3.057
  • Duplicadas… 66
  • Incompletas… 193
  • Folletos… 787
  • Entregas y periódicos sueltos… 166

                         Total… 4.269

   Dichas obras están contenidas en 7.326 volúmenes, que si se comparan con las existencias de 1882, o sea 4.431, arrojan un aumentos de 2.895.

   Las encuadernaciones son:

  • En becerrillo, chagrín, tafilete, etc… 24
  • En pergamino… 214
  • En pasta… 1.695
  • En holandesa… 1.629
  • En tela… 930
  • En cartón… 125
  • En rústica… 2.543
  • Obras sueltas… 166

                         Total… 7.326

   El crecido número de obras sin encuadernar reclaman una piadosa mirada del Ayuntamiento de San Fernando.

***

   Los idiomas en que las obras están escritas son:

  • En castellano… 2.834
  • En latín… 42
  • En italiano… 51
  • En francés… 654
  • En inglés… 366
  • En portugués… 51
  • En alemán… 6

                         Total… 4.004

***

   Clasificación por materias:

   A. Ciencias morales y metafísicas (1.140):

  • Obras… 703
  • Duplicados o triplicados… 10
  • Incompletos… 68
  • Folletos… 359

   B. Ciencias matemáticas, físicas y naturales (1.110):

  • Obras… 754
  • Duplicados… 25
  • Incompletos… 43
  • Folletos… 288

   C. Ciencias históricas (1.039):

  • Obras… 841
  • Duplicados… 24
  • Incompletos… 50
  • Folletos… 124

   D. Artes bellas y útiles (83):

  • Obras… 60
  • Duplicados… 3
  • Incompletos… 4
  • Folletos… 16

   E. Bellas letras (646):

  • Obras… 621
  • Duplicados… 4
  • Incompletos… 21

   F. Miscelánea (251):

  • Obras… 78
  • Duplicados… 7
  • Incompletos… 166

                         Total general: Obras… 4.269

   Por falta de consignación para compra de libros se suspendieron algunas suscripciones y quedaron incompletas otras obras.

***

   La Biblioteca no contiene ningún incunable, ni siquiera estampaciones del siglo XVI. El libro más antiguo que en ella existe es el Emporio del orbe, Cádiz ilustrada, que a costa de seis años de estudio y de innumerables desvelos labró, sobre borradores de Suárez de Salazar, el P. Fr. Jerónimo de la Concepción, e imprimió en Amsterdam en 1690.

   Libro curioso, por la cartela impresa que lleva pegada al dorso de la primera guarda, es un ejemplar del Diccionario de la Real Academia Española, edición de 1726. La cartela dice:

   «El presente ejemplar de la primera edición del Diccionario de la Lengua Castellana, compuesto de 6 tomos perteneció al Ilustre D. Guillermo Macé y Auffray, Señor de Gravelais en Francia, naturalizado en España y vecino de Cádiz: y en cuya casa de la Isla de León (conocida hoy por Casa de las Cadenas en la Alameda Moreno de Guerra) se hospedaba el Rey D. Felipe V cuando en 21 de Marzo de 1729 le presentó una Comisión de la Real Academia Española el segundo tomo que se acababa de imprimir. =Todos los bienes del referido D. Guillermo Macé pasaron por sucesión directa a su tercer nieto D. Juan Nepomuceno Moreno de Guerra y Macé, Maestrante de Ronda, y vecino que fue de San Fernando; y sus hijos, por el recuerdo histórico que este libro tiene para la ciudad, se lo ofrecieron a su Excmo. Ayuntamiento, el cual se dignó aceptarlo con gratitud para la Biblioteca Lobo. Año de 1897.»

Primer tomo del Diccionario de la Real Academia

Primer tomo del ‘Diccionario de la Lengua Castellana’ (1729).

   La batalla del Callao dio motivo a varias publicaciones, así en España como en América. El Ateneo de Madrid formó entonces cuatro álbumes de firmas autógrafas, y con sendas dedicatorias envió uno a Méndez Núñez, general de la escuadra española; otro a D. Miguel Lobo, mayor general de la escuadra española; otro a D. Manuel de la Pezuela, comandante de la fragata Berenguela, y otro a D. Juan Bautista Antequera, comandante de la fragata Numancia. El ejemplar con que se obsequió a Lobo figura en la Biblioteca y ofrece páginas orladas y pintadas en las dedicatorias y encuadernación en pergamino, sobre la cual, en letras doradas, se lee: «A don Miguel Lobo y Malagamba. El Ateneo Científico y Literario de Madrid. 1866.»

