Gurús de la literatura isleña

23 noviembre, 2016

por Alejandro Díaz Pinto

Si algo llamó mi atención al trasladarme a La Isla en 2012 fue ese cortijo cerrado que, al parecer, siempre ha monopolizado la cultura en esta ciudad. Campos como la investigación, las letras o las manifestaciones artísticas contaban ya con iconos inamovibles que desde tribunas mediáticas decidían por el resto de la población lo que valía y lo que no. Qué producto o iniciativa cultural era digna de contar con su beneplácito y cuál no merecía la más mínima consideración.

Lo más granado de la ciudad dictaba sentencia y quienes aspiraban a formar parte de dicha élite asentían con la cabeza por temor a pecar de incultos ante aquellos con control sobre los secretos del universo. Esto, por suerte, ha cambiado. Y en gran medida gracias al ‘boom’ de las redes sociales. Un hecho que desde luego no beneficia a quien se ampara en contra-argumentos como el «fomento del libertinaje» o «sociedad del ‘todo vale'». Las redes son, en realidad, un recurso como cualquier otro, susceptible de su buena o mala gestión por parte del usuario pero, en cualquier caso, democrático. Todos podemos expresarnos y replicar a los demás, ignorar temas que no nos interesan o participar en debates de los que a menudo se sacan conclusiones interesantes.

Es justo lo que ocurrió este martes, tras la mesa redonda que coordinada por mi querida Adelaida Bordés organizó la Academia de San Romualdo bajo el título ‘Luis Berenguer y otros escritores isleños’. Fue una cita interesante, como otras muchas que organiza esta institución, pero venida a menos debido a la desafortunada intervención de uno de sus contertulios. Como viene siendo habitual desde la tribuna que Rafael Duarte ocupa en uno de los medios más importantes de la ciudad, este señor cargaba las tintas, una vez más, contra «esos escritores nuevos con los que Berenguer no compartiría ni un vaso de agua».

No conozco al señor Rafael Duarte ni tengo el más mínimo interés. Sus reiterados desprecios a terceros a través de los medios de comunicación son tan evidentes que no invertiría mi tiempo en entender de primera mano sus fundamentos. Tampoco soy escritor, ni autor, ni tengo novelas y/o poemarios a la venta en las librerías, por lo que ciertamente no me doy por aludido con sus palabras. Pero no es menos cierto que mi condición de periodista especializado en patrimonio y cultura me ha brindado la oportunidad de acercarme a muchos autores -tanto «nuevos» como «antiguos»- de La Isla que desde luego no merecen la generalización que se permitió efectuar este hombre en un debate público. Es mi humilde opinión, la de alguien a quien probablemente no ponga cara ni nombre. Ni falta que hace.

No me arriesgaré -aunque seguro no fallaría en el intento- a intentar adivinar cuáles son las personas a las que se refería con tan desafortunado comentario. Pero sí me apetece reivindicar el trabajo y las ilusiones de escritores como María José López, quien con su Entre la tierra y el olimpo me regaló un viaje en el tiempo a través de la Grecia Clásica durante el que me empapé de mitología casi visualizando templos, costumbres, y paisajes. O la habilidad para crear otras realidades que Alberto Muñoz demostró en El Don, una novela de ciencia ficción que captó toda mi atención de la primera a la última página. He disfrutado con Boni Truhá y su capacidad para mantener el suspense en Octubre. Tiempo de obsesión -de la que espero como agua de mayo una continuación- y con el excepcional trabajo de documentación llevado a cabo por Antonio Díaz en Los años de la ballena, o por M. Carmen Orcero en su tercera novela, Un titular para un crimen. La misma que tuve el honor de presentar hace unas semanas en el auditorio donde el premio Adonáis compartió ayer sus impresiones. No es necesario doctorarse en literatura clásica española para sorprenderse con los finales a los que acostumbra Daniel Fopiani, o deleitarse con las descripciones de la propia Adelaida Bordés, por citar a una de las veteranas.

Todo es mejorable y susceptible de preferencias. Desde una novela a una escultura pasando por un artículo periodístico o un proyecto de musealización. Lo cual no es incompatible con respetar todo aquello que exija cierto grado de esfuerzo personal. Desgraciadamente no existe una titulación homologada de ‘escritor’, lo que abre la veda a la autoproclamación improvisada de ‘gurús’ en este ámbito creativo que infravaloran la formación universitaria al tiempo que inflan su propio currículum vitae en esta misma dirección. No limitemos el concepto de ‘Cultura’ a la Universidad. La labor de innumerables autodidactas pone en evidencia que esto sería un error. Pero tampoco menospreciemos a quienes invierten parte de su vida en sacarse estudios superiores de Historia, Arte, Filología, Lingüística o Biblioteconomía. Un valor añadido y merecedor de tenerse en cuenta a la hora de leer la solapa de cualquier trabajo, creativo o de investigación. Al menos en mi caso.

De modo que, señores de la élite, lean a estos escritores «nuevos» antes de infravalorarlos por el hecho de ser nuevos en un intento desesperado de volver a iluminar vuestras -en ocasiones- apagadas estrellas. Convenced a los lectores demostrando lo que sabéis hacer en lugar de echar por tierra a terceros que, en muchos casos, poseen una trayectoria académica y profesional infinitamente superior a la vuestra aunque no se prodiguen tanto. Quizá no lo necesitan. Quizá saben que Berenguer estaría encantado de sentarse a un café con ellos y brindarles sus consejos.

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