‘Camarón’

1 agosto, 2015

por Manuel Cubero Urbano

Hace unas semanas tuvimos ocasión de reencontrarnos con la vida y obra de nuestro cantaor a través de la palabra de Enrique Montiel. Camarón de la Isla. Un nombre que a nadie dejó indiferente. Un hombre que supo despertar las raíces que, en muchos casos, dormían en lo más hondo de nuestra memoria histórica. Unos, amantes de cuanto supuso renovación y apertura de nuevos senderos al cante de nuestros mayores, vieron en él al revolucionario. Otros, los que siempre prefirieron mantener límpidas y puras las raíces del flamenco, prefirieron quedarse con los primeros pasos, aquellos que lo entroncaron con los más grandes.

Lo que nadie podrá negar es que Camarón de la Isla, José Monge Cruz, rompió moldes. Saboreó y nos hizo saborear la ‘yerbabuena’ del cante:

Y a mí me gusta saborear
La yerba, la yerbabuena,
Un cante por soleá
Y una voz quebrá y serena.
Una guitarra y tus ojos,
Ay, al laíto de una candela.

Dicho en plata. Nos encontramos frente a uno de los mitos más populares del flamenco en la segunda mitad del S. XX. Luces y sombras volaron sobre su figura. Luces y sombras procedentes de todos los ámbitos en que se movió desde aquellas madrugadas vividas en la Venta de Vargas desgranando su precocidad tanto ante grandes aficionados al flamenco como ante simples “señoritos” que sólo ansiaban poder decir “yo he visto a ese niño prodigio”. Pero, a veces, uno se pregunta si supimos, o supieron, valorar realmente su aportación al flamenco. Al flamenco y, a través de él, a la memoria de su pueblo, aquel que:

Nos criamos, en los ríos y en los puentes.
Otros en chabolas, somos diferentes.
Te lo dice Camarón.
La salsa de los gitanos
Es ésta que yo canto.
Todo el mundo se mueve
Con el ritmo de Paco.
Te lo dice Camarón…
Las penas de los gitanos
Se convierten en alegría,
Se estiñelan gayibando.
Te lo dice Camarón.
Somos una raza grande
Con el alma pura
Y un corazón noble.
Esta salsa que yo canto
Viene de la India
Para los gitanos
Te lo dice Camarón.

A la memoria me viene una primera página del diario. Sucedió cuando se estrenó Camarón, el mito. Diez años atrás. “Chávarri trae a la isla un Camarón de película”, decía. Y, posiblemente, fue un encabezamiento adecuado. De aquella época recuerdo alguna conversación con gente del mundo flamenco. Alguien se preguntó qué había de realidad en esta película. Mejor, ¿era esa toda la realidad de Camarón?

Y siguió preguntándose si ese primer Camarón fue el único, el mejor. Ese Camarón de la primera mitad de su vida profesional, ese Camarón que puso los cimientos del mito ¿fue realmente el mejor? El que se hizo la pregunta, con una lágrima pugnando por escapar, se preguntó si no hubiese sido necesario y conveniente un segundo paso. Si no hubiese sido conveniente, retratar también aquellos momentos de lagunas, dolores, caídas y tragedias, suyas y de quienes por una u otra causa, estuvieron cerca de él en algún momento.

Quizá, también, sea ese el Camarón que alguien debió de atreverse a retratar. Aunque doliese a algunos de quienes decían adorarlo como a un Dios… ¿Sería su última y gran lección?

Digamos con él:

El tiempo va sobre el sueño
Hundido hasta los cabellos.
Ayer y mañana comen
Oscuras flores de duelo.

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