por Alejandro Díaz Pinto

El número 26 de la Calle Real de San Fernando -que albergó a las tropas aliadas durante el asedio francés- pertenece a la familia Cano desde 1871. José María Cano Trigo ofrece su primera entrevista tras años de investigación.

Muchos identificarán esta construcción como uno de los más imponentes edificios del barroco burgués en La Isla. Sus tres plantas distribuidas en torno a un patio central que se conserva como si no pasara el tiempo acogieron a principios del siglo XIX al ejército inglés. Así lo atestigua una placa dispuesta frente a él.

En la actualidad son seis las viviendas que componen el edificio -las dos últimas adaptaron las dependencias de la azotea en los años cuarenta- más locales en la planta baja ocupados hoy por un negocio hostelero y la propia Oficina de Turismo. Allí reside José María Cano Trigo, militar, hidrógrafo e historiador que en 1985 autoeditó un libro sobre la Iglesia Mayor destinado a recaudar fondos para la restauración de la parroquia, y respecto al que afirma: “he seguido muchos años recopilando información”. A éste se suman otros trabajos como el centrado en La Expedición Malaspina (1789-11794) o Vicente Tofiño y el Atlas Marítimo de España, que se presentó el pasado año.

Sin embargo, aún le queda una cuenta pendiente. Un compromiso estrechamente relacionado con la historia de su propia casa: la misma en la que residió de niño junto a sus ocho hermanos -María del Carmen, Miguel, Francisco, Mercedes, Eladio, Ignacio, Luis y Rosario- y desde cuyo balcón continúa admirando las torres alicatadas de su Iglesia Mayor. Son muchas las horas invertidas en la investigación de este edificio que “mi bisabuelo, José María Gay y Brú, compró en 1871 al Estado” según ha podido averiguar. Desde entonces son nada menos que seis las generaciones que lo han habitado dando lugar a anécdotas curiosas y románticas pues como apunta Julia Cano, una de sus hijas, “mis padres se conocieron en la escalera; la familia de mi madre era inquilina de mis abuelos paternos, propietarios del edificio”.

Patio interior del edificio visto desde la galería acristalada de la segunda planta.

Es con la segunda generación cuando el apellido Cano entra en la familia al casarse la hija de José María Gay y Brú -María Patrocinio Gay Páez- con el conquense Eladio Cano Rodrigo, farmacéutico de La Armada. Este matrimonio engendró al padre del entrevistado, Francisco Cano Gay, en 1893, quien “llegó a ser Jefe de Correos y concejal de Parques y Jardines” agrega Julia Cano, su nieta, que como curiosidad recuerda “las semillas que costeadas de su bolsillo importaba desde América para sembrarlas en lo que hoy es el Parque Almirante Laulhé”. “Esto le supuso más de una discusión con su mujer, María del Rosario Trigo Gómez, ya que había nueve bocas que alimentar en casa: las de mi padre y sus ocho hermanos”. Y así llegamos hasta la quinta generación con José María, Julia, Mercedes y Teresa Cano Valero, todos ellos de sobra conocidos, y la sexta -sus respectivos hijos-.

Otra de sus características -añade el propio Cano en referencia al edificio- es un defecto de construcción; “una grieta lo atravesaba entero desde la azotea hasta la planta baja”. Además, “los dinteles de todas las puertas de la casa son de madera de guayacán traída de América”, mientras “las alacenas están revestidas de cedro”, añade Julia, quien presenció este descubrimiento tras muchas capas de pintura. Los locales bajos han albergado todo tipo de negocios desde principios del siglo XX. Desde espartería hasta peluquería pasado por oficina de transportes e incluso el conocido güichi ‘Casa Barón’.

Pero al final es la esencia, el espíritu atemporal con seis generaciones que el propio Cano Trigo se preocupó de documentar y reflejar en un árbol genealógico que cuelga de estas paredes bicentenarias. Una historia de la que todavía queda mucho por contar.