El legado escultórico [y personal] de Alfonso Berraquero

30 marzo, 2017

por Alejandro Díaz Pinto

Artistas y cofrades disertaron en torno al Hijo Predilecto planteando incluso la creación de un museo o fundación que lleve su nombre.

A caballo entre el arte y la nostalgia. Así se desarrolló la tertulia que en el Club Naval de Oficiales ha tenido lugar como homenaje al escultor Alfonso Berraquero. Y lo de ‘escultor’ no es un decir, ya que «él no se consideraba imaginero aunque hiciese imaginería. No se sentía sujeto a los parámetros habituales», decía el acuarelista Juan Pérez Bey, uno de los tertulianos. «Alfonso investigaba, expresaba… creaba».

No es menos cierto que su trayectoria profesional estuvo mayoritariamente ligada a las imágenes religiosas, de ahí este apelativo con el que, no obstante, llegó a ser Hijo Predilecto de la ciudad. Prácticamente todas las cofradías de la Semana Santa isleña cuentan con alguna imagen suya, titular o secundaria, y eso sin contar con las obras hechas a particulares o de carácter profano, como el Camarón de su mausoleo o el monumento a la libertad de prensa.

«Nadie tenía las ideas más claras a la hora de meter mano al barro», apuntó el escultor Joaquín Domínguez, discípulo de su grupo más personal, aquel que pasaba horas en su casa de la calle Bonifaz, aprendiendo en el taller, pero también participando de tertulias al calor de la chimenea.

Decía sentirse libre y forjó su propio estilo, clásico, mirando a referentes como Castillo Lastrucci u Ortega Brú, pero al mismo tiempo peculiar. Aún impregna la producción de sus discípulos. «Todos tenéis un poco de él», decía el periodista José Moreno Fraile. Manuel Correa, por ejemplo, es uno de los que más se aleja de la faceta artística religiosa pero «solicitaba su consejo ante cualquier trabajo de envergadura».

Otras líneas se centraron en su agilidad con el modelado, su obsesión por la anatomía, y, especialmente, en si podría haber destacado más optando por la escultura profana ya que, según Pérez Bey «no está especialmente valorado, a veces se le considera artista, otras artesano». También se habló de su relación con las hermandades, que pese a ser muy estrecha no condicionaba su arte. A Joaquín Domínguez llegó a decirle «trabaja para ti y no hagas caso a los cofrades», lo cual le llevó a practicar determinadas ‘intervenciones’ que no fueron bien vistas por los especialistas en Historia del Arte.

De Ida. a Dcha.: Domínguez Vidal, Correa Forero, Pérez Bey, Aparicio Mota, Moreno Fraile, Romero Ruiz y Moreno Olmedo.

De Ida. a Dcha.: Domínguez Vidal, Correa Forero, Pérez Bey, Aparicio Mota, Moreno Fraile, Romero Ruiz y Moreno Olmedo.

No faltaron halagos a su faceta más personal ya que, según el escultor Antonio Mota, «era el alma de la Escuela de Arte». Allí fue donde ambos coincidieron como profesores, y «mucho después de jubilarse, aún llegaba gente buscándole».

El historiador Juan José Romero, hermano mayor de la Pastora, recalcó sus valores como persona. Especialmente en relación con el mundo cofrade que «tiene mucho que agradecerle. Jamás tuvo un ‘no’ para nadie». En este sentido coincidía con Antonio Moreno, ex-alcalde y actual hermano mayor de Misericordia: «Nadie logra ser profeta en su tierra… pero él lo fue porque, entre otras razones la amaba y quería permanecer en ella». «Muchos quieren irse, pero no pueden… él pudo hacerlo pero no quiso», añadió, recordando además la habilidad del escultor para ‘humanizar’ las imágenes religiosas ya que «en ellas podemos reconocer rasgos reales, incluso cercanos». Para Pérez Bey, en cambio, funcionaba al revés: «Partiendo de lo humano alcanzaba lo divino».

Éste último aportó una de las ideas más interesantes de la velada: «No se trata de creernos los mejores, sino de aprender a valorar lo nuestro». Esto está en consonancia con el planteamiento de un futuro museo o fundación dedicada a Alfonso Berraquero, que apoye las artes plásticas, promocione a nuevos autores y no solo en La Isla. Una forma de recuperar también el proyecto del museo cofrade pero desde otra perspectiva y con colaboración activa por parte de las cofradías. Lo cierto es que son tantas las obras de Berraquero, dentro y fuera de La Isla, que sería muy difícil inventariarlas todas.

«Cuando te vayas no habrá manera de saber todo lo que has hecho», le dijo Juan José Romero un día. Y se cumplió. Pero catalogada o no es esa obra la que hace que siga vivo. «Seríamos otras personas de no haberle conocido», concluyó Pérez Bey

Una exposición en septiembre en el Centro de Congresos será el comienzo para reivindicar su legado, el inicio de un proceso que -esperan- no se prolongue un cuarto de siglo como ocurrió con Camarón.

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