Alejandro Díaz Pinto
El Cine La Rosa fue inaugurado en San Fernando en marzo de 1911 a iniciativa del industrial José Carmelo Salvador. El lugar escogido fue la plaza de San Antonio, donde el célebre Antonio de la Rosa, de quien probablemente tomaba el nombre, había venido proyectando imágenes en movimiento durante la primera década del siglo XX. Este nuevo y «hermoso pabellón», como lo describen las crónicas, fue presentado como «cinematógrafo» con la proyección de «películas muy dignas de verse, tanto por la moral como por la originalidad de ellas», aunque el éxito de las actuaciones en vivo entre un público no acostumbrado al séptimo arte provocó que la faceta como sala de espectáculos desplazara al concepto original. Se mantuvo activo durante un año y dos meses, hasta que el propietario lo derribó para construir otro nuevo en la plaza de Vidal (hoy Jesús de Medinaceli).
Los artistas eran contratados para varios días, más o menos en función de la aceptación popular, y en ocasiones prorrogaban sus contratos. Solía haber dos o tres en cartel que iban alternándose en diversas funciones diarias, a partir de la tarde-noche, y probando con diversos números de sus respectivos repertorios sobre los que volvían bajo demanda. Con el tiempo se dedicó a los niños el domingo y algunas sesiones matinales con carácter especial, para autoridades o invitados ilustres. Cerraba sus puertas en Semana Santa, por el Corpus Christi y durante la Velada del Carmen, así como contadas veces a causa del mal tiempo o por indisposición de los protagonistas.
Por suerte conocemos algunos de los talentos que coparon la cartelera durante esta primera etapa y sus especialidades artísticas: los Hermanos Bautista, dialoguistas cómicos; Lola Bravo y Trujillo, pareja de baile; el transformista Fregolini; M. Muñoz y sus perros amaestrados; las Hermanas Gómez, especializadas en bailes regionales; la renombrada Troupe Wernoff; el trío Les Alías; los excéntricos Les Fontsola, definidos como cómico-mímico-musicales; el músico Saldac, concertista de varios «instrumentos de difícil dominio»; Pilar García, cantaora de Flamenco; La Vallou; la cupletista Pepita Sanz; Los Casados, acróbatas; el Dueto Canela; la bailaora Dora la Cordobesita; Les Mingorance… todos ellos pisaron en 1911 las tablas del isleño Cine La Rosa, que a su vez era nombrado en las guías de varietés más importantes del país.
Pese a lo boyante del negocio, no estuvo exento de polémica, pues los cuplés de ciertas agrupaciones gaditanas fueron catalogados en febrero de 1912 como «en extremo indecentes, inmorales e impropios de una ciudad culta como San Fernando», y el público, ya por convicción propia o debido a la presión social, redujo su asistencia. Una de las actuaciones más controvertidas fue la chirigota El Tenorio en solfa, estrenada la noche del 14 de febrero de 1912.
Los artistas, no obstante, continuaron acudiendo a este «favorecido salón». Algunos repetían, alternándose con otros que actuaban por primera vez en La Isla e incluso debutaban aquí. Nos consta que a lo largo de 1912 estuvieron en cartel la Orquesta Sinfónica de Cádiz; La Argentinita, descrita en el Eco Artístico como «una de las mejores adquisiciones que ha hecho el director del cine, nuestro querido y respetado -aunque él no lo crea así- D. José Carmelo Salvador»; La Estrella de Andalucía; considerada reina del zapateado flamenco; Clavellina la Gitana; la comparsa Los molineros holandeses; el imitador Valladino; las canzonetistas Emilia Benito y Srta. Bolaños; los Hermanos Palos presentando sus duetos y cuplés; las Hermanas Olier, Carmen y Magdalena, expertas en bailes españoles; y la pareja de baile formada por Carmen Díaz y Enrique Sánchez, ya asentada en el panorama artístico del momento aunque nueva para los isleños, que aclamaron piezas como Los zíngaros. La cupletista Lola Delgado y el jovencísimo Petit Alexandre fueron probablemente los últimos en pisar este escenario que acogió su última función el 9 de mayo para ser seguidamente derribado, como dijimos anteriormente.