   En este grupo, aunque entre los libros impresos, hay que colocar otro álbum de versos con el retrato de Méndez Núñez: «A los héroes del Callao, el 2 de Mayo de 1866. ¡Honor y gloria! Dedican este recuerdo varios españoles residentes en la República Argentina —Buenos Aires.» Lobo recibió de aquellos buenos patriotas un ejemplar encuadernado en tela morada, y sobre la cubierta esta dedicatoria en letras de oro: Al Sr. D. Miguel Lobo y Malagamba. La especialidad de estos ejemplares peregrinos, el glorioso hecho que los motivó y la personalidad de Lobo, que tanta intervención tuvo en ello, obliga a tomarlos en cuenta.

   Además de los 40 primitivos donantes que figuran en la lista del medallón de la Biblioteca, fácil es rastrear el nombre de algunas personas que antes poseyeron varios de estos libros, por las notas o dedicatorias que contienen. Por ellas se ve que pertenecieron antes a D. Rafael Martínez la Vida de D. Miguel de Mañara, traducida por D. Pedro Galonie (Sevilla, 1862); el Diccionario marítimo español (Madrid, 1864) y otros muchos. Por ellas se ve que D. Luis Sorela Guajardo-Fajardo, de Infantería de Marina y explorador de África, donó sus obras; otras llevan la siguiente nota manuscrita: «Donante J. Muñoz Caballero», o ésta, estampillada: «Soy de D. Antonio Coro Lazo.»

   Entre los modernos donantes, que han acrecentado los fondos en más de 800 volúmenes, deben mentarse como los más rumbosos D. Enrique Sostoa, con 180 vols.; los herederos de D. Joaquín María Domínguez, con más de 500; y el marino retirado, vecino de San Fernando, D. Emilio Croque. Entre las donaciones de éste figura el legajo de Apuntes y borradores (de Lobo) para escribir una historia de las antiguas colonias hispano-americanas. Otro libro de la misma procedencia lleva esta dedicatoria: «Estado general de la Armada. —Emilio Croque. —Madrid 22 de Febrero de 1905.»

   Más vidrioso resulta explicar la procedencia de algún otro libro que lleva ex-libris de tercera persona, y junto, o al pies de esta indicación, dedicatoria firmada con el nombre del poseedor al Sr. Lobo; todo lo cual no tendría nada de extraño si caligráfica y evidentemente no resultase que la dedicatoria y la firma son… de la misma mano del Sr. Lobo. Y el pesquisidor que cae en tal sorpresa masculla, sin querer, los primeros versos de un famoso soneto con que se delataban las excesivas pasiones bibliográficas de D. Bartolomé J. Gallardo…

   No hay que decir que aumentan los fondos de la Biblioteca alguno que otro escasísimo y raro envío oficial de libros; los que el Ayuntamiento de San Fernando adquiere para sus consultas o se ve obligado a adquirir por buen deseo o recomendación, y en este grupo de corporaciones oficiales hay que colocar los envíos del Director del Instituto y Observatorio de Marina de aquella ciudad, que con afecto de buen vecino remite a la Biblioteca los Anales, los estudios especiales que se publican por aquel centro, los Almanaques marítimos, y la Carta geográfica del Cielo, en 143 hojas, hasta el presente.

   Poco caudal se posee en estampas y dibujos: destacándose la Colección litográfica de cuadros del rey de España, hecha en Madrid en 1826 bajo la dirección de Madrazo, reproduciendo obras del Museo Nacional; y la colección Brognolli que copia los frescos de las Cámaras del Vaticano y los tapices de Rafael de Urbino.

   Pero, volviendo a los libros del fundador, obsérvanse en muchos de ellos notas e ilustraciones del mismo, donde aparece de lleno su espíritu socarroncito y afán de burla; buena muestra de ello (por no citas más) dan las cuatro páginas manuscritas que preceden al texto de una Crónica de España, de Florián de Ocampo y Ambrosio Morales, impresa en Madrid por Sancha, y recuperada por Lobo en la Argentina de manos de un bibliotecario inepto.

   Todas estas circunstancias enlazan el libro con el manuscrito; pero manuscritos, en el sentido propio, los conserva la Biblioteca.

