La ubicación del Templo de Melkart-Hércules: un debate de siglos

6 abril, 2021

M.ª Elena Martínez Rodríguez de Lema

Dra. en Filología Clásica

El templo de Melkart-Hercules era, más que un templo, todo un fanum, es decir un emporio con toda clase de dependencias. Gozó de gran influencia, fama y riqueza. Estuvo en pie durante todo el primer milenio a. C. y hasta mediados del siglo XII de nuestra era. Pero con el paso del tiempo sufrió el desgaste propio de las inclemencias naturales y la proximidad del mar, impactos bélicos, saqueos, expolios, etc., hasta que definitivamente fue destruido por Bell-Maimum, según una famosa descripción anónima de al-Ándalus, titulada Dikr bilad al-Andalus (Mención del país de al-Ándalus).

A la vez que su rastro se iba perdiendo, su ubicación concreta y precisa se desdibujó y se convirtió en un misterio, pero su fama crecía recordando sus tesoros, y el esplendor del culto al Melkart fenicio que acabó convertido en Hércules Gaditano.

No tiene este artículo vocación de exhaustivo, pero un resumido repaso de la bibliografía nos puede dar una idea del enorme interés que su localización ha despertado a través del tiempo.

Juan Bautista Suarez de Salazar en su obra Grandezas y antigüedades de la Isla y la ciudad de Cádiz, publicada en 1610, comentaba la famosa frase de Estrabón los tirios colocaron el templo en la parte oriental de Cotinousa, explicando que el Este, por donde sale el sol, era un lugar sagrado para los fenicios y hacia él tenían que volver sus ojos en los actos de culto, teoría que casi tres siglos más tarde, al principio de la pasada centuria, coincidía con Pelayo Quintero Atauri, quien siguiendo a Filostrato, describía el templo con su puerta mirando a Oriente. Ambrosio de Morales y el mismo Suárez de Salazar lo ubicaban en el entorno del Islote o en el Islote mismo, igualmente que Agustín Orozco y Antonio Ponz.

Ya en el siglo XVIII, por una carta del erudito cordobés Lope Francisco Gutiérrez de los Ríos a su amigo Pedro Leonardo de Villacevallos, hemos podido conocer que hubo una oportunidad de encontrar los vestigios de este fabuloso emporio, cuando a causa del terremoto de Marruecos se produjo en 1731 una gran resaca que dejó el fondo marino al descubierto en las inmediaciones de la isla de Sancti Petri y la Punta de Boquerón. Otros creen que sucedió en 1755 con el terremoto de Lisboa.  El caso fue que sin necesidad de intervención arqueológica alguna, apareció una estatua colosal de bronce herculina que los soldados destacados en el castillo fragmentaron en trozos para su venta al peso. Quedaron al descubierto también paredones y fragmentos de estatuas, etc. Como la fuerza del agua al retirarse se llevó buena parte de la arena del fondo marino, también se pudieron ver muros, pavimentos de mármol, patios etc. De aquella colosal estatua de bronce, Juan Tyrri, marqués de la Cañada, pudo llegar a tiempo de salvar uno de los pies y añadirlo a su colección de objetos de arte y piezas arqueológicas que tenía en su casa del Puerto de Santa María, colección que heredó y mantuvo su hijo Guillermo Tyrri. Más tarde pasó a Manos de Sebastián Martínez en Cádiz, cuyos herederos acabaron vendiéndola en el extranjero, y finalmente desapareció. A colación de la noticia de hemeroteca histórica recogida en Patrimonio La Isla por Alejandro Díaz Pinto, de todo ello dio cuenta en este mismo medio el historiador Enrique Pérez Fernández, en dos artículos publicados en 2017 a los que nos remitimos.

Estudiosos alemanes como Müllenhoff a finales del XIX, o Schulten, el buscador de Tartessos, eran partidarios de las costas más próximas a los arrecifes del islote para la ubicación del santuario. También una corriente alemana de principio del siglo XX situaba el Heracleion en tierra firme, en Chiclana de la Frontera cerca de Fuenteamarga o en el sudeste de la Isla de León. En 1906 Pelayo Quintero Atauri, pionero de la arqueología gaditana, ofrecía tres posibilidades: Sancti Petri, el Cerro de los Mártires o unas salinas próximas al caño de San Pedro.

Pero conforme avanzaba el pasado siglo las fuentes clásicas se hacían más patente para la ubicación del templo. Así Antonio García y Bellido (1963), siguiendo a Estrabón (III. 5, 5) –el geógrafo griego que vivió en el cambio de la era–, se muestra partidario de la zona suroriental de Cotinousa, la isla mayor del archipiélago de las Gadeiras, y también Ramón Corzo, que excavó en 1985 en la zona entre la Punta del Boquerón y el castillo de Sancti Petri consiguiendo descartar definitivamente el propio islote, ya que es un arrecife rocoso de capas erosionadas de arenisca, concluyendo que los vestigios que quedan en Camposoto se dirigen hacia la Punta del Boquerón donde puede que se conserven restos bajo las dunas, zona que estaría incluida en la punta sudoriental de Cotinousa.

A pesar de ello en la actualidad continua popularmente aceptada la ubicación del santuario herculino en el islote de Sancti Petri, que además ha servido de marketing para promocionar turísticamente la zona, hasta el punto de que el conocido programa de televisión «Cuarto Milenio» grabó un documental en octubre de 2019 defendiéndola abiertamente sin pudor alguno. Su emisión obtuvo una gran audiencia y contribuyó a la confusión popular profana, todo ello a pesar de que esta posición científicamente es del todo inaceptable, especialmente desde la intervención realizada por Corzo.

Hoy día la mayoría de los arqueólogos, entre ellos los especialistas en el tema de la UCA, dirigen la ubicación del Heracleion hacia las inmediaciones de la Punta del Boquerón, pues en sus proximidades se han encontrado hallazgos arqueológicos como la estatua de mármol del emperador divinizado (1905), la estatua de bronce del emperador con atuendo militar o thoracato (1926), varias estatuillas de bronce del dios Melkart y la estatua de bronce de Hércules Gaditano (1984), y además dos figuras de mármol que representan un conejo y una estatuilla de Júpiter, entre otras piezas conservadas en el Museo Provincial de Cádiz, siendo todos ellos hallazgos casuales del siglo XX.

Los filólogos clásicos defendemos las fuentes literarias clásicas con todas las reservas que implica la crítica textual. Entre ellas y en cuanto a la situación del «fanum Herculis», la más completa es la Geografía de Estrabón que recoge fuentes anteriores como la de Posidonio y que en su tercer libro dedica el capítulo cinco a la descripción del archipiélago de las Gadeiras, afirmando textualmente que los tirios levantaron su santuario sobre la parte oriental de la isla y la ciudad sobre la occidental (III, 5, 5), como hemos citado –hay que entender sudoriental y noroccidental respectivamente–. Esa isla era Cotinoussa, que ya en época del geógrafo se encontraba unida por un pequeño y estrecho istmo a Erythia, la pequeña isla más al Norte donde tuvo lugar la primigenia fundación de Gadir, que anteriormente había estado completamente separada por el canal Bahía-Caleta. Sin embargo, Cotinoussa por el sureste nunca estuvo unida al islote de Sancti Petri, ya que este conservó siempre su insularidad. También cuenta Estrabón (III, 5, 3) que tenía cien estadios de longitud, es decir, 18 Km, y un estadio de ancho en algunos puntos, o sea 177,6 m, como se puede observar gráficamente en el yacimiento arqueológico de Gadir del Teatro Cómico de Cádiz en la calle San Miguel.

Por tanto hoy por hoy la descripción de las fuentes filológicas y los hallazgos arqueológicos están de acuerdo y hasta que no se demuestre lo contrario nos tenemos que remitir a ellos.

Por su parte el Cerro de los Mártires, señalado en la Carta Arqueológica Municipal de San Fernando como una zona caliente con fuerte presencia de alfares y restos cerámicos púnicos y tardorromanos, fue puesto en relevancia especialmente a partir de 1977 por M. Beltrán y más tarde por los estudios de L. Lagóstena de 1996. Desde entonces y hasta hoy se han realizado varias intervenciones por diferentes especialistas, y en la actualidad llevadas a cabo por la nueva generación de arqueólogos e historiadores de la UCA, que han profundizado en el estudio de la existencia de una gran villa romana rústica, la cual se extiende por toda la ladera que mira hacia el caño de Sancti Petri, pasa por debajo de la carretera y avanza hacia Gallineras, zona donde se ha confirmado la presencia de la zona productiva de esta villa dedicada a la acuicultura. Hasta ella llegaba un nervio del acueducto de Gades que le suministraba agua potable. Además en su recinto han aparecido algunos enterramientos, una vivienda con cuatro habitaciones con pavimento de mosaicos, etc., y el famoso cipo de mármol con la inscripción ΙΟϒΛΙΟϒ (de Julio) en griego, conservado en el Museo Municipal de San Fernando, en referencia a la familia propietaria de la misma. Desgraciadamente los medios económicos de que se han dispuesto no han permitido poner esta gran villa en valor. De todas formas actualmente está claro que la actividad predominante en el Cerro era la alfarera, especialmente con los resultados de los últimos trabajos realizados en la zona más alta dentro del recinto militar, recientemente publicados en el último número de la Revista Atlántica de Historia y Arqueología de la UCA, y que arrojan a la luz otro centro de producción alfarera, situándolo en la órbita industrial que dio servicio al Gadir fenicio y al Gades romano y muy probablemente al propio Heracleion en sí, pues los emplazamientos del entorno, como el hallado en el Cerro del Castillo en Chiclana de la Frontera, basaban su economía en el servicio al templo. Hay que pensar que ambos cerros eran establecimientos satélites del Heracleion. Por ahora, y a pesar de que queda mucho por hacer, nada indica la presencia en el Cerro de los Mártires del gran emporio del fanum Herculis. Pero además hay que insistir en que, si fue una zona industrial, no parece lógico que el complejo religioso más importante de la antigüedad en Occidente se encontrara situado en ella misma. Es como si la basílica de San Pedro del Vaticano, sus museos, archivos y dependencias, y la plaza de la columnata Bernini, se encontrara situada en el interior de un polígono industrial.

