Museos municipales, historia local y gestión del Patrimonio Arqueológico. Algunas reflexiones sobre el caso de San Fernando

5 noviembre, 2015

por Antonio Saez Romero

La zona era entonces tan marismeña como hoy, con amplias extensiones de fangos grises cubiertas de vegetación resistentes a estos ambientes mareales muy salinos que se extendían alrededor de las zonas de ‘tierra firme’ más elevadas, uniendo por ejemplo la barra de arena que daba al Atlántico con los terrenos del cuartel de Camposoto -extendiéndose como hoy desde Santibáñez hasta Gallineras, y aún más al norte en toda esta orilla colindante al actual caño de Sancti Petri-.

El caño sería una extensión de agua mucho más ancha y profunda, trufada de entrantes hacia el continente y hacia la propia isla en forma de caños menores, y se constituiría como una arteria principal de entrada y salida de la bahía. La costa no sería muy distinta de la actual, con una larga playa mirando a poniente cuya línea mareal habría estado situada mucho más al oeste de la actual playa del Castillo o de Camposoto, que debido a la erosión marina continuada en estos últimos miles de años se ha ido moviendo en dirección Este superponiéndose a las citadas marismas grisáceas.

En este escenario, en evolución hasta dar lugar a la bahía que todos conocemos hoy, las poblaciones que habitaban la isla gaditana durante el II milenio a.C. habrían asistido a un notable cambio con la llegada de los colonos fenicios en los siglos IX-VIII a.C. La fundación de focos de hábitat o de culto en el extremo norte de la isla, en el entorno de Sancti Petri o en otras zonas insulares, habría conllevado la asimilación o desplazamiento de estas poblaciones autóctonas, en un proceso por ahora poco conocido pero del cual yacimientos como Campo de Hockey pueden ser clave para aportar nuevas evidencias. A partir de inicios del siglo V a.C. la ciudad fenicia de Gadir, ya consolidada en la bahía gaditana como un gran núcleo urbano y puerto de referencia en la zona occidental del Mediterráneo, habría optimizado con esta apropiación de los suelos insulares expandiendo por la actual San Fernando gran cantidad de instalaciones de tipo industrial, fundamentalmente alfarerías, zonas de pesquería y quizá salinas. Se trataría de una de las piezas clave de una industria, la conservera, que ha continuado siendo seña de identidad y motor económico de la bahía y de la región hasta prácticamente la actualidad, ligada a la explotación del atún y su comercialización en salazón a gran escala. San Fernando habría sido en esta fase púnica y aún mucho después un territorio eminentemente industrial, vital para entender las riquezas descubiertas en la necrópolis de Cádiz en forma de sarcófagos o joyas de oro de gran belleza y valor, como muestran los hornos y ánforas incluidos en la exposición del museo, los conservados en la Rotonda de los Hornos Púnicos u otros muchos ejemplos como los investigados estos días en el solar del Polígono Janer.

