‘Contrastes’ en San Fernando a principios del siglo XX

4 julio, 2017

en El Día. Diario Independiente [27/10/1906]

localizado y transcrito por Alejandro Díaz Pinto [16/06/2017]

CONTRASTES

   [Del Diario de San Fernando, tomamos el siguiente artículo con el que estamos completamente de acuerdo]

   Termina su recorrido el tranvía eléctrico en la Avanzadilla y bruscamente pasamos, desde los modernos tiempos, a las épocas remotas, donde todo viaje traía consigo molestias e incomodidades innumerables.

   Para entrar en nuestro histórico Arsenal Militar, no existen otros medios más adecuados y cómodos, que una especie de puente formado por bateas flotantes, de escasa seguridad y de dudosa resistencia y por donde es casi imposible el tránsito los días que sopla levante fuerte.

   El espacio que media en el centro del caño no se une más que a la hora de circular la maestranza, atravesándose después por medio de un bombo movido mecánicamente a fuerza de tirar los presos de un calabrote o andarivel que se une a las bateas de ambos extremos. A veces suele darse el caso, de romperse el calabrote y salir el bombo al garete arrastrado por la corriente, impetuosa siempre en el centro del caño.

   Carezco de autoridad para emitir opiniones con respecto a la forma de cómo debiera subsanarse esto; pero entiendo es muy doloroso que ocurran estas cosas, y creo debiera buscarse inmediatamente una solución a este problema por las personas competentes para ello, pues el contraste no puede ser más triste para el que por primera vez visita el Arsenal y después de abandonar el tranvía pisan sus pies las movedizas bateas del antiguo sistema de puentes.

   Y no quiero penetrar en el recinto del Arsenal porque da pena hablar de estas cosas; pero realmente semeja solitario comentario lo que un día fue hermoso establecimiento fabril; al continuo golpear de los martillos, a la ensordecedora gritería de millares de obreros, al estridente silbar de los motores, a los síntomas en fin que son reveladores de la fiebre del trabajo de la noble actividad de una maestranza idónea que laboraba en este templo verdaderas obras de arte dignas de premio en concursos y exposiciones, a esto, ha sucedido un sepulcral silencio signo indudable de la muerte, y ya no se escucha el golpetear de los remaches, que semejaba triunfal repiqueteo, ni el cantar alegre de trabajador honrado. Hoy puede llamarse al Arsenal el Panteón de la Marina.

   … Y asociando ideas volvamos a descender del tranvía en la curva de la calle Escaño, caminemos por la polvorienta carretera, atravesemos el histórico Puente de Zuazo, tremenda muralla, valladar inmenso, puesto allí al parecer, para cegar el río Sancti-Petri; contemplemos este puente y se nos ocurrirá suponer el abandono en que siempre ha estado el porvenir del Arsenal, por las terribles consecuencias que a sus caños origina la presa que efectúa de continuo al libre curso de las corrientes, la inmensa mole de piedra de tan antiguo Monumento. Sigamos caminando por la carretera abandonada, llena de baches que se hacen lodazales en la estación de lluvias, y llegaremos a divisar otro puente, pero éste… ¡de BARCAS!, como si de un golpe retrocediéramos dos siglos o nos encontrásemos en el centro de África.

   Produce sentimiento el abandono en que este rincón se encuentra, abandono incalificable y criminal, pues aquí donde la Naturaleza ofrece tantos elementos para desarrollar industrias diversas y productivas, aquí donde por otra parte pudiera y debiera hacerse una plaza, un fuerte inexpugnable que hiciera de esta región, que se extiende desde los límites de Gibraltar hasta la hermosa Cádiz, el baluarte más seguro de la patria; se tiene esto en continuo desdén y en completo descuido, sin tener para nada en cuenta desastres tan recientes y tan terribles y sin querer pensar que desdichadamente si nosotros no sacudimos esta pereza y hacemos nuestro deber, puede venir alguien que andando el tiempo y convirtiéndose en amo haga con exceso lo que nosotros no queremos ahora por pretender seguir una vida llena de ilusiones que se pueden convertir en tristes realidades.

   Miremos el ejemplo del Gibraltar de hoy fortificado y defendido, con diques, arsenal, industrias, policía, ornato y orden, y volvamos la vista a lo que era cuando aún no se cubría nuestra frente de vergüenza, ni nuestra enseñanza de luto al contemplar una huella extraña en nuestro propio suelo. Si los españoles de entonces hubiesen sabido precaverse ordenando en la paz lo que debe existir para la guerra, nunca hubiésemos recibido tan triste baldón. Si los españoles de hoy hubiesen tenido Marina potente, arsenales militares, dotados de todos los adelantos modernos, artillería en sus buques, en vez de ir al combate no más que con las torres sin cañones, si hubiésemos tenido escuadra de verdad y no buques indefensos que sirvieron de sepulturas, e hiciesen estéril el heroísmo de sus tripulantes, no hubiese perdido esta pobre España su rico y precioso florón de las Antillas.

   Y después de tan rudas lecciones, seguimos lo mismo o peor desdichadamente, y tenemos los Arsenales indotados de lo más imprescindible, y hacemos un dique sin tener en cuenta por donde han de entras los buques y se gasta el dinero inútilmente en fruslerías sin cuento continuando este sistema de suicidio hasta llegar a un final que ha de ser muy desastroso.

   Contemplemos ese río Sancti-Petri desde las alturas del Cerro de los Mártires, y dígase la importancia militar e industrial que esto tendría, si volada la barra y acantiladas las orillas del río, pudiera ser éste perfectamente navegable por buques de todos calados hasta la bahía o ensenada de Gallineras…

   Pero desdichadamente no hay que hacerse ilusiones, éste es el país del cangrejo, todavía se extrae la sal, se acarrea y se transporta como en los tiempos primitivos; hormiguillas, asnos con cerones, barcos de vela… todo esto en el siglo del progreso y de los grandes adelantos.

   Es preciso meterse en un tranvía, correr las cortinillas y no mirar hacia fuera, porque tan solo así creeremos que estamos en el siglo XX; si asomamos la cabeza sufriremos horriblemente al hacernos cargo de la realidad de los contrastes.

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