Alejandro Díaz Pinto
Dr. en Humanidades y Comunicación
El número 57 de la calle Real es una de las casonas más antiguas y queridas de San Fernando. El primero en rendirle honores fue Joaquín Cristelly Laborde, quien, en sus Ligeros apuntes históricos y colección de citas, documentos y datos estadísticos… (1891), ya ofrecía algunos datos sobre su primer propietario: Lorenzo Ibáñez Porcio. Nacido en 1717, era hijo de Tomás Ibáñez Carnero, caballero de la Orden de Santiago, y de Bernarda Porcio Barroso, a cuyo hermano, Juan Pablo, sucedería como deán de la Catedral de Cádiz.
El celo por la beneficencia era una de sus principales máximas, según expuso Nicolás María de Cambiazo en su Diccionario de las personas célebres de Cádiz (1829), razón por la cual, al morir en 1767, dejó testado que sobre esta y otras propiedades se configurase un patronato a cargo del Cabildo Eclesiástico para socorrer las necesidades más urgentes de hospitales, casas de piedad y fábrica de la Catedral, además de celebrar en Navidad una comida para los presos de la Isla de León.
La Casa del Deán, no obstante, adoptaría funciones de muy diversa naturaleza a lo largo de las décadas siguientes. Por ejemplo, cuando José Romero, alguacil de la Isla de León, inspeccionó todas las portadas con escudos de armas en 1782, residía en ella la viuda del jefe de escuadra José Blanco Fisón, comisario general de Artillería de Marina. En 1812, fue ocupada por las tropas nacionales abonándose ocho mil reales por ello a Antonio Martínez y, más adelante, con la llegada en 1823 de los Cien Mil Hijos de San Luis para reinstaurar el Absolutismo en España, sirvió de alojamiento al general de brigada de la división francesa. Sin embargo, son sus etapas como posada y escuela las que sin duda marcarán la historia de este edificio isleño.
De Casa del Deán a Casa del Turco
El propio Cristelly explicó en 1891 que a la casa también se la conocía como «del Turco» por un busto que, según ciertos testimonios, había lucido en uno de sus balcones. Ninguna otra información aporta al respecto, pero esta anécdota y la tradición oral fueron suficientes para que el nombre haya perdurado hasta la actualidad.
La realidad es que empezó a ser conocida así en el año 1829, cuando una posada denominada «Cabeza del Turco», que se había inaugurado el 16 de septiembre del año anterior frente por frente a la Iglesia Mayor Parroquial, fue trasladada a esta finca «por su capacidad y buen reparto de galerías, gabinetes, alcobas, cuartos, miradores, cuadras, cocheras y jardín», lo cual proporcionaba una mayor comodidad a los huéspedes.
«Cabeza de turco» es una expresión muy empleada en España para señalar a aquella persona «a quien se achacan todas las culpas para eximir a otras», como recoge la Real Academia Española. Su origen se remonta a las cruzadas de la Edad Media, cuando los cristianos empalaban las cabezas de sus enemigos los turcos como símbolo de los males sufridos durante la guerra. No es extraño, pues, que diese nombre a un establecimiento. El café cantante más antiguo de Sevilla, abierto en la calle Sierpes en torno a 1820, también se llamaba así y hasta tenía un busto alusivo: cuentan las crónicas que, durante las revueltas de 1823, «marchaban los bárbaros del populacho con la cabeza del turco que estaba sobre la puerta del café de este nombre». Bien pudo su homónimo isleño lucir una imagen similar en la fachada, escultórica o pictórica, pero una cosa está clara: el negocio ya se llamaba así antes de instalarse en la Casa del Deán. El primero dio nombre a la segunda y no al revés.
El encargado del Turco de San Fernando se llamaba Miguel Martínez. Del propietario desconocemos su identidad, pero había regentado hasta poco antes otra posada llamada «La Corona», primero en la calle San Pedro Mártir -actual Escaño- y más tarde en la calle Real. Las camas costaban 4 reales y al servicio de alojamiento se sumaba, además, el de fonda o mesón, con comidas a 8, 10 y 15 reales y ofertas especiales para convites, ya fuese en el mismo establecimiento o en cualquier otro lugar designado por el cliente hasta donde se mandaba un hostelero para cocinar a la italiana, a la inglesa o a la española. Admitía pupilos por temporadas y, a raíz del traslado, se incorporó despacho de pastelería. Este fue ampliado en 1830 con un nuevo local en el 207 de la calle Real a cargo de un joven -aunque «inteligente y acreditado»- pastelero italiano donde se servían empanadas, costradas, pastelitos rellenos con carne o dulce, cajetillas, mantecados y almendras de masa o de hoja.