   En primer lugar los de mano de Lobo: ya los apuntes donados por Croque, ya los viajes de sus navegaciones, que se contienen en dos volúmenes, siendo guardiamarina (años 1836 y 1839), uno como teniente de navío, en 1852, y dos como comandante de la escuadra del Pacífico. En junto, cinco volúmenes en 4.º

   Los autógrafos, que ya aparecen citados en el testamento de nuestro contraalmirante, forman una colección de 178 documentos y cartas, al margen o al pie de los cuales puso el Sr. Lobo notas explicativas, críticas o biográficas. Los dos primeros bibliotecarios guardaron estos papeles en sendos sobres de cartas, en los cuales apuntaron el contenido del documento que custodiaban, transcribiendo en más de dos ocasiones las mismas palabras de las acotaciones de Lobo. Después, y con mejor acuerdo, para evitar roturas en los dobleces del papel, pusiéronse extendidos en carpetas de cartón en folio o en 4.º, con el sobre, por separado, que antes los contuvo y llevaba la nota de registro. Dicho queda que el actual bibliotecario Sr. Fernández Terán los ha catalogado con arreglo a instrucción.

   El autógrafo más antiguo de esta colección es una firma de Carlos V, puesta en Bruselas, en 17 de Octubre de 1544, en el expediente de la encomienda de Estremera y Valdaracete. Algunas otras hay del mismo Emperador o de su hijo Felipe II. De otros personajes reales o de estirpe real figuran las firmas de Felpe V, del príncipe D. Manuel Filiberto, de José Napoleón y de D. Pedro II del Brasil.

Expediente de la Encomienda de Estremera y Valdaracete firmado por Carlos V a favor de su Secretario Alonso de Idiáguez. 17 de octubre de 1544.

Expediente de la Encomienda de Estremera y Valdaracete firmado por Carlos V en 1544.

   Son relativamente curiosos los documentos sobre atenciones de mar, premonitorios de la batalla de Lepanto, uno firmado en Génova, en 21 de Noviembre de 1569, por D. Juan de Austria, y ambos dirigidos a Felipe II.

   Regístranse entre los autógrafos la letra de Jorge Juan y la de D. Antonio de Ulloa. Éste, al visitar el puerto de Tolón, escribió una Memoria para demostrar la utilidad que puede sacarse de los servicios allí establecidos. Seguramente a la carta debió acompañar la Memoria de referencia, que hoy no está con aquella.

   Hay también unos Apuntes sobre reconocimientos hechos en las costas Patagónicas e Islas Malvinas, por D. Martín Fernández de Navarrete, fechados en 8 de Noviembre de 1837; y a estos asuntos, casi todos relacionados con la Marina, se añaden otros de menor importancia, tales como unos versos originales del poeta montevideano, F. A. de Figueroa; una carta del guerrillero americano José Artigas, dirigida a Barreiro y fechada en Purificación el 2 de Agosto de 1816; y hasta volantes de personajes contemporáneos que al Sr. Lobo informaban de asuntos puramente privados, y suscribieron D. Nicolás María Rivero, D. Salustiano Olózaga, don Juan Valera, D. Pascual Madoz… y si no el asunto, abona la custodia de tales papeles las firmas de las personas que los autorizan. El tiempo, como el vino que se guarda, cuida de avalorar lo que antes era de poco aprecio.

V

   La figura de más relieve que ofrece la Marina española desde los héroes de Trafalgar, ya casi legendarios, hasta nuestros días, es sin disputa el contraalmirante D. Miguel Lobo y Malagamba, fundador de la Biblioteca que nos ha interesado.

   Peregrino parece que personalidad tan culminante en ese período no figure ni en los tres volúmenes ni en el Apéndice de la Galería biográfica de los Generales de Marina… desde 1700 a 1868, que escribió el vicealmirante D. Francisco de Paula Pavía (Madrid, 1873), ni en el Diccionario hispano-americano; y que en obras de otro género se le consagre escasa mención biográfica, como en la Historia de la Guerra de España en el Pacífico, por D. Pedro de Novo y Colson (Madrid, 1882), y bastante menos aún en la Icono-biografía del generalato español, por D. Adolfo Carrasco y Sayz (Madrid, 1901). Verdad es que el Sr. Pavía subsanó su imperdonable olvido en la Revista de España (tomo LI, pág. 238) publicando una biografía del marino ilustre poco después de su fallecimiento, aprovechando evidentemente la hoja de servicios oficial e ilustrándola un tanto en los hechos más culminantes de su vida. De todos modos ésta es la fuente más completa y puntualizada que tenemos.