Las pistas sobre la evolución histórica de la zona se diluyen a partir de la Antigüedad Tardía, momento en que Gades y en general la bahía parecen tener un papel secundario, siendo abandonadas en los siglos V-VI d.C. las villas rurales y quedando quizá una versión muy disminuida en funciones y entidad monumental del templo de Hércules -cristianizado ahora en forma y fondo-. Durante los primeros siglos de la etapa islámica cabe hacer idéntica reflexión debido a la escasez de datos literarios y arqueológicos, y sólo parece que a partir de los siglos XI-XII la bahía recobraría un cierto peso como núcleo urbano y portuario. Para el caso de San Fernando, apenas la zona de Sancti Petri parece tener un cierto papel en el tráfico marítimo del momento, quizá como fondeadero secundario. Desconocemos si el territorio fue explotado desde la perspectiva pesquera, salinera o agrícola. Así parece ser, sin embargo, a partir de la llegada de los almohades, especialmente en el siglo XIII, momento para el cual se registra la existencia de alquerías o explotaciones rurales que se habrían integrado en el territorio de Qadis. Es posible asimismo que junto al puente, quizá puesto de nuevo en uso con estructuras de madera o parcialmente reconstruido, se construyese ahora un pequeño castillete germen de la fortaleza que conocemos como Castillo de San Romualdo. La conquista castellana en torno a 1260 habría integrado este castillo, el resto del solar isleño y parte de lo que hoy es el Barrio Jarana y Zurraque en un nuevo Alfoz denominado La Puente, de corta vida dada la precariedad de la repoblación en estas zonas de frontera sujetas a razzias como las de los meriníes, hacia 1279-1280.Con la anexión romana el papel del actual territorio isleño no habría variado sustancialmente, aunque poco a poco, y particularmente a partir de las reformas de época de Augusto y la familia Balbo, la zona se habría erigido no sólo como foco industrial sino también albergue de numerosas villas de las élites de Gades. Hornos alfareros, cerámicas, restos de otras instalaciones industriales, de embarcaderos o mosaicos de las partes más nobles de estas villas han sido documentados por casi todos los rincones del término municipal, desde Fadricas hasta el Cerro de los Mártires e incluso el propio entorno del Castillo de San Romualdo -denominado por entonces Ad Pontem, al encontrarse junto al único puente que daba acceso terrestre a la isla gaditana, una versión inicial del actual Puente Suazo-. Tanto en época fenicio-púnica como romana, por tanto, lo que constituye San Fernando habría sido una parte más de Gadir/Gades, incluyendo además de las actividades pesqueras e industriales el afamado templo de Melqart/Hércules Gaditano sito en las inmediaciones de la Punta del Boquerón y el islote de Sancti Petri.

Aún así, el término isleño habría continuado estando poblado entorno al conjunto puente-castillo durante el siglo XIV, siendo arrasado probablemente a consecuencia del ataque portugués de 1369, del cual se han rescatado preciosos datos en las excavaciones del castillo. Poco sabemos de esta Isla medieval, oculta aún en esta zona del casco urbano de San Fernando, y especialmente en los rellenos aún no investigados del foso defensivo del castillo que aguardan una última fase de intervención y puesta en valor del inmueble.

Lo que el ojo no ve

La celebración del Día Internacional de los Museos el pasado mes de mayo, sin que el museo municipal isleño haya contado con una programación de actos, exposiciones o ni siquiera un horario de visitas ampliado, se ha sumado a una larga lista de aspectos sobre la gestión del patrimonio histórico local -y en concreto del arqueológico- que desde hace años vienen añadiendo sombras sobre el rol de la institución como guardiana y difusora principal de la historia del municipio. Debates sobre conservación de restos in situ o acerca de su ‘valor’ o posibilidades de ‘aprovechamiento’ como los generados en los últimos tiempos en casos tan significativos como Campo de Hockey o Janer forman parte de esta lista de inquietudes; y, sobre todo, cuestiones derivadas del clima electoral de estos meses como la no menos discutida posibilidad de traslado de la sede del museo al Castillo de San Romualdo u otros emplazamientos, dejando en el aire el destino de sus fondos.Haciendo el símil con el popular programa deportivo, estuve tentado de titular este artículo “Lo que el ojo no ve”, pues su objetivo no es otro que señalar a los ciudadanos interesados en cuestiones patrimoniales algunas de las funciones que el museo municipal isleño ha venido ejerciendo desde su creación y que desgraciadamente han pasado desapercibidas para la generalidad de la población. En concreto, nos referiremos a su labor en la parcela que toca al Patrimonio Arqueológico, aunque muchas de estas ‘realidades escondidas’ pueden, claro está, extrapolarse a muchas otras áreas históricas que son cubiertas por sus variados fondos museísticos, fotográficos, etc.

