Sobre los orígenes fantásticos de la construcción del Puente Zuazo y sus variantes del siglo XIX

25 mayo, 2020

Alejandro Díaz Pinto

Dr. en Humanidades y Comunicación

El célebre «cuento» del Puente Zuazo protagonizado por varios príncipes que compiten entre sí por la mano de una princesa es, en realidad, la adaptación de una leyenda medieval sobre los orígenes míticos de obras anteriores a la conquista árabe-musulmana, especialmente el Acueducto de Gades y el denominado «Ídolo de Cádiz». Las primeras referencias escritas a dicha leyenda datan del siglo XIII, siendo recogidas por Alfonso X El Sabio en su Estoria de España, en el capítulo titulado De cuando fue poblada la isla de Cádiz y cercada y hecha la puente y las calzadas, así como por varios autores árabes entre los que destaca Al-Qazwini con su obra Atar al-bilad.

Versión publicada por Alfonso X El Sabio hacia 1270:

El rey Espan [sobrino de Hércules] tenía una hija hermosa, de nombre Liberia, que era muy entendida y docta en Astrología desde que le enseñara el mayor conocedor que había en España a la sazón, desde que lo apresara Hércules y lo convirtiera en su astrólogo; y por ende llegó con ella al acuerdo de poblar Cádiz. Mas era lugar muy peligroso por tres cosas. Una porque no había abundante agua, otra por el brazo de mar que había que atravesar en barco, la tercera porque era la tierra tan lodosa que no podían llegar los hombres en invierno sino con gran peligro para sí mismos y para lo que trajeran; y sobre esto oyó el consejo de su hija sobre en qué manera podría poblar aquel lugar. Ella dijo que le daría consejo a condición de que no la casase sino con quien ella quisiese, y él, fiándose de ella y porque sabía que lo decía por su bien, se lo otorgó. Espan no tenía hijo ni hija que heredase lo suyo sino aquella, y la vinieron a pedir reyes y grandes hombres de otras tierras, primero porque era muy hermosa y muy inteligente, y segundo porque había que delegar el reino en ella. Y muchos la vinieron a pedir de esta manera con quienes ella no se quiso casar, y estuvo así un gran tiempo de manera que el padre iba envejeciendo; y los hombres de la tierra temieron su muerte y le pidieron el favor de que casase a su hija para que cuando él falleciese no quedasen ellos sin señor. Él les dijo que acudiesen a ella y se lo rogasen, y que a él le placería mucho. Ellos fueron y le pidieron el favor de que se casase, y ella se lo otorgó y dijo que, aunque había puesto la condición de no casarse sino con quien ella quisiese, que si de aquella manera llegaba alguno que le conviniese, se casaría con él, si a ellos les parecía bien. Mandaron llamar a tres hijos de reyes muy ricos y destacados en alguna virtud: uno era de Grecia, otro de Escocia y el tercero de África. El padre, cuando lo supo, se alegró mucho con ellos, los vio muy hermosos, apuestos y bien razonables, y además supo que eran muy ricos hombres, y por ende los recibió muy bien y les hizo mucha honra. Habló cada uno con él y le pidieron a su hija; él les dijo que acudiesen a ella y, por el que entre ellos se decidiese, a él le placería y se la daría. Ellos lo hicieron así como él les dijo y fueron a ella, y después de que cada uno hubo expuesto su razón, ella les dijo que volviesen otro día y que les daría respuesta a todos a la vez. Ellos se sorprendieron de que les pidiera volver a la vez y consideraron que era escarnio, pero lo hicieron así; y cuando volvieron otro día a ella, les preguntó que cual de ellos la amaba más; y cada uno dijo que él. Entonces dijo ella que tenía a bien que todos la amaran, mas en esto entendería que fuese así: que hiciesen por ella lo que les dijera, y el que de ellos antes lo acabase, con aquel se casaría; ellos dijeron que les dijese lo que quería, que lo harían de buena gana. Entonces les mostró que aquel era el lugar que su padre más amaba, y allí quería hacer cabeza de todo el reino, y que a falta de tres cosas no se podría hacer: una, estar la villa bien cercada de muro y de torres, y tener ricas casas para él y para con quien ella se casase; la otra hacer un puente por el que entrasen los hombres a la villa y por el que llegase el agua; la tercera, que tan grandes eran los lodos en invierno que no podían lo hombres entrar allá a menos de haber calzadas por las que llegasen sin peligro; y de estas tres cosas que tomase cada uno la suya, y el que primero la acabase se casaría con ella y sería señor de toda la tierra. Ellos, cuando esto oyeron, tamaño deseo tenía cada uno de casarse con ella que dijeron que lo harían y mandaron llamar muchos maestros, y, con la virtud en la que destacaban, mostraron tan gran vehemencia que al poco tiempo habían casi acabado. Y el que primero lo acabó fue el de Grecia, que tenía de nombre Pirus, y aquel hizo el puente, y tenía todo el caño hecho para traer el agua; y fue a por la dueña y le dijo que tenía su obra acabada. A ella le alegró mucho, y le otorgó que se casaría con él, mas le rogó que no dijese que había acabado hasta que los otros tuviesen casi acabadas sus obras, y que entonces se casaría con él, y él y ella acabarían después más cómodamente lo que faltase. Él lo hizo así y aguardó hasta que los otros hubieron casi acabado; entonces llamó al rey y le mostró que había acabado, y abrió el caño y dejó llegar el agua a la villa. Al rey le alegró y lo casó con su hija, y a los otros dos dio muy grandes dones, y los envió así lo más recompensados que pudo. De esta manera fue poblada la villa de Cádiz y la isla, que fue una de las más nobles cosas que hubo en España; y tanto la amaba el rey Espan, que allí puso su trono y se coronó, e hizo la cabeza de toda su tierra, y así lo fue en vida. Después de esto vivió el rey Espan poco tiempo y fue muy amado en toda España, y hubo muy buenos años y muy abundantes en su vida. Y murió veinte años después de que Troya fuera destruida la segunda vez, y fue muy llorado por los españoles, así que hubo algunos que mataron por él y otros que nunca quisieron rey, ni tener alegría ninguna, ni vestir paño de color. Fue enterrado en Cádiz.

