El [lamentable] estado de la casa salinera ‘Dolores’

6 agosto, 2017

por Alejandro Díaz Pinto

Ldo. en Periodismo y Máster en Patrimonio Histórico-Arqueológico

El histórico inmueble hace honor a su denominación.

Quienes regularmente hacen el trayecto San Fernando-Cádiz no son conscientes del progresivo deterioro que afecta a una de las casas salineras más singulares del entorno de la Bahía, y que vista desde fuera parece soportar con mayor o menor resistencia el inexorable paso del tiempo.

Pero contextualicemos la situación. El saco interno de la Bahía es rico en tesoros patrimoniales en el caso de San Fernando, empezando por el Arsenal de La Carraca hasta llegar al término de la capital. A lo largo de la costa lucen su desgaste el Puente de Ureña; el Cementerio de San Carlos; los vestigios del Lazareto de Infante, Fadricas y Punta Cantera; los molinos de Caño Herrera y San José y algunas casas salineras como Tres Amigos o el Sagrado Corazón. Todos ellos, sombras de lo que un día fueron.

Siguiendo en dirección a Cádiz pueden contemplarse el molino de Río Arillo, a la izquierda de la autopista y la Salina Dolores, a la derecha, que como algunas de las anteriormente citadas perteneció a principios del siglo XX a la familia Martínez de Pinillos integrada en el concierto ‘Unión Salinera’. Esta casa es de las más llamativas de su naturaleza, con una impresionante portada rematada por tres merlones y un camino a base de cantos rodados cada vez más desgastado.

La construcción propiamente dicha es de las llamadas ‘casas con patio’ según la clasificación que Suárez Japón hizo en su libro La Casa Salinera de la Bahía de Cádiz para diferenciarlas de las que denomina ‘de bloque’, como la cercana de San Miguel. Su principal característica es en efecto un patio que, como ocurre con sus homónimas del casco urbano, no siempre ocupa el mismo espacio dentro de la distribución. En el caso de la Salina Dolores funciona como nexo de unión entre el módulo principal y otro trasero con cubierta a dos aguas que probablemente se usaba a modo de cuadra y pajar. Es en este patio, además, donde se hallan dos de los aljibes de la casa adosados a los muros oeste y sur respectivamente y con sendas escaleras para acceder al depósito de agua, imprescindible para la subsistencia en la zona.

El módulo principal se distribuye en dos hileras horizontales de estancias separadas por un tabique que desaparece en el extremo oriental para dar lugar a un espacio más amplio que debió emplearse, a tenor de los ejemplos ofrecidos por Suárez Japón, como salón de trabajadores, es decir, albergue para quienes estacionalmente eran contratados para la extracción del preciado mineral. Aún es identificable el aseo, con un retrete al final de una estancia muy estrecha a la que se accede a través de un arco peraltado, y las familiares vigas de madera que día a día se desploman aunque de ellas aún penden cadenas para sujetar la lumbre. Todo esta zona doméstica presenta, a diferencia del edificio trasero, una cubierta de azotea o terrado con los típicos remates de la arquitectura popular isleña, así como un jardín delantero donde cada vez quedan menos palmeras.

El módulo posterior está techado a dos aguas, claro que de la estructura original de carpintería cubierta por tejas no queda nada, sustituyéndose en algún momento del siglo XX por otra metálica. Presenta tres gruesos pilares que sustentan, a su vez, la viga maestra que separaría las dos plantas del módulo. La presencia de estas dos plantas es evidente gracias a la serie de huecos corridos en la pared de donde arrancaban las vigas de un techo hoy inexistente, así como las dos líneas paralelas de ventanas —arriba y abajo— destinadas a iluminar cada uno de los niveles. Algunos huecos aún conservan baldas sobre las que depositar objetos, como puede apreciarse en algunas de las fotografías adjuntas.

Al oeste del conjunto, un pequeño muro rodea el perímetro del corral. En su interior hay restos de arriates donde en su momento debieron crecer productos de la huerta, y un abrevadero del que bebían los animales. Algunos de estos animales, como los burros, fueron parte imprescindible de la industria hasta ser sustituidos por raíles y vagonetas; otros, como las gallinas o los conejos también eran necesarios para la subsistencia de los residentes.

Los materiales y técnicas de construcción presentan claros paralelismos tanto con sus homónimas de la Bahía como con las construidas en el casco urbano isleño en la segunda mitad del siglo XIX, momento de auge para la industria salinera. Son muros de mampostería a base de piedra ostionera y argamasa, como corresponde a aquellas construcciones humildes que no buscan el lucimiento estético sino una funcionalidad estrictamente relacionada con el trabajo de la marisma. No obstante y como suele ocurrir en estos casos, los marcos de puertas y ventanas sí presentan un aspecto más ordenado a base de ladrillo que igualmente eran cubiertos con innumerables capas de mortero y cal.

El estado de conservación es, como se viene apuntando, alarmante. Y aunque en su momento se procedieron a cegar todas las puertas y ventanas del inmueble, hay quien se ha encargado de habilitarlo a modo de infravivienda, eso sí, con cierta intencionalidad artística a tenor de los grafitis marineros que lucen algunas de sus paredes y tratan de desviar la atención de los desconchones y manchas provocadas por la humedad.

Desde que estos espacios naturales pasaron a ser concesiones administrativas donde tanto el Ministerio de Medio Ambiente a través de la Demarcación de Costas, como el Parque Natural —dependiente de la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio—, tienen algo que decir, sin olvidar a los ayuntamientos competentes, en este caso Cádiz, parece que no se ha dado un paso al frente. 30 años hablando de industria acuicultura, gastronomía relacionada con algas y pescado de estero, centros de interpretación del salinar, turismo ambiental y otras muchos proyectos a poner en práctica en la zona han quedado en eso; proyectos sobre papel mojado.

Sería conveniente que la(s) administracion(es) competentes tomaran cartas en el asunto para al menos proceder a una limpieza de escombros y vegetación invasiva, además de apuntalar las zonas más deterioradas de forma que en el futuro no nos arrepintamos de no haber evitado lo que aún está en nuestras manos evitar que ocurra; la desaparición irreversible de la Salina Dolores.

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