El ladrón que se convirtió en leyenda

12 noviembre, 2020

Alejandro Díaz Pinto

Dr. en Humanidades y Comunicación

Cristóbal Vega Bueno «Tobalito» tenía 17 años en 1902. Era bajito y delgado, con semblante aniñado; sus ojos pequeños, pero vivos y humildes, contenían gran expresión y un rizo le caía sobre la cara. Vestía alpargatas, blusa clara y pantalón negro, y hablaba con serenidad, demostrando poseer una inteligencia nada vulgar. Había trabajado como panadero en diversas tahonas y aún residía junto a su madre, una honrosa lavandera llamada Catalina, en el número 10 de la calle Pasquín de Cádiz.

La trayectoria mediática de Tobalito nace en marzo de aquel año con el robo en la estación de Jerez de una maleta perteneciente a José de la Viesca Pickman, marqués de Santo Domingo de Guzmán. Al ser detenido por encontrarse en posesión de un estuche de níquel propiedad de este vecino, aseguró llamarse Ramón Casanova, identidad falsa que en el futuro despistará en más de una ocasión a las autoridades, y se le condujo al calabozo a disposición del juzgado de instrucción, pues ya venía siendo reclamado por la Justicia desde tiempo atrás.

Durante el interrogatorio, él y su compañero confesaron haber vendido en San Fernando una libra de azafrán que, consignada a un comerciante jerezano, se hallaba también entre las posesiones del marqués, por lo que el inspector Ramón Olivera se desplazó hasta La Isla y confirmó que la transacción se había llevado a cabo en la tienda de ultramarinos El Gordo, en la calle Real. Su propietario, el sr. Vélez, confirmó haber pagado 20 pesetas por esta mercancía a dos individuos que se le habían presentado como fogoneros.

Pero Tobalito era de armas tomar. Consiguió fugarse de la cárcel para participar en un nuevo robo, durante el mes de agosto, en la casa de Manuel Domecq y Núñez de Villavicencio, vizconde de Almocadén, junto a tres compañeros más. Uno de ellos se había enterado por un trabajador de la vivienda que la noche de los hechos no dormirían los señores en casa, de modo que se puso en contacto con los demás y sustrajeron un importante botín que otro se encargaría de vender en Sevilla. Mientras esto ocurría, los demás fueron detenidos. El más rápido fue Tobalito que, sorteando a las autoridades jerezanas, fue finalmente apresado por la Guardia Civil de La Palma del Condado, Huelva, a punto de cruzar la frontera con Portugal.

Un mes después, mientras una pareja de guardiaciviles le escoltaba esposado hasta la cárcel de Jerez, aprovechó el paso de un carro cargado de paja para darse a la fuga de nuevo. A lo largo de los días siguientes fue avistado en varios puntos de la bahía, primero entre unos matorrales del término de Puerto Real, después en Cádiz, en el Parque Genovés, en el Campo de las Balas, entre las obras del Hotel Francia, en las plazas de Mina y San Juan de Dios… pero el pillo salía siempre indemne de las persecuciones policiales. Los vecinos comentaban la ineptitud de las fuerzas del orden, algunos encontraron una fuente inagotable para los próximos Carnavales y la prensa nacional empezó a hacerse eco, en un tono casi épico, de las famosas aventuras de Tobalito y su escudero Paquichi. La leyenda comenzaba a forjarse. Nadie entendía aquella odisea, entre vergonzosa y ridícula, en la que un pícaro tenía a guardiaciviles, policías y serenos poniendo patas arriba cada taberna, cada posada, cada calle de una capital pequeña cerrada por murallas: «la ciudad invencible recuerda a los buenos días del Trocadero, pero ahora no es el ejército francés, no es Napoleón, no es el duque de Angulema, no es ningún caudillo glorioso el que combate: es Tobalito».