   Con alguna asiduidad en la investigación logré reunir y copiar varios artículos insertos en los diarios de Cádiz, de San Fernando y de Cartagena, en vida o en muerte del Sr. Lobo, particularmente en la traslación de sus restos mortales y conducción de los mismos al Panteón de Marinos ilustres; y esperaba mejor coyuntura para completar mi labor cuando la permuta que me permitió restituirme a mis natales me hizo abandonar la ciudad de Cádiz donde, tan considerado, pasé agradables días, y entonces creí de mi deber dejar en Cádiz lo que de Cádiz era, particularmente como reconocimiento al estimadísimo Instituto General y Técnico. Las notas referentes a Lobo quedaron en manos del amigo Sr. Joly, director del Diario de Cádiz y de su Departamento marítimo.

   Hoy, temporalmente en Madrid, con alguna otra afortunada especialidad, he podido aprovechar, previos los permisos consiguientes y las facilidades que me han ofrecido los de la casa, una fuente de autenticidad inapreciable en el expediente perosnal de D. Miguel Lobo y Malagamba que se conserva en el Archivo del Ministerio de Marina. Breve seré en la enumeración de cargos, honores, distinciones obtenidas y puntualización de fechas y destinos; todo esto, año por año, aparece menudamente consignado en la ya citada biografía que publicó su compañero el Sr. Pavía, y lo que aquí se recuerde será solo para encerrar en el correspondiente marco la figura de Lobo.

   Nació en San Fernando el 26 de Noviembre de 1821, de D. Manuel Lobo y Campo, brigadier de la Armada, y de D.ª Juana Malagamba, de ilustre familia andaluza. Sentó plaza de guardiamarina en 1835. Al ser nombrado oficial de órdenes de la división naval del Mediterráneo, mandada por Rubalcaba, había estado dos veces en la costa cantábrica, presa de guerra civil; dos veces en el apostadero de la Habana, navegando en sus buques; en operaciones sobre Galicia y Portugal, hasta la pacificación del reino lusitano; en el apostadero de Filipinas, y mandando el vapor Magallanes estuvo en la acción de Belanquinque, mostrando inteligencia y bravura.

   En los informes reservados que daban sus jefes hacen constar con frecuencia las condiciones de su carácter irascible, que cohonestaban con la indicación de sus padecimientos crónicos; alguno de los informadores, después de consignada la misma nota, añade: «procura dominarse; pero con trabajo», con todo lo cual se adivina la impetuosidad del marino y la buena conceptuación de inteligencia y celo, que suele aparecer sin tacha. En la Marina, y entre sus compañeros, corrieron muy válidas algunas anecdotillas de juicios sumarísimos, con formas y procedimientos (o falta de formas y procedimientos) medievales con que Lobo despachó algunas veces sus fallos; pero como las circunstancias los impusieron o justificaron y triunfó en ellos la equidad y la justicia, diéronse por benos sin ulterior apelación.

   No fueron solo las ocupaciones de la navegación las que llenaron su actividad e inteligencia. En 1857 fue a Francia a fin de adquirir importante material para la Carraca; y dos años después a Inglaterra para adquirir buques de vapor. Mientras tanto tenías escritas, y se circulaban en la Armada, las señales especiales para buques de vapor y regulares, por lo que S. M. le significaba su agrado; y terminada la campaña de África, a que concurrió, escribe por orden del Gobierno el plan de señales para los buques de la Armada, que terminó en 1862, y fue luego adoptado.

   Desempeña nuevas comisiones en la Corte y en el extranjero, y ya capitán de navío va de Mayor general de la escuadra del Pacífico. Con esa escuadra bloqueó las costas de Chile y del Perú, bombardeó Valparaíso, y la fortaleza del Callao, de Lima, en 2 de Mayo de 1866. Herido en breve Méndez Núñez en esta acción, continuó el combate a las órdenes de Lobo. Después la escuadra se seccionó en dos divisiones, una de las cuales fue por Filipinas, y la otra, en que iba Lobo, por el cabo de Hornos; y al llegar a Montevideo se encontró con las recompensas que le habían acordado, entre ellas la de benemérito de la patria, declarada por las Cortes.

