por Francisco Manuel Carrillo Merino
Al pasear por nuestra ciudad, San Fernando, coloquialmente conocida por innumerables personas como ‘La Isla’, las cuales siguen llevando en su memoria la imagen de una población rodeada de marismas, esteros, caños, salinas, etc. al igual que con una gran presencia del estamento militar, sobre todo de mozos de reemplazo, y con un protagonismo relevante o principal en los diferentes avatares que a lo largo de los siglos han tenido lugar en esta tierra o en el entorno de la Bahía de Cádiz, apreciamos la presencia de diferentes edificios que salen a nuestro encuentro, percatándonos principalmente de dos características: su antigüedad y su arquitectura (civil, religiosa o militar).
Utilizando las nuevas tecnologías que nos invaden, y que en el área de la comunicación llevamos siempre a mano, nunca mejor dicho, los modernos ‘smartphone’, con sus múltiples aplicaciones, se erigen en uno de los favoritos por su utilidad. Una de ellas es el podómetro, que indica el número de pasos que el portador del referido aparato ha recorrido durante un espacio de tiempo, kilocalorías consumidas, tiempo invertido, etc.
Entre el recuperado, restaurado e inaugurado Castillo de San Romualdo y la Iglesia Conventual de Nuestra Señora del Carmen, se contabilizan, más o menos, unos 2300 pasos -1,5 km -, espacio donde gran parte del Patrimonio Histórico de esta ciudad se hace presente, ya que además de los ya indicados edificios, aparecen otros como la antigua Capitanía General de la Zona Marítima del Estrecho, el Museo Histórico Municipal, la Iglesia Mayor de San Pedro y San Pablo y de los Desagravios, la Casa Consistorial, la Iglesia Vaticana-Castrense de San Francisco de Asís, la señorial Casa Lazaga y la Compañía de María. Todos ellos con el sello particular, singular y emblemático que los caracteriza.
En este corto recorrido, casco antiguo de la ciudad, y sin caer en el chovinismo podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que estamos frente a un extraordinario Conjunto Histórico que nos pertenece y en cuya conservación estamos implicados todos. Y en esta acotada parcela de nuestra ciudad, existen otros elementos que por sus pequeñas dimensiones son más desconocidos, pasando desapercibidos en la mayoría de los casos e ignorados pese a que también ellos forman parte de un todo que los engloba o rodea. Nos referimos a los pequeños ‘azulejos o losetas’ de cerámica que aparecen en algunas calles o plazas de San Fernando, embutidos en los muros de las casas, los cuales son también fieles testigos de un pasado reciente. Todo en la vida tiene su razón de ser, y estas pequeñas baldosas de esmaltes vitrificables, también. Para contextualizarlas tenemos que remontarnos al Reinado de Carlos III, representante de la monarquía ilustrada, quien se rodeó de los mejores políticos de la época y dejó a su muerte un país encaminado hacia la prosperidad. Conocido como el ‘Mejor Alcalde de Madrid’, promulgó una Real Cédula el 13 de Agosto de 1.769. Referida Ordenanza fue recibida en Sevilla al año siguiente, en ella el Rey mandaba dividir a la ciudad en cuarteles, barrios y manzanas, siguiendo el ejemplo de Madrid, beneficio que deseaba extender a todas las capitales en donde hubiese Audiencias y Chancillerías, y nombrar Alcaldes Mayores de los cuarteles y Alcaldes de Barrios entre los vecinos honrados quienes utilizaban como signo de su autoridad un bastón de vara y media de alto con puño de marfil.
