San Fernando en 1911 según la prensa nacional española

29 mayo, 2017

por Celedonio José de Arpe en El Heraldo de Madrid [07/09/1911]

localizado y transcrito por Alejandro Díaz Pinto [29/05/2017]

DE CÁDIZ A LA ISLA

Tertulia providencial.

   Estuve en San Fernando cuando la población isleña se entregaba a la alegría y al bullicio de sus festejos.

   La kilométrica calle principal, ataviada con los adornos característicos de toda feria, parecía una novia cortejada por infinitos adoradores.

   Amigos cariñosos llevaronme al Casino, y allí tuve el gusto de formar parte de una tertulia en que figuraba la gente más selecta de la población.

   Era lo que yo deseaba para recoger impresiones, para sentir el latido del corazón del pueblo. Era para mí aquella una tertulia providencial.

   Allí oí hablar del alcalde, el popularísimo Manolito Gómez, como le siguen llamando sus íntimos, a pesar de que es todo un D. Manuel; al marqués de Villasegura, que por su posición y su llaneza es respetado de todos; a D. Antonio Muñoz, el insigne amigo de Castelar, hombre de vastísima cultura y de singular donaire; a D. Adolfo Sánchez Otero, reputado médico de la Armada que presta excelentes servicios en el hospital de San Carlos; al capitán de carabineros D. Eduardo Pérez Alarcón, antiguo amigo y compañero en la Prensa de Madrid; al administrador de loterías D. Manuel González Lozana, cuyas atenciones no olvidaré nunca; a D. Germán Álvarez de Castro, compañero mío del bachillerato y hoy una figura muy respetada en toda la provincia de Cádiz; al corresponsal del HERALDO en la capital, D. Rafael García, literato brillante y escritor amenísimo; y a D. Luis López Zacone, médico que fue de la Armada, orador de cartel, hombre de despejadísimo talento y de una conversación instructiva.

   Con lo que a ellos oí y con las impresiones recogidas entre la gente de mar hice mi composición y me empapé de los verdaderos deseos del pueblo todo, de sus aspiraciones, de sus esperanzas, de las mejoras que San Fernando ambiciona.

   He aquí las principales, que me permito someter a la consideración del insigne gobernante que hoy dirige los destinos de España:

Barra de Sancti Petri.

   Todo el mundo, el ministro de Marina, el alcalde de San Fernando, el Ayuntamiento, las clases pescadoras, está interesado vivamente en que desaparezca esta barra para dar acceso a las embarcaciones dedicadas a la pesca y al tráfico de cabotaje.

   Y según la impresión que recogí entre los honrados y humildes habitantes del barrio de las Callejuelas, que también visité, la barra de Sancti Petri debe desaparecer por algo más trascendental todavía.

   Uno de aquellos pescadores me dijo con su lenguaje rudo:

   —¡Si los Gobiernos supieran que desapareciendo la barra, el puente de Suazo y el del ferrocarril quedaría la isla gaditana completamente aislada y con capacidad bastante para contener todas las escuadras conocidas en el mundo, las cuales navegarían sin ninguna clase de dificultades y entrarían o saldrían indistintamente por la boca del puerto de Cádiz o por la boca de Sancti Petri, ambas a una distancia de más de 20 kilómetros, suficiente para burlar el bloqueo de todos los enemigos que quisieran evitar la defensa de nuestras fuerzas navales!…

   Efectivamente; este asunto, al parecer tan sencillo, es de tan gran importancia para nuestra nación, que para demostrarlo basta solo recordar que fueron Cádiz y San Fernando los últimos baluartes que después del desastre de Trafalgar mantuvieron enhiesta la bandera de la patria.

Puente giratorio.

   Está acordado sustituir con un puente metálico los bombos que dan acceso al arsenal de la Carraca por el muelle de la Avanzadilla. Es una obra de gran importancia para la comodidad de los que habitan por razón de su cargo en el arsenal y para dar paso a la maestranza de obreros, y debe realizarse inmediatamente, no solo por la conveniencia de la Marina y las causas apuntadas, sino porque también lo exigen establecimientos tan interesantes como el laboratorio de mixtos, la Escuela de tiro, denominada batería doctrinal, y la de experiencias, llamada Torregorda, para la artillería de mar y tierra.

Caños del arsenal.

   Aun cuando el caño de Sancti Petri tiene el sondaje suficiente para que hagan estación en él las escuadras que actualmente posee España, es de gran interés nacional que siga limpiándose ese mismo caño delante del nuevo dique, cuya puerta acaba de hacerse, a fin de que sin el peligro de la estrechez del mismo caño puedan los buques que se están construyendo en El Ferrol y Cartagena virar cómodamente para entrar en el dique sin ninguna clase de obstáculos.

   Se impone, pues, según la impresión que he recogido de todos los prácticos, que delante de esta puerta se haga una dársena capaz para el movimiento de los buques de alto bordo, quitando, por consiguiente, los fangos de las salinas que hay enfrente y expropiando el sector necesario para que el servicio resulte siempre como debe ser.

La draga.

   Lo anteriormente expuesto sería inútil si el Estado no mantiene en el presupuesto ordinario anual de Marina el gasto de una draga permanente, de su exclusiva propiedad, que sostenga el sondaje del caño de Sancti Petri a la profundidad que en todo caso, y cualquiera que sea el calado de los buques de guerra, necesitan los que han de utilizar los diques del arsenal de la Carraca, que son capaces, como el nuevamente construido, para toda clase de embarcaciones, ya de la Marina mercante, ya de la militar.