Esta situación se distancia ostensiblemente de tiempos no tan lejanos en los cuales las cosas eran muy diferentes en cuanto a la plasmación pública de la función y del trabajo cotidiano de este modesto equipamiento cultural isleño; momentos en los que con unos pocos recursos más de los que hoy están disponibles para estos temas, la ciudadanía tenía acceso a su historia de una forma más directa, actualizada y dinámica, y el museo no asistía como un mero recipiente inmóvil al transcurso de los acontecimientos.

En vista de la tendencia hacia la invisibilidad y la minusvaloración que desde hace años se acrecienta en torno a esta institución patrimonial, considero necesario plantear de manera abierta algunas reflexiones sobre el que considero verdadero papel y significado del museo en el seno de la gestión arqueológica e histórica isleña. No se trata de un ensayo en búsqueda de un análisis aséptico y objetivo de todos los aspectos que envuelven al funcionamiento del museo, pues simplemente se pretende reflexionar sobre su papel como eje articulador del discurso histórico emanado de la arqueología de la ciudad y acerca de los problemas que envuelven actualmente este rol que tan buenos frutos ha venido ofreciendo hasta fechas recientes.

– Más allá de las piezas expuestas, el museo custodia gran parte de los materiales arqueológicos procedentes de hallazgos casuales, donaciones o excavaciones realizadas en el término municipal, estando este conjunto formado por bienes de todo tipo, tamaño y valor histórico. No todos los materiales se encuentran en el museo, dado que otra parte permanece en el museo provincial situado en la Plaza de Mina en Cádiz, por lo que inexplicablemente una parte de la historia de San Fernando no se encuentra en la ciudad pese a contar con una instalación específica habilitada para este fin -el museo isleño pertenece casi desde su refundación en 1997 a la denominada Red Andaluza de Museos de la Junta de Andalucía-. En cualquier caso, los almacenes del museo guardan para su investigación y exposición muchos elementos de las raíces históricas de la ciudad, desde la Prehistoria hasta el propio siglo XX pasando por restos fenicios, púnicos, romanos y medievales.Es necesario empezar por el principio, y dicho inicio remite al resumen de la historia antigua local que encabeza este artículo. Esas líneas, que no son axioma alguno sino síntesis del estado actual de nuestros conocimientos, son posibles por el trabajo incesante y silencioso durante las dos últimas décadas del museo isleño -tres si contamos su precedente directo, el Aula Municipal de Historia- en funciones que al gran público permanecen completamente invisibles o desdibujadas, y que van mucho más allá que el papel de sala de exposición de objetos arqueológicos a la que parece haber quedado relegado en los últimos años.

– Aunque ahora parece algo lejano en el recuerdo colectivo, el museo ha tenido una larga trayectoria en lo referido a la difusión de las investigaciones sobre sus fondos, a través de muestras temporales que durante mucho tiempo fueron programadas ocupando la planta alta del actual inmueble. Por supuesto, también ha sido sede de otras muchas exposiciones itinerantes de temática diversa, colaborando con otras instituciones, y en esta labor de difusión activa y dotada entonces de recursos también hay que destacar su decisiva participación en la celebración de muchas ediciones de los desaparecidos Encuentros de Historia y Arqueología -impulsados por la no menos extinta Fundación Municipal de Cultura-.

– Las tareas de difusión científica y social del museo han incluido la colaboración activa con muchísimas instituciones locales y foráneas, y particularmente con entidades científicas cuyos investigadores han mantenido una relación con el museo y la ciudad. En no pocos casos dicha conexión se ha establecido gracias a las facilidades dadas en el museo para el estudio de sus colecciones y para dar soporte a muchos arqueólogos durante la realización de excavaciones -o posteriores períodos de procesado de materiales en sus instalaciones, necesarios para la redacción de las memorias-. Pero también a través de la recepción de múltiples conferencias y congresos, siendo un museo repetidamente visitado en muchísimos de los congresos de arqueología celebrados en la bahía en las últimas décadas. En este sentido, la colaboración ha sido pródiga con instituciones como la Universidad de Cádiz -tan poco presente en otros aspectos de la ciudad-, abriendo la historia isleña a grupos de profesores y estudiantes de todo el mundo.

