por Alejandro Díaz Pinto
Ldo. en Periodismo y Máster en Patrimonio Histórico-Arqueológico
El isleño Ismael Sánchez, Dr. en Investigación Biomédica, defiende la recuperación de este espacio desde la Asociación Bahía de Cádiz. Tras casi dos años lidiando con las administraciones públicas, esperan que lo que fue zona de cultivos vuelva pronto a serlo pero adaptada a las necesidades actuales.
Entre chumberas y restos de palmeras devastadas por el escarabajo picudo se distinguen aún las ruinas de lo que antaño fue una instalación religiosa. No es exactamente una iglesia, ni un convento, sino un lugar de retiro perteneciente a los jesuitas desde finales del siglo XVII. Allí, como en la mayoría de La Isla durante esa centuria y la siguiente, se abastecían en gran medida de los cultivos haciendo uso de arcaicos sistemas de regadío a base de norias movidas por burros y albercas con sus correspondientes acequias.
Todo esto puede aún observarse en la Huerta de la Compañía o del Obispo, que tras décadas abandonada por sus diferentes propietarios ha llamado la atención de Ismael Sánchez Gomar, Dr. en Investigación Biomédica, para acoger un proyecto que a su juicio «contribuiría a reactivar La Isla partiendo de sus propios recursos, de manera sostenible y con la consiguiente recuperación —y actualización— de una faceta histórica hoy perdida», explica al observar los restos de una alberca que aún conserva parte de su pavimento original. Y es que aunque su inspiración provenga de los ecohuertos del Alamillo, en Sevilla, donde ha pasado los últimos doce años de su vida hasta volver a San Fernando en 2015, lo cierto es que «tenía la necesidad de hacer algo por mi tierra, y todos sabemos la gran tradición de huertas familiares que se perdieron con el boom urbanístico».
«De ahí que solo queden reductos como éste», explica, mientras describe el aspecto que presentaría la parcela una vez adecuada para la iniciativa que defiende desde la Asociación Bahía de Cádiz, donde ocupa el cargo de secretario. En ello llevan casi dos años, pero «aunque la respuesta del gobierno municipal fue, en principio, positiva, el proceso se nos está haciendo interminable». De momento no les queda otra que imaginarse el enclave con su correspondiente centro de formación, tanto histórica como tecnológica, diferentes sistemas de cultivo, actividades en torno a ellos, zona de eventos e incluso —por qué no— un pequeño museo o aula de interpretación. El culmen del proyecto se concretaría en un ‘smart huerto’ o huerto inteligente, es decir, estructuras verticales, sin tierra, donde factores como la atmósfera o los nutrientes del agua son controlados mediante sensores para optimizar recursos, siempre con fachadas verdes e «intentando generar el menor impacto ambiental posible».
No solo serviría para concienciar a la ciudadanía del potencial del paisaje, sino también como atracción turística y, «algo que para nosotros es muy importante, la función social». «Todos sabemos que establecimientos benéficos como El Pan Nuestro no dan para más. Tenemos esta parcela abandonada que bien podría aprovecharse por gente necesitada que, a su vez, participaría del trabajo».
Parece que el esquema está claro, y no solo se reduce a colectivos en riesgo de exclusión social. También habrá actividades enfocadas a los niños, a los jubilados, algunas requiriendo la interactuación entre personas de distintas edades que, como muestran diversos estudios, son sumamente beneficiosas. Las posibilidades del proyecto son infinitas y, además, «encajan con el espíritu del propio Ayuntamiento, que desde su plan de salud defiende la prevención sobre la asistencia clínica, esto es, ejercicio físico, métodos para evitar la soledad, etc.», explica. Por tanto, no es algo meramente lúdico sino un proyecto cultural, medioambiental y, sobre todo, social, sobre el propio terreno. «Algo tan rico y tan nuestro como las huertas o las salinas no se homenajea con un monumento, sino con su recuperación adaptada a los nuevos tiempos».
Más proyectos
Desde la Asociación Bahía de Cádiz, el de la Huerta de la Compañía no es, ni de lejos, el único plan de reactivar la zona por el que sus componentes luchan casi a diario. Uno de los grandes problemas del parque es que los civiles vivan de espaldas a él, que no sean conscientes de sus posibilidades: «Decimos valorarlo, pero esperamos a que vengan otros a trabajar en él», explica. Es entonces cuando entran en juego las concesionarias que, en ocasiones, no cumplen las condiciones y acaban abandonando sus objetivos con el paso del tiempo. Solo hay que recordar el caso de la salina de La Roqueta, casi ‘regalada’, o las miles de doradas muertas en La Leocadia. «En cualquier otro sitio la concesión sería retirada al instante, aquí pasa una eternidad hasta que la explotación pueda ser reaprovechada por colectivos que proponen soluciones a su abandono», concreta.
Además, recuerda, «la máxima no puede ser mínima intervención, porque nuestro paisaje es antrópico», esto es, salinas creadas hace siglos por el hombre que necesitan de él para no colmatarse, controlar el agua en beneficio de la biodiversidad y, en definitiva, mantenerse. Esto requiere de grandes inversiones que se ofrecen desde Europa, pero «en muchos casos falta información», explica, «hay que dar más facilidades en ese sentido».
Esto guarda relación directa con el problema que hay desde hace años en la zona marismeña de Las Aletas, Puerto Real, colmatada con la nefasta idea de crear una zona de cultivos durante el Franquismo, » algo imposible por su alta salinidad». Se ha intentado hacer allí un polígono industrial que también bloquearon las leyes de Medio Ambiente y, en la actualidad, depende de un consorcio del que participan Ayuntamiento, Diputación, Junta de Andalucía y Estado. «Cuenta con 100 millones de euros en fondo, más otros 80 pendientes de la Junta», explica Ismael, y aunque tras años abandonado se han puesto en contacto con diversos colectivos —entre ellos, Bahía de Cádiz— que desarrollen un proyecto alternativo, parece que los trámites también se están alargando.
Entre las prioridades de la asociación, habla de la creación de una depuradora para marisco —gremio cuya regularización defienden—, la recuperación de la marisma y también del molino de mareas existente en ella. Asimismo apuestan por los productos de la zona y están inmersos en un estudio medicinal de la flora de la marisma, «de manera rigurosa, basándonos en bibliografía científica», concreta Ismael.
«El caso de San Fernando ni siquiera requiere de estudios de viabilidad profundos; siempre fue una huerta y, si nos dejan, volverá a serlo».
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