Muertes reales en el Zaporito

7 febrero, 2017

por Alejandro Díaz Pinto

Publicaciones periódicas locales y nacionales se hicieron eco de trágicos sucesos ocurridos en el muelle isleño en distintos momentos de los siglos XIX y XX.

Una hipotética encuesta colocaría al Zaporito como uno de los lugares con más encanto de San Fernando. No solo por los 300 años durante los que ha sido finca privada de un inmigrante genovés, foco de comunicaciones y transacciones comerciales, de esa actividad molinera tan propia de la Bahía, o primera ‘playa’ La Isla, sino también por el carácter costumbrista de las historias que aún recuerdan los vecinos del barrio y que, en ocasiones, ha dado lugar a una jerga propia con términos como ‘ceterilla’ que solo se escuchan aquí.

Sin embargo, también ocurrieron tragedias en este idílico muelle. Su historia está salpicada de muertes accidentales, ahogamientos e incluso algún que otro asesinato. Como dice Mª Elena Martínez (El Zaporito, su nombre, su origen y su historia) la gente, a veces, «se la jugaba». «El objetivo de estas historias era evitar que los niños se acercaran y cayeran al agua», explica, pero… ¿existe una base real?

En efecto se han logrado documentar algunos casos ocurridos desde al menos la primera mitad del siglo XIX. Y es precisamente un asesinato el más antiguo de todos, recogido en el número 382 del periódico nacional -aún no existían publicaciones locales- Miscelanea de Comercio, Política y Literatura, sección ‘Noticias del Reino’. La reseña data del 9 de marzo de 1821 aunque contextualiza el suceso en el <<día dos del corriente, entre una y dos de la tarde>>. A tenor de la crónica, el patrón de un místico de Marbella fondeado en el caño de Zaporito <<dio muerte violenta>> a otro de igual condición fugándose seguidamente en lancha por las salinas, en dirección a Sancti Petri. Cuatro soldados y un cabo -destacados cuando la <<voz del pueblo>> llegó a la guardia de la milicia nacional- lo atraparon durante su huida tras observar el cadáver e interrogar a los paisanos sobre el paradero del agresor, que en un primer momento no atendió la orden de atraque. Dos de los milicianos se vieron obligados entonces a lanzarse al agua <<vestidos y con fornituras, nadando con el fusil en la boca>> para finalmente atraparle y conducirle hasta la cárcel <<donde sufrirá la pena de la ley>>.

Lamentablemente no tenemos más datos sobre el suceso, la identidad de sus protagonistas o el móvil del asesinato.

Niños ahogados en 1887, 1901, 1909 y 1928

El 15 de agosto de 1887 dio parte La Palma de Cádiz del primer ahogado del que tenemos constancia, es decir, medio siglo después del caso anterior. Un joven había fallecido cuatro días antes mientras se bañaba con sus amigos en el Zaporito. No constan sus datos. La noticia indica que fue la causa <<el no saber nadar>>, pero también que <<se cree fuera alguna indisposición que sufriera ya dentro del agua>>

La siguiente tragedia documentada por la prensa es del 30 de agosto de 1901, y fue recogida por los periódicos nacionales El Liberal y El Correo Español a través de una breve nota en la sección de provincias. La víctima fue en este caso una niña de nueve años que había aparecido ahogada en el muelle, sin llegar a precisar ninguna otra circunstancia más allá de <<la tristísima escena>> que protagonizaron sus propios padres al sacarla del agua. En el Museo Histórico Municipal de San Fernando se conservan varios ejemplares de La Correspondencia de San Fernando, vigente entonces en la ciudad, pero ninguno se corresponde con la fecha clave.

Existen más datos sobre un nuevo fallecimiento ocurrido el 25 de enero de 1909 en el mismo lugar. La noticia, recogida por La Correspondencia de España, habla nuevamente de un niño, en este caso de cuatro años, que <<cayó al agua>> mientras jugaba con su hermano, de seis. Los esfuerzos de un empleado de consumos y un carabinero que corrieron a socorrer al pequeño al oír los gritos de este último fueron en balde. Un joven de nombre Manuel Vera, que transitaba en ese momento por la zona, logró sacarle del caño tirando de su ropa. El niño fue trasladado al domicilio del doctor Pece Casas pero finalmente <<falleció por asfixia a consecuencia de la tardanza en prestarle socorro>>. La nota concluye afirmando que <<se propone al joven Vera para una recompensa por su heroicidad al sacar al niño del agua>>.

