La marisma salinera como paradigma de sostenibilidad ambiental

23 octubre, 2016

por Alejandro Díaz Pinto

El isleño Antonio Rivero, gerente de Marisma21, desvela parte de su iniciativa para el replanteamiento de una actividad ancestral. Los interesados en las posibilidades de este paisaje tuvieron la oportunidad de acercarse a él a través una jornada ofertada desde la propia Universidad de Cádiz.

Santa María, La Tapa, San Vicente… son nombres que suenan a todos los habitantes de la Bahía de Cádiz. Más concretamente a su sal. Porque en efecto corresponden a antiguas salinas, que pese a la caída en picado de esta actividad en las primeras décadas del siglo XX continúan todavía activas. Algunas -las más grandes- se han industrializado, otras respetan un oficio ancestral que se remonta varias generaciones y se basan en elemento artesanal como valor añadido. Luego están aquellas que, en manos de gente joven con ideas y mucho entusiasmo tratan de sobrevivir llevando el negocio a una nueva dimensión.

Es el caso del isleño Antonio Rivero, co-autor junto con Adrián Sánchez del trabajo Maestros de la Sal editado por la Universidad de Cádiz y gerente de la consultoría ambiental Marisma21. Este joven ambientólogo coordinó recientemente la jornada Salinas del Siglo XXI: Capacitación, formación y gestión integral en la marisma salinera dentro del Programa de Participación y Fomento del Voluntariado Ambiental circunscrito, a su vez, en el Plan de Sostenibilidad 2016/2017 de la Universidad de Cádiz.

Una actividad completamente gratuita que en palabras de Rivero buscaba “dar a conocer y revalorizar nuestro paisaje” a partir de la Salina del Molino de Ocio. Dicha salina, situada en el término municipal de Puerto Real, está incluida dentro de un proyecto con el que este profesional se replanteará esta tradición comenzando con la recuperación de los pequeños tajos que caracterizan a toda salina artesanal por lo que “la primera fase consistiría en reestructurar el terreno mediante movimientos de tierra”. Posteriormente se procedería a la rehabilitación de dos naves gemelas que vienen presidiendo la labor desde principios de siglo. De factura sencilla aunque llamativa por su carácter popular “queremos aprovecharlas como salas de envasado y venta-restaurante respectivamente”. La tercera fase consistiría en el adecentamiento de los caminos y explanadas para que los visitantes pudiesen disfrutar estos espacios a modo de zonas de esparcimiento tras muchos años infrautilizados como estercoleros. Nada menos que 86 hectáreas destinadas a pasear, a la puesta en marcha de talleres de educación ambiental o al avistamiento de tantas especies como anidan en la zona: flamencos, espátulas, chorlitejos, correlimos o charrancitos. “Un verdadero espectáculo para ser apreciado desde miradores, que a su vez aprovecharían estructuras preexistentes”. Aquí es donde entraría una futura cuarta fase: rehabilitar el Molino de Ocio -levantado en 1718 a iniciativa de don Luis de Ocio según indica Molina Font en su libro Molinos de Marea de la Bahía de Cádiz- y su reconversión en una especie de eco-museo que complete la oferta.

El Molino de Ocio bautiza coloquialmente a la salina puertorrealeña donde se encuentra, aún activa.

El Molino de Ocio da nombre a la salina puertorrealeña donde se encuentra, aún activa.

Todo esto -explica a Patrimonio La Isla- con la confianza del dueño de la salina y un sistema de financiación mixto. Es decir, a caballo entre lo público y lo privado. “Estamos muy mal acostumbrados a depender siempre de la administración, lo cual es inviable”. Por eso -aclara- se trata de un proyecto que partirá de capital privado aunque sin descartar, eso sí, posibles subvenciones a modo de apoyo cuando surja la oportunidad. En cualquier caso -aclara-, “solo esperamos que no pongan trabas para ejecutar proyectos de este tipo; paradigmas de sostenibilidad al permitir la explotación del medio no ya respetándolo, sino favoreciendo su desarrollo y conservación”.

Claro que es un trabajo a largo plazo y por eso, de momento, “nos centraremos en visitas y jornadas para darlo a conocer”. Un potencial que a su vez se subdivide en valores como el turismo ambiental, la ornitología, la gastronomía y la cultura propia de la actividad salinera o el despesque. Todo ello en un emplazamiento privilegiado por su buena comunicación, facilidad de acceso y cercanía respecto a los núcleos urbanos más inmediatos. “Es lo que quisimos explicar en esta jornada: no hablamos de una tradición muerta sino de la necesidad de replantear el modelo tal como comprendieron hace tiempo en países como Francia o Portugal”.

No es el único proyecto en el que se encuentra inmersa Marisma21. Hace poco lanzó al mercado unas cápsulas rellenas de flor de sal y algas de Cádiz especiales para deportistas. “Conjugan las sales minerales que se pierden al sudar con todos los nutrientes de algunas especies vegetales de la zona”. “Un compuesto 100% natural que evita los calambres, recupera los electrolitos e hidrata”, sirviéndose de productos directamente extraídos de la Salina Bartivas de Chiclana y la empresa Suralgas (lechuga de mar, ogonoris rojo). El resultado se ha bautizado como ‘Salgar: Cápsulas del Océano Atlántico’.

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