por Enrique Rojas Guzmán

Ldo. en Filosofía, flamencólogo y poeta

En estos tiempos en los que el flamenco, gracias a la ya eterna figura de José Monje Cruz, Camarón nuestro, está de actualidad. En estos tiempos en los que la Isla presume de ciudad flamenca, me parece cuanto menos justo, además de necesario, rescatarla del olvido.

Su talento es innegable, su flamencura también. E incluso eso que llaman duende. El flamenco que sale de dentro. La voz de la contención y de la mesura. Como intérprete, simplemente extraordinaria, ni más, ni menos. Entrañable, que viene de entraña.

Nació Agustina López Pavón, Tina Pavón para los amigos y para los aficionados, en la Isla, un 30 de junio, allá por el 48. Infancia en la calle San Bruno, de seguiriyas, de malagueñas, de fandangos… de todo, y todo bien. Y crece por alegrías. La culpa la tuvo su abuela, y también su tía que mientras la alimentaba de salinas de Chiclana y de La Isla, y viceversa, la enseñaban a oír, condición sine qua non para después cantar. Parte de culpa también tuvieron Enrique ‘El Mellizo’, y ‘La Perla’ y los omnipresentes ‘Pericón’ y Aurelio, Cádiz entonces; que le contagiaron la bendita enfermeá.

Y de La Isla a Jerez, al Barrio de Santiago, facultad: ‘Terremoto’, ‘Morao’, flamenco de lujo. Imposible curarse.

Y de Jerez a Huelva. Y de Huelva hasta donde ella quiera, pero por fandangos.

Agustina, Tina, la voz limpia y prodigiosa. Saeta.

Y Mairena y Córdoba a sus pies, que no es cualquier cosa; cantando por Cádiz. Maestra del cante. Señora. Mujer de bien. Enseña arte, y reparte arte porque arte le sobra.

A flamencura suenan sus discos: Ecos de la Alameda, Mi cante por bandera, Sueño del Rocío, Sal y duende, Rosa de Cera y Luz de alba.

Mientras escribo esto, Tina cumplirá años… hora va siendo que La Isla, su Isla. Que su pueblo y su gente se dignen, siempre en vida, como siempre, a hacerle un homenaje, más que merecido. Verbigracia.