Ya a principios del siglo XVII, la leyenda es referida por Juan Bautista Suárez de Salazar y el argelino Ahmed Mohammed Al-Maqqari. El primero de ellos la incluyó en su libro Grandezas y antigüedades de la isla y ciudad de Cádiz, publicada en 1610. Más concretamente es en el capítulo XVI, De las obras y edificios de la ciudad de Cádiz. El segundo, mucho más prolijo en detalles, la incluyó en su trabajo más importante, cuyo título, traducido al castellano, viene a significar algo así como Exhalación del olor suave del ramo verde del Alándalus e historia del visir Lisan al-Din al-Jatib. Escrita hacia 1630, consta de dieciséis libros repartidos en dos volúmenes, el primero dedicado a la historia de Al-Ándalus y el segundo a la biografía del citado personaje. El relato que nos ocupa se encuentra en el primer volumen, concretamente en el libro IV, dedicado a la Descripción de la ciudad de Córdoba, su historia y sus monumentos, y dentro del capítulo I, bajo un epígrafe que se titula Hechizo construido por los griegos para la preservación de su país. La siguiente traducción deriva del texto inglés publicado en 1840 por el arabista Pascual de Gayangos y Arce:

Versión publicada por Juan Bautista Suárez de Salazar en 1610:

Tres obras cuentan los historiadores castellanos que hubo en Cádiz muy famosas: una calzada o arrecife, una larga cañería de agua y una cerca de muralla; y que estas se hicieron a competencia entre tres príncipes, cada uno su obra, puesto por premio que el primero que acabase la suya casaría con la princesa Iberia, hija del rey Híspalo, que a la sazón tenía su corte en Cádiz. De estos tres príncipes, el de Grecia, llamado Pirro, a cuyo cargo estaba traer el agua, dicen acabó primero su obra y casó con esta princesa.

Versión publicada por Ahmed Mohammed Al-Maqqari hacia 1630:

Hubo, al oeste de Andalucía, un rey griego que gobernaba sobre una isla: la Isla de Cádiz. Tenía una hija de incomparable belleza, a la que los otros reyes de Andalucía —aquella región era gobernada por varios reyes, cada uno con propiedades que no se extendían en más de una o dos ciudades— deseaban tomar por esposa. Todos ellos enviaron mensajeros a Cádiz para pedir su mano.

