El ‘Ídolo de Cádiz’. Una referencia hemerográfica del siglo XIX

20 abril, 2017

por Francisco Fernández González en Revista de España nº 23 [xx/11/1871]

localizado y transcrito por Alejandro Díaz Pinto [20/04/2017]

DE LA ESCULTURA Y PINTURA EN LOS PUEBLOS DE RAZA SEMÍTICA Y SEÑALADAMENTE ENTRE JUDÍOS Y ÁRABES

   […] Extremóse el amor á los monumentos antiguos entre los árabes españoles, cuyas aficiones á este linaje de memorias pusieron incentivo en el ánimo del historiador Aben-Galib, para que escribiese una manera de tratado de arqueología de la Península Ibérica, bajo el título de «Recreo del ánimo por la contemplación de los monumentos hallados en España». Prefería este curioso escritor á todas las antigüedades españolas las celebradas columnas de Hércules, creídas de ordinario invención legendaria ó mitológica recibida en las armas y en el blasón de la nación española, aunque subsistieron en realidad cerca de Cádiz hasta mediado el siglo XII.

   Tenía parecido tan importante monumento con otros siete semejantes erigidos en las islas Canarias, que llamaron Jalidas, esto es, eternas ó bienaventuradas, los geógrafos árabes, y en particular, con un octavo erigido en la Coruña ó Puerto-Magno del golfo brigantino, pudiéndose colegir por la situación de todos ellos, que representaban á los navegantes los términos del mar reconocido y explorado ordinariamente por navegantes y pilotos. No convienen las descripciones en la forma y usos de los monumentos mencionados, pues con dejar entender algunas que eran torres para la colocación de faros, el nombre llegado hasta nosotros y las relaciones más verídicas los representan como columnas provistas de pedestales donde se veían, á guisa de atalayas semafóricas, estatuas colosales de bronce. Por lo que toca al que existía en Cádiz era, al decir de escritores respetables (1), un conjunto de pilares gigantescos de forma redonda, labrados de piedra muy dura, los cuales estaban colocados en el mar uno sobra otro. Medía cada cual quince piés de circunferencia por diez de alto, y estaban unidos entre sí con hierro y plomo, para formar una fábrica ó construcción de sesenta á cien pies de altura, coronando toda la obra un hermoso pedestal de mármol blanco, sobre el cual se elevaba una estátua de bronce, como de seis codos, cubierta en toda su extensión de láminas de oro. Representaba ésta un personaje de barba blanca, cubierto de resplandeciente y largo manto, el cual señalaba con la mano izquierda, extendido el índice en la dirección del horizonte, la entrada del Estrecho, mientras con la derecha que acercaba al pecho, sostenía en dirección vertical un objeto designado por algunos historiadores como una llave, puesto que Aben-Galib entiende que era un bastón ó cetro. En cuanto á la época y autor del monumento, menciona el escritor citado la opinión de Masudi, quien atribuye esta construcción en sus Praderas de Oro á Hércules ó Al-Jabbar, aunque recibe como más probable que hubiese sido edificado por alguno de los antiguos reyes de España, para servir de guía á los navegantes. Por lo que toca á la manera de su destrucción, la describe en los siguientes términos: «En el año 540 de la Egira (1145 á 1146), hallándose en sus principios la segunda guerra civil que ocurrió en la época de los Almohades, se reveló en Cádiz Ali Aben-Muza Aben-Meimon, sobrino del alcaide Abo-Abdillah y almirante de la flota, el cual habiendo oído decir que el ídolo de las columnas era de oro macizo, mandó derribarlo, lo cual conseguido no sin grande esfuerzo se demostró que era de bronce, cubierto de una laminilla de oro, la cual separada, produjo unos doce mil dinares».

