La influencia fenicia en la Medicina. Un artículo de 1838

25 mayo, 2017

por Anastasio Chinchilla y Piqueras en Boletín de Medicina, Cirugía y Farmacia [30/08/1838]

localizado y transcrito por Alejandro Díaz Pinto [25/05/2017]

LITERATURA MÉDICA: APUNTES PARA LA HISTORIA DE LA MEDICINA

MEDICINA FENICIO-ESPAÑOLA

   No hay historiador alguno que al tratar de la literatura de su nación, no haga los mayores esfuerzos para derivar el origen de aquella desde los fenicios o egipcios. Muchos para lograr su intento tuvieron que poner en prensa su imaginación (permítaseme decirlo así) para inventar fábulas y cuentos, que de ningún modo pueden pasar y acomodarse a las leyes de una sana crítica.

   Los españoles afortunadamente no nos hallamos en este caso; y podemos sin violentarnos presentar los testimonios más auténticos de que nuestra literatura procede de los dichos pueblos, sin otro trabajo que recoger los diferentes pasajes que se hayan diseminados en las obras de los historiadores más célebres de la antigüedad, como Estrabón, Herodoto, Dionisio de Halicarnaso, Túcides, Pomponio Mela, Plinio y otros.

   Esto es lo que pretendo hacer en este escrito: he extractado por mí mismo estos historiadores, y no expondré idea alguna que no la encuentre apoyada en su autoridad. Pero no podré prescindir de algunos pormenores indispensables para dar a conocer este punto; y entro en su examen con la seguridad de que nada me echarán en cara los demás historiadores.

   Antes de hablar de la literatura hispano-fenicia podría hacer una reseña de la historia política de los primeros pobladores de España; podría presentar la serie sucesiva de los reyes de esta nación, a saber: Tubal, hijo de Noé, Ibero, Jubelda, Brigo, Tago, Beto, Gerión el africano, Gerión el tergencino, Hispalo, Hispano, Hércules el libio, Hespero, Atlante, Sicoro, Sicano, Siceleo, Lusso, Siculo, Testa, Romo, Palatuo, Caco, Palatuo II, Erytro y Gárgoris; podría hablar de la venida del rey Oris, de Hércules el egipcio, y de otros muchos; podría decir con Estrabón, que los turdetanos eran reputados como los más sabios de la España; tenían gramática y conservaban escritas las memorias de la antigüedad; que tenían poemas y leyes en verso compuestas según ellos decían seis mil años ha (1).

   Podría presentar por último las infinitas autoridades y monumentos que prueban que en España había ya un determinado alfabeto antes de la venida de los fenicios. Pero nada de esto quiero; solo deseo hacer ver la comunicación de los fenicios con los españoles.

   El tiempo de las promesas de Dios hechas a Abraham y a su pueblo era llegado. Los descendientes de este santo patriarca debían ya tomar posesión de la tierra de Canaán (llamada después Fenicia por los griegos). Josué, caudillo del pueblo de Israel, puesto a la cabeza de éste con espada en mano, declaró guerra a los cananeos. Bien pronto empezó a engrandecerse su imperio y extender sus conquistas. Los fenicios se vieron en el caso de refugiarse a Sidón, única ciudad que quedó libre de las armas judaicas. La estrechez de ésta y la falta de recursos obligaron a sus habitantes a procurarse medios de extenderse buscando puestos y establecimientos. Con las frecuentes navegaciones habían adquirido un perfecto conocimiento de la mayor parte del mundo conocido. Ellos tenían ya ideas positivas sobre la topografía de la España meridional, y volviendo los ojos a los últimos confines del África y de España, que era la situación más ventajosa para establecer su comercio marítimo, emprendieron sus viajes a ella. «Según tradición de los mismos fenicios, un oráculo les inspiró esta resolución, mandándoles fuesen a formar un nuevo establecimiento en aquel mismo paraje en donde Hércules había erigido antes dos columnas» (Estrabón. Rerum geografiar. Lib. 3.º, pag. 258).

   Desde luego miraron este punto como el más oportuno para sus miras comerciales. Procopio, que estuvo en África en calidad de secretario de los ejércitos de Justiniano, asegura haber visto en Tánger cerca de una fuente dos columnas de piedra blanca con una inscripción en idioma y caracteres fenicios que significa: «Nosotros llegamos aquí huyendo de las armas del usurpador Josué, hijo de Nave» (Procopio. De bello vandalico. Lib. 2.º, cap. 10, pag. 258). De esta inscripción se infiere que los fenicios que desampararon su patria por la persecución del libertador de Israel, formaron su primer establecimiento en Tánger. De aquí pasaron a España, según testimonio de nuestro Pomponio Mela natural de Iulia Traducta muy próxima a Cádiz, que dice: «Esta ciudad era una segunda Tánger habitada por los fenicios venidos de África» (2).

   Que éstos se establecieron también en Cádiz consta por las autoridades de los historiadores griegos y latinos, tales son Herodoto (3), Diodoro de Sicilia (4), Estrabón (5) y Plinio (6).

   Cádiz fue llamado por los tirios Gadir (recinto o lugar cercado de agua); muy próxima a éste se halla la isla de Sancti-Petri, llamada entonces Erytia, en la cual fundaron los tirios el famoso templo de Hércules, a semejanza del de la ciudad de Tiro. De esta villa habla Plinio, diciendo: «Erytia dicta est quoniam Tyrii ab origine eorum orti ab Erytreo mari ferebant» (7).

   «Los fenicios llegaron a hacerse dueños de muchas partes de la costa del Mediterráneo, cuyo dominio obtuvieron hasta que fueron destruidos por los romanos» (Estrabón, pag. 224). Así extendieron su comercio por todas partes de España, y se intimaron con los turdetanos. Éstos recibieron de ellos sus leyes, su religión, sus ciencias y sus artes.

