M.ª Elena Martínez Rodríguez de Lema
Dra. en Filología Clásica
Pasear por La Isla de San Fernando, observar el patrimonio que nos ha sido legado a través de nuestra historia y recrearnos en sus detalles con calma y detenimiento, han sido actividades a las que muchos hemos dedicado este tiempo de pandemia y restricciones.
Partiendo del Puente Zuazo, durante milenios único punto de unión entre Cádiz y el resto del mundo por tierra, y límite de la España libre durante la invasión francesa, reflexionamos sobre sus desconocidos orígenes que se pierden en tiempos remotos, pero que en época romana se utilizó como soporte para el acueducto que llevaba el agua hasta Gades. Cercana a él se situaba la mansio ad pontem, según el itinerario Antonino, lugar de descanso y servicios para el viajero que circulaba por la Vía Augusta desde o hacia Gades o el templo de Hércules, recorriendo la calzada cuyos restos muy probablemente se conserven bajo los de época posterior, que todavía se pueden ver entre Torregorda y Camposoto.
De ahí nos dirigimos hasta el Arsenal Militar de la Carraca –donde nos trasladamos a la época ilustrada– para acercarnos a la puerta del mar y leer el verso adaptado del libro VI de la Eneida, epopeya virgiliana, que con sus palabras Tú, regere ymperio fluctus, Hispane, memento, nos lanza un mensaje de paz y no de dominio imperial como siempre se había venido creyendo. «Tú, español, acuérdate de gobernar los mares con tu autoridad» es su significado, porque Virgilio (70-19 a. C.) se refiere a la autoridad de las artes, para él, un poeta, el arte de la palabra, que combate a los soberbios y defiende a los humildes. Esta inscripción pone de manifiesto el gusto por la cultura clásica y el conocimiento de la lengua latina que tuvieron aquellos hombres de la ilustración isleña –entre ellos Gaspar de Molina y Zaldívar, III marqués de Ureña– que intervinieron en el proyecto constructivo de la población militar de San Carlos, siguiendo el programa borbónico que pondría las bases de lo que hoy día es San Fernando como ciudad, y que ha dejado una importante epigrafía, pues, además de la cartela de la puerta del mar de la Carraca, se ha conservado la lastra de la cara este del Puente de Ureña, un hermoso puente de estilo neoclásico, es decir, la forma de concebir el arte de la Ilustración, que bebe directamente de las fuentes griegas y romanas, como era el gusto del siglo de las luces. En esa placa del Puente de Ureña, «el bello escondido» tras la Población de San Carlos, se puede leer –aunque con un notable desgaste– otro verso de la Eneida, en este caso del libro primero. Esta vez tal cual, sin adaptación alguna: Urbem quam statuo vestram est. Subducite naves. Son las palabras de la reina Dido al héroe troyano Eneas: «la ciudad que estoy fundando es vuestra. Sacad a tierra las naves». Con él se invitaba a todos los navegantes que pasaban bajo el puente a permanecer en la Real Isla de León, en un momento en que faltaba toda clase de profesionales para llevar a cabo el ambicioso proyecto constructivo borbónico. Estaba situado sobre el caño que se había trazado artificialmente para que las pequeñas embarcaciones civiles pudieran circular entonces desde la bahía al Puente Zuazo sin pasar por la Carraca, y que hoy se encuentra cortado. Nos situamos en su extremo sur mirando hacia la Población de San Carlos y comprobamos que emboca directamente la calle de la Victoria, entre la Escuela de Suboficiales y el Panteón de Marinos Ilustres, pues tenía la función de facilitar el paso hacia este Arsenal a los que venían por tierra desde la ciudad y viceversa. Hoy día esto sería imposible ya que se ha interpuesto el edificio Brochero.
A continuación hemos entrado en el Panteón, ese impresionante edificio único en el mundo dedicado especialmente a dar sepultura a marinos Ilustres. En esta ocasión nos hemos detenido en el mausoleo de Joaquín de Bustamante y Quevedo (1847-1898), obra de Gabriel Borras Abellá (1875-1943), para admirar la singular belleza del ángel vestido al estilo clásico que parece levitar mientras, extendiendo su mano, posa la corona de la victoria sobre la cabeza del difunto. Nos deja impresionados, y nos preguntamos si el escultor se inspiró en la Niké de Samotracia, conservada en el Museo del Louvre, que fue descubierta en 1863 por Charles Champoiseau, cuyo impacto en el mundo del arte y especialmente de la escultura se dejó sentir por todo el mundo.
