Catalina León
Autora de ‘Didáctica del flamenco’, ‘El flamenco en Cádiz’ y ‘Manolo Caracol. Cante y pasión’
El año 2022 se cumple el primer centenario del Concurso de Cante Jondo de Granada, ese acontecimiento artístico que, por sus promotores y sus características, forma parte de la historia de la música. Conmemoraciones diversas recordarán el evento y a todos aquellos que tuvieron alguna participación en el mismo. Los pintores, Zuloaga, que hizo los decorados, Manuel Ángeles Ortiz, que diseñó el cartel anunciador, Rodríguez Acosta y Rusiñol; los músicos, Turina, Pedrell, Segovia; los escritores e intelectuales que lo impulsaron o apoyaron, como Manuel Chaves Nogales, Juan Ramón Jiménez, Edgar Neville, Gómez de la Serna, Ramón Pérez de Ayala, etc. Por supuesto los ganadores ex-aequo del premio extraordinario Zuloaga, Diego Bermúdez, El Tenazas, un viejo aficionado de Morón de la Frontera, y el Niño Caracol, doce años, natural de Sevilla pero con una acendrada familia gaditana a las espaldas, los Ortega. Sobre todos ellos, las figuras centrales de Federico García Lorca y de Manuel de Falla.
Cádiz, así como la escuela gaditana de cante que tiene su presencia geográfica en la capital y en todo lo que se conoce como «los Puertos», ofrecen un enorme interés a la hora de analizar aquel concurso porque su influencia en el flamenco de la zona se dejó sentir durante mucho tiempo y tuvo consecuencias perdurables. Para comprender esto hay que considerar no solamente la fortaleza de unos estilos de cante perfectamente estructurados y de un número importantísimo de cultivadores de los mismos, sino también de una sociedad amante de la música, que tenía academias, compositores, teatros y manifestaciones culturales como centro de la vida y el ocio. La música en Cádiz es una constante, una melodía continua y llena de matices.
En 1922 el gran Manuel de Falla se había afincado en Granada, donde vivió unos años antes de marcharse al exilio en Argentina. Allí, en el carmen de la Antequeruela Alta del Albaicín, quiso hallar la tranquilidad que necesitaba para continuar su obra, teñida en esos momentos de influencias nacionalistas y populares, como toda la música clásica de la época. El contacto con Federico García Lorca y otros escritores, pintores y animadores culturales de Granada, fue muy fructífero por cuanto todos ellos se embarcaron en la aventura que conduciría al Concurso de Cante Jondo de Granada, uno de esos eventos fundacionales de la historia del flamenco que siguen siendo controvertidos.
Las bases del concurso dictaminaban que no podían presentarse los artistas profesionales que tuvieran más de veintiún años lo que, de facto, dejaba fuera a la inmensa mayoría de los ejecutantes, concentrados en la zona que va de Cádiz a Sevilla, pasando por los Puertos y Jerez. Esto se consideró un ataque frontal al flamenco por parte de los territorios que se reclamaban como su cuna y también por los más destacados nombres del momento. Se quiso solventar de algún modo esta situación haciendo que los profesionales actuaran en el fin de fiesta o formaran parte del jurado, como el caso de Don Antonio Chacón, el Papa del cante, como se llama al cantaor jerezano, maestro de maestros, en la plenitud de su vida profesional. También actuaron La Macarrona, Pastora Pavón y Manuel Torre, de modo que podían compensar de alguna manera el déficit de verdaderos artistas.
Pero no fue nada fácil para los organizadores encontrar participantes que dieran la talla. Por eso, el propio Manuel de Falla, sabedor del gran número de aficionados que había en la zona de Cádiz, incluyendo San Fernando, Chiclana, Puerto de Santa María, Puerto Real, Chipiona o Rota, también Jerez, se movilizó para pedir ayuda a alguien que conocía muy bien el terreno y que podía servirle de intermediario con aquellos posibles artistas. Este empeño derivaba de la concepción misma del concurso: Recuperar las esencias del cante jondo, separándolo de la mixtificación que suponía el llamado «flamenco». Volver a lo popular, a lo auténtico, a lo puro. La búsqueda de la pureza hizo que se desdeñara a los artistas que, en realidad, hacían el flamenco en la época, considerando que era el pueblo el que debía tener el protagonismo. No entraremos en los errores conceptuales de este planteamiento, que habría de llevarlos al fracaso en su principal objetivo, sino en cómo se vivió esto desde Cádiz y la zona cantaora de la escuela gaditana.
Manuel de Falla mantenía amistad con Álvaro Picardo y Gómez, activo mecenas cultural, cuya correspondencia con el músico se conserva en el Archivo Manuel de Falla de Granada. Sabemos que Falla pidió a Picardo que se implicara en la búsqueda de aficionados no profesionales para que fueran a Granada. Sin embargo, había un problema de base: los que sabían cantar flamenco eran profesionales o semi-profesionales, ese status tan usado y conocido entre la gente del cante. Compaginaban sus trabajos habituales con las actuaciones en ventas, colmaos, cafés o reuniones privadas. Ese era el modo de funcionar del momento. Y un nutrido grupo de artistas gaditanos lo seguía. No existían, por ello, aficionados desconocidos que nunca hubieran actuado en público y que fueran poseedores del secreto de lo jondo. Y así tuvo que manifestarlo Picardo a Falla.