El padre, sin embargo, no estaba dispuesto a elegir entre tantos pretendientes, pues favorecer a uno de ellos conllevaría una ofensa hacia todos los demás y, estando muy contrariado, mandó llamar a su hija para explicarle la situación. Esta poseía mucha sabiduría además de belleza, pues entre los griegos, tanto hombres como mujeres nacían con un instinto natural para la ciencia, lo que ha llevado a ese dicho común de que «la ciencia bajó del cielo y se alojó en tres partes diferentes del cuerpo del hombre; en el cerebro entre los griegos, en las manos entre los chinos y en la lengua entre los árabes». Después de analizar la situación, le dijo a su padre: «solo haz lo que te diré y no te preocupes más por este asunto […] a los que soliciten mi mano les responderás que daré preferencia al que demuestre ser un rey sabio». Y su padre envió mensajeros a los reinos vecinos para informar a los pretendientes reales de la decisión.

Cuando los amantes leyeron las cartas que contenían las intenciones de la princesa, muchos que no dominaban la ciencia desistieron inmediatamente de su cortejo; solo dos reyes entre sus numerosos admiradores se consideraban sabios y respondieron de inmediato afirmando sobre sí mismos: «yo soy un rey sabio». Cuando el padre recibió estas cartas, mandó llamar a su hija y le informó de su contenido. «Mira —dijo él—, seguimos teniendo el mismo problema que antes, porque hay dos reyes que se saben sabios y si elijo uno me convertiré en enemigo del otro. ¿Qué propones hacer ante tal dificultad?» La hija respondió: «impondré una tarea a ambos reyes y el que la ejecute mejor será mi esposo […] Queremos en este pueblo una rueda para extraer agua; le pediré a uno de ellos que me haga una que sea movida por agua corriente fresca que provenga de tierras lejanas, y le confiaré al otro la construcción de un talismán o hechizo para preservar esta isla de las invasiones de los bereberes».

El rey estaba encantado con el plan sugerido por su hija y, sin otorgar más consideración al tema, escribió a ambos príncipes para comunicarles la decisión definitiva; ambos acordaron someterse a la prueba prevista y se pusieron a trabajar lo antes posible.

El rey al que le había tocado construir la máquina hidráulica erigió un inmenso edificio, con grandes piedras colocadas una encima de otra, en esa parte del mar salado que separa Andalucía del continente, en el lugar conocido con el nombre de Estrecho de Ceuta. Este edificio arqueado, construido enteramente de piedra libre, cuyos intersticios fueron rellenados por el arquitecto con cemento de su propia composición, conectaba la Isla de Cádiz con el territorio principal. Las huellas de este trabajo todavía son visibles en el trozo de mar que separa Ceuta de Algeciras, pero la mayoría de los habitantes de Andalucía les asignan otro origen: suponen que son los restos de un puente que Alejandro ordenó construir entre Ceuta y Algeciras. Solo Dios sabe cuál de los dos informes es el verdadero. De cualquier modo, cuando el arquitecto terminó su trabajo de piedra, condujo agua dulce desde la cima de una alta montaña en el continente hasta la isla, y luego la hizo caer en una cuenca para volver a elevarla posteriormente por medio de una rueda.

En cuanto al otro rey, cuya tarea era la construcción del hechizo mágico, primero consultó los astros en busca de un momento adecuado para iniciar su fabricación. Habiéndolo descubierto, comenzó a construir un edificio cuadrado; los materiales eran de piedra blanca y el lugar elegido para su construcción, un desierto arenoso en la orilla del mar. Con el fin de dar suficiente solidez al edificio, el arquitecto hundió los cimientos tan profundamente en la tierra como el propio edificio se elevó sobre la superficie; y cuando lo completó, colocó en la parte superior una estatua de cobre y hierro fundido, mezclados a fuerza de su ciencia, a la que le dio el parecido y la apariencia de un bereber, con una larga barba; su cabello, que era extremadamente grueso, se erguía sobre su cabeza, y además tenía un mechón colgando sobre su frente.

Su prenda consistía en una túnica cuyos extremos sostenía en el brazo izquierdo; llevaba sandalias en los pies y lo más extraordinario de él era que, aunque las dimensiones de la figura eran excesivas, y se alzaba en el aire a una distancia de más de sesenta o setenta codos, no presentaba otro soporte que el natural de sus pies, que eran como máximo de un codo de circunferencia. Tenía el brazo derecho extendido y en su mano se observaban varias llaves con candado; con la otra señalaba hacia el mar, como si dijera: «nadie debe pasar por aquí»; y tal era la virtud mágica contenida en esta figura, que mientras mantuvo su lugar y las llaves en la mano, ningún barco berberisco pudo nunca navegar hacia el estrecho debido a sus aguas tormentosas y peligrosas.