   El mismo historiador griego hablando de las costumbres de estos españoles dice así: «Los que habitan cerca del río Duero, viven muy frugalmente: se dan fricciones dos veces al día con ungüentos y aceites balsámicos y se lavan con agua fresca; solo hacen una comida al día parca y frugal; observan las venas de los costados y adivinan por el tacto; después observan el pulso y predicen por los cadáveres lo futuro (8). Los que viven en las villas o pueblos lo pasan mejor: duermen en camas de hierba; usan vasos de cerca; tienen sus ejercicios gimnásticos tanto de a pie como de a caballo; tienen convites; ponen enfermos en las calles según costumbre de los egipcios (9) para que los que pasen los examinen y digan si conocen algún remedio para aquella enfermedad. Usan también un veneno que componen de una hierba parecida al apio (la cicuta), el cual mata sin dolor; de él se valían, no solo en la adversidad de fortuna y en cualquier accidente funesto, sino también para sacrificarse en obsequioso tributo de la amistad» (10).

   A esto alude lo que dice nuestro Méndez de Silva, que «Usaron nuestros antiguos españoles utilísima costumbre que se puede decir fue el primer rudimento del arte, necesaria para la incolumidad del universo: que todos los enfermos que sanaban ponían en las puertas de sus casas los remedios escritos que habían aprovechado, cuyas tablas llevaban griegos a sus tierras, donde las ejercitaban y que ofrecían como el mayor regalo que podían hacer al templo de Diana de Éfeso, de donde el peritísimo Hipócrates ideó la escogida doctrina cifrada en venerados escritos, y viene a ser legítima consecuencia que tuvo acá principio (11). También añade que Licurgo, famoso legislador de los lacedemonios, compuso de nuestras leyes las suyas, por las cuales se gobernó la Grecia por espacio de 500 años» (12).

   Los españoles adoraron también los dioses fenicios, y entre ellos el fuego, el viento, el sol, la luna, etc. En otro artículo hablaré de esto con más extensión, y presentaré las inscripciones votivas, y los pueblos en que se fundaron los templos.

   Creo que lo expuesto hasta aquí basta para probar el objeto que me propuse; debiendo advertir que esta materia, vasta por su naturaleza, no puede ser tratada en un periódico con la extensión que pudiera. Solo deseo presentar unos apuntes para que ellos indiquen el rumbo que he de seguir en el proyecto de mi obra, en la cual hablaré de cada punto con la ilustración que se merezca.

Anastasio Chinchilla

  1. Estrabón. Tit. 1.º, lib. 3.º, pag. 204. Los extranjeros Bochart, Guarnacci y Tiraboschi refutan como absurda la narración de Estrabón, siendo de notar, que cuando les tiene cuenta dicen que es muy veraz este historiador; y poco crítico, cuando trata de la España. El último de éstos, contestando a nuestro español Lampillas, se aturde al reflexionar sobre esta materia, y remite a los españoles a tratar este punto entendiéndose con los chinos. ¡Linda chocarrería! Pero si este historiador italiano recordara que los antiguos no contaban los años como nosotros; sino de seis meses según unos autores, y de tres como quieren otros, y es lo más cierto; resultaría que esta gran suma sería igual a la de 1500 o 1600 años, que es la época que coincide con la instalación de los tirios en Cádiz, y en la que están de acuerdo los historiadores. El lector imparcial dirá si estas cuentas son chinescas.
  2. Pomponio Mela. De situ orbis. Lib. 2.º, cap. 8.º, pag. 40.
  3. Historiar. Lib. 4.º, pag. 282.
  4. Bibliotec. historic. Lib. 5.º, núm. 20, pag. 345.
  5. Rerum geograficar. Tom. I, lib. 3.º, pag. 258, 259 y 260.
  6. Historia natur. Lib 4.º, cap. Hispania y otros varios lugares.
  7. Loc. Citato supra. Pag. 58, núm. 2.
  8. Por si yo entiendo mal este pasaje, lo copio al pie de la letra; «Laterum venas inspiciunt ac tangendo divinant; deinde pulsum adunt et ex cadavere aurupex futura predicit. Ib.»
  9. ¿Por qué no dice Estrabón de los fenicios? ¿Por qué no compara esta costumbre con la de los indios, persas, celtas, malabares, etc., etc.? ¿Sí será esta expresión del historiador griego otro absurdo como dicen Bochart y Tiraboschi? ¿Serán también cuentos tártaros? Que nos respondan los italianos.
  10. Estrabón. Loco citato supra.
  11. Antigua población de España, pag. 234.
  12. Ib. Pag. 2. En artículo de la España griega, haré ver la instalación de los griegos de Samos y Foncenses en nuestra España, y el influjo que tuvo su venida en la religión, ciencias y artes: como también los griegos llevaron a su país nuestras tablas votivas.

Tanto éste, como los demás artículos de literatura médica que el señor Chinchilla ha publicado en este periódico, son un testimonio de su laboriosidad y celo por el honor nacional, y prueban lo mucho que ha sabido aprovechar las lecciones y continuo trato de su maestro el señor Hernández Morejón, cuya prematura muerte nos ha privado de ver cumplidos por ahora los deseos que tenemos de conocer la historia médica de nuestros mayores. Sabemos que el señor Chinchilla trabaja sin levantar mano en esta interesante obra, y por lo mismo recomendamos a nuestros lectores la importancia de remitirle cuantas noticias adquieran sobre este punto, dirigiéndolas a la redacción, que tendrá un singular placer de ser el conducto por donde las reciba.

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