Se temía que el ladronzuelo llegara a convertirse en una especie de icono para los agitadores libertarios, es decir, los anarquistas que tanto protagonismo habían cobrado en Andalucía a principios del siglo XX, pero al mismo tiempo inspiró múltiples cuñas literarias firmadas por nombres como los de Carlos Luis de Cuenca, Adolfo Luna, José Estrañi o Felipe Pérez González (Tobalito es un ladrón / que anda por Cádiz campante / como espíritu burlón / a que ninguno echa el guante), y se ganó las simpatías de parte del pueblo: «circulan entre el vulgo especies más o menos absurdas respecto a las hazañas de Tobalito, cuya leyenda ya está hecha. Para ciertas gentes, es el héroe del día». Los periódicos llegaron a afirmar que solía disfrazarse, a veces de mujer, que contaba con parientes dentro de la policía, que su novia María Muñoz difundía noticias falsas para despistar e incluso que varios simpatizantes habían abierto una suscripción para costear su embarque en algún vapor. La mayoría de estas afirmaciones eran bulos para justificar la incompetencia de las fuerzas del orden.

Interrogada la amante de uno de sus cómplices, aseguró que Tobalito pasaba la noche en San Fernando, concretamente en las huertas existentes entre el cementerio y el Real Observatorio. Dicho testimonio facilitó por fin su detención a manos del inspector José Galván tras jornadas de interminables persecuciones: fue localizado a las seis de la mañana en el Puente de Hierro con la intención de llegar a Medina Sidonia y, de allí, al Campo de Gibraltar.

No opuso resistencia. Únicamente pidió que no le maltratasen durante el viaje, a pie, hasta las murallas de la capital, donde miles de gaditanos se agolparon para recibirle y seguirle en carruaje a Prevención Civil. Allí le esperaban su madre y su hermana Carmen, así como numerosos agentes que querían ponerle cara a su pesadilla de las últimas guardias.

Tobalito afirmó ante los periodistas que había huido por miedo a la Guardia Civil, mismo motivo que, tras visitar a su madre en Cádiz, le llevó a permanecer oculto durante más de una semana en San Fernando, durmiendo bajo una gran higuera cercana al Observatorio y alimentándose en la misma tienda de vinos: no era más que un simple raterillo, un descuidero elevado a la categoría de héroe por la fantasía popular que pese a todo continuaba recibiendo vivas a las puertas del calabozo.

Aquí su versión:

Me escapé de la cárcel de Jerez el día 19 de septiembre en unión de otros cuatro compañeros; todos estábamos detenidos por sospechas de que fuéramos cómplices en el robo de Domecq, y como éramos inocentes, quisimos salir de allí. Por el monte, acompañado de dos de los fugados, llegué a Sanlúcar; atravesamos el mar en una lancha y desembarcamos en el Coto de Doñana. Luego, a pie, llegamos a una aldea que se llama Matalascañas, en la provincia de Huelva; pensábamos internarnos en Portugal. Hallándonos durmiendo en un monte por la noche en dicha aldea, se presentaron civiles de caballería y carabineros; nos sorprendieron llevándonos a Almonte once leguas andando y al día siguiente estábamos en La Palma. El 20 nos sacaron en conducción extraordinaria para Jerez, donde estábamos el 17 del mes actual a las cuatro de la tarde. Éramos conducidos por una pareja de civiles a caballo, el cabo Rueda y otro guardia. Mis compañeros quedaron en la cárcel, pero a mí me dijo el cabo que tenía que llevarme al Ayuntamiento para que el alcalde me viera y volvieron a sacarme de la prisión. Yo me pensé que a donde me llevaban era al cuartel de los guardias para pegarme porque no había cantado lo del robo, y al entrar en un callejón que se llama Rompechapines, sitio muy angosto, aprovechando que estaban atravesados en la calle unos obreros con sacos cargados de paja, eché a correr, quitándome por el camino, de las muñecas, las esposas. Llegué a un estanco; compré cigarros y, detrás del contador del gas, dejé guardadas las esposas. De seguida corrí para la estación y allí me refugié detrás de la casilla de un guardaguja. A poco llegó el correo, saqué un billete y me encaramé a lo alto de un coche haciendo el viaje así hasta Cádiz, temiendo ser descubierto. En la Segunda Aguada bajé del tren y por el paseo de Augusta Julia seguí para dentro de Cádiz, dirigiéndome a mi casa, calle del Pasquín número 10. Comí, salí a la calle, tomé café con Paquiqui y otro amigo, y a las doce volví a mi casa para acostarme. Desde entonces hasta el miércoles, que me fui a San Fernando, he dormido por las noches en sitios distintos tales como la casilla alta del cuartel de artillería que hay en las Puertas de Tierra, detrás de la plaza de toros y en la muralla. Paseé en Cádiz por los sitios más visibles sin que nadie me molestara, y muchos policías, serenos y municipales me vieron, no conociéndome. La huida a San Fernando hícela por la vía del tren a las dos de la tarde. Allí comí en una tienda que se titula La Llave, en la calle de San Lorenzo [actual Almirante Cervera], donde he estado concurriendo desde entonces hasta ayer a todas horas. El papelito que le escribí a mi madre lo mandé con Casamitjana, pero este parece que se lo dio al Popi para que lo trajera a Cádiz. El sábado, cuando esto, estuve con una mujer llamada Antonia López; a las diez me fui a dormir a una huerta a espaldas del cementerio, debajo de una higuera. Anoche estuve en los alrededores del Pozo de Bernabé, en unos cañaverales; es un sitio muy malo porque los malditos erizos manzaneros no me dejaron dormir. Cerca de las seis de esta mañana salí del pozo con intenciones de internarme en los montes de Medina y Alcalá de los Gazules, cuando me sorprendió Galván.

