Música de rebajas o música de saldo

24 noviembre, 2016

por Juan José de Ramón Biedma

“Otra banda de música más… Otra con la que competir para un contrato. Esperemos que no vayan a la baja…” Esto es lo que piensan los directivos -o administradores- de las bandas de música cada vez que se enteran de la creación de una nueva. Y, efectivamente, muchas de ellas van tirando a la baja los posibles contratos que hay en el mercado. Incluso se ofrecen a los distintos organismos, hermandades, cofradías, etc. bajando y deshaciendo los contratos ya pactados: «Si una banda cobra 3.000, yo lo hago por 2.000». Y claro, las entidades se frotan las manos con esto: 1.000 euros que se ahorran. «¡Qué bien lo hacemos!, ¡Qué buenos somos que nos ahorramos tanto dinero!».

A veces la diferencia no es ni tan siquiera de 100 euros, pero optan por esa otra banda que, sin conocerla, se ofrece por menos. Banda que, por otro lado, puede estar compuesta por músicos buenos. Eso no se discute. Pero no olvidemos que cualquier orquesta o agrupación es mucho más que un conjunto de músicos individuales reunidos para tocar música. Son personas que tocan al unísono, con ‘empaque’, reunidas para hacer Música. Es, como ya dijo el sabio, un grupo que se reúne para tocar en armonía. No importan las individualidades, sino el efecto final. Posiblemente, suene mejor una banda con músicos de menos nivel que otra con 60 componentes individualizados que rivalizan por ser el mejor. Serán buenos músicos por separado, pero forman una buena banda.

Y ahí está la cuestión que planteo: si una cofradía siempre busca lo mejor para su hermandad, ¿por qué se miran los bolsillos a la hora de contratar su ‘banda sonora’?. Si quieren los mejores bordados, los mejores candelabros, la mejor calderería, etc., ¿por qué no la mejor música para su cortejo? Buscan incrementar su patrimonio material, pero la música es algo ¿efímero? ¿Hay algo efímero hoy en día? Observemos el recorrido de una procesión: ¿Cuántas cámaras hay grabando? ¿Cuántas imágenes y sonido quedarán para la posteridad? No solo eso. Mucha más gente podrá disfrutar, gracias a las redes sociales, de esas imágenes con las que aprecian fantásticas caldererías, candelabros e imágenes, sin embargo, «me he ahorrado 100 euros en la música este año. La Semana Mayor ha sido un éxito». ¿Éxito? ¿Qué música te ha acompañado? ¿Sonaban bien? ¿Repetirías con ellos sin pensártelo dos veces? Seguramente no. Seguro que piensas en volver a contratar a la banda que tenías, o a cualquier otra que ya lleva un tiempo. Pero esa otra va a ser más cara.

Pensemos en lo que acarrea ser músico de bandas. La mayoría de ellos son estudiantes de conservatorio y el único instrumento que llevan valga posiblemente más de lo que paga la cofradía por llevar esa música. Las bandas suelen llevar unos 50 o 60 integrantes, así que con una simple cuenta sabremos qué es lo que llevamos detrás de los pasos. Además, la mayoría son estudiantes de grado medio a punto de sacarse el título profesional, luego llevan como mínimo ocho años estudiando un instrumento, más otros tantos estudiando otro secundario, más las asignaturas complementarias y, por supuesto, tocando varias horas a diario… ¿Se reconoce este esfuerzo? Definitivamente no. Muchas cofradías prefieren ahorrarse unos euros sin pensar en lo que contratan.

Otro asunto es el tipo de contrato. “¡Que la banda toque! ¡Que la banda toque todo el tiempo!”. Una banda no es un CD para reproducir una y otra vez sin que con ello merme en calidad. Una banda toca en directo y la música que suena se hace expresamente para ese momento, para ese paso, para esa calle, para ese público. No pidan que una marcha suene dos veces igual, porque seguro que no lo conseguirán. El cansancio, la sonoridad de las calles, el público que hay alrededor, etc., siempre son únicos e irrepetibles. Y, por qué no decirlo, la actitud del músico. Cierto es que alguien contento tocará con una predisposición diferente a la de otro desanimado y cansado. ¿No ocurre igual con los cargadores? ¿Cada cuánto tiempo se cambia la cuadrilla para poder llevar bien los pasos? Los músicos no se cambian, sino que están siempre detrás. Y encima tocando lo mejor que pueden -o saben-, porque seguro que lo hacen lo mejor posible.

Nunca verán a un músico tocando mal a conciencia pese a las mil cosas que tenga en su cabeza. Podrá estar pensando en la mala sonoridad de la calle, en la mala elección de la marcha -que por cierto se basa en un CD, no en cómo pueden sonar en tal o cual zona-. Pensará también que alguien del público -por cierto, hay mucho maleducado- puede herirle el labio o tirar su instrumento al suelo al atravesar el cortejo. ¿Quién paga eso? ¿Quién nos devuelve ese tiempo durante el que no podremos tocar para prepararnos próximos exámenes? ¿Quién nos arreglará el instrumento de forma rápida, efectiva y a buen precio? Voy más allá: ¿Aseguran las cofradías los instrumentos que van en la comitiva? No. Lo que se rompe lo paga el músico. Un simple ajuste de clarinete puede valer más de 100 euros, por lo que no hablemos de males mayores con los que el precio se dispara. La ‘minuta’ crece con cada pieza rota.

Y aún así, las cofradías creen que la música que llevan es cara. Que el esfuerzo de los músicos no vale la pena. Que su tiempo de estudio preparándose para ser un buen profesional no merece ser recompensado. Sin embargo serán muchos de ellos quienes el día de mañana toquen en las mejores orquestas de nuestro país -o, por qué no, del extranjero-. Eso sí, de momento deberán conformarse con cuatro perras gordas… ¿Qué quieren, música de rebajas o música de saldo?

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