Sin embargo, esa idea de mostrar el flamenco a capas sociales distintas de las populares, de rebuscar en los armarios de lo antiguo y de revalorizar los cantes viejos, anidó en Picardo y puso en práctica de inmediato una idea feliz: organizó y costeó un concierto de cante jondo en la Real Academia Filarmónica de Santa Cecilia (germen del actual Conservatorio Profesional Manuel de Falla). Este concierto, realizado el día 18 de junio de 1922 a las nueve y media de la noche, estaría protagonizado por los dos hijos de Enrique el Mellizo, uno de los referentes máximos del cante gaditano, esto es, Antonio Jiménez y Enrique Jiménez (Hermosilla o Er Morsilla), acompañados además por un profesional de la guitarra, que poseía academia en la calle Sacramento y que había sido discípulo aventajado del gran maestro Patiño: Manuel Pérez García El Pollo.
El cuidado con el que se preparó la velada se demuestra por el detalle del programa que se iba a desarrollar, en el que los cantes aparecían pormenorizados, con sus estilos correspondientes, esto es, atribuidos a los cantaores que les habían dado forma. Ello supone una forma de filiación eficaz, la más eficaz de todas las que se usan en el flamenco: Soleares del Mellizo; Siguiriyas gitanas del Mellizo, Andrés El Loro, Curro Dulce y El Nitri; Serranas del Nitri; Polo y Caña de Curro Dulce; Saetas viejas y Martinetes del Mellizo; La nana moruna (fragmento de romance) y Gilianas. Sin salir del territorio musical de CádizJerez-Los Puertos, se podía realizar un recorrido flamenco de enjundia.
La implicación de la burguesía gaditana, su asistencia al concierto y su interés por un arte que, hasta entonces, tenía serios problemas de consideración (incluso habían sufrido la crítica de determinada clase social por aparecer en los teatros junto a formatos más «serios», como la zarzuela o las propias obras dramáticas), fue total, en la misma línea de lo que estaba ocurriendo en Granada. Como se observa por la fecha del concierto, se llevó a cabo inmediatamente después que el Concurso de Granada, que se celebró los días 13 y 14 de junio de ese mismo año, con lo que su relación es absoluta.
Pero no quedó ahí la cuestión porque, al cumplirse los treinta años de ese acontecimiento, en 1952, vio la luz el Primer Concurso de Cante por Alegrías, con el objetivo principal de preservar, revitalizar y valorar este estilo de cante propio de la zona y puntal del flamenco en general. Fueron también las fuerzas vivas de la ciudad (incluyendo a Álvaro Picardo y Gómez que fue uno de los miembros del jurado) las organizadoras del certamen que sacó a la luz artistas con enorme categoría y conocimiento, como Manolo Vargas, que se llevó el primer premio; Pericón, que obtuvo el segundo o Chano Lobato, que ganó un accésit. Esta iniciativa fue anterior al primer Festival del Cante de las Minas de la Unión (1961) y al Concurso de Córdoba (1956). Es decir, que Cádiz y los Puertos recogieron el testigo de Granada, lo ajustaron a la realidad del flamenco y se adelantaron a la hora de reactivar un tipo de espectáculo que sustituiría tanto a las giras multitudinarias como a las fiestas privadas. Puede decirse que, a partir de ahí, los concursos tomarían carta de naturaleza en el ámbito del flamenco, como forma de sacar a la luz a las nuevas generaciones y de preservar los cantes más relacionados con cada zona. Aunque se suele repetir que fue Córdoba la iniciativa pionera, esta consideración le corresponde a Cádiz y al cante por alegrías, como vemos, ya que la celebración de este certamen fue anterior en cuatro años.
Dejo para el final la referencia obligada al ganador del concurso de Granada: el Niño Caracol, Manuel Ortega Juárez, descendiente de la acrisolada casa de los Ortega, gaditana en todos sus extremos, que, aunque había nacido en Sevilla por el trabajo de su padre, tiene en Cádiz sus elementos fundacionales. Tenía doce años solamente cuando consiguió uno de los premios extraordinarios Zuloaga compartido con Diego Bermúdez El Tenazas. Conocida es su larga lista de actuaciones en lugares de la capital y la provincia, destacando sobremanera la amistad fraternal que lo unió durante años a Juan Vargas, el hijo de Catalina Pérez, los fundadores de la Venta de Vargas junto a María Picardo. Allí, en el territorio íntimo de la venta, dejó Caracol las mayores muestras de su arte. De este modo lo contaba en Diario de Cádiz el propio Lolo Picardo Lobato, fallecido en 2018:
-Caracol era íntimo de Juan Vargas. Juan se murió de pena cuando perdió a su madre. La noche del velatorio de su madre vino Caracol y preguntó por Juan, que estaba en el piso de arriba, llorando. Subió Caracol y, al rato, retumbó un cante por soleares, un cante que era como un llanto. Era Caracol consolando a su gran amigo.
Y allí se cruzó con el genio de la tierra, Camarón, a modo de traspaso de poderes entre el flamenco poderoso y polifacético de Manuel Ortega y el tumultuoso volcán que era José Monge.
De modo que, quizá, sí que estuvo presente Cádiz, de alguna manera, en el Concurso de Cante Jondo de Granada.
Aunque en la época actual el formato de los concursos está en abierta crisis (no así el flamenco, que sigue evolucionando y creciendo aunque con diferentes manifestaciones), no está de más recordar el papel fundacional de Cádiz en estos eventos, lo que supone, una vez más, la evidencia del papel central que juegan la ciudad y su entorno, en el origen y evolución del flamenco como arte.