De peregrinación por Las Callejuelas

23 mayo, 2017

por Alejandro Díaz Pinto

Los patios del barrio de Camarón reciben estos días a la ‘Callejolera’, un recorrido por el corazón del Carmen cuyo origen se remonta a los años 60.

Existe un barrio en La Isla donde el tiempo pasa más despacio, donde de vez en cuando llama la atención el contraste de los geranios con el blanco de los patios encalados y pueden verse tertulias al fresco entre amigos, o desconocidos hasta que se sientan juntos. Sus puertas están abiertas y, en mayo, ‘con más vera’, porque los vecinos acogen en el seno de sus hogares a la Virgen del Carmen, la patrona de los pescadores.

Pero no se trata de la imagen que cada 16 de julio procesiona sobre un trono de plata junto a cientos de cofrades vestidos con chaqueta y corbata, sino de otra, más pequeña, conocida popularmente como la ‘Callejolera’ debido a su transitar desde antiguo por los patios de estos vecinos que durante un día entero la velan en casa. Cuenta una piadosa leyenda que un viajero cedió como compensación esta imagen, del siglo XVIII, tras hospedarse en una de ellas. Más tarde sería donada a la iglesia. Su peregrinación, perdida durante décadas, se recuperó en los últimos años gracias a la iniciativa de la Hermandad del Carmen y a la predisposición de unos vecinos que esperan con ansia la primavera.

Y lo hacen por devoción hacia su patrona, rezando el rosario a partir de las 19:30 horas, pero también como una oportunidad de reunirse con seres queridos que a veces vienen de otros barrios para velarla. Como manifiesta el hermano mayor del Carmen, Salvador Fornell, «es una forma de unión entre las familias del entorno».

Su verdadero origen se remonta a los años 60, cuando un acuerdo entre los carmelitas y la Iglesia Diocesana deparó en la elección de Fray Antonio Molina como primer párroco de la Iglesia del Carmen. Fue él quien dio forma a una idea llevada a la práctica por la parroquia, «por casas del barrio y hasta en la Calle Real, la Virgen permanecía casi un mes recorriendo los patios», recuerda. «En mi casa la colocábamos sobre el brocal del aljibe». Fray Manuel Molina se encargó de suceder a Fray Antonio al frente de esta piadosa tradición para la que los años no pasaron en balde, por desgracia: vecinos que abandonaban el barrio y una progresiva desaparición de los patios acabaron con la peregrinación. No así en la memoria de Salvador Fornell, quien una vez elegido como hermano mayor, a fines de los 90, propuso su rescate al padre Francisco Jaén. «Desde entonces es la hermandad quien se encarga en colaboración con los vecinos y la asociación ‘Luz del Carmen’, a quienes estamos enormemente agradecidos».

Vecinas posan junto a la Callejolera en San Román número 5.

Vecinas posan junto a la Callejolera en San Román número 5.

El domingo llegó a casa de Vicenta, una de esas viviendas tan callejoleras como la propia Virgen, que pese a las necesarias reformas no ha abandonado su esencia. La dueña de Alsedo 31 muestra orgullosa una fotografía en blanco y negro para evidenciar lo antiguo de esta tradición. «Este patio ya no existe», indica mientras la señala. En su lugar se levanta un bloque de hormigón. Pero el suyo sí, ahora cubierto y decorado con azulejos. La cocina, renovada, es la misma que compartían las familias que vivían en la casa aunque «el pozo se ha perdido». Allí se agolpan las vecinas para rezar el rosario y, más tarde, acompañar a la Virgen a otra vivienda. En este caso San Román número 5. El patio, más espacioso que el anterior, presenta azulejos verdes y blancos, como la bandera del balcón, tras la que los presentes tienen tiempo de lamentar aquello que se ha perdido, pero también lo que subsiste gracias a sus recuerdos: los piropos de los pescadores a la Patrona, cuando aún visitaba el barrio en octubre, los cantes improvisados de Camarón y hasta la hierbabuena que los americanos pedían a la casera cuando llegaban a casa del cantaor, ya convertido en estrella. Este martes rezarán de nuevo el rosario a las 19:30 y de allí partirá la peregrina hasta otro patio que será el tercero de cinco.

«Antiguamente -explican- nos quedábamos toda la noche acompañándola». Habla de un tiempo en que no existía la televisión ni los ordenadores, cuando amenas charlas solo interrumpidas por cantes constituían el principal pasatiempo de aquellas familias que compartían cocina alrededor de un patio bajo las estrellas. Una preparaba puchero, la otra ofrecía sus croquetas y, sobre todo, mucho pescado, como es lógico teniendo en cuenta la idiosincrasia del barrio. La víspera de esta visita era en sí una celebración, pues todos juntos reunían macetas, redes de pesca, mantones de Manila para engalanar el altar o en su defecto las colchas más bonitas que habitualmente lucían sus camas. En un barrio humilde, como el de Las Callejuelas, «lo grande es que cada uno ceda lo mejor que tenga».

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