   Su viaje a las Malvinas, para reparar las averías de la fragata Resolución, se citó entre los del oficio como un prodigio realizado; y ya en el mando de la escuadra del Pacífico, que tomó en Noviembre de 1868, no defraudó las esperanzas que en él se habían puesto. Unos meses después de haber regresado a España, en Diciembre de 1871, es nombrado Comandante general del Ferrol, donde evitó por de pronto y retuvo durante su mando, el alzamiento republicano; pero relevado once meses después, estalló con mayor fuerza el reprimido movimiento, con daños para el país.

   El año siguiente (1873), en los baños de Chiclana, sorpendióle el alzamiento cantonal. Aunque estaba sin mando no tuvo paciencia, y se ofreció al Gobierno en un oficio nervioso, incoherente a veces, pero muy claro y explícito, que obra en su expediente, y desde Chiclana fue a Algeciras, y de allí vuelve a la boca del Guadalquivir para sofocar la rebelión en Sevilla y Cádiz. Hízose cargo de las fuerzas navales del Mediterráneo; en Alicante embarcó en el vapor Cádiz, y con otros pequeños buques fue a bloquear Cartagena; pero rechazado por las baterías de la plaza, supo que los insurrectos estaban armando los buques blindados, y por orden del Gobierno fue a Gibraltar, donde se le unieron los buques apresados por los ingleses y alemanes a los cantonales, y las fragatas Navas de Tolosa y Carmen, armadas con apremios y esfuerzos indecibles en la Carraca y el Ferrol.

   La febril actividad, la energía imponderable de Lobo (y todo se necesitaba en aquellos trances) habilitó y pertrechó la escuadra, disciplinó las tripulaciones y las adiestró en recios y ordenados ejercicios, tan pronto como bien.

   En 1.º de Octubre salió de Gibraltar mandando la Victoria, y a sus órdenes las fragatas de hélice Carmen, Almansa, y Navas de Tolosa, vapores Cádiz y Colón y goletas Diana y Prosperidad. Al llegar frente a Cartagena salió la escuadra enemiga compuesta de las fragatas blindadas Numancia, Tetuán y Méndez Núñez y vapor Fernando el Católico, muy superior en fuerza real a la de Lobo. Éste procuró enmararlos y comenzó el combate fuera del alcance de la artillería de la plaza. El resultado fue poner en fuga a los buques enemigos y perseguirlos a cañonazos hasta dentro de Cartagena.

   Y si Lobo se mostró valeroso en este combate, más táctico se mostró algunos días después, en que la escuadra enemiga volvió a evolucionar, sin que abandonase las cercanías del puerto. La superioridad de las fuerzas enemigas, apoyadas por una plaza fuerte, con arsenal provisto y con la táctica que mostraban decidió a Lobo a abandonar el bloqueo, sin temor a la responsabilidad que contraía, y fue a Gibraltar y participó su decisión al Gobierno. A los aplausos y alabanzas anteriores sucedió general rechifla. Ni el Gobierno ni la Prensa aceptaron lo ejecutado, y Lobo fue depuesto del mando, corrió a Madrid y dio al Gobierno tales explicaciones y aclaraciones, y fueron ellas tan explícitas y convincentes, que hubo de recibir los plácemes, públicamente maifestados, del Presidente del Poder Ejecutivo, entonces Sr. Castelar.

   Cartagena capituló después del golpe de Estado de 3 de Enero de 1874, y el día 15 del mismo mes fue nombrado Lobo capitán general del Departamento de Cartagena. Esto solo le faltaba para coronar una vida tan llena de vigor y orden. La pintura que del arsenal se ha hecho después del paso de los cantonales no es para repetida. Todo lo que no se había saqueado estaba incendiado o demolido; hecho ceniza o polvo, y ni el nuevo Gobierno ni los recursos de que podían disponerse abonaban una rehabilitación pronta, absoluta y completa. Triunfó, triunfó Lobo imponiéndose a todo y amenazado a veces con todo, y la última obra del vicealmirante isleño fue quizás la más admirable y provechosa, por ser de reconstitución beneficiosa, y llevada a cabo en menos de dos años. En esa labor y preocupación constante excérbose la afección herpética, que tomó al fin carácter canceroso, y después de cruenta operación, que sufrió en París, falleció en dicha ciudad el 6 de Abril de 1876.

'Defensa de La Carraca contra los cantonales insurrectos', copia del original de R. Monleón.

‘Defensa de La Carraca contra los cantonales insurrectos’, copia del original de R. Monleón.

