«La configuración original del muelle del Zaporito no es como creíamos»

18 marzo, 2017

por Alejandro Díaz Pinto

Una de las primicias del nuevo libro de la Dra. María Elena Martínez compete al aspecto que presentaba este enclave isleño en el siglo XVIII. El Zaporito: 300 años de historia se presentará en otoño, tres centurias después de que Juan Domingo Saporito vendiera la finca a José Micón.

Corrían los años ochenta cuando una jovencísima Elena Martínez decidió hacerse cargo de un estudio de investigación iniciado por su padre, Pedro Martínez Chamorro. Aquel trabajo no pretendía otra cosa que probar que el vocablo ‘Zaporito’ no era fruto de la deformación fonética de ‘San Hipólito’, según rumores, sino una adaptación del apellido italiano ‘Saporito’ como finalmente pudo demostrarse con documentación. Eran momentos tristes, porque «echaba de menos el sonido de su máquina de escribir», pero también alegres, pues no solo cumplió su sueño, sino que además hizo ‘historia’ con un libro de tirada limitada que hoy es toda una pieza de colección.

El Zaporito, su nombre, su origen y su historia homenajeaba, además, la industria de la carpintería de ribera que los Martínez -su propia familia- habían fundado junto al muelle a finales del siglo XIX, pero «sabía que no era definitivo; el Zaporito es un tema infinito», confiesa la investigadora, quien a lo largo de los últimos 25 años no ha dejado de recopilar información hasta que un día, paseando por Vigevano (Italia), descubrió una ‘Vía Saporiti’ que resultó homenajear a una rama de los Saporito que habían estado en La Isla a principios del XVIII. Grata sorpresa que crece con la posibilidad de que sus nietos estudien en uno de los palacios que esta familia donó a la ciudad en el siglo XIX y que supuso el empuje definitivo para comenzar la redacción de un libro que «más que reedición, es una obra completamente nueva con 350 páginas y 448 notas al pie».

El mismo amplía y concreta aspectos ya conocidos, pero también incluirá datos muy novedosos que «cambian por completo la idea que tenemos del paisaje del Zaporito durante el siglo de oro». La investigadora ha tenido acceso a un grabado inédito de principios del siglo XIX perteneciente a un archivo privado y del que asegura «es probablemente la imagen más antigua que existe de la zona… aporta una información valiosísima».

Otro de los ‘platos fuertes’ es la figura del propio Juan Domingo Saporito, aquel genovés que llegó a Cádiz en búsqueda de fortuna y se construyó una finca de recreo en la Isla de León, cuya fachada principal daba a la Plaza de las Tres Cruces -hoy Alameda Moreno de Guerra- y llegaba hasta el caño que él mismo mandó dragar en 1711. Martínez adelanta que «he documentado todo sobre sus últimas horas; por qué volvió a su ciudad natal y dónde está enterrado». También ha localizado la sepultura del segundo dueño de la finca (1717-1737), José Micón, quien «está más cerca de lo que pensamos». Y por supuesto incluye profusa información sobre la saga que más peso tuvo, quizás, en la historia de este enclave isleño desde mediados del XVIII: los Marqueses de Ureña, especialmente el tercero, Gaspar de Molina y Zaldívar, en torno a cuya figura se han centrado las últimas intervenciones de la doctora por considerarla «fascinante»; pero también el cuarto, Manuel de Molina y Tirry, quien «resolvió un problema con la administración pública que su padre había venido arrastrando desde décadas atrás». Esta historia, rigurosamente documentada, contará con partes más livianas que «permitirán visualizar el contexto en su dimensión más cotidiana, cómo rentabilizaban estas tierras y la vida de los agentes sociales ‘menores’ que intervenían en ellas», indica.

El 'ayer' y el 'hoy' de un molino tricentenario.

El ‘ayer’ y el ‘hoy’ de un molino tricentenario.

Piedra a piedra

Si los nombres tendrán protagonismo no serán menos las diferentes actividades industriales y lúdicas que han dado vida al Zaporito a lo largo de sus 300 años de historia. Empezando por los antecedentes del mercado -compraventa de pescado- que «están mucho más definidos gracias a la información extraída de los cabildos municipales y ordenanzas de la época». Aunque la finca continuó siendo privada hasta bien entrado el siglo XIX, «esta actividad estaba del todo reglada», explica. Los baños de agua de mar son, por su parte, uno de los aspectos que más dificultades han supuesto para la investigadora por la poca documentación disponible. Si bien adelanta que «dos casas de baño diferentes llegaron a aprovechar la caldera del molino, hoy cegada y bajo un bloque de pisos». Organización, funcionamiento, servicios ofrecidos, etc. estarán descritos en el libro durante sus momentos de esplendor y también su declive, en las primeras décadas del siglo XX, así como una introducción histórica sobre los antecedentes de esta práctica que se remonta a la antigüedad clásica. «En la Domus Aurea de Nerón ya había baños de agua de mar», aclara.

Mención aparte merece el molino, que en el anterior libro pasó casi desapercibido por circunstancias que no vienen al caso y ahora será objeto de una descripción sumamente minuciosa, tanto desde la perspectiva documental como desde la arqueológica gracias a la colaboración de la profesional del área Ana Sáez, quien intervino en la recuperación de la zona. La autora contempla desde la causa histórica de su existencia, «los pretextos reales por los que se construyó un molino allí», hasta los conflictos legales que frenaron su funcionamiento una vez finalizada la obra. «Micón pasa lo que no está en los escritos para salir de este atolladero», concreta. Descubrirá además aspectos cotidianos sobre la vida del molinero y curiosidades desconocidas hasta el momento, por ejemplo, «hemos podido confirmar con documentos cual era la imagen religiosa que albergaba la hornacina del molino».

La carpintería seguirá por derecho propio ostentando un lugar de honor en la nueva monografía, por su entidad social en La Isla a principios del siglo XX y por el peso sentimental que entraña para la autora, bisnieta de su fundador, Miguel Martínez Ramos, y nieta de quien la conduciría a su máximo esplendor, Manuel Martínez Caballero. Esta parte «incluirá un profundo estudio de las modalidades de embarcación que se fabricaban, algunas de ellas desconocidas». También sus cantidades, en perspectiva y mediante gráficas estadísticas; cómo se realizaban -para esto ha hecho cursos específicos- y grandes hitos del astillero más allá de la construcción de barcos. «Hay indicios de la botadura de buques de más envergadura incluso que el Rocafull, el cual, con 25 metros de eslora y capacidad para almacenar y transportar más de 150 toneladas, es la obra más importante documentada hasta el momento».

Pero la cosa no quedará ahí. Los lectores habrán oído hablar de otros negocios como la fábrica de jabón, del uso del molino como corral, de los accidentes ocurridos en el muelle o de personajes importantes nacidos en este barrio de San Fernando. Todo ello a caballo entre dos nombres que sintetizan su idiosincrasia, Saporito (Zaporito) y Martínez, que como podrá comprobarse a lo largo del libro han entrecruzado su destino en más de una ocasión, a lo largo de la historia.

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