El Arsenal de la Carraca en un artículo satírico de 1841

25 julio, 2017

por Modesto Lafuente y Zamalloa en Fray Gerundio. Periódico de León [02/04/1841]

localizado y transcrito por Alejandro Díaz Pinto [25/07/2017]

S. N. G. (1).

AL EXCMO. SR. SECRETARIO DE ESTADO Y DEL DESPACHO DE MARINA.

Excmo. Sr.

   Cumpliendo con mi gerundino propósito de elevar al superior conocimiento de V. E. las noticias y observaciones más interesantes y curiosas que en mi viaje me ocurriesen en lo relativo al ramo que V. E. administra, tengo el honor de participarle que en la mañana del 23 se hizo mi reverendísima humanidad a la vela en la falúa de la Capitanía del Puerto con dirección a San Fernando, o sea a la Isla fatal de León, como la apellidaban los enemigos V. E. y míos, a donde arribamos después de una navegación feliz. Mucho sentí, Excmo. Sr., y mucho siento todavía el no haber tenido el gusto de llevar a V. E. a mi lado cuando recorrí la Isla fatal acompañado de mi lego TIRABEQUE.

   En primera lugar hubiera V. E. visto con nosotros desde el observatorio astronómico a las doce y media del día por medio del anteojo circular allá a lo lejos a lo lejos una estrellita tamaña como una lenteja, que decían los profesores ser la estrella polar, y a mí FR. GERUNDIO se me antojaba el símbolo de un quinto o sexto de paguita o sea de la lentejita de paga que los dependientes del departamento de la Isla vislumbran por medio del anteojo microscópico de su hambre allá a lo lejos a lo lejos al extremo de un extensísimo horizonte de cincuenta meses. A TIRABEQUE, Excmo. Sr., le sorprendió sobremanera el ver una estrella al mediodía con el auxilio del telescopio, pero aún fue mayor su sorpresa cuando supo que los habitantes de la Isla dependientes del ministerio de V. E. habían adquirido todos una vista tan fina y tan clara que no solamente veían estrellas en medio del día sin auxilio de instrumento alguno, sino que todos ellos podían ser y son en efecto unos perfectos astrónomos naturales por el continuo ejercicio de mirar al cielo, única cosa que tienen en que entretenerse.

   En segundo lugar, Excmo. Sr., al bajar V. E. del Observatorio en mi gerundiana compañía, creo que hubiera tenido la bondad de explicarme en qué consiste el haber emigrado de la Isla o veinte o treinta mil almas en pocos años, almas todas pertenecientes al cuerpo de V. E.; no porque yo crea que en el cuerpo de V. E. habiten veinte o treinta mil almas, antes dudo si los cuerpos de los veinte o treinta ministros de Marina que ha habido en estos últimos años han estado desalmados todos; sino porque pertenecen al cuerpo de Marina, si es que en la marina hay todavía cuerpo, y no ha quedado solamente el espíritu. Spiritus contribulatus. En todo el departamento, Excmo. Sr., reinaba el mayor orden: hasta en el hambre hubiera observado V. E. el mayor orden y simetría; hay en la música marina un afinamiento singular. Lo admirable es, Excmo. Sr., que en medio de esto conserven los marinos las ideas más firmes y más liberales. Las casas del departamento se caen a toda prisa, pero las ideas subsisten inalterables y sólidas. Desde allí quise participar a V. E. estas noticias por el correo, ya que casualmente descansé un rato en la casa-administración. Pero lo suspendí por no ocasionar al administrador el gasto de un pliego de papel, haciéndome cargo que hace meses no le abona el gobierno un cuarto para gastos de escritorio, y por otra parte tampoco quise perjudicar a sus intereses particulares, en atención a ser un empleado de correos que empezó su carrera en la renta hace 58 años con 8.000 reales y ha ido ascendiendo por ser liberal hasta 6.000 mal cobrados que disfruta ahora. Sin embargo todo esto lo comprendo bien: lo que no comprendo, Excmo. Sr., (y esto querría que V. E. se tomara la molestia de preguntárselo de mi parte a su compañero el de la Gobernación) es con qué derecho se ha mandado que no se paguen los alquileres de las casas-administraciones de correos sin orden del gobierno; porque esta facultad de disponer de la propiedad ajena de Real orden no la he encontrado yo FR. GERUNDIO en ninguno de los códigos de leyes porque pasé la vista en mi juventud desde que se abolió aquello del Señorío de vidas y haciendas.