Los dos reyes trabajaron en su tarea a un ritmo poco común, suponiendo que el que cumpliera antes su objetivo tendría una buena oportunidad de ganarse el corazón de la princesa. El constructor del acueducto fue el primero en terminar el suyo, pues se las arregló para mantenerlo en secreto con la esperanza de que, si acababa primero, el talismán no se completaría y la victoria sería para él: Y así sucedió, ya que midió su tiempo tan bien, que el mismo día en que su rival debía completar el trabajo, el agua comenzó a correr en la isla y la rueda a moverse; y cuando la noticia de su éxito llegó a su competidor, que estaba en la parte superior del monumento dando el último esmalte a la cara de la figura, que era dorada, lo tomó tan en serio que se tiró al suelo y cayó muerto al pie de la torre; por lo que el otro príncipe, liberado de su rival, se convirtió en el señor de la dama, de la rueda y del hechizo.

Es probablemente esta la versión adaptada por los autores gaditanos de finales del siglo XIX y principios del XX en sus respectivas versiones, que incluimos a continuación:

Versión publicada por Eduardo Fernández Terán en 1886:

El rey Híspalo tenía una hija hermosísima, cuya fama había llegado a todas las demás naciones.

Llevados de su belleza, concurrieron en esta isla, donde el rey se hallaba, tres jóvenes y poderosos príncipes que le pidieron con instancias la mano de la princesa. El padre, obligado de los ruegos de los tres mancebos, no atreviéndose a desairarlos a todos con una general negativa y temiendo dar la preferencia a alguno irritando a los demás, quiso ganar tiempo y hacer de modo que ninguno pudiera quejarse de una odiosa preferencia.

Para esto les propuso que su hija sería esposa de aquel que primero construyese un soberbio edificio de tres que les señaló.

Convenidos los príncipes, aquel a quien había tocado la construcción de un puente que uniese La Isla con la Península sobre aguas tan poderosas y profundas, llamó al diablo y ofrecióle su alma por tal de que le prestase ayuda para, de este modo, gozar él solo de la princesa.

El diablo no se hizo de rogar y el príncipe presentó al cabo de pocos días concluida su obra con una admirable perfección, y quedó dueño de la princesa con asombro de todos y despecho de sus rivales.

Versión publicada por Ildefonso Nadal en 1914:

Algunos autores envuelven la historia de su fundación en una fábula poética y no exenta de romanticismo.

Era, según ellos, en tiempos en que el rey Hispan, nieto de Hércules que a su vez lo era de Noé, tenía su corte en la ciudad de Cádiz; tiempos perdidos en las brumas del pasado que algunos suponen 1.600 años antes de nuestra era. Riquísimo tesoro de belleza y virtud era Iberia, hija de Hispan, y la fama de su hermosura era tal, y tan unánimes y merecidos los elogios que corrían de ella, que fue la gentil princesa el anhelo de todos los príncipes de su tiempo. De todos los ámbitos del mundo llegaban a Cádiz, ansiosos de conocer y admirar a la ideal criatura y los más poderosos reyes, sumisa y rendidamente, la solicitaron por esposa.

Ofreció la joven su amor al que más digno de ella se mostrase, realizando, más perfecta y acabada, una gran obra en su patria. Y aconteció que tres reyes acudieron a la contienda. El rey de Escocia, que construyó en breve tiempo los muros que rodearon la ciudad; el rey Pirro, de Grecia, que construyó el puente, y un rey africano, que surtió a Cádiz de rico caudal de aguas traídas del Tempul.

Fue pirro el vencedor y se desposó con la bellísima princesa que sabía unir a las perfecciones de su cuerpo, los hechizos de la virtud y el claro talento que la impulsó a dotar a su patria de tres obras magníficas y costosas.

Versión publicada por Manuel Castejón Amores en 1914:

Todos sabemos, por tradición, que el fundador de Gades (Cádiz) fue Archelao, nieto de Agenor, primer rey de Tyro a quien los suyos dieron el sobrenombre de Hércules.

Muchas memorias de Hércules estuvieron por espacio de varios siglos levantadas en Cádiz y sus proximidades. Una de ellas era la famosa torre que llevaba su nombre.