El choque entre el periodismo gaditano -avergonzado por la gestión de la autoridad provincial- y otros medios de comunicación -que vivieron las andanzas del pillo como una novela de aventuras- llegó a su culmen cuando Tobalito fue retratado para una publicación de tirada nacional, como si de una estrella se tratase. En un intento de salvar la mala fama de la policía de Cádiz, el gobernador propuso al inspector Galván para ser condecorado con la Cruz de Isabel la Católica, aunque esto no provocó sino más burlas por parte de los periódicos.

Tobalito fue procesado por robo y resistencia a la autoridad. En febrero de 1903 sacó el número 8 en el sorteo de mozos para el reemplazo, pero en abril comenzó a verse en juicio oral la causa instruida contra él, solicitando el fiscal siete años de prisión y dos mil pesetas de indemnización. Se suspendió temporalmente por enfermedad del abogado defensor. En noviembre comparecieron su hermano Antonio y Rafael García para responder ante la Audiencia Provincial sobre el hurto de la maleta, en el que al parecer también estuvieron involucrados. En abril de 1904 comenzó la causa de la vista instruida en Jerez por el robo a Manuel Domecq.

Debió permanecer al menos un quinquenio entre rejas, pues no volvemos a tener noticias de él hasta noviembre de 1909, cuando fue interrogado por el robo de un compañero suyo en la calle San Rafael; en diciembre se le detuvo al intentar embarcar clandestinamente en el vapor Reina Victoria y como sospechoso de otro robo en la tienda de vinos La Covadonga, de la calle Plocia; en febrero de 1912 fue apresado y procesado en agosto por insultos a los agentes de seguridad; en octubre volvió a prisión; en diciembre de 1913 fue detenido por embriaguez, escándalo y blasfemia en un local de la calle Alcalá Galiano; en abril de 1914 por escándalo en la vía pública; en diciembre de 1920 denunciado por una riña; en abril de 1921 por intentar vender siete kilos de trigo sin justificar procedencia, aunque aseguraba que procedían del barrido del muelle; y en septiembre de 1923 por intento de agresión con arma blanca.

¿Llegó a reconducir su conducta? Lo ignoramos. Pero una cosa está clara: nada de esta trayectoria posterior empañó nunca lo que en 1902 habían creado las fuerzas del orden con su torpeza, los vecinos con su fantasía y los medios con su populismo. Tobalito ya era parte de la cultura popular.

Edificio en el que Tobalito residía con su madre Catalina, número 10 de la calle Pasquín (Cádiz).

Edificio donde Tobalito residía con su madre, número 10 de la calle Pasquín (Cádiz).

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