Nuestro paseo siguiendo las huellas de la pervivencia del mundo clásico en nuestra ciudad nos conduce hasta el Real Observatorio de la Armada, institución científica de prestigio internacional que cuenta con una extraordinaria biblioteca cuyos fondos antiguos son de enorme interés. De ellos destacamos la colección de obras escritas en latín y en griego de una gran diversidad de autores y temas. Es difícil seleccionar, pero esta vez nos hemos fijado en dos. Una es Introductorium in astronomía de Albumasar (1489), un incunable que entre otros motivos llama la atención por ser de temática científica, pues estas ediciones solían tratar temas religiosos. La otra obra que hemos entresacado es Astronomicum Caesareum de Petrus Apianus (1540), una bellísima edición a todo color del protocolo imperial de Carlos I, que defiende todavía la concepción tradicional medieval del universo cuando faltaba muy poco para que Nicolás Copérnico publicara De revolutionibus orbium coelestium, que dejaba atrás las viejas teorías y vislumbraba la modernidad.
Antes de seguir adelante bajamos al Parque del Barrero para contemplar el unicornio alado o alicornio que, como monumento in memoriam, se le dedicó a Klara, víctima de un horrible crimen. Este animal fantástico fue trasmitido desde la antigüedad grecolatina envuelto en un halo de misterio, magia y simbología positiva, siendo descrito incluso por Plinio el Viejo.
Seguimos adelante y nos vamos hasta el Cerro de los Mártires, el lugar donde, según la tradición, fueron decapitados San Servando y San Germán un año de principios del siglo IV. Estos dos hermanos, nacidos en Emérita Augusta, probablemente fueron soldados de la «Legio VII Gemina», que durante la persecución del emperador Diocleciano fueron apresados y condenados a torturas, acusados de predicar el cristianismo. Conducidos a Mauritania Tinguitania, por el camino fueron decapitados en el Pagus Ursunianus, lugar relacionado con este cerro. Sin embargo no podemos dejar de reflexionar sobre las diferentes teorías que los distintos investigadores han formulado al respecto y que no consideran que el mencionado pagus se localizara aquí sino en otros lugares de la provincia. Pero la leyenda y la tradición crearon lo que durante mucho tiempo fue la fiesta isleña por antonomasia en temporada de otoño, celebrada el 23 de octubre. Fuera o no este lugar el Pagus Ursunianus, lo cierto es que este punto, el más elevado de San Fernando, encierra grandes tesoros arqueológicos, algunos de ellos ya documentados como la villa romana, las piletas y los alfares. Otros –todavía por documentar– podrían darnos luz sobre la industria del murex, es decir sobre la fabricación del tinte púrpura a partir de la cañailla, molusco tan abundante en la zona, o tal vez sobre la fabricación del garum, salsa muy apreciada en la antigua Roma. De esos alfares citados salieron los restos de lucernas romanas que han dado a conocer el primer ciudadano isleño del que conocemos su nombre completo: Caius Iunius Dracus, a quien se le ha dedicado una calle en las proximidades.
Seguimos hacia la playa de Camposoto y de ahí a la Punta del Boquerón, un lugar entre cielo, mar y arena con el castillo de Sancti Petri enfrente. En las proximidades de la Punta del Boquerón es donde las fuentes clásicas sitúan al templo gadirita del dios Melkart que en época romana fue asimilado a Hércules, el héroe que luchó contra Gerión y el León de Nemea. Se trataba de todo un emporio, ejerció una gran influencia y durante la antigüedad fue admirado por su riqueza y esplendor, siendo citado por una larga lista de autores grecorromanos de los que recordamos especialmente a Estrabón y Pomponio Mela. Hasta él llegaron peregrinos como Aníbal o Julio César, de quien Suetonio inmortalizó su llanto ante la estatua de Alejandro. Los peregrinos pasaban por la mansío Ad Herculem también mencionada por el Itinerario Antonino situada junto a él. Para volver al centro de la ciudad, seguimos el curso del caño de Sancti Petri, o de «las piedras sagradas» de las ruinas del templo de Hércules, palabras latinas más tarde entendidas como «San Pedro».