De fonda a establecimiento educativo
Cuando Cristelly publicó su trabajo, el edificio llevaba tiempo acogiendo funciones docentes. Desconocemos en qué momento dejó de funcionar como fonda, pero en 1849 ya era «Colegio de Humanidades San Fernando» conforme al decreto de 12 de agosto de 1838. Su director era Rafael Martínez Cano, ex alumno del Colegio de Madariaga y profesor de Matemáticas del Naval. El hecho de que nombre y año figuren en el cancel de hierro de entrada revela que fue entonces cuando el centro se trasladó allí pero nunca su fecha fundacional, pues cinco años antes, coincidiendo con un primer cambio de sede, solicita su incorporación a la Universidad Literaria de Sevilla y el establecimiento de cátedras correspondientes a los tres cursos de Filosofía, lo cual consiguió: en 1845 pasaba de presentarse como «Colegio de Humanidades y Matemáticas» a hacerlo como «Colegio de Humanidades y Filosofía». Aquel año había cuarenta y cuatro alumnos matriculados, doce internos -uno de ellos gratuito- y treinta y dos externos -seis gratuitos-. La oferta contemplaba además clases de Primeras Letras; Geografía; Cronología e Historia; Matemáticas en los ramos de Aritmética, Álgebra, Geometría, Trigonometría Plana y Esférica, aplicación del Álgebra a la Geometría, Secciones Cónicas, Cálculo Diferencial e Integral y Astronomía; idiomas Latín y Francés; Teneduría de Libros y Cambio; Dibujo Natural, Música Vocal e Instrumental y Religión. Había establecidas, además, dos cátedras de Matemáticas correspondientes al primer y segundo semestre del curso seguido en el Colegio Naval Militar para los aspirantes a ingreso, y, desde 1853, una clase de Instrucción Primaria Elemental dirigida por Estanislao Acevedo, pues hasta entonces solo era Segunda Enseñanza. Entonces admitía alumnos pensionistas, medio pensionistas y externos a 300, 180 y 60 reales de vellón mensuales respectivamente, entre 40 y 30 para los externos de Primaria.
Parece que en 1866, Martínez había pasado a impartir clase en su propio domicilio para ser relevado por los profesores Antonio Cañizares Rico y Federico Mota Francés, quien perdió la vida siendo alcalde durante el Cantón de una manera un tanto absurda. Lo más curioso es que un año antes, en 1865, hay noticias de espectáculos organizados en el «salón de la Fonda del Turco»: desconocemos si la antigua Casa del Deán retomó momentáneamente esta función o si, lo que es más probable, la fonda ocupaba ahora otra sede diferente; si se trataba del mismo negocio activo desde el primer tercio del siglo XIX u otro nuevo bautizado con el mismo nombre. Tampoco hay que descartar la posibilidad de que se hubiera conservado un área para actividades lúdicas y festivas dentro de tan vasto recinto.
En 1877, el astrónomo del Observatorio Ignacio Poch Bonavía inauguró allí el «Colegio San Telmo» de Primera y Segunda Enseñanza, así como preparatorio para todas las carreras de la Marina y el Ejército. Este tipo de centros especializados en formar a los aspirantes a ingreso en el mundo militar fueron muy populares en La Isla durante la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX. Completaban la plantilla el rector José Solís y del Castaño (Matemáticas); el secretario Pedro Manzanera (Francés); José Sánchez Márquez (Dibujo Natural, Lineal y Topográfico); José de la Palma (Instrucción Primaria Elemental y Superior); el capellán Ramón Olivera de la Rosa (estudios literarios de segunda enseñanza); Hermenegildo de Diego y Pelayo (asignaturas para el examen de ingreso en el Cuerpo Administrativo de la Armada) y Manuel Segovia Maqueda (Gimnasia).
En 1911 era la sede del «Colegio Villena». También preparatorio para carreras militares y dirigido por el astrónomo Manuel Villena Montes, incluía clase de gimnasia diaria e internado a cargo del capitán de fragata Saturnino Suanzes Carpegna. Parece ser que este tomó las riendas del centro tras la muerte de Villena en 1914, pero trasladándolo a Cádiz. Será entonces, hacia 1917, cuando la «Academia Olivera» abandone el local que venía ocupando desde su creación tres años atrás para instalarse en el Turco: estaba regida por Gonzalo Olivera Manzorro, capitán de Infantería de Marina que «une a sus méritos el entusiasmo, el amor a la enseñanza y una gran aptitud pedagógica que le permiten desarrollar esa gran obra que realiza». Una placa colocada en 1927 aún lo recuerda en la fachada.