Prensa Histórica: ‘En el Observatorio de San Fernando, el día del eclipse’

25 enero, 2018

en Revista Ilustrada IRIS [10/09/1914]

localizado y transcrito por Alejandro Díaz Pinto [25/01/2018]

     Amaneció un día de verdadero estío. Muy cargado de azul el cielo; sin una nubecilla blanca que manchase su pureza.

     Nuestro estimado compañero el redactor de IRIS, D. Antonio Quijano se encotraba desde tempraa hora en la terraza del establecimiento científico que alza su gallarda mole al Oeste de la ciudad.

     Desde la plataforma del domo que corona el edificio se admira encantador panorama. Puerto Real, la ciudad que fundaran los Reyes Católicos, recorta su alegre silueta al Norte; al Nordeste, los edificios del Arsenal de la Carraca, cuya visión produce un suspiro de amargura en todo buen isleño. En la misma dirección se encuentran el Archivo de Marina, el Panteón de Marinos Ilustres, la Escuela Naval, y los cuarteles de Infantería y Artillería.

     Tendido a la derecha como enorme reptil, destácase San Fernando con sus alegres casitas blancas rematadas en vistosas almenas; a lo lejos, sobre una colina, Medina Sidonia; después Chiclana que recorta perfectamente sobre el horizonte la silueta de su ermita «Santa Ana».

     Al Sur, el «Cerro de los Mártires» y el Castillo de Sacti-Petri; al Sudoeste el Océano y al Oeste, Cádiz, la «tacita de plata». Admirado el panorama y obtenida la autorización del respetable y sabio Director del Observatorio de Marina para hacer la información gráfica, procedió el Sr. Quijano a preparar sus instrumentos, y buena prueba de su competencia en su artística profesión son las fotografías que acompañan a este artículo, especialmente la obtenida de la ecuatorial fotográfica, en la que observaba por proyección sobre el vidrio deslustrado el digno subdirector D. Francisco Graiño y en la que puede verse a los astrónomos señor Don Salvador M.ª de Gatica y Sr. Nadal, observando sobre una pantalla en la que se proyecta el disco solar.

     El contraste de luces y sombras en esta fotografía es de magnífico efecto artístico, como se prometía el Sr. Quijano.

     La modestia del Excmo. Sr. D. Tomás de Azcárate, director del establecimiento, impidiónos ofrecer a los lectores una fotografía de dicho señor mientras observaba el fenómeno. Comprendiendo nuestras intenciones, se sustraía prudentemente del alcance de la máquina fotográfica, mientras con amable sonrisa nos incitaba a aumentar nuestra información por otras dependencias.

     Solo después de terminado el fenómeno y cediendo a nuestra insistencia, consintió entrar en el grupo formado por el personal de jefes y oficiales que tomaron parte en la observación-

     Aspecto animado presentaba este día el Observatorio: cúpulas que giran constantemente con crujidos y rechinamientos; las bocas enormes de los grandes anteojos asomando por el rompimiento de la bóveda; los astrónomos que van de sus aparatos a la sala de pendulo para comparar sus cronómetros.

     Mientras llega el momento de la observación curioseamos el Sol con una de las pequeñas ecuatoriales Troughton. A través del cristal de color anaranjado que defiende la vista de los abrazadores rayos del astro diurno se percibe el disco de este como un círculo de oro.

     Puede observarse una mancha solar; se ve en ella el remolino de sus bordes; el resto del Sol está limpio y lustroso.

     Dejamos el aparato porque se acerca la hora del primer contacto y lo necesita el astrónomo.

     Silencio sepulcral: los rígidos tubos metálicos señalan al cielo persiguiendo al Sol con sus objetivos; los astrónomos, consultan de vez en vez la esfera de sus respectivos cronómetros marinos y, mentalmente, cuentan los segundos que se suceden marcados por el rítmico tic-tac.

     De pronto sueltan las palancas de movimiento y mirando al cronómetro anotan la hora. Se ha verificado el primer contacto.

     Nos acercamos al anteojo y, efectivamente, el disco de impecable redondez antes, aparece ligeramente abollado. Es el negro cuerpo de la luna que se interpone.

     De allí pasamos al cronógrafo. Sobre una pantalla se proyecta el disco del Sol y, plácidamente, a la sombra, sin necesidad de aparato alguno, vemos como poco a poco, la mordedura se hace mayor.

     El contacto se ha verificado a la hora señalada por el «Almanaque Náutico» confeccionado en el Observatorio. Ni un segundo después, ni uno antes.

     Y mientras los astrónomos hacen nuevas comparaciones de sus cronómetros, yo me entrego a reflexiones sobre la seguridad de los cálculos y sobre los estudios que ha sido necesario efectuar para llegar a dominar desde el gabinete de trabajo el eterno rodar de los astros.

     Esperamos hasta que se verifique el segundo contacto y termine el fenómeno.

     Antes de marchar, terminada nuestra misión, vamos a despedirnos: encontramos al grupo de observadores comentando los resultados obtenidos y aprovechamos la ocasión.

     D. Antonio Quijano enfoca su máquina y queda hecha para IRIS la fotografía del personal.

     Mientras nos acercamos al pueblo luce el Sol en las alturas y deja caer sobre nosotros la sofocante pesadez de sus rayos, que no permiten dudar de que estamos en pleno Agosto.

     El negro disco de la Luna destacado un momento sobre el dorado Sol, se ha perdido en el azul turquesa de los cielos.

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