   No dejó la patria abandonados en el extranjero los restos de quien tanto y tan bien la había servido; y antes de París a Cartagena y después de Cartagena a San Fernando, solar de su nacimiento, fueron trasladados y luego depositados en una fosa del Panteón de marinos ilustres, que tan ganadas se tenía el valeroso marino, el militar bizarro, el estratega prudente y el jefe reorganizador y arrojado.

   El notario de San Fernando D. José Damián Terrones levantó acta del sepelio.

   No podía cerrarse el recuerdo que aquí se ha consagrado a la Biblioteca municipal Lobo sin emparejarlo con éste, harto apresurado y menos explícito de lo que debiera, que se dedica al fundador.

   Fue este marino ilustre colaborador asiduo de revistas y periódicos, principalmente de Asamblea del Ejército y Armada, Crónica naval, La marina, y otros. Sus obras publicadas se aceran a veinte, todas las cuales se conservan en el Ministerio de Marina, y alguna en borrador ha quedado en la Biblioteca de su fundación, como ya se ha dicho. Tuvo fama de bibliófilo al uso de su tiempo, y lo que logró reunir en sus cariñosos afanes constituirá el recuerdo más imperecedero y provechoso a sus paisanos y a la cultura nacional.

Mausoleo de D. Miguel Lobo y Malagamba en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando.

Mausoleo de D. Miguel Lobo en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando.

J. L. ESTELRICH.

Notas.

(1) Confr.: Apuntes históricos descriptivos de la creación de la Casa Consistorial de la ciudad de San Fernando… por Ramón Monfort y Corrales, 1895. San Fernando, imp. de González Valdés, pág. 37.

(2) El capitán de navío D. F. Javier de Salas, en su Historia de la Matrícula de Mar, copia de la Real orden de 19 de Abril de 1816, en la que se transcribe la comunicación del Capitán general del Departamento de Ferrol, que dice: «En la mañana del 7 falleció el teniente de navío D. José Lavadores, de extenuación, en virtud de continuada escasez y hambre… Al mismo origen se debió la muerte del capitán de fragata D. Pedro Quevedo, de que días pasados di parte a V. E.; antes de ayer murió desnudo y hambriento un oficial del Ministerio, y se hallan próximos a lo mismo, postrados en paja, un capitán de navío, dos de fragata, un comisario, y otros muchos de las demás clases, que me es doloroso recordar por no afligir demasiado el ánimo de S. M.» —El parte del Mayor General dice: que al llegar a la casa de D. José Lavadores le dijeron que éste «no se había quejado de indisposición alguna; que se le notaba gran debilidad de resultas de la miseria en que vivía, y últimamente, que su fallecimiento lo atribuían al hambre». Su cadáver no tenía camisa, ninguna prenda de uniforme y se hallaba envuelto en una manta vieja… Aunque lo expuesto se refiere solamente al Ferrol, no es de suponer mejor fortuna para San Fernando, porque la obra citada consigna que los cortes de cuentas de haberes de los jefes y oficiales de la Armada en este Departamento ascendían nada menos que a 122.400.000 reales, desde Diciembre de 1814 a mayo de 1828; y desde este año al de 1834, la deuda por pagos personales era en este Departamento de 7.575.951 reales. En el año siguiente, o sea en 1835, después de los cortes de cuentas citados, y cuando el personal de la Marina estaba con dieciséis meses de atrasos en sus haberes, se le invitó por el Gobierno —¡sangrienta ironía parece!— a manifestar las cantidades con que cada uno quería contribuir para los gastos de la guerra contra el Pretendiente…

(3) El portal, hoy tapiado, que, desde el vestíbulo comunicaba con la Biblioteca, ostenta ahora una gran lápida de mármol blanco, con adornos y letras doradas, que dicen: «24 SEPTIEMBRE DE 1810. A LAS CORTES GENERALES EXTRAORDINARIAS QUE, REUNIDAS POR PRIMERA VEZ EN ESTAS CASAS CONSISTORIALES, APROBARON LA FÓRMULA DEL JURAMENTO, PRESTADO EL MISMO DÍA EN LA IGLESIA PARROQUIAL. EL AYUNTAMIENTO DE 1892.»

(4) Los entrecomados proceden textualmente de las actas capitulares. —El Sr. Díaz Munío fue un delineante del Arsenal, habilidosísimo calígrafo, notable en el dibujo de adorno y de muy vario y rico gusto.

(5) Periódico científico-literario de noticias y anuncios, correspondiente al 22 de Septiembre de 1896. Año I, núm. 27.

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