   Desde allí, Excmo. Sr., pasé a ver el arsenal de la Carraca; aquel famoso arsenal que acordará V. E. mejor que yo (porque si no me engaño peina algunas canas más) era en otro tiempo bullicioso taller de nuestra pujante marina, emporio de nuestra riqueza náutica, y envidia de extranjeras gentes. Donde aún se lee en letras doradas en el arco de la Puerta de San Fernando: TU REGERE IMPERIO FLUCTUS, HISPANE, MEMENTO: y de cuya inscripción solo debiera leerse ya el memento, añadiéndole un Homo, o bien un memento, Frías, que si no me engaño ha de ser el apellido de V. E.

   Al entrar en aquel cementerio, Excmo. Sr.,… pero antes de entrar en él me tomo la libertad de dispensarme el tratamiento, porque ningún mortal que entre en aquel osario debe tener la humanidad de dar tratamiento de Excelencia a ningún ministro de Marina de los tiempos actuales: al entrar, digo, en aquel cementerio de nuestra armada, deseé más que nunca tener a vd. a mi lado para que viera conmigo… pero no, ojos que no ven, corazón que no siente; mejor está vd. en Madrid viendo cosas más divertidas y alegres, que al cabo el estado de los arsenales con FR. GERUNDIO que lo vea basta.

   Yo siento, Sr. D. Joaquín, el mal rato que a vd. deberá causar esta comunicación, pero consuélese vd. con que peor le tuvo mi Paternidad muy Reverenda al tender mi gerundiana vista por aquel vasto recinto, por aquellos campos ubi Troya fuit cuyo lúgubre aspecto me hizo exclamar:

¿Qué se hizo nuestra armada?

nuestras naos y bajetes

     ¿qué se hicieron?

¿Dó está la escuadra afamada?

nuestros guardias y cuarteles

     ¿dó fueron?

¿Qué ha sido de nuestras flotas,

y del oro que traían,

     y riqueza?

¿Qué fue de nuestras galeotas,

las que los mares surgían

     con presteza?

¿Qué se hicieron los pertrechos

que en aquestos almacenes

     se hacinaron?

Polvo y ceniza están hechos,

como todos nuestros bienes

     se acabaron.

¿Qué se hizo un Jorge Juan,

los Churrucas y Galianos (2),

     y los Tellos?

Los Mazarredos ¿dó están?

Los Mendozas y los Canos

     ¿qué fue de ellos?

   Vd. extrañará hermano Frías, que en una comunicación de oficio haya intercalado estos versos, pero yo me he propuesto hacer a vd. una reseña exacta de mis emociones, tal como allí las sentí, para que así cedan en mayor honra y gloria del gobierno, y en más alto deleite de vd. Ahora diré a vd. en prosa, que si por casualidad sabe vd. dónde se han volado las tejas que cubrían las techumbres de los vastos e interminables edificios del Arsenal, se tome la molestia de dar razón, en la inteligencia que se le dará a vd. una decente propina por el hallazgo.

   ¡Qué silencio, hermano D. Joaquín, por aquellos obradores donde antes trabajaban en ordenada algarabía cinco o seis mil operarios a la vez! Crea vd. que es una delicia, pues según tuvo la bondad de informarme el padre capellán, hoy goza la inapreciable ventaja de poder salir en cualquier dirección con su breviario en la mano rezando el oficio divino, sin temor de que le distraiga un solo martillazo dado por cuenta del gobierno. En aquella larga hilera de Naves donde en otro tiempo se construían o reparaban las arboladuras de las flotas que plagaban nuestros mares, allí únicamente es donde se conservan todavía restos gloriosos de nuestro antiguo poder marítimo. Verdad es que de los locales no han quedado más que los arcos de las entradas que están diciendo al curioso: «cuidado no te acerques, porque es muy fácil te haga los sesos tortilla»; pero hay todavía un par de ellas que se mantienen en pie como para demostrar a los incrédulos de cuanto es capaz la omnipotencia divina, y dentro de ellas aún se conservan para orgullo de los ministros de Marina y confusión de murmuradores extranjeros un bauprés roto, un trinquete de navío sin vestir, y media docena de palitos para faluchos; especie de mondadientes que pueden servir al curioso contemplador para quitarse la dentera que causa la memoria de lo que aquello fue; pues si bien son bastante gruesos para el caso, crea vd. hermano Frías, que a la vista de aquel espectáculo le crecen a cualquier español los colmillos en tales términos, que es poco todo lo que se quisiera ponderar.