En la plaza Vidal
Solo un mes después, se encontraban muy avanzadas las obras del nuevo pabellón bajo la supervisión del ingeniero municipal Juan Carbó. Treinta hombres a cargo del albañil José Jiménez trabajaban en la fábrica del edificio mientras la carpintería corría por cuenta del maestro Rafael Vila. Sería mucho más amplio y cómodo que su predecesor, con 800 metros cuadrados; siete metros de altura las paredes centrales y cinco las laterales. Presentaba gradas a cada lado de las preferencias que ocuparían el centro del espacio, un escenario más grande y decorados de estreno a cargo del pintor escenógrafo José Amat Ramírez.
Cumplía todas las condiciones impuestas por la ley, medidas contraincendios y se instalaron además tres grandes focos eléctricos para su perfecta iluminación en la calle González Hontoria. La inauguración coincidió con la víspera de San Juan, a cargo de los Davino et Petits: «lo mejor en su género de los que hasta hoy han trabajado en esta población», decía la prensa local, «repetitivos en su repertorio» según el Eco Artístico.
He aquí otra polémica, pues a este periódico le ofendió la actitud del propietario al negarles unas entradas que la dirección se veía obligada a pagar. Entradas que, al parecer, sí regalaba a otros representantes de la prensa. Fruto de un malentendido o por desavenencias personales, el éxito de la inauguración se vio levemente enturbiado por las críticas nada objetivas que el medio dedicó a los profesionales que estrenaron el nuevo coliseo: de Amalia Molina dijeron que, pese a su lujosa puesta en escena, iba perdiendo facultades; a las Hermanas Cheray ni siquiera las consideraban artistas, pues «ignoran por completo lo que a arte se refiere; no hay más que hermosura y un movimiento de vueltas estudiado para lucir sus formas, lo cual les sirve de defensa; pero aquí, ni por esas». Solo se salvaron de la quema Los Mari-Luis, hermanos que cultivaban tanto el género cómico como el dramático a pesar de su corta edad: «son los únicos que llevan el público que a diario asiste al salón». Los periódicos provinciales, en cambio, publicaron que las Hermanas Cheray habían sido muy aplaudidas por sus números Zafarrancho y otro en el que lucían sentadas, con dos panderetas cada una. De hecho, aunque tenían previsto despedirse el 12 de junio con Napolitana, las prorrogaron dos noches más, quizás por su éxito, quizás porque la artista que venía a darles el relevo, Antonia Martínez Burruezo, más conocida como La Salerito, tuvo que marcharse a Cartagena para cumplir otro contrato firmado con anterioridad. Por aquellos días obtuvo José Luque Gómez la exclusividad para «colocar anuncios» en los telones del cine, sin que podamos precisar más al respecto.
Tras la Velada del Carmen, el establecimiento retomó su actividad el 25 de julio con el afamado ventrílocuo Miguel Llovet en compañía de sus personajes: Sr. Llopis, Don Claudio y el microbio chico. La primera semana de agosto fue el turno de la compañía cómico-lírico-dramática del Sr. Morillo con zarzuelas como Mal de amores, El patinillo, La mala sombra, Puebla de las mujeres o La fresa. La noche del 1 de septiembre, sorprendió el Sr. Sandez con su papel de Francho en Amor Ciego; la del 6 de septiembre, la Srta. Rodríguez interpretó con gran éxito a Malvaloca en La canción del trabajo y el Sr. Lucuix, al joven epiléptico de El lirio entre espinas. Estos dieron paso, dos semanas después, a Teresa Lacarra, Matilde Montenegro y demás artistas pertenecientes a la compañía del actor Manuel Zambruno, que prolongaron su estancia en el Cine La Rosa durante más de dos meses con obras como Romanza de tiple, El puñao de rosas, El Conde de Luxemburgo, La suerte loca o El príncipe casto.
El debut del barítono Lucio Moreno, soldado de Infantería de Marina, supuso todo un acontecimiento la noche del 5 de septiembre de 1912, seleccionando para sí mismo las obras Carceleras y La reina mora, y con la interpretación del monólogo La tempestad entre ambas. Sorprendió particularmente su dúo con el personaje de Soledad, interpretada por Teresa Lacarra. A mediados de mes, llenaba todas las localidades El cuento del dragón, y el 18 de septiembre se estrenó Error de errores: zarzuela original de José Pérez Robles, capitán de Infantería de Marina vecino de San Fernando, con música del sanluqueño Antonio Espinosa y papeles a cargo de la compañía de Manuel Zambruno:
«Un marqués da muerte a su esposa por creerla adúltera y huye, dejando una niña pequeña que recoge el abuelo materno, el cual desea vengarse del asesino de su hija. Después de largos años de ausencia, vuelve el marqués con ocasión de celebrarse las fiestas del pueblo y es reconocido por su padre político, que trata de acabar con él disparando un tiro de revólver que hiere a un vecino. El marqués es apresado como supuesto autor y puesto en libertad por falta de pruebas, siendo entonces acusado por su suegro como asesino de su esposa. Trata de justificar su crimen alegando el adulterio, pero el padre prueba la inocencia de la víctima con una declaración escrita por ella misma. Esto provoca la muerte del marqués en brazos de su hija, que lo reconoce y lo perdona».
