Pasión por los roscos de La Victoria

12 abril, 2017

por Alejandro Díaz Pinto

¿Quién no ha degustado caracoles rellenos en algún banco de la Alameda? ¿y ‘chuletas’ laminada de hojaldre? Son algunos de los pasteles que día tras día, semana tras semana y año tras año, continua elaborando el negocio centenario de los ‘de Águila’, más popularmente conocido como ‘La Victoria’.

Un establecimiento de los que apenas quedan. Con solera, con raigambre, que hace poco celebró su centenario por todo lo grande. Porque así es; llevan más de un centenar de cuaresmas repartiendo entre isleños y foráneos los que a juicio de muchos son mejores roscos de toda la región. Ni canela, ni aceite, ni miel; como el actual propietario indica, «su secreto es el clavo». Una especia vital que se mezcla con los ingredientes básicos -leche, azúcar, huevos y harina- para dar como resultado esos característicos aros trenzados que durante la semana de pasión se venden a 300 kilos por día. Esto supone el colofón a los 20 diarios que, literalmente, ‘vuelan’ del establecimiento desde el período de Cuaresma hasta el domingo del Corpus.

Aquí la ‘Tradición’ se escribe con mayúscula tras tres generaciones haciéndose cargo de un oficio que continúa tan vivo como cuando los hermanos Rafael y Cristóbal del Águila lo inauguraron. Corría el año 1914. A ellos se sumaría más tarde Francisco del Águila para completar una primera generación que fue relevada por Cristóbal del Águila Gil: padre de los actuales propietarios, los hermanos Diego y Francisco del Águila Pulido. Allí siguen, al pie del cañón, cumpliendo con su contribución al patrimonio gastronómico isleño.

Junto a ellos, sus ayudantes: Manolo, Eugenio y José Antonio. Todos ellos entre cuatro y dos décadas atendiendo a la fiel clientela en La Victoria y la Nueva Campana, en la calle Rosario.

Recuerda Francisco que durante la visita de la familia al programa Mira la Vida, el famoso periodista Rafael Cremades mojó un rosco en la sopa de fideos con caballa. «Lo tomó por un mendrugo de pan», confiesa entre carcajadas.

Los responsables presumen, claro está, de la entrega con la que cada día, las 7:00 de la mañana, comienzan a obrar a objeto de abastecer ambas pastelerías con dulces recién hechos para todo el día. Los roscos, como siempre, no paran de venderse y van por cuarto o por medio quilo, «para que la gente llegue y pegue» entre las 10:30 y las 22:30 de la noche. Los isleños van a tiro hecho por los pasteles tradicionales, las famosas tartas de encargo y, como no, los característicos penitentes de caramelo. Eso sin dejar a un lado los bollos de leche que desde tiempo inmemorial hacen más sabroso el embutido, o los rellenos de crema, cubiertos de chocolate y azúcar glas. Todo un orgullo para sus artífices que respecto a la bandera de esta época, los ‘roscos’ recuerdan: «¡deben estar duros!».

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