   Los obradores de la jarcia consuenan con los recién mencionados, los de instrumentos de marinería concuerdan con el original, y al almacén general no le faltan sino efectos que depositar en él. Con estos antecedentes, no es admirar, Sr. D. Joaquín, que cuando llegó a la vista del puerto pocos días há el bergantín de guerra francés Bolage pidiendo amarras por consecuencia de averías que había sufrido en el derrotero de la costa de África, no hubiera la mejor disposición para prestarle auxilio, y hubiera perecido antes de entrar en la bahía si casualmente no se hubiera hallado en proporción de socorrerla la fragata francesa Venus. Pero al cabo allá me las den todas; que se socorran paisanos a paisanos, que los españoles de nuestra tierra estamos, ¿no es verdad, Sr. D. Joaquín?

   Pero el bergantín aquel no crea vd. que fue el que se estrelló el 28 de enero debajo de la farola misma de la torre de S. Sebastián: ese fue otro, y si se estrelló, fue porque según dijo el capitán del buque, no había visto el fanal. Todo podría ser muy bien, porque ahora el fanal no alumbra según dicen los navegantes gran cosa, y no porque no le cueste al gobierno doce mil reales mensuales, cuando a la junta de gobierno se le había hecho proposición de tenerle en buen estado por seis: pero el gobierno le contrató con quien quiso y como quiso, y Cristo con todos, que en sto de contratas, el gobierno es como Dios, «a quien quiere dar da, y a quien no quiere dar no da», y como dice S. Agustín, si algunos es osado preguntar, por qué a éste le da y al otro no le da, se contesta con aquello de: «Oh homo! ¿tú quis es qui respondeas Deo? Mentecato, ¿quién te mete a ti en camisa de once varas? ¿Qué sabes tú las razones que habrá tenido el gobierno para dar al izquierdo y no dar al derecho

   Y volviendo a nuestra Carraca (perdona vd. hermao Frías, si estoy un poco matraca; porque entre carraca y matraca ya sabe vd. la afinidad que hay), si acaso el comandante general del establecimiento, oficiase a vd. diciendo que ha echado de menos alguna de aquellas anclas o anclonados por aquellas praderas, advierto a vd. que no exija la responsabilidad a aquel jefe, ni se moleste en averiguar su paradero, porque fue que se me clavó a mí en el corazón, y aquí la tengo clavada todavía; vea vd. si estaré divertido. —En punto a los diques, una de dos: o hay que dejar de verlos, o hay que perder los de la paciencia, a no tener corazón ministerial.

   Yo bien sé, hermano D. Joaquín, que para atender a todas estas reparaciones mandará vd. con mucha frecuencia formar presupuestos; toma, y tanto que hasta para dos libras de sebo que se necesiten hay que formar su presupuesto correspondiente, y mandarlo a la aprobación del gobierno: casualmente el día que yo estuve se dio al capitán del Puerto el sebo que le hacía falta para ensebar o despalmar como vds. dicen su falúa, que había pedido tres meses hacía. Pero los presupuestos en España son como los suspiros, que no tienen vuelta. —Lo único que encontré en la Carraca bastante arreglado al parecer fue el Presidio y la Iglesia. En el primero visité todas las cuadras de los presidiarios, entereme de su trato, y aún probé el pan que se les da. TIRABEQUE también lo probó por poder decir que ha comido el pan de los presidios. Pero enseñáronme los fideos que daban en el de Málaga a unos 150 rematados que de aquella plaza acababan de ser trasladados a este arsenal, y entonces comprendí que para matar hombres no son ya necesarias lanzas ni trabucos, sino que también se los puede matar con fideos, porque no sé cuál estará más corrompido, si las costumbres de los presidiarios o los fideos que comían. En la iglesia me enseñaron, a mí FR. GERUNDIO, servidor de vd., Sr. D. Joaquín, el rosario, la corona y los anillos que diz que llevaba la Virgen en la batalla de Lepanto. Si alguno me preguntare si ha quedado algo de nuestra pujanza marítima de aquellos tiempos, ya podré responderle con orgullo: «sí señor, nos ha quedado, y mucho: vaya vd. a la Carraca, y allí le enseñarán los anillos, la corona y el rosario que llevaba la Virgen en la batalla de Lepanto. No piense vd. que ha desaparecido nuestra grandeza, señor mío.»

   Las embarcaciones que vi allí varadas para carenar fueron el vapor Mazzepa, tan desaparejado, desmantelado y desairado como anda por italianas tierras la Reina Cristina que sacó de España a su bordo; la fragata de guerra española Villa de Bilbao, que permita Dios no se vea la invicta en el estado en que se encuentra la fragata de su nombre; el bergantín Neptuno, que me recordó con dolor aquellas palabras de vd., Sr. D. Joaquín, en el preámbulo de su decreto de 28 de febrero: «Antiquísima es la máxima de que la nación que empuña con mano robusta el Tridente de Neptuno es la dominadora del mundo.» Digo que me las recordó con dolor, porque nuestro Neptuno está sin Tridente, y los dedos de las robustas manos que habían de empuñarle están hechos látigos con los 50 meses de no empuñar un maravedí; y por último el Platón, a quien estuve por preguntar si había visto nuestra marina allá por los infiernos.