Otra normativa importante es un Real Despacho de 1771 donde se disponía la numeración de las casas y nombre de las calles para un mejor gobierno de ciudades y pueblos.Dos años antes, Carlos III (1766-1788) nombra a D. Pedro de Olavide (1725-1803) -Doctor en Teología y oidor de la Real Audiencia de Lima en 1745, con apenas veinte años, gran admirador de Voltaire y de Diderot, ferviente y perfecto afrancesado- como Intendente de los cuatro Reinos de Andalucía (Sevilla, Jaén, Córdoba y Granada), además de Asistente de la ciudad de Sevilla (Corregidor). Fiel cumplidor de lo ordenado por el soberano lleva a cabo la división de la ciudad, explicitando sus calles con rótulos de azulejos. Consecuencia de ello, estas normas comienzan a cumplirse en toda Andalucía. Igualmente impulsó la confección del primer plano de la ciudad hispalense.
La falta de alfareros en nuestras tierras con la técnica suficiente para elaborar estas cerámicas, hace que determinados artesanos de la Ciudad de Sevilla se encarguen, en un primer momento, de su elaboración. Estos azulejos son conocidos como azulejos de Olavide, siendo la influencia de la azulejería de esa ciudad muy grande.
Por lo general, y en ocasiones con pequeñas diferencias, presentan las siguientes características: fondo blanco, marco exterior de azul cobalto y letras azules o negras, todas ellas encabezadas con una pequeña cruz en su parte central. Debido a su pequeño tamaño, continuas remodelaciones del casco urbano de las ciudades, cambios de nombres según la política del momento, sustracciones, eliminaciones, mercado negro, expolio, pintado, enfoscado, cables de toda índole que impiden su observación, etc. podemos decir que nos encontramos ante un patrimonio muy amenazado.
No podemos tampoco olvidar los llamados azulejos devocionales, que hacen presente una fervorosa religiosidad popular que inunda nuestras calles y plazas, en la mayoría de los casos en mano de los dueños de los inmuebles donde se encuentran. Representan principalmente escenas de la vida de Jesucristo, a la Virgen en sus distintas advocaciones y a los Santos. Se ubican en las fachadas de las casas y, en algunos casos, en el zaguán o portal (casapuertas).
Es desconcertante que con la importancia de esta Villa en la historia reciente, solamente se hayan observado la presencia de cuatro o cinco de estas losetas o azulejos. Sin entrar a valorar cómo se han ‘perdido’ o ‘deteriorados’ estas reliquias, por parte de la Concejalía que corresponda y ante el posible extravío irreparable de las mismas, deberían ser retiradas las originales por personal cualificado para ello, y suplirlas por réplicas llevadas a cabo por talleres especializados en este tema. En esta ocasión, los observados en San Fernando carecen de la pequeña cruz en el centro.¿Qué hacer con estas reliquias del pasado? En primer lugar, incluirlos e inventariarlos en el Catálogo de Bienes de Carácter Singular y en la Carta Arqueológica Municipal, como ha llevado a cabo el p. e. Ayuntamiento de Jerez de la Frontera, y, en segundo lugar, instar a la recuperación y conservación de estas apreciables cerámicas, algo que nos corresponde a todos, pero de una manera muy especial al Consistorio Municipal de San Fernando, ya que forman parte del callejero o nomenclátor de la Ciudad.
En una primera valoración, a falta de un mayor estudio, y dadas sus similares características, podemos decir que estas pequeñas piedras bruñidas son del siglo XVIII, coetáneas p. e. de la Iglesia Mayor de San Pedro y San Pablo y de los Desagravios.
Otra solución sería organizar, entre personas sensibles a temas del acervo cultural de nuestra ciudad, una especie ‘cruzada’ en busca del ‘azulejo perdido’, porque haberlos haylos. En caso positivo se debería comunicar el hallazgo a la redacción de este periódico para su traslado a la Delegación de Patrimonio.
La ubicación de los que hasta el momento conocemos es la siguiente: Calle Real esquina calle San Cristóbal; Calle Losada esquina calle Real (antiguo Jisol); Alameda Moreno de Guerra; Calle Tomás del Valle, lateral antiguo Hospital de San José (deteriorado). En última instancia y gracias a la colaboración de un ciudadano, nos encontramos con otro, situado en el Callejón Cróquer de esta Ciudad.
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