Fiebre amarilla y muerte en la Isla de León de 1800

23 diciembre, 2016

por Yolanda Muñoz Rey

En el año 1800 una epidemia de fiebre amarilla azotó la Isla de León. En esta época las condiciones higiénico-sanitarias de la población eran dependientes de la prosperidad económica. El cordón sanitario que había que imponer cuando surgía una epidemia interrumpía el comercio y la actividad económica. La epidemia fue consecuencia y causa de la crisis de esos años (1).

En 1773 y 1774, el municipio aborda problemas sobre salubridad pública y, en el Cabildo de 11 de agosto de 1774 (2), se nombran Diputados para vigilar las medidas de aseo urbano. En 1800 (3), los Alarifes del Ayuntamiento informan que las calles están sin empedrar o a la mitad. Ese mismo año, y de nuevo pasada la epidemia en el Cabildo de 4 de julio de 1801 (4), se impusieron nuevas condiciones de salubridad pública.

En 1804 las normas relativas a limpieza dicen que en algunos barrios el Asentista recogía la basura de las casas martes, jueves y sábados, y que las calles se barrían y regaban (5). Pero cada vez que había una crisis económica o política las medidas dejaban de cumplirse. A partir de 1813 hay nuevas medidas higiénicas municipales.

Carlos III prohibió los enterramientos en las iglesias en 1787 por Real Orden, por motivos de salubridad e higiene. y ordenó la construcción de cementerios en los extramuros de las ciudades. Pero la medida no se llevó a cabo de manera inmediata. sino paulatinamente. Durante la fiebre amarilla se precipitó la aplicación de esta ley. Se habilitaron urgentemente cementerios como el del Pedroso y junto al Carmen y San Francisco. Años más tarde se construyó por fin el Cementerio Municipal (6), entonces cementerio rural, en la Huerta de Casa Alta, propiedad de los Madariaga.

La fiebre amarilla (7) apareció en las costas españolas en el siglo XVIII con un alto grado de propagación (90%) y Cádiz y la Isla de León tenían mucha población flotante. El mosquito que la transmitía llegó en los barcos que venían de América. Era una zona muy proclive a ser víctima de los contagios por el hecho de ser un lugar de paso constante de gentes. De Cádiz huyó la población y, sin saberlo, llevó la enfermedad a otras ciudades como La Isla.  

La fiebre amarilla confiere inmunidad a quien la padece. Las clases desfavorecidas la sufrieron más. Vino a cebarse en una población mal alimentada que pasaba por unos años de crisis y regresión después del impresionante progreso de la anterior centuria. El comercio había caído, se arruinaron muchos negocios, creció el desempleo y la amenaza de guerra, y se sufrió carestía en el abastecimiento de trigo.

El clero tradicional suele entorpecer las medidas higiénicas tratando las epidemias de castigo divino mientras la autoridad civil intenta ignorarla para no perjudicar el comercio. Pero en Cádiz esto apenas ocurrió. Las autoridades civiles y religiosas fueron muy prudentes e ilustradas en ese sentido. Las clases altas, de manera altruista, destinaron fondos para frenar y paliar la epidemia uniéndose a las autoridades municipales. Los profesionales de la medicina se volcaron y los cabildos trabajaron al máximo.

Las medidas que se tomaron con la fiebre amarilla fueron las de no dejar entrar en la ciudad a enfermos, duplicar y organizar las atenciones médicas, la dispensa de medicinas, aumentar las medidas higiénicas en la ciudad, de limpieza, oreo, prohibir movimientos de animales vivos o muertos, organizar el traslado de cadáveres, etc. Pero los médicos estaban agotados, no se les pagaban, los caleseros se aprovechaban de la necesidad de sus múltiples desplazamientos. La Iglesia Mayor (la única con condición de Parroquia) no daba abasto para atender la administración de los sacramentos y solicitó (8) que se habilitase como Ayuda de Parroquia a dos capillas situadas en los extremos de la población para así atender a todas las zonas de manera más efectiva: la del Santo Cristo de la Vera Cruz y la de Nuestra Señora de la Salud. Había una atmósfera general de pesimismo y desamparo, de miedo, no se sabía cuánto duraría la epidemia y los recursos se acababan. Los comisarios de barrio funcionaban gestionando las actuaciones en su zona e informando en ambas direcciones. Hubo mucha mortandad, sobre todo entre la gente pobre, y especialmente fue muy prolijo el contagio de los dependientes de tiendas por ser su trabajo el de tratar directamente con muchas personas y dentro de un espacio cerrado y poco ventilado. Con tantos enfermos y fallecidos faltaba gente en los oficios.  

Esta enfermedad se propagó por toda la región circundante y atacó a todas las clases sociales. En esta época era mortal. Duró desde fines de agosto a principios de noviembre alcanzando su cenit en la primera quincena de octubre. Hubo más de 4.000 víctimas, causó un gran estrago y el pánico se apoderó de las ciudades.

Notas:

  1. A.A.V.V. (1997). Minorías y Marginados. XII Encuentros de Historia y Arqueología. San Fernando, 1 pp. 191-203.
  2. Archivo Municipal de San Fernando. Apartado: Gobierno. Libro de Actas Capitulares de 1774.
  3. Archivo Municipal de San Fernando. Apartado: Viviendas, Caja 2030: Impuestos, Empedrados y Embaldosados (1774-1852).
  4. Archivo Municipal de San Fernando. Apartado: Gobierno. Libros de Actas Capitulares de 1800 y 1801.
  5. Archivo Municipal de San Fernando. Apartado: Gobierno, Caja 8: Edictos y Bandos (1796-1869).
  6. Archivo Municipal de San Fernando. Apartado: Beneficencia y Sanidad, Caja 1297: Libros de Cementerios.
  7. Ver: Iglesias Rodríguez, J. J. (1987). La epidemia gaditana de fiebre amarilla de 1800. Cádiz.
  8. Archivo Parroquial de la Iglesia Mayor de San Fernando. Libro de Visitas del Obispo.

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