   Concluyo, Sr. ministro, por no molestar a vd., aunque mucho más tenía que comunicarle, suplicándole tenga la bondad de decirme si sabe en qué se invierte el derecho de limpia del Puerto que se está cobrando ciento y un años há de todas las embarcaciones que en él entran, porque pienso que hace otros tantos años que el puerto no se limpia, y me temo que dentro de poco ni aun los faluchos van a poder fondear en él: tal se va cegando, que no sé ya quién estará más ciego, si el Puerto o los ministros de Marina.

   Me es muy sensible, hermano Frías, que esta visita de FR. GERUNDIO al ex-departamento de la Isla y al ex-arsenal de la Carraca haya caído en su pontificado de vd. por lo mismo que me constan sus buenos deseos, y que ya los deja traslucir en su decreto de creación del Colegio naval militar; cuanto más que conozco que la culpa no tanto es de vd. como de sus antecesores: ¿pero qué lo hemos de hacer si así han caído las pesas? También estuve por retraerme de hacer a vd. esta comunicación oficial, por no presentar a la faz de los extranjeros el cuadro de nuestras miserias náuticas, pero me alentó el ver que vd. me había precedido aunque en otro estilo, en el citado preámbulo de decreto. Por otra parte ¿cómo es posible que el médico pueda curar una dolencia, si se le ocultan los males que el enfermo padece? Tampoco desconozco, hermano D. Joaquín, que el estado del erario no permite mejorar el de la armada completamente y de pronto, ¡pero si hay cosas, hermano ministro, que cuestan tan poco, o tan nada! ¿Tanto cuesta el cuidar de que los edificios no se vengan a tierra? Vaya por Dios, hermano, ¡vaya por Dios!

   Él guarde a vd. muchos años. Cádiz 25 de marzo de 1841. —Fr. Gerundio. —Sr. D. Joaquín de Frías, Secretario de Estado y del Despacho de Marina.

Notas

(1) Esto quiere decir Servicio Nacional Gerundiano.

(2) No D. Antonio Alcalá, que éste aunque fue ministro de marina, paréceme que debía ser tan entendido en la materia como Fr. Gerundio.

Cabecera de la edición correspondiente al artículo transcrito.

Cabecera de la edición correspondiente al artículo transcrito.

Fray Gerundio [Fuente: Biblioteca Nacional de España]

Fray Gerundio es el seudónimo que adoptará su único redactor, el historiador Modesto Lafuente (1806-1866). Considerado como epígono a los de Mariano José de Larra, Lafuente comienza a sacar su periódico al poco tiempo de haber abandonado su carrera eclesiástica, en la ciudad de León, el cuatro de abril de 1837, tomando el título de la novela homónima del padre Isla, que en aquel momento gozaba de gran popularidad; y en julio de 1838 trasladará su edición a Madrid, formando parte de la primera edad de oro del periodismo satírico-político, costumbrista y literario de la historia de la prensa española.

Nace este periódico satírico-burlesco con el establecimiento de una nueva ley de imprenta y coincidirá su existencia con las Regencias de María Cristina y Espartero, el establecimiento del Estado liberal y el final de la primera guerra carlista, adquiriendo un gran éxito y fama en su tiempo, alcanzando los 6.000 ejemplares de tirada. Según Gómez Aparicio, será una publicación de profundo sentido popular, que gusta de la ironía y deja tras de sí una estela entre sarcástica y amarga. Al igual que Larra, Lafuente, un espíritu ilustrado y liberal que declara seguir a Juvenal y Cervantes, escribirá su periódico para terminar con la superstición religiosa y el culto a la violencia y para denunciar la ignorancia, la mentira y la pobreza del pueblo.

Desde una posición ideológica liberal (algunos lo colocan como moderado y otros como progresista), pero sobre todo independiente, se permitirá duras críticas al poder instituido y atacará el sectarismo y la facción carlista. Todo ello a través de unos textos tanto en prosa (artículos, cartas y diálogos) como en verso. Célebres serán sus diálogos entre un dogmático Fray Gerundio, exclaustrado por las leyes desamortizadoras, y un ingenuo lego Pelegrín Tirabeque, y sus acólitos padre Platiquillas, el reverendo maestro Circunloquio y Fray Curro.

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