La compañía de Zambruno continuaría quemando su repertorio hasta mediados de noviembre, con éxitos como El dios del éxito, valga la redundancia; los cuplés Zambamba y Gurugú, La comisaria, La corte del faraón, la opereta en tres actos La casta Susana o La varita de nardos. Curiosa anécdota fue la supresión, en la sesión del 16 de octubre, del ingrediente sicalíptico, es decir, «subido de tono», que Matilde Montenegro aportaba al cuplé Gurugú, lo cual «agradecieron mucho las señoras que a diario concurren al expresado pabellón».
El 22 se despidió entre ovaciones el barítono Lucio Moreno, tras casi dos meses participando en muchos de los espectáculos, con la romanza La tempestad y el prólogo del drama Pagliacci.
Noviembre se inauguró con Las Bribonas, seguida de la esperadísima adaptación de Don Juan Tenorio -que hasta entonces no se había disfrutado en La Isla con el talento que la obra merecía; el Tenorio en Nápoles; La Macarena; y El machacante, drama en dos actos y ocho cuadros estrenado recientemente en Madrid.
Cuando Zambruno abandonó el cartel y mientras no llegaba la compañía de Mora Fernández, fue dándose paso a nuevos artistas como la cantaora andaluza Luisa Requejo, de apenas 15 años; la consolidada canzonetista Sary Maro; o el transformista Giannelli. Pero lo más interesante es que la noche del 20 de noviembre se proyectaron nuevas «películas» entre las que se encontraba una del entierro la infanta María Teresa de Borbón. No serían, pues, producciones cinematográficas, sino meras imágenes en movimiento sobre algún tema de actualidad para rellenar vacíos de programación: la prensa ni siquiera las titula.
En diciembre debutó la compañía del Sr. Mora Fernández con las zarzuelas La camarona, El barbero de Sevilla y El mozo crúo, sin embargo, no gozaron del éxito esperado y, pese a tener apalabrado casi todo el mes, abandonaron el coliseo una semana antes por no cubrirse los gastos. Les seguirían La estocá de la tarde, de la tiple cómica Lola Ramos; y viejos conocidos como Los Noveltys o los Hermanos Bautista, que sorprendieron con la adaptación de La chulona madrileña, espectáculo original de la artista Goya.
El cine volvía a ser cine el primero de enero, pues, además de los espectáculos del cartel, «las tres películas que se exhibieron también fueron del agrado del público, por lo interesante de los asuntos que representaban». Como las de noviembre y seguramente otras fechas no reseñadas, debían ser mudas, de escasa duración, complementarias a las obras en vivo que eran las que acaparaban casi todo el interés.
A lo largo de 1913 actuaron Les Bruni, duetistas italianos; las Hermanas Sevillitas, cupletistas y bailarinas; la canzonetista Pilar García, conocida como la Reina de las Marianas; la Argentinita; los ilusionistas Olms and Nelly; el Trío Nancy, con la bailarina Trianita; Los Berleymes, presentados como bailarines acrobáticos y creadores de danza apache; la compañía de verso del Sr. Calvet; la canzonetista Pepita Malen; Dora la Cordobesita; o la pareja de baile Lola Bravo y Trujillo.
En abril, con el regreso de La Salerito, se proyectó otra película «donde la artista da muerte a un bravo becerro». Estas imágenes habían sido rodadas en una fiesta taurina en la plaza de toros de Carabanchel que entonces dirigía su marido, Platerito de Córdoba, y, con el título Fiesta brava, pasaron desde entonces a formar parte de los espectáculos protagonizados por la artista.
Siguieron pasando por cartelera La Miralles, bailarina; el dúo formado por la guitarrista Adela Cubas y el bandurrista Antonio Hernández, que actuaban juntos por primera vez en San Fernando; la Bella Fiorenza, malabarista, cuyos difíciles ejercicios de tiro ejecutaba con precisión matemática; el Niño de Triana acompañado por el profesor Juan María Enríque a la guitarra; el Gran Calvetti con su perro amaestrado, del que se dijo: «este animalito conoce las cuatro reglas de la aritmética y efectúa operaciones a la voz del dueño […] además pinta, calcula y hace otras cosas varias»; la bailarina Presentación Alonso, más conocida como La Andaluza; la Bella Chiquita, canzonetista.