– Una de las funciones que quizá han pasado más desapercibidas entre el ciudadano isleño ha sido la relacionada con la tutela de los yacimientos arqueológicos del término municipal, y en particular la gestión cotidiana de la Arqueología Preventiva -es decir, la ligada a los nuevos proyectos de urbanización-. En esta parcela, cualquiera de los profesionales e investigadores aludidos en el punto anterior es consciente de la labor incansable del museo en la protección de estos yacimientos, realizándose de oficio inspecciones e intervenciones que han sido decisivas para evitar trágicas pérdidas históricas dando inicio a sonados proyectos. Entre las primeras, sin ir más lejos, los recientes casos del Polígono de Janer o de Campo de Hockey, lugares sobre los cuales el museo alertó e instó a la realización de actuaciones arqueológicas. Y entre las segundas, excavaciones en lugares emblemáticos como el Castillo de San Romualdo o la Rotonda de Hornos Púnicos, dos hitos de la historia de la ciudad y de su paisaje urbano actual. El museo ha sido en buena medida un ‘arqueólogo municipal’ oficioso, ante la crónica falta en la ciudad de esta figura existente en muchas gerencias de urbanismo de otros municipios de la región.– El museo ha sido y continua siendo, además, un centro de formación activo, en el cual -de forma reglada o no- se han formado, en distinto grado, numerosos profesionales de la arqueología y del patrimonio. Desde estudiantes universitarios que necesitaban realizar períodos de prácticas oficiales hasta otros interesados simplemente en colaborar con la institución, inventariando o documentando sus fondos, o participando en excavaciones y trabajos de campo o investigaciones. No son pocos los profesionales de la arqueología y de otras ramas afines, profesores universitarios, doctorandos o investigadores hoy plenamente consolidados los que han tenido en sus etapas de formación o iniciales un contacto directo con el museo desde 1989.

– En este aspecto de la tutela y gestión de bienes y yacimientos, y partiendo de la ya citada colaboración con instituciones científicas e investigadores, otro de los méritos que considero destacable aquí es el papel impulsor de las normativas municipales aplicables a la dinámica urbanística. Así, el museo fue pieza clave en la primera catalogación de los yacimientos isleños a finales de los ochenta, la cual pasó en 1992, con el nuevo PGOU, a convertirse en el primer inventario de lugares protegidos y susceptibles de ser excavados e investigados. Así ha sido hasta culminar en 2003 con la redacción de la Carta Arqueológica municipal, escasamente aplicada aún en el día a día a pesar de la década pasada tras su publicación, pero que se trata de uno de los primeros documentos en su género en la bahía.

– Derivado del conjunto de aspectos destacados en los puntos precedentes, otro elemento a la hora de valorar el papel del museo que ha escapado a la vista del ciudadano ha sido el cambio sustancial que estas labores de custodia, gestión y colaboración con investigadores ha supuesto para el propio guión histórico de la ciudad. En apenas treinta años se ha pasado de un municipio fundado en el siglo XVIII sin mucho más pasado, a contar con un peso específico en el estudio de la bahía prehistórica y Antigua, a albergar un yacimiento clave del Neolítico de la región, a ser parte del Gadir fenicio-púnico y de la Gades romana, y a contar con evidencias de poblamiento medieval que incluyen granjas de época islámica y un castillo que es el verdadero germen de la ciudad actual. Y todo esto no sólo a nivel local, en el plano de la difusión, sino además participando y fomentando el estudio y publicación científica de los resultados de las excavaciones y de los materiales depositados en sus fondos, logrando en pocas décadas poner en el mapa a una ciudad que antes carecía completamente de esa parte de su identidad. De este modo, se puede decir hoy que gran parte del pasado atesorado en sus almacenes es de dominio científico, publicado en congresos y revistas del máximo nivel nacional e internacional, y que el porcentaje de datos publicados procedentes de la arqueología preventiva municipal es probablemente el más destacado de todo nuestro entorno -pues son pocas las actuaciones ‘de urgencia’ o proyectos que no cuentan al menos con un artículo preliminar-. Se ha transformado un discurso histórico sobre San Fernando basado en la erudición, en otro completamente nuevo y con sólidas bases científicas, que hoy es conocido y debatido por investigadores de todo el mundo.

