«Cada recorrido por el Observatorio es diferente al anterior»

15 julio, 2017

por Alejandro Díaz Pinto

Ldo. en Periodismo y Máster en Patrimonio Histórico-Arqueológico

Cristina Pita analiza su labor divulgativa en el ROA tras siete años de ejercicio. 6.900 visitas fueron registradas durante 2016 y parece que serán más al término de este curso, aunque al contrario de lo que muchos creen «no es el verano la época de mayor demanda».

Quien no haya visitado alguna vez el ROA, no conoce San Fernando; y quien no haya escuchado a Cristina Pita, Lda. en Historia y guía de este organismo, no conoce a fondo el ROA. Eso es así. No solo por los conocimientos histórico-científicos trabajados durante siete años, también por su capacidad de transmitirlos ajustándose al público del que se nutre cada grupo. «No es lo mismo hablar para catedráticos que para personas que no han estudiado o que vienen solo para echar el rato», determina tajante Pita acerca de la importancia de «adaptar el discurso si se quiere llegar a la gente».

Ser historiadora, dominar la jerga científica y lograr que otros la entiendan no es sencillo. De ahí su «inseguridad» —así lo reconoce— durante los primeros días cuando «me vi obligada a preparar una visita en poco más de una semana, sin documento base». Conexión a Internet, mucha curiosidad y «la buena predisposición de las secciones a mis constantes interrogatorios fue lo que me salvó de aquella experiencia que, a pesar de todo, no salió tan mal», sonríe.

Claro que esta no fue, ni de lejos, su primera experiencia profesional. Cristina se declara «amante del patrimonio en general porque es lo que nos ha quedado, no se puede mirar al futuro sin conocer nuestro pasado». Pero del Real Observatorio en particular, al que asocia con recuerdos muy especiales de su infancia y juventud, cuando ni se le pasaba por la cabeza que acabaría convirtiéndose en guía oficial de este centro científico. Reconoce, pese a todo, que no se decantó por la carrera de Historia hasta segundos antes de entregar el formulario; «había rellenado también el de Administración y Dirección de Empresas, pero al final me pudo el corazón». Eso sí, mirando inicialmente a la Arqueología porque «admiro la forma de reconstruir la historia a partir de pequeñas piezas fruto, en muchos casos, de hallazgos casuales», advierte. Realizó prácticas en el archivo de la delegación del gobierno en Cádiz de la Junta de Andalucía y ejerció desde aquel verano como maestra en una academia de la localidad madrileña de Tres Cantos, trabajo que abandonó a los seis meses para cursar la primera edición del Máster en Profesorado de Formación Secundaria, hasta entonces CAP. Más tarde trabajaría como dependienta y teleoperadora, compaginando estos trabajos con la política entre los años 2003 y 2007. De esta experiencia como concejala en la oposición reconoce que «acabé completamente decepcionada, aunque maduré mucho como persona y conocí los entresijos de un Ayuntamiento».

Más tarde y mientras continuaba trabajando en una librería, comenzó a preparar oposiciones, con la mala suerte de que «aquel año las desconvocaron». Pero no tardaría en llegar su gran oportunidad; el desarrollo de una faceta por la que hoy es conocida en gran parte de San Fernando y por visitantes de cientos de ciudades. Desde 2010 es guía en el Real Observatorio de la Armada, contratada a través de distintas empresas que se niegan a prescindir de ella para este cometido y en la actualidad SERAXMA —Servicios Auxiliares y de Multigestión Adaptada—, a la que también pertenece otro querido guía de la ciudad, Sergio Torrecilla, del Panteón de Marinos Ilustres. El poco presupuesto destinado al patrimonio por parte de Defensa limita en gran medida la labor de estos profesionales que pese a todo continúan haciendo gala de la mayor implicación, recibiendo felicitaciones de visitantes que agradecen su labor de divulgación.

Cristina Pita posa en el Parque del Barrero con el Observatorio al fondo.

Cristina Pita posa en el Parque del Barrero con el Observatorio al fondo.

Mucho ha llovido desde aquel primer grupo procedente de una oficina de captación de Córdoba para el que Cristina se aprendió 250 años de historia científica en apenas 10 días. Y aunque según ella, «si lo hago yo, lo puede hacer cualquiera», muchos no lo tienen tan claro. La ruta por el ROA ha ido creciendo en calidad, cantidad —ahora mismo dura más de dos horas— y, especialmente, en seguridad, fruto de la buena respuesta por parte del público. Eso sí, «me niego a seguir un guión estático», advierte. El recorrido siempre parte de un vídeo-resumen para proceder al recorrido por la Astronomía, donde se introduce el tema de las efemérides astronómicas; Tiempo; Sismografía, Geodesia y Geodinámica Terrestre; y, finalmente, el edificio neoclásico principal. Allí se centra tanto en el continente como en el contenido, donde destacan «más de 700 instrumentos antiguos catalogados y dados alta», y la biblioteca, explicando cuestiones como la configuración de los atlas marítimos, la revolución científica o la importancia de calcular la Longitud a raíz de los viajes transoceánicos. Sin embargo, «nunca hago dos visitas exactamente iguales».

Sus aptitudes le permiten variar en función del tiempo de que disponga, del público expectante, su edad, estrato académico o aspectos por los que muestren mayor interés. «Eso se nota en la cara, te das cuenta de si te sonríen con la mirada o su expresión es de estar perdidos», explica. Aunque este ‘máster’ en expresión corporal lo otorga la experiencia; «lo que peor llevaba al principio era el miedo de no saber a quién me enfrentaba». Otro factor importante son las necesidades del público. Hay quien mira más al pasado, a la faceta histórica del centro, y otros al futuro, es decir, quieren saberlo todo sobre la actividad científica que se desarrolla en la actualidad. «No olvidemos que hablamos de un centro vivo», lo que la obliga a estar al día de cuestiones que atañan al sector como, por ejemplo, el problema de la basura espacial.

A lo largo de estos años también ha ganado en tranquilidad respecto a la seguridad laboral. Aunque no dejan de ser contratos temporales y externalizados «ya no me voy a casa un viernes sin saber si el lunes volveré a trabajar». No en vano ha coincidido con cuatro directores diferentes —Fernando Belizón, Miguel Vallejo, José Martín y Teodoro López— con quienes «la adaptación ha sido mutua, por el bien del Observatorio». En ese sentido considera que «después de siete años, no tengo que estar constantemente demostrando que hago bien mi trabajo». Un trabajo que ha ganado en calidad gracias a la inquietud de Cristina Pita por los idiomas, dominando las visitas en alemán gracias a su B2 y cursando en este momento francés por la E. O. I. de San Fernