Del ‘Logar de la Puente’ a los puentes y sus lugares

8 enero, 2016

por Fernando Bejines Rodríguez

No conozco suficientemente la fábrica del histórico puente Zuazo de San Fernando como para considerar lo que en él puede quedar de aquel primitivo puente y acueducto romano que conectó la isla de Cádiz al continente, pero para esta reflexión patrimonial da igual; aunque no sea en su materialidad, este puente, mil veces reconstruido, y este emplazamiento, siguen siendo ‘culturalmente’ romanos (aclaro que no estamos hablando de arqueología ni de sus tiempos, sino de los lugares y de sus lógicas).

El puente Zuazo es a la actual ciudad de San Fernando lo que los puentes de Mérida y Salamanca son a las suyas, esto es, la condición previa indispensable para su propia existencia. No son puentes que dan servicios a ciudades, son ciudades que surgen junto a puentes convertidos en hitos imprescindibles para la movilidad general sobre los territorios, a través de aquellas prodigiosas calzadas con las que los romanos desafiaron (y vencieron) a los condicionantes naturales de cada lugar. En estos casos concretos, el dilema sí está claro: primero fueron los puentes y después las ciudades, entendidas en su condición de romanidad.

En este mismo sentido, el entendimiento cultural del puente Zuazo y de su enclave, con sus múltiples y decisivas superposiciones históricas, sigue siendo la demostración del principio civilizador romano de superar tecnológicamente la condición natural de insularidad de aquel primitivo archipiélago hercúleo que nos incorporó a la cultura mediterránea. Para la ideología romana, la necesidad existencial de construir este puente no la determinó un río, un caño, un estero o una marisma, sino la premeditada voluntad de que la condición civilizadora que subyace en la construcción de toda calzada no se detuviese ante este u otro condicionante, que no impedimento, de la naturaleza.

Hasta la llegada de los romanos, en la Península Ibérica no existieron puentes de fábrica, y hasta la implantación de la ingeniería ilustrada del XVIII y de la posterior arquitectura ferroviaria del XIX, una gran mayoría de los puentes españoles, o eran romanos de origen, o estaban construidos con posterioridad a la ‘manera’ romana. De esta última circunstancia se deriva la recurrente tradición de identificar como romano a cualquier puente de piedra con un mínimo de antigüedad, confundiendo la dimensión histórica del término con su aplicación calificativa como técnica constructiva atemporal. España está llena de puentes denominados ‘romanos’ que en realidad fueron construidos entre el medievo y el siglo XVIII, por lo que muchos de ellos tienen de tal condición lo que la mayoría de los castillos andaluces de nuestros pueblos de repoblación castellana de árabes. Por ello, antes de determinar si un puente actual es romano o no lo es, hay que hacerlo con su enclave, y este es el motivo por el que el puente Zuazo y su emplazamiento, en complementariedad con la interpretación científica de su materialidad arqueológica, continúa siendo entendible ‘culturalmente’ como romano, como siempre lo será ‘la’ puente vieja de Córdoba, aunque su fábrica actual sea básicamente medieval, y como nunca podrá serlo el puente ‘romano’ de Alcalá de Guadaíra, porque no lo es su lugar ni el camino que lo hizo necesario, que corresponde a la nueva carretera general entre Madrid y el puerto de Cádiz de tiempos de Carlos III.

Como en otros casos ya mencionados, la condición ideológicamente romana del puente Zuazo sería transformada posteriormente por su castillo en una puente de concepción medieval, al igual que hacen con los suyos la Alcazaba de Mérida o la Calahorra de Córdoba: de la exhibición civilizadora con valor de uso universal a su reconversión en un elemento de valor restringido y supeditado al control militar del territorio.

En definitiva, esta breve reflexión patrimonial, que juega intencionada y transversalmente con los conceptos y las cronologías, solo ha pretendido revalorizar el entendimiento cultural del enclave del puente Zuazo como invariable histórica del territorio caracterizada desde época romana, con independencia de las distintas configuraciones medievales y contemporáneas de la materialidad de su fábrica.

Los Suazo, los Ponce de León, los ingleses, los franceses y todo lo demás no dejan de ser capas superpuestas al valor original que los romanos determinaron para este (imprescindible) lugar.

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