por Alejandro Díaz Pinto
Miguel Ángel López Moreno propone al Ayuntamiento de San Fernando editar un nuevo volumen de la colección ‘Patrimonio Cultural’ con motivo de los fastos de 2016.
Sus orígenes se remontan a principios del siglo XIX, a los tiempos de la Guerra de la Independencia, cuando la ingente cantidad de franceses cautivos en las cárceles-pontón existentes en la Bahía y la mortandad sufrida a causa de las epidemias de fiebre amarilla, hizo necesaria la construcción de un cementerio acorde al nuevo reglamento borbónico, es decir, nada de inhumar cadáveres dentro de las iglesias. La batalla naval librada en aguas gaditanas contra la brigada francesa del Almirante Rosilly o el triunfo obtenido en Bailén tuvieron mucho que ver en este hacinamiento de soldados que tiempo después colmatarían las zanjas del cementerio isleño más olvidado.
Sus planos se deben al ingeniero militar Antonio Prat, es decir, el mismo que adaptó el por entonces Teatro Cómico -hoy Real Teatro de Las Cortes- para el proceso constitucional que culminaría en Cádiz en 1812. Prat empleó la roca ostionera como principal material a la hora de levantar esta estructura de planta rectangular que continuó en uso hasta bien entrada la Guerra Civil Española y que, a día de hoy, está incluida en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz como Bien de Interés Cultural, pese a que el abandono al que lo tienen relegado las autoridades competentes no den fe de tan honorífica distinción.
El compromiso
Si bien, La Isla puede presumir de vecinos que verdaderamente se preocupan por investigar, transcribir y, a veces, costear de su propio bolsillo documentos sobre los que sustentar un trabajo histórico riguroso que posteriormente se prestan a compartir con la población. Es el caso de Miguel Ángel López Moreno, Licenciado en Química y uno de los precursores del movimiento Patrimonio La Isla, además de defensor por un Conjunto Histórico en Punta Cantera -donde trabajó gran parte de su vida- y autor de la monografía sobre este paradigmático enclave: La Heredad de Fadrique (2003).
Ahora, una década después de ver editado aquel trabajo, está a punto de resolver otra de sus cuentas pendientes: el primer paso para la puesta en valor del Cementerio de los Ingleses. Un monumento más en toda esa franja del litoral isleño colindante con la Bahía “que está llena de tesoros patrimoniales”, afirma, y cita al molino de San José -el más antiguo y monumental de la ciudad-, seguido de Caño Herrera, Punta Cantera, el propio Cementerio, el Puente de Ureña y, por último, el Arsenal de La Carraca. “Siempre tendemos a centrar la atención en el centro, en el casco histórico de las ciudades, tanto, que a veces nos olvidamos de la riqueza acumulada en la periferia, una periferia que hay que llenar de Historia, paso a paso”, confiesa el autor de este nuevo trabajo de investigación, convencido de que “todos estos elementos merecen ser situados”.
El rigor por bandera
El objetivo es, entre otros, comenzar a romper tópicos. Los mismos de los que adolece la mayoría de sitios históricos de la ciudad, por ejemplo, ‘El Zaporito’ como deformación fonética de ‘San Hipólito’, y que gracias a la familia Martínez quedó claro que provenía del apellido genovés ‘Saporito’. El Cementerio de los Ingleses no es menos en este sentido y debe empezar por corregir también su nombre puesto que “es completamente imposible que soldados ingleses fuesen enterrados aquí dada su naturaleza protestante”, explica Miguel Ángel, consciente de que incluso las fuentes oficiales se refieren a él con esa denominación.
Pero, sobre todo, destaca la gran información reunida durante los trabajos desde una perspectiva legislativa y social, “hay que tener en cuenta que este cementerio nace vinculado a un hospital, al de San Carlos, en una época donde todo se reglamenta para evitar enterramientos en el interior de los templos”. En efecto, durante el siglo XVIII se hace necesario construir zonas alejadas del centro, aireadas y “donde los efluvios expulsados por los cadáveres en descomposición no lleguen a los manantiales”, pero entonces, se plantea una nueva disyuntiva: ¿Cómo destacar esas diferencias sociales que en las iglesias se observaban en función de la distancia a la que el difunto reposara respecto al presbiterio? Nacen así los nichos, los panteones y las simples zanjas excavadas en el suelo. Concretamente aquí, en el Cementerio de La Casería, existió un panteón destinado a oficiales -cuyos restos aún pueden observarse-, “aunque no eran mayoría”, aclara Miguel Ángel, “principalmente había soldados, tropas de marinería e incluso monjas”. Entre la zona noble, dos hileras de nichos casi desaparecidas completan un espacio que es necesario rescatar, y donde también llama la atención el ‘osario’ donde eran introducidos los huesos para hacer sitio a nuevos enterramientos.
Son precisamente los libros de defunciones del hospital, la principal fuente empleada por Miguel Ángel para identificar a todas y cada una de las personas que llegaron a ser inhumadas en este Cementerio, no sólo eso, también la fecha exacta a la que éste empieza a funcionar. Para ello recurrió al consejo de J. M. Cubillana de la Cruz, médico y autor del libro sobre el Hospital de San Carlos con quien se ha repartido los gastos para adquirir unos legajos que contienen hasta 6000 partidas de defunción. “Cubillana ha sido muy importante a la hora de encarrilar esa fuente documental, sin ella no habría historia del Cementerio”.
La Isla del XIX
Éste desvela, además, las claves del todo el siglo XIX en San Fernando en función de los avatares bélicos y sanitarios. De tal forma pueden observarse los picos de enterramiento más elevados, entre ellos, el que tiene lugar durante el asedio francés (1810-1812). En 1813, en lugar de bajar, a la cota estándar -medio centenar de muertos- llega hasta cien debido a un rebrote de fiebre amarilla. De nuevo, en 1823, la batalla de los Cien Mil Hijos de San Luis para derrotar a los liberales hace que los números crezcan, y, tras otro período de calma, entre 1837 y 1841, un depósito de prisioneros carlistas procedente del norte, hacinados en cuarteles, mueren en masa debido a causas desconocidas. Así sucesivamente.
“De momento sigo en ello, porque estos trabajos nunca concluyen”, explica Miguel Ángel, que el lunes viaja a Madrid para cotejar nuevos datos. Aún así, ya busca opciones de edición para ver en la calle una obra en la que lleva cuatro años trabajando, y que ha sugerido al Ayuntamiento como posible cuarto volumen de la colección ‘Patrimonio Cultural’ editada antaño en San Fernando por la Gerencia Municipal de Urbanismo con títulos tan interesantes como el Atlas de las Fortificaciones de Vargas Machuca o, mismamente, La Heredad de Fadrique.
Una gran oportunidad para que el gobierno encabezado por Patricia Cavada ponga de relieve su apuesta por la Cultura en la ciudad.
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