El cine prosiguió su actividad tras los fastos del Corpus Christi recibiendo a las artistas Blanca Azucena y su Botones, cuyo debut se completó con la proyección de cuatro películas. Desconocemos cuales. La artista prolongó su estancia en el coliseo hasta el 14 de julio y durante todo este tiempo se convirtió en la «niña mimada de los isleños» gracias a simpáticas piezas de su repertorio como El marino inglés, El popurrí internacional, Borrachera de Pierrot, a beneficio del Colegio Reina Victoria, o ¿Qué soy, Blanca o Blanco?, dedicada al elemento femenino por el Día de la Moda. El 8 de junio obsequió con una sesión matinal a los 162 Exploradores Españoles que llegaron aquel día de Cádiz con su director, el comandante Rafael Fernández-Llébrez, para saludarla, intercambiarse regalos e incluso hacer alguna improvisación musical.
El Cine Salón
El parón de la Velada del Carmen, en julio de 1913, supuso un punto de inflexión en la historia del Cine La Rosa, pues su hasta entonces propietario dejó el negocio que tantos parabienes le había traído debido probablemente a la edad o a sus problemas de salud, falleciendo solo cinco meses después, el 12 de noviembre. Dicen las crónicas que «el féretro era llevado a hombros de empleados del cine». Los nuevos propietarios, Sres. Pella y Rodríguez, presentaron antes del cierre a la canzonetista Julia David, tiple de zarzuela; y Mr. Pule y su Miss Jenny, junto a su colección de palomas y gatos amaestrados, pero pronto se centraron en reformar el establecimiento. El escenario se modificó para poder bisar los telones sin necesidad de enrollarlos y facilitar así las mutaciones en las obras, pero la principal novedad radicaba en el nombre del coliseo, que pasó a llamarse «Cine Salón». Quince años anterior al que existió en la calle Juan de Mariana.
Aunque su reinauguración estaba prevista para el 10 de agosto, aún tardaron algunos días. Los encargados de dar lustre al acto fueron, una vez más, los miembros de la compañía de zarzuela dirigida por los Sres. Morillo y Hernández, quienes interpretaron las obras tituladas Día de Reyes, Ninón, El verbo amar y La corte del faraón. A estas siguieron muchas otras como La alegría de la huerta, El platanillo o La carne flaca. El 26 se estrenó la opereta La hija del mar, éxito reciente en el Teatro Lírico de Madrid, y el 29 la revista Sevilla no-madeja-do. Desde mediados de septiembre y hasta el 12 de octubre, actuó la compañía de zarzuela de Antonio Esquivel, llevando a escena El gitanillo, Molinos de viento, Carceleras y El dios del éxito, todo un clásico entre los isleños. También se estrenaron El cuarteto Fons, la revista cómico-lírica Las musas latinas, El húsar de la guardia y la opereta Lisístrata.
Tras cumplirse el contrato con Esquivel, volvió a proyectarse una película durante dos noches consecutivas, el 13 y el 14 de octubre de 1913, pero esta vez se trataba de una de las primeras superproducciones de la historia del cine: la italiana Quo Vadis, de más de dos horas de duración y acompañada con música de orquesta.
La segunda quincena de octubre estuvo cubierta por los números de la canzonetista La Yago y el trío de nueva creación Les Fresquets, dirigido por veterano actor Sr. Posadas, a quienes se sumaron la bailarina Juanita Bolay y el ventrílocuo Miguel Llovet. También continuaban proyectándose obras cinematográficas, pero no parecían las favoritas del público, que se decantaba por las actuaciones en vivo. En noviembre debutó el dueto Los Guayarminos, parodistas cómicos españoles. Fueron prorrogados dos veces, compartiendo cartel con el Cubano Vega y Los Novelty, así como con los hermanos Antonio y Lolita Galea, convirtiéndose esta última en la «nueva niña mimada» de la concurrencia. Se despidieron el 21 para dar paso, de nuevo, a Blanca Azucena y su Botones con nuevos números como el titulado Tierras cubanas, con música de Manuel Molina. Este y el hermano de la artista, Vicente Buil, arreglaron además la parodia Chirigotas musicales de D. Juan Tenorio, para la que el escenógrafo gaditano Hipólito Sancho Lobo pintó seis bellas decoraciones. Aún se encontraban actuando la segunda semana de diciembre, pero la dislocación de un pie de la artista provocó la suspensión de varias sesiones, así como el creciente interés del público, que acudía diariamente a la fonda donde se encontraba alojada. Retomó el espectáculo la noche del 13, dedicando a sus seguidores lo más selecto de su repertorio y novedades, como la canción El amor es frágil. Coincidiendo con su despedida, el 17, se estrenaron Danza Maoriz, con letra de Pérez Roble y música Manuel Sancha; y Sueño Morisco, de los Sres. Chacón y Río. La pareja de baile Dorita y Silverdi se unió al cartel la última semana de diciembre triunfando con cuplés como el denominado Los cocineros; así como los Hermanos Sevillanitos, duetistas cómico-bailarines, y la canzonetista Carmen Portillo.