   Era fama entre los muslimes españoles y los de la costa de África, que el ídolo ejercía un encanto sobre aquellos mares, cuya influencia cesó desde que fué destruido, refiriéndose á este propósito la siguiente conseja: Tiempo había que corrían el Océano en ciertos bajeles anchos que los andaluces llagan carracas, la nación de Almago (los Normandos), gente valerosa, resuelta y práctica en las cosas marítimas, la cual, acercándose á las costas cometía todo linaje de robos y crueldades, poniendo turbación con su vista en las poblaciones ribereñas, cuyos moradores emigraban á las montañas. Eran periódicas las invasiones de aquellos bárbaros, las cuales se repetían al cabo de seis ó siete años; sus bajeles jamás bajaban de cuarenta y llegaban de ordinario á ciento, y extragaban y destruían cuanto hallaban al paso. No sólo les eran conocidas las columnas, sino que siguiendo la dirección apuntada por el ídolo, entraban cuando les placía por el Estrecho, penetrando en el Mediterráneo, con lo cual talaban las costas orientales de España y las islas y penínsulas cercanas, aunque algunas veces llegaron hasta Siria. Pues se observó que, desde la destrucción del ídolo por mandato de Ali-Meimon, no se volvió á oír hablar de esta gente, salvo haberse visto encallados dos buques como los suyos, uno en la costa que recibió de esta circunstancia el nombre de Mazar-al-Magos, y otro en el promontorio de Al-Aghar (2).

Notas

(1) Dozy-Recherches, segunda edición, t. II, p. 328, Cazwini. T. II, p. 270, edición de Vustemfeld, Dimichki, p. 461, Ibn Jyas, p. 301.

(2) Gayangos History of Mahome dans Dynasties, t. I. De advertir es que los normandos llamaron al puerto de Cádiz Carlsar ó las aguas del hombre. Refiérese en la saga de Olao, que al llegar este allí, se le apareció en sueño un varón de aspecto majestuoso y terrible, el cual le ordenó seguir el viaje, especie de recuerdo poético confuso ídolo ó estátua de Cádiz, al cual alude también el obispo Turpin en su Historia Caroli Magni.

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Revista de España [Fuente: Biblioteca Nacional de España]

Una de las revistas doctrinales, científicas y literarias de más alta calidad intelectual y espíritu liberal-conservador de la segunda mitad del siglo XIX (1868-1894). Destaca por su longevidad e independencia política. Fundada pocos meses antes de la revolución septembrina por José Luis Albareda y Sedze (1828-1897), compartiendo más tarde propiedad con Fernando León y Castillo (1842-1919).

Albareda, que había dirigido El Contemporáneo (1860-1864), fue un moderado unionista que finalmente será fusionista del partido de Sagasta. Amigo del general Juan Prim (1814-1870), es patrocinador de la monarquía amadeísta, fundará El debate en 1871 y durante la Restauración llegará a ostentar varias carteras ministeriales.

De periodicidad quincenal y amplia paginación -entre 100 y 170 por número, aproximadamente-, la revista publicará extensos artículos de ciencia, historia, derecho y literatura, así como revistas de política interior y exterior, teatro, economía, un boletín bibliográfico español y extranjero y anuncios comerciales, especialmente de bibliografía. Incluirá también composiciones en verso. En ella algunos escritores publicaron las primeras entregas de sus novelas.

Este es el caso Benito Pérez Galdós (1843-1920), entonces un joven periodista político que Albareda incorpora como director de la revista desde febrero de 1872 a noviembre de 1873, y en la que publicará las primicias de sus novelas La sombra y Audaz. Lo mismo ocurrirá con Juan Valera (1824-1905), que publicará en la revista las primeras entregas de Pepita Jiménez (1874).

En sus páginas se darán cita una larga nómina de intelectuales de primer orden como escritores, catedráticos, jurisconsultos, economistas, historiadores, médicos, sociólogos, arquitectos, ingenieros o periodistas. La mayor parte de ellos llevará a cabo importantes carreras políticas como parlamentarios, ministros, diplomáticos y como dirigentes de las principales instituciones académicas del país, especialmente durante el Sexenio Democrático y la Restauración.

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