San Fernando según el Heraldo de Madrid. Un artículo de 1909

3 agosto, 2017

por Ruiz Mateos en Heraldo de Madrid [24/01/1909]

localizado y transcrito por Alejandro Díaz Pinto [03/08/2017]

SAN FERNANDO

   Un viaje a San Fernando en el tranvía es de los viajes más deliciosos que pueden imaginarse, sobre todo en un día de sol, que en Cádiz lo son casi todos.

   Y cuando se tiene, como yo tuve, la fortuna de encontrar en el mismo coche a un compañero tan inteligente como el periodista Julio Moro, el viaje, que es de una hora, parece hacerse en minutos.

   Moro, que reside en San Fernando, me pone al corriente, durante el trayecto, de los dos únicos problemas que afectan a la vida de tan linda ciudad.

   —Es el primero —me dice— el de la factoría del arsenal de la Carraca, preterida en el reparto de los trabajos que han de darse a los astilleros oficiales por virtud de la ley de escuadra.

   San Fernando, como siempre y por causas muy complejas y lamentables prejuicios, queda excluido en la adjudicación de obras importantes, reservándosele las carenas y construcciones de artillería.

   Y aún se da el caso de que vuelvan a la Hacienda los créditos concedidos para la ampliación del taller de cañones, muelle de Isla Verde, aljibes, etc., mientras una maestranza idónea y laboriosa va desapareciendo por falta de trabajo.

   Solo así se explica que en diez años el descenso de la población sea de 8.000 almas.

   El otro problema es el salinero.

   —Éste —añade Moro—, no se ha resuelto por antagonismos de una nimiedad irrisoria.

   La riqueza salinera es enorme, produciendo las marismas, no solo cantidad, sino calidad, pues esta sal es reputada como la mejor del mundo e insustituible en los mercados de Terranova y América del Sur.

   El número de salinas asciende a 148, con una producción normal de 150.000 lastres, que con las mermas naturales por depuración, pérdidas, etc., quedan reducidos a unos 120.000.

   La exportación, desgraciadamente, no alcanza esta cifra, y cada año van quedando en saleros restos que agrandan los perjuicios de los productores.

   La industria salinera produce al año cerca de 3 millones de pesetas en sales elaboradas. Después, sus esteros dan sabrosísimos pescados en cantidades crecidísimas y por miles de pesetas de valor… Pues bien; toda esa riqueza está poco menos que perdida, y las sales, se cotizan ahora a 6, 7 y 8, con lo que apenas se cubren los gastos de elaboración y algunas salinas las ofrecen sus propietarios a quienes las quieren labrar por solo el pago de la contribución a Hacienda.

   La industria salinera se regía por un concierto cuya finalidad era el sostenimiento de los precios y el turno riguroso de la carta. Hace dos años terminó el funcionamiento social, que no ha sido reanudado ni sustituido por otro organismo que garantice la vida y prosperidad de la ribera, que lucha con competencias extrañas, nacidas al calor del desbarajuste y de la apatía.

   Pocos meses hace, la Cámara de Comercio, de Cádiz, por iniciativa de su presidente, quiso poner término a la anormalidad con la creación de una Sociedad mercantil de amplísimos horizontes. Sus esfuerzos se estrellaron ante los recelos de unos y la equivocación de otros. Después se intentó reanudar los trabajos de aproximación, y la discordia desunió de nuevo a los salineros, que lamentan la ruina en su prosperidad y la pobreza progresiva de la ribera.

   Y es —añade Moro enérgicamente— que no hay industria en España más apegada a la tradición, ni más refractaria al empuje beneficioso del progreso.

   Las sales se labran por los mismos procedimientos que usaron los primeros salineros; se sacan, amontonan y acarrean por medios costosos y rudimentarios, superando el flete en los candrays al valor de la mercancía.

   De ese modo, el que menos gana es el propietario, que tampoco busca nuevos mercados para sus sales, esperando al comprador por medio de los intermediarios, ni hace nada para mejorar y abaratar las faenas de la elaboración, confiándolo todo a la bondad del producto, factor que sería importantísimo si las salinas de Torrevieja, con inteligente dirección o iniciativas laudables, no pusieran hoy sus sales en condiciones de competir, y las de Ibiza, Italia y Portugal no hubieran concurrido a mercados que antes eran exclusivos de esta ribera.

   Por todas estas causas, San Fernando languidece, y d sus antiguas grandezas solo queda el recuerdo y la persuasión triste y desconsoladora de que pasarán muchos años antes de que resurja a la vida, y con ello la prosperidad de otros tiempos.

   El negro cuadro que tan briosamente traza Julio Moro ofrece tremendo contraste con lo que a nuestro paso vamos viendo. Arriba, un cielo azul incomparable; abajo, casi tocando la línea y apenas rizadas sus aguas, el mar, que envía sus salutíferas brisas, embalsamando la atmósfera, exuberante de luz y de color; y en el panorama encantador desfilando como en cinta cinematográfica Torregorda, antigua fortaleza, casi destruida hoy, donde la Marina y el Ejército tienen su campo de experimentación de artillería y Escuela Central de Tiro; las salinas, que se extienden a ambos lados de la carretera, y en lontananza, el histórico castillo de Sancti Petri, el cerro de los Mártires, el Observatorio e Instituto astronómico de la Marina, que dirige un sabio, D. Tomás Azcárate.

   Transpuesto el puente del río Arillo, célebre en la guerra de la Independencia por el heroísmo de un salinero, de Sánchez de la Campa, cuya memoria es sagrada en San Fernando, se entra en la hermosa vía que se llama por todos calle Real, aunque su nombre oficial es el de la Constitución, calle que por su anchura, amplias aceras y hermosos edificios, recuerda a las Ramblas de Barcelona.

   El tranvía llega hasta la Avanzadilla, pasando antes por la población de San Carlos, donde se encuentran los edificios oficiales y el panteón de marinos ilustres.

   El palacio municipal es digno de una capital de primer orden. Los edificios-escuelas son notables por todos conceptos, pues en San Fernando se ha prestado siempre preferente atención al problema de la enseñanza por todos sus Ayuntamientos, que tienen eficaces cooperadores en la masa obrera.

   El Centro obrero cuenta con más de 800 socios, sosteniendo una clase especial, de la que han salido jóvenes que hoy son distinguidos marinos y un plantel muy lucido de maquinistas y condestables, de artífices y maestros, que honran a la benéfica institución.

   De ese Centro es uno de los presidentes honorarios el ilustre Canalejas, quien al recibir, cuando lo visitó, el título honorífico manifestó que lo aceptaba con orgullo, dedicando sus plácemes más entusiastas al sabio ilustre que fundara aquellas clases, al ingeniero industrial D. Juan Carbó, por la meritísima obra, que constituye uno de los mayores títulos de gloria de San Fernando y de su honrada población obrera.

La Mallorquina.

   En la calle de la Constitución, 88 y 90, llama la atención del viajero un establecimiento a todo lujo. Es La Mallorquina, gran pastelería, café, cervecería y restaurant, de un hijo del trabajo que ha conseguido elevarse por su propio esfuerzo, del simpático amigo José Quirós, a quien encuentro en plena actividad en su sucursal, titulada San José, en el número 147 de la misma calle.

   Es La Mallorquina la casa de moda, no habiendo lunch, boda o bautizo de rumbo en que no sirva Quirós sus dulces, famosos en la región, y sus excelentes vinos, cafés y licores.

   La Mallorquina es un establecimiento que honra a la industria de San Fernando.

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