– En suma, como muchas instituciones del mismo tipo de la provincia, el museo ha sido una referencia visible para todo tipo de cuestiones vinculadas al patrimonio arqueológico, atendiendo a consultas ciudadanas, donaciones, actividades institucionales, formación, gestión activa del patrimonio, investigación, etc.

En los últimos años es evidente que esta referencia se ha visto muy mermada por diversos frentes, como las obras acometidas para la propia conservación del edificio actual (2010), pero también por una pérdida sensible de ‘capacidad operativa’ en lo relativo a programación de actos -es decir, falta casi total de presupuesto para celebrar exposiciones, conferencias, noches blancas…-, a su propio personal -reducido progresivamente al mínimo imprescindible- y a la disponibilidad de los espacios de trabajo y museísticos, ocupados cada vez más por despachos de diversa índole, salas de reuniones supliendo la larga falta del edificio consistorial, celebración de enlaces nupciales en el patio, etc. Asimismo, el depósito de los materiales arqueológicos ha comenzado a hacerse de forma regular en el museo provincial -como ya trascendió a la prensa hace años al hilo de las piezas procedentes de Campo de Hockey-, y así, el museo ha tenido cada vez menos peso en la gestión cotidiana de la ‘arqueología preventiva’, es decir, en la información histórica generada por las excavaciones puntuales hechas antes de la urbanización de un solar concreto. Asimismo, en proyectos relevantes que la propia institución había impulsado como el Castillo de San Romualdo -el museo llevó a cabo las excavaciones en el inmueble entre 2000 y 2003-, su participación ha ido menguando hasta quedar como un testigo externo de las actuaciones, obras, retrasos e incertidumbres en el destino final de lo que puede llegar a ser su propio contenedor.

Todo ello se ha suplido en la medida de lo posible por el compromiso de su escaso personal y de algunos investigadores y colectivos que colaboran o han colaborado estrechamente con la institución durante estos años de travesía en el desierto. Así, el museo no ha dejado de ser para muchos de nosotros una referencia inexcusable a la hora de investigar fondos arqueológicos o rastrear datos sobre anteriores investigaciones, y tampoco ha dejado de ser una plataforma abierta para la celebración de ciclos de conferencias, sesiones de congresos y otras actividades científicas y de difusión patrimonial. Por supuesto, todo esto puede aplicarse también a otros muchos aspectos de la historia local no arqueológicos, y que atraen aún a muchos investigadores locales y foráneos a sus instalaciones, por lo que esta necesidad de multiplicarse para suplir déficits atañe a todo el amplio espectro de secciones que se encuentran en el museo.

En suma, lo que creo más importante a extraer de este texto subjetivo es que el museo municipal -o, más correctamente, los museos municipales- ejercen, cuando se les dota de recursos y operatividad, unas funciones vitales para vertebrar la custodia y fomento de una parte tan vital de la identidad local como es su legado histórico material, especialmente, el arqueológico. Como se ha descrito, el museo municipal es mucho más que una simple caja rellena con piezas más o menos atractivas y ordenadas, y desarrolla múltiples tareas menos visibles que tienen un efecto multiplicador al permitir la investigación y la difusión del legado común, sembrando la semilla del interés por estas cuestiones desde las visitas escolares y custodiando una parte esencial de los ingredientes de la identidad de la ciudad. De este modo, considero que es un momento óptimo ahora que se baraja su traslado para que reflexionar acerca de mejorar la situación del museo, y para que los ciudadanos de a pie miren con otros ojos un lugar abierto y que contribuye a salvaguardar el patrimonio y la historia de todos.

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