Un santuario a orillas de la Bahía

29 abril, 2017

por Alejandro Díaz Pinto

Paco López Bouza nos abre las puertas de su caseta ‘El Málaga’ en La Casería; una de las muchas que conforman esta estampa típica junto al mar.

Hay un lugar en La Isla que es tradicional fuente de inspiración para escritores y artistas. Se trata de La Casería, ese barrio de pescadores surgido en su extremo noroccidental a partir de la finca que don Luis de Ossio y Salazar levantó a finales del siglo XVII. De esta finca, más tarde convertida en penal, no queda nada, mientras las viviendas surgidas a su alrededor ya en el siglo XIX dan paso a impersonales urbanizaciones entre las que aún se conservan, a duras penas, las portadas de estas huertas conocidas como ‘Ntra. Sra. de los Ángeles’ o ‘Santa Catalina’.

Si hay un núcleo donde converja toda la idiosincrasia del barrio es sin duda el ‘poblado’ que se asienta junto a la playa y que conforman varias casetas a poco de cumplir su centenario. Pese a que fueron levantadas por pescadores a objeto de contener los aperos necesarios para sus labores hoy pueden considerarse auténticos santuarios marineros donde trasmallos, herramientas de diferentes épocas y antiguas fotografías de los patronos de las aguas penden de ellas para admiración de los neófitos.

Una de ellas es la que ‘El Málaga’ adquirió hace más de medio siglo, «cuando acabó el servicio militar y decidió establecerse en San Fernando», explica su hijo, Paco López, o don Francisco como se refieren a él algunos vecinos. Paco es hoy el propietario de esta caseta, pintada amarillo y violeta, y a la que bautizó en homenaje a su padre quien, si bien no fue su constructor, sí le imprimió el aspecto de exposición que hoy presenta, enriquecido con nuevas e interesantes piezas a lo largo de las últimas décadas. Esta muestra de patrimonio etnográfico refleja la faceta más popular de la cultura isleña, aquella que define a sus agentes lejos de complejos programas museísticos y aulas de universidad, más no por ello exenta de valor para quienes se interesan por el culto al mar en determinadas zonas de nuestra geografía.

Es algo tan personal, casi inherente a su vida, que los recuerdos no tienen un punto de partida. «Dejábamos secar las redes, extendidas, sobre dos remos cruzados frente a la caseta», explica, redes que «entonces no eran tan resistentes, sino de un material similar al algodón». Este espacio es ocupado hoy por barcas reutilizadas a modo de arriates sobre los que florecen geranios y otras plantas típicas de la zona, «alguna como ésta, del tipo ‘hocico-cochino’, ya no se fabrican», indica señalando una de ellas. Ya en su interior, sorprende que el espacio se divida en dos. La parte del fondo, a la que se accede a través de una puerta de madera, «es una zona de descanso, donde dormía a veces mi padre a la espera de buenas mareas». La más interesante es no obstante la primera según se entra, de difícil descripción por cuantos instrumentos penden de sus paredes y cubiertas.

Paco Bouzo señala el sifón de 1925 que conserva entre su colección.

Paco López señala el sifón de 1925 que conserva entre su colección.

Entre ellos penden varias ‘nasas’ pensadas para pescar mojarras -las más redondas- y chocos o sepias, con forma cónica. Los peces capturados por este sistema pasaban a veces a otra de las estructuras que cuelgan del techo. Lo llaman ‘vivero’ porque, colocado en el costado del barco, mantenía vivos los peces para emplearlos de cebo en el posterior ‘calado de palangre’. «Hace 30 años, por lo menos, que esta técnica no se utiliza, pero hasta entonces servía para coger anguilas, róbalos, chovas… eran las especies que más había por aquí». Los mismos años que lleva Paco sin practicar la pesca al trasmallo, y aunque hasta el pasado conservó su lancha y su caña hoy está completamente retirado.

También hay antiguas redes, y muchas herramientas empleadas en su día para reparar los barcos. Cepillos, mazos… la mayoría de madera, o el ‘berbiquí’; una especie de taladro manual. Decoran las paredes, además, varias marinas sin firma, antiguas fotografías de la Virgen del Carmen y del Perdón y objetos extraídos involuntariamente por las redes; pedazos de vasijas con moluscos incrustados, botellas de cristal… verdaderas obras de arte creadas por la naturaleza a partir de desechos humanos y mucha paciencia bajo el mar. Entre los más curiosos puede contemplarse un ‘sifón’ datado en 1925 que advierte: «No me llene por encima del margen colorado. Admítese el gas lentamente y agítese bien».

Hace poco -cuenta Paco- que vecinos de otra caseta comenzaron a deshacerse de sus herramientas, pero entonces «Les invité a pasar para que vieran éstas y les gustó»; todo lo bueno se pega. Además aquí todo se reutiliza y nada queda al azar. El curioso observará piezas planas de madera coloreada decorando las paredes de la caseta que en realidad «son panas, usadas para cubrir el fondo de las barcas», aclara, «cada vez que encuentro una en la playa me la traigo y la coloco».

Y aquí acaban estas breves pinceladas sobre un patrimonio que seguirá en familia. «Esto no se vende», explica, y todavía le falta mucha vida en manos de Paco, que lo define como «un lugar para echar el rato», a veces entre amigos y vecinos. Los mismos con los que se reúne para compartir viejas vivencias junto al mar.

El propietario sentado en el interior de 'El Málaga', en La Casería.

El propietario sentado en el interior de ‘El Málaga’, en La Casería.

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