Las pinturas decorativas de Lazaga y su estado de conservación

22 abril, 2017

Alejandro Díaz Pinto

Dr. en Humanidades y Comunicación

Pese a la inaccesibilidad de los tesoros interiores del palacio, restauradores e historiadores del arte comparten su opinión a partir de fotografías. El programa de las estaciones de uno de los espacios podría estar relacionado con la producción de Juan Rosado y Juan Bautista Vivaldi, artistas que en el siglo XIX trabajaron en el Palacio de la Diputación.

Nadie puede entrar en Lazaga. Su estado de ruina lo impide. De ahí que Patrimonio La Isla haya recurrido directamente a varios especialistas en Bellas Artes e Historia del Arte que, con las limitaciones de los documentos gráficos que ponemos a su alcance, datados en 2008, ofrecen pinceladas sobre las características de estas pinturas desde un punto de vista formal y temático.

Es importante recalcar, de entrada, que pocos son los ejemplos de arquitectura doméstica que cuentan con este tipo de decoración en San Fernando. La monumentalidad de las casas se reduce en la mayoría de los casos a sus fachadas, particularmente a sus portadas y cierros al constituir estos elementos las antiguas tarjetas de presentación de las familias. Solo la alta burguesía en sus viviendas céntricas y de más de una planta solían disfrutar de estas muestras artísticas que, por cierto, «no son frescos», advierte Yolanda Muñoz Rey, Dra. en Arte y Humanidades, conscientes de que «tendemos a referirnos así a cualquier pintura decorativa sobre la pared». La pintura al fresco es una técnica tan antigua como compleja que se realiza con pigmentos disueltos en agua sobre una capa de argamasa fresca. Su clave se encuentra en la preparación del soporte, con el que prácticamente acaba fundiéndose y de ahí su resistencia. Fue muy usada, ante todo, en palacios e iglesias renacentistas y barrocos.

Las pinturas que pueden contemplarse en las imágenes adjuntas son tardías, posiblemente de la reforma llevada a cabo por José María Lazaga y Garay tras adquirir la casa a los marqueses de Carballo en la segunda mitad del siglo XIX, es decir, plena época isabelina. El poder adquisitivo de las familias importantes que por entonces residían en La Isla y Cádiz les permitía este tipo de encargos pero «se trata, con casi toda seguridad, de pigmentos aplicados directamente sobre la última capa, mucho más expuestos por tanto a la acción de la humedad», indica Muñoz Rey.

Pilar Morillo, Lda. en Bellas Artes por la especialidad de Restauración también ha compartido su opinión con Patrimonio La Isla. Describe las pinturas como «un encargo del dueño a un artista con buena mano, especialmente en las imitaciones arquitectónicas», asimismo las enmarca en el siglo XIX por lo que coincidirían cronológicamente con la adquisición de la finca por parte de la familia Lazaga. Advierte, además, que las estaciones parecen estar en buen estado de conservación mientras los querubines ya se encontraban gravemente dañados por la humedad en el momento de la foto.

La también restauradora y Máster en Patrimonio Histórico Carmen Arias las describe de esta manera:

Se observan cuatro ángeles alegóricos de las estaciones del año. Estas figuras están circunscritas en medallones pintados que simulan ser molduras decorativas arquitectónicas. Entre los medallones aparecen unos delicados motivos estilizados vegetales y florales. Remata el conjunto una moldura pintada mixtilínea y a continuación unas molduras de yeso o escayola, esta vez reales, con motivos vegetales estilizados. Entre el techo y las paredes verticales se observan unos frisos con motivos geométricos variados -hojas de agua, palmas, liras, ovas, y greca tipo griego-. Predominan los tonos pálidos -rosa y verde- y las machas, marrones, son probablemente provocadas por hongos, consecuencia de la humedad condensada.

La segunda sala, correspondiente a un ‘dormitorio’ según Eduardo Mera -historiador que en su día realizó las fotos para un trabajo universitario-, cuenta con decoraciones donde destacan las tonalidades verdes y ocres/doradas. Aparecen querubines, posiblemente alegoría de los sacramentos o motivos eucarísticos. Es una composición rectangular en la que han dividido el espacio por sus diagonales dando dinamismo a la escena. Estas diagonales están doblemente enmarcadas por molduras mixtilíneas fingidas. En el centro un florón dorado se rodea de un cuadrado lleno de cenefas vegetales estilizadas en ocre oscuro. Se aprecian más manchas oscuras de humedad por infiltración superior que siguen una disposición longitudinal, así como fragmentos desprendidos de revoco.

El Dr. Lorenzo Alonso de la Sierra se centra particularmente en la obra de las estaciones, a la que considera muy localizable en el ámbito del Cádiz decimonónico. «De un primer vistazo recuerdan a los programas decorativos que realizaba en estos momentos Juan Rosado para el salón regio de Diputación, así como a las pinturas de Juan Bautista Vivaldi». Añade que «obras de estas características son muy comunes en el Cádiz de la época, ejemplo de ello son el salón de plenos del Ayuntamiento, la capilla sacramental de la Santa Cueva o algunas estancias del Palacio de los Mora».

Es probable que ninguna de estas salas sea el oratorio. Y que no solo estas tres alberguen obras de arte en proceso de deterioro. No solo pictóricas, también de carpintería a tenor de los datos sobre puertas y ventanas interiores que aporta Muñoz Rey, «carne de anticuario que, esperemos, no haya desaparecido».

«Se trata de un edificio con mucho porte y no solo para San Fernando, sino para toda la Bahía, ejemplo de una época de declive que aún no afectaba a la calidad del arte», concluye por su parte Alonso de la Sierra.

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