Talleres de artillería.

   En la ley de Escuadra se le dio a este apostadero la compensación de instalar en él la ampliación de talleres para artillería, la fabricación de cureñas y la de todo lo que genéricamente puede llamarse Parque de artillería, como torpedos, bombas, granadas y demás explosivos.

   Y sabiamente así se legisló, considerando que el arsenal de la Carraca, el Laboratorio de mixtos de San Carlos y la Escuela de tiro de Torregorda, aislados y equidistantes en un radio de dos kilómetros, poco más o menos, podían surtir, no solo a la más numerosa escuadra nacional que pudiéramos adquirir y a todos los regimientos de artillería del ejército de tierra, sino que con el mismo aislamiento podrían tenerse en depósito municiones suficientes para surtir también en un caso dado a las escuadras aliadas con nuestra abatida nación.

Barcos aljibes.

   La Maestranza permanente de la Carraca tiene probada su competencia y su peritaje en la construcción de cascos de barcos como el del Infanta Isabel y el del Princesa de Asturias, los cuales, a pesar de su antigüedad, no hacen ni una gota de agua, por fuertes que han sido los temporales que corrieron.

   Y es que, si sus máquinas pueden gastarse, sus compartimentos estancos y sus cascos están demostrando aún que saben resistir y conservarse a la acción del tiempo y de los más furiosos temporales.

   Siendo esto así, ¿qué aljibes no podrán hacerse en este arsenal donde no se les vaya una gota de agua potable ni penetre una gota de agua salada?

   Lo racional es que, teniendo como única aspiración esta clase obrera del Estado la de confirmar su pericia en este género de obras hidráulicas, se les de a ellos la construcción de esos aljibes, pues los herreros de ribera están ansiosos de competir con todos los demás centros constructores nacionales.

   Y ya se les entregue a destajo la construcción de esos barcos o ya se haga por administración, puede tenerse la seguridad de que responderán a las aspiraciones del Gobierno y de la nación, que no quieren malvertir sus caudales en obras inútiles.

Escuela Naval.

   Hay en este apostadero un verdadero delirio entre todas las clases sociales por ver instalada de una vez para siempre la Escuela Naval en su antigua casa, conocida vulgarmente por la Capitanía general, edificio por cierto hecho ad hoc para tales establecimientos docentes.

   Hace más de cuarenta años que por una de esas emergencias políticas a que se prestó la revolución de Septiembre el Colegio naval fue trasladado a El Ferrol por influencia de un general que, correspondiendo a sus amigos de allí, allí llevó la Escuela Naval en un barco excluido del servicio.

   Y aun cuando de aquella Escuela ferrolana han surgido ilustres jefes y oficiales de la actual Marina, lo cierto es que una vez promulgada la ley de Escuadra, en la que se le da al apostadero de San Fernando la compensación de establecerla en su término, no hay derecho a prolongar el cumplimiento de lo ofrecido.

En resumen.

   Como se ve, la aspiración de San Fernando es grande, noble y nacional, y lo que hace falta es que en las alturas del poder haya quien baje hasta esta tierra y pulse, como yo he pulsado, las opiniones de todos para averiguar que, desde los que honran su pecho con la cruz del Mérito naval, hasta el alcalde, que no tiene más que las consideraciones civiles, piensan y sienten como piensa y siente una familia que encuentra más dicha en servir a sus compatriotas que en el provecho propio que puede reportarle el engrandecimiento de este apostadero, tenido siempre como la primera base naval de España.

   Por mi parte puedo asegurar que todo cuanto se haga por el fomento de este arsenal redundará siempre en beneficio de la patria común.

   San Fernando tiene en su alcalde un adalid brioso que le defienda.

   El ilustrísimo Sr. D. Manuel Gómez Rodríguez es un hombre de gran corazón, popularísimo, insustituible.

   Muchos han sintetizado el afecto que le profesan en esta frase:

   —Manolito Gómez debiera ser alcalde perpetuo.

   Su administración en el Municipio está abierta para todo el que quiera examinarla. Es hombre que por dar esplendor al puesto que ocupa es capaz de arruinarse.

   Jamás contó con los intereses municipales para obsequiar a nadie, sino en los casos en que el Ayuntamiento estaba obligadísimo a hacerlo.

   Nunca olvidaré las atenciones que me ha dispensado.

   En el periodismo cuenta también San Fernando con hombres que pueden hacer mucho por su ciudad, como los Sres. Gutiérrez, Ocaña, Bravo y Sierra, del Diario de San Fernando; González Valdés, González Pérez, Lora y Rancés, de La Correspondencia de San Fernando; Barrio, del Boletín del Condestable; Cellier, de La Medicina Práctica; Montero y Peral, éste último hijo del insigne marino difunto, del Memorial y Revista de la Infantería de Marina, y otros cuyos nombres siento no recordar ahora.

   También merece la gratitud de los isleños D. Vicente Ramírez, escritor brillante, capitán de Marina y ayudante de S. M. el Rey, que en distintas ocasiones ha logrado grandes beneficios para su ciudad natal.

   Y hago punto, porque el tren no espera y voy a salir para El Puerto.

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