Se refiere que el rey graciano Hispan, señor entonces de Cádiz, tenía una hija llamada Iberia sumamente bella y hermosa, a quien pretendían por esposa los demás reyes de España. Mandaron estos embajadores a Cádiz para pedir al rey la mano de Iberia, pero él no se decidía a cederla a ninguno por temor a que los demás le declararan la guerra. Enterada Iberia, por su padre, de todo lo que sucedía, le habló así: —No te ocupes de esto, yo te sacaré del conflicto y todos quedarán contentos. Preguntóla el rey qué pensaba hacer, a lo que ella contestó: —A todo príncipe que te pida mi mano, le dirás que no tomaré por esposo sino a aquel que demuestre ser rey sabio.

Envió el rey cartas a todos los demás reyes comunicándoles la decisión de su hija. Cuando leyeron las cartas, muchos desistieron de sus propósitos; y solo se presentaron dos que, esperanzados en su talento, le contestaron diciendo que eran reyes sabios. Dijo el rey a su hija, enseñándole las cartas: —Ya ves; dos reyes sabios, si complazco a uno me haré enemigo del otro.

—No te apures —respondió su hija—, saldremos del paso muy fácilmente; les pondré un trabajo diferente a cada uno y el que mejor lo haga obtendrá mi mano. En nuestra ciudad necesitamos una rueda para sacar agua; diré al uno que la haga y el otro le encargaré la construcción de un talismán que nos defienda de los berberiscos.

Comunicó el rey a los demás soberanos la decisión de su hija. El de la rueda construyó un colosal edificio de sillares de piedra, sumamente sólido y compuesto de arcos; las juntas de las piedras estaban rellenas de un betún compuesto por el mismo arquitecto.

El del talismán, primeramente, consultó los astros y buscó situación para construirlo; después de hallada edificó una gran torre cuadrada y colocó encima una estatua. Los árabes describen este monumento de la siguiente manera: Era una torre cuadrada y estaba situada en un desierto arenal en la orilla del mar teniendo de elevación cien codos. Sus cimientos los hicieron a una profundidad dentro de la arena igual a la altura que iba a tener la torre, para que tuviese mejor firmeza el edificio. Dicen que estaba construida de grandes sillares de piedra unidos con ganchos o anillos de bronce; en su remate había un pedestal de cuatro palmos de diámetro y sobre él la estatua, que era de gran tamaño, labrada en bronce y cubierta de una capa de oro muy delgada. Decíase también que siempre que los rayos del sol la alumbraban, veíase a la estatua brillar con diferentes colores, siendo el azul celeste el que más se destacaba. Representaba un hombre, de la siguiente manera: la cara cubierta de luenga barba; el cabello tosco y levantado, con un mechón que le caía sobre la frente; por vestido una túnica con los remates cogidos en el brazo izquierdo; en los pies unas sandalias; el brazo derecho con un bastón largo como de doce palmos y con el extremo dentado y grueso a manera de clava; en la siniestra mano tenía un candado y unas llaves y con la derecha señalaba hacia el Estrecho y Berbería.

Un caballero noruego, llamado Mauricio, que en 1279 visitó varios puertos de España, cuando terminaba para Jerusalén, dice en su itinerario haber visto a la estatua, pero ya derribada, y afirma que representaba a Hércules y en sus manos se veían la llave y la clava.

Los árabes afirmaban ser verídico que, mientras la estatua que coronaba este monumento permaneció en pie, no pudieron los vientos desencadenarse a lo largo del estrecho; y por tanto no podían las embarcaciones grandes que venían del Océano entrar en el Mediterráneo, ni las de este mar salir de aquel. Desde que fue derribado quedó roto el encanto y toda clase de naves pudieron pasar libremente el Estrecho. Los que tienen esta tradición como verídica, dicen que la estatua señalaba al mar como diciendo: «Nadie pasará por aquí»; pero era tal la virtud mágica de la estatua que, después de derribada, mientras tuvo en la mano las llaves, no hubo embarcación de Berbería que lograse pasar el Estrecho a consecuencia de las horribles tempestades.

Ambos reyes trabajaron sin descanso, creyendo que el que primero terminase alcanzaría la mano de la princesa. El del acueducto fue el que terminó primero, midió tan bien el tiempo que el mismo día que recibió el último toque la obra de su rival, empezó a girar la rueda y corrió el agua por toda la Isla. Sabido por el otro, que se hallaba en lo alto de la torre pulimentando la cara de la estatua, que era dorada, fue tal su desesperación que se tiró desde arriba y quedó muerto al pie del monumento; con lo que quedó el primero dueño del acueducto y del talismán, casándose con Iberia.

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