Sin embargo, una nueva postura, –más que nueva en su postulado, es nueva por la tecnología que utiliza–, ha venido a reactivar este debate. Se trata de la propuesta que defiende Antonio Monterroso Checa, arqueólogo de la UCO, quien propone como emplazamiento para el Heracleion el Cerro de los Mártires. Decimos que no es nueva porque, como hemos mencionado, ya al principio del pasado siglo XX Quintero la propuso. Pero indudablemente la tecnología PiNAR-PINOA abre grandes posibilidades en las investigaciones arqueológicas. No obstante, el artículo de Monterroso (SPAL 30.1 2021, pp. 137-174) parece no conceder importancia a los hallazgos antes mencionados ni a las fuentes clásicas, de las que omite una buena parte y, entre las que cita, no interpreta correctamente, acusando a Estrabón (III. 5, 3 ss.) de contradecirse, no entendiendo la visión completa del geógrafo y en consecuencia extrayendo confusas conclusiones. Estrabón no se contradice. Al contrario, salvando toda la distancia que de la complicada y variante geomorfología y paleogeografía ha tenido la Bahía de Cádiz, sincrónicamente describe muy bien la composición del archipiélago de las Gadeiras, ofreciendo datos concretos de la Isla de Cotinoussa, con cien estadios de longitud y uno de ancho en su parte más estrecha. Y además entre Cotinoussa y Erythia describe otra isla más de pequeño tamaño –la llamada por Plinio (HN IV, 120) Afrodisias o Insula Iunonis–, de veinte estadios de longitud, a la que el geógrafo de Amisias se refiere como la «islita», y a la que apuntan los recientes descubrimientos de la cueva del Pájaro Azul en Cádiz. Por tanto Estrabón no se contradice porque habla de otra isla diferente. Pero además, siguiendo al geógrafo (Estr.: III. 5, 3.) nos encontramos con la descripción de una cuarta isla dentro de la Gadeiras, llamada Antípolis, que es la correspondiente a los territorios de la actual San Fernando y en la se encuentra situado el Cerro de los Mártires, quedando desplazado de Cotinoussa.

Hay que señalar que Monterroso redacta su artículo en modo potencial, de manera que el propio autor deja en el aire su conclusión, admitiendo que su teoría queda por demostrar e incluso señala que el punto de ubicación para este santuario podría estar fuera del Cerro de los Mártires, aunque cercano a él. Recordemos que entre este cerro y la Punta del Boquerón la distancia es menor de ocho km. Con todo, su artículo ha tenido eco a nivel de prensa nacional, revistas divulgativas y también prensa local que ha despertado el entusiasmo general de propios y foráneos, de tal manera que, en una población como San Fernando tan castigada desde hace tiempo por el paro, se ha originado la idea de que pronto en el Cerro de los Mártires, cercano a la playa de Camposoto, se podría contar con un enclave arqueológico mayor al de Baelo Claudia que dinamizaría económicamente la zona. Es verdaderamente lamentable que el trabajo que especialistas en Arqueología y Historia Antigua de la Universidad de Cádiz y también de Sevilla realizan en la zona desde años con una tecnología que está obteniendo muy buenos resultados, no haya tenido la misma trascendencia mediática para ofrecer al público en general la verdadera situación de los avances en el estudio de la zona.

Una ciudad como San Fernando en la que se ha cometido el tremendo disparate de construir un campo de hockey sobre el yacimiento arqueológico más importante de Europa Occidental, se merece una oportunidad. Incluso algún medio ha apuntado a la posibilidad de un proyecto conjunto de la UCA y la UCO con la colaboración del Ayuntamiento de San Fernando. Pero no bastaría con encontrar el famoso templo de Melkart-Hércules, además habría que ponerlo en valor, y este proyecto sería de tal envergadura que requeriría además unir esfuerzos con otros organismos superiores como la Diputación Provincial de Cádiz, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía y el Ministerio de Cultura y Deporte de España, además de los fondos europeos FEDER o ERC. Ojalá se consiguiera porque los resultados merecerían la pena.

De todas formas no ha habido nunca un plan arqueológico integral para localizar decididamente el fanum Herculis. Los hallazgos han sido casuales, las intervenciones muy puntuales o de urgencia como consecuencia de obras para modernas construcciones, y siempre con un presupuesto muy escaso especialmente para intervenciones en el mar o cerca de él, circunstancia que encarece y dificulta aún más este tipo de trabajos. Por tanto, sería muy acertado por fin realizar una excavación arqueológica de alto alcance en el Cerro de los Mártires, pues, si no aparecen vestigios del templo de Melkart-Hércules, que será lo más probable, aparecerán otros interesantísimos restos ya que se trata de una zona arqueológicamente caliente desde el Neolítico, cosa que tampoco es nueva y los isleños conocemos desde hace tiempo. A continuación, lo interesante sería proseguir los trabajos por Camposoto y la Punta del Boquerón para conseguir las pruebas fidedignas de nuestro brillante pasado.

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