Nos detenemos en el molino del Zaporito donde se conserva una curiosa piedra de Tarifa que tiene incisa la cuadrícula del tablero del juego romano latrunculi, sin duda de la época de la presencia romana en La Isla, que cuando se encontró servía de tapadera de uno los huecos de regolfo del molino.
Nos ponemos en marcha de nuevo por la calle Dolores hacia la Plaza del Rey, cuyo centro está ocupado por el monumento ecuestre, obra de Aniceto Marinas, precedido por la figura de Clío, la musa de la Historia, hija de Zeus y Mnemosine que, alzando la mirada, sostiene el libro donde registra los hechos. El conjunto, realizado en bronce, se ubica delante del imponente edificio neoclásico del Ayuntamiento de la ciudad. Su hermosa fachada, adornada con motivos de la arquitectura clásica, presenta sobre la escalinata un pórtico de arcos de medio punto que alberga la entrada principal de bellas puertas de madera, diseñadas por el arquitecto Amadeo Rodríguez. Las hojas están dispuestas bajo un tímpano semicircular en el que aparece tallada la insignia de la cuidad flanqueada por representaciones simétricas de la Abundancia sobre la inscripción de «Casas Consistoriales». Sobre sus tres plantas se sitúa un ático en el que aparecen labradas en piedra al estilo clásico la figura de la Fama y la Justicia sujetando el escudo de San Fernando, conjunto que es obra del escultor Augusto Franzi.
No podemos seguir nuestro paseo sin echar un vistazo a la Biblioteca Lobo, cuyos magníficos fondos fueron donados por el almirante Miguel Lobo Malagamba y que conserva entre sus obras la Encyclopedie ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et métiers, par une société de gens de lettre (1751-1772), una verdadera joya que aboga por el compendio y la difusión del conocimiento, incluyendo la cultura y las lenguas clásicas y el arte greco latino en general al más puro gusto ilustrado.
Salimos del Ayuntamiento para dirigirnos, calle Real abajo, hacia Capitanía General y visitar el Museo Naval cuyo contenido es de gran interés, pero nosotros buscando la pervivencia del mundo clásico nos hemos detenido ante el mascarón de proa del buque escuela español, Juan Sebastián Elcano, votado en 1927. Cuando nos situamos ante él, no podemos dejar de preguntarnos por qué la figura que representa, siendo tan evidente que se trata de la alegoría de Hispania, documentalmente se registró como Minerva, la diosa romana de la sabiduría y de la guerra. Sin duda se trata de un curioso misterio con razones concretas de su tiempo, muy probablemente relacionadas con la ideología republicana de Horacio Echevarrieta Maruri, entonces propietario del astillero de Cádiz donde se construyó, y del escultor Federico Sáez de Venturini.
Nos estamos aproximando al final de nuestro paseo que no tendrá lugar antes de entrar en el Castillo de San Romualdo y en su sala museo. En ella existe una sección dedicada a la presencia romana en San Fernando. Nos detenemos para observar los restos de terra sigillata, ese tipo de cerámica fina usada para vajillas y menaje, símbolo de cierta posición social. Sabemos que de toda esta colección tiene una importancia destacada el cipo de la propiedad realizado en mármol de Caius Iunius Dracus, antes citado, que presenta una curiosa inscripción en griego en su cara superior.
No podemos salir del Castillo de San Romualdo sin admirar las copias de la estatua del emperador romano divinizado o los exvotos a Melkart cuyos originales se conservan en el Museo Provincial de Cádiz. Esperemos que en un futuro cercano dispongamos los isleños de un verdadero museo donde contemplar los fondos que se exhiben ahora y aquellos que no están expuestos por falta de medios. Finalizamos nuestro recorrido siendo conscientes de que nos queda mucho de nuestro patrimonio relacionado con el mundo clásico por admirar. Pero con la ilusión de realizar nuevos paseos que nos permitan tenerlos delante para reflexionar y disfrutar de ellos. Eso sí, en ocasiones hemos notado el abandono, la falta de limpieza e información, y la poca accesibilidad en el que buena parte del mismo está envuelto. Sirva de ejemplo el Puente de Ureña.