El Heraldo de San Fernando desarrolla más la noticia aclarando que fue a última hora de la tarde. También especifica la identidad de los niños, José y Manuel García Huertas, que se encontraban <<arrojando piedrecillas al agua>> cuando el más pequeño, Manuel, perdió el equilibrio y cayó al caño. Se especifica asimismo el segundo apellido del joven que le sacó, Manuel Vera Costa, y la gran cantidad de agua que se le hizo arrojar a la víctima ya sobre tierra firme. En ese momento llegó su madre, <<presa del mayor desconsuelo>>.

Según esta crónica de El Heraldo, el pequeño no fue conducido al domicilio del médico sino al suyo propio, donde <<expiró á poco, resultando ineficaces los prontos auxilios que prestó el señor Pece>>. Aporta los nombres de dos guardias municipales que también se personaron en el lugar del suceso, José Fernández Muñoz y Manuel García, y del padre de los pequeños, <<el honorable hortelano José García Clavaín>> que vivía junto a su familia en el nº 94 de la calle San Marcos.

De la última noticia hallada hasta el momento (7 de julio de 1928) se ofrecieron muy pocos detalles a través del Heraldo de San Fernando, que la definió como <<una sensible desgracia que por afectar a una familia de la localidad, damos someramente>>. La nota completa dice así: <<Un estimado joven de 17 años, soldado de Infantería de Marina, tuvo la desgracia de querer bañarse en el sitio denominado el Cantillo, perdiendo pié y desapareciendo sin que pudieran salvarlo sus compañeros>>. El dato de la edad, la compañía y el gremio al que pertenecía permiten relacionarla con lo reseñado en, al menos, cuatro periódicos de alcance nacional, el ya citado El Liberal, La Nación, el Heraldo de Madrid y La Libertad. Lo único imposible de precisar es si el referido ‘Cantillo’ es -o fue- la denominación real de alguna zona conectada con el Zaporito o, lo que parece más probable, una invención de la prensa isleña para despistar a los morbosos.

Las tres primeras publicaciones se limitan a transcribir la misma nota, poco más larga que la anteriormente referida, apuntando que el joven se llamaba Antonio y era hermano del capitán de Infantería de Marina D. José Blanco Ligueri. Añaden también que <<el cadáver fue encontrado a la hora de la baja mar, flotando sobre el agua>>.

La Libertad aporta más datos, entre ellos, el carácter de soldado ‘voluntario’ de la Infantería de Marina que tenía la víctima, y el de su hermano, capitán de guardia de los arsenales. Describe cómo el accidente fue presenciado, en efecto, por los compañeros de la víctima, quienes <<no pudieron evitarlo, a pesar de los esfuerzos que realizaron>>. El cadáver fue hallado por los carabineros del puesto y trasladado al depósito después de que el Juzgado de Marina se personase allí y dictara la orden.

Las últimas desapariciones

Aún vive en La Isla quien recuerda casos similares, aunque no se han localizado crónicas periodísticas. Sí remiten una partida de defunción correspondiente a Ciriaco Martínez (cuatro años), fallecido en abril de 1953 «después de que se subiera junto a su hermano en una barca». Familiares afirman que así lo hicieron «porque creían ver a su madre, fallecida, caminar sobre las aguas». Solo un año antes, un alumno de La Salle apellidado Collantes (siete años) pereció algo más cerca de Sancti Petri, al lanzarse al agua desde el Puente Lavaera; y ya en 1972 consta por testimonios directos el accidente de Antonio Herrera, el más pequeño de nueve hermanos. La historia repitió el mismo patrón, con niños pequeños jugando cerca del muelle. El cuerpo apareció dos horas después de su desaparición, gracias, en parte, a la ayuda prestada en todo momento por los vecinos del barrio y por los buzos de la Marina, quienes lograron dar con él.

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