El año 1914 empezó fuerte con el actor Manrique Gil, cuya compañía ofreció cinco únicas funciones tras concluir su compromiso con el Teatro Eslava de Jerez, siendo la primera de ellas El alcalde de Zalamea. Le siguió la compañía de zarzuela del actor Ricardo Güell, que llevó a escena El maestro campanone, La generala, El conde de Luxemburgo, Bohemios y Eva.
Las siguientes estrellas en pasar por el Salón fueron Los Casanovas; los bailarines del trío Les Alías, las Hermanas Infante, cupletistas; la pareja acrobática Xerezana et Franskokos, que ya había trabajado el verano anterior en la Plaza de Toros de San Fernando con la compañía ecuestre de José Meléndez; la canzonetista Paquita Sicilia, estrenando un nuevo decorado firmado por el escenógrafo Antonio Díaz Macías; el violinista José Estorache; la compañía de Francisco Rodrigo; la danzarina Palmira López, el dueto Los Arios, de cuyas imitaciones de instrumentos y aves se llegó a decir que «en ocasiones el público se forma completa ilusión de la verdad»; Les Rosalis, pareja de bailes excéntricos, flamencos y americanos; los concertistas Adela Cubas y Antonio Hernández; de nuevo Los Guayarminos; el dueto cómico Les Rafaelis; la concertista Hernani; las Hermanas Garnier; Campanela, canzonetista de 16 años natural de San Fernando; Los Sánchez Díaz; la bailarina Electra; el maquietista o imitador Rafael Arcos; y Blanca Azucena y su Botones por tercer año consecutivo.
Matías Rodríguez, corresponsal del Eco Artístico en Cádiz, venía ejerciendo desde septiembre como representante exclusivo para la contratación de artistas tanto del Teatro Cómico como del Cine Salón de San Fernando. Si bien parece que la fama de este último comenzaba a disminuir, y que permanecía cerrado más tiempo del habitual, ya por el uso del edificio para otros cometidos, como la función benéfica a cargo del cuadro cómico del Círculo de Artes y Oficios para recaudar fondos con destino a la nueva Asociación de Caridad, o ya por la alternativa del Teatro de Las Cortes, que se iba asemejando cada vez más en programación. Por ejemplo, en noviembre, contraprogramó la vuelta de Blanca Azucena con el debut de la compañía Tallaví en su interpretación de Tierra baja.
Parece que, en su última etapa, el Cine Salón apostó definitivamente por las producciones cinematográficas, proyectando «películas de las más acreditadas casas» entre al menos noviembre de 1914 y junio de 1915. Algunas de las cintas emitidas en mayo eran corridas de toros grabadas en Sevilla. No hallamos referencias a artistas del espectáculo hasta otoño, con la visita de viejos conocidos como Los Guayarminos o Dora la Cordobesita; el nuevo dueto Las Conchitas, una de ellas nacida en San Fernando; y las Hermanas Geraldinas. A finales de noviembre se proyectaron seis nuevas cintas, pero las noticias desaparecen en 1916, salvo por los mítines políticos de abril, que se celebraron en el cine, y las «vistas cinematográficas» ofrecidas por sus propietarios al Ayuntamiento, como parte del programa de la Velada del Carmen.
La empresa presentó en septiembre nueva temporada para el recién arrendado Teatro de Las Cortes, lo que hacía presagiar el final del viejo coliseo. Así, en marzo de 1917, «los propietarios del Cine Salón, construido en los que fueron solares de Vidal, han dispuesto el derribo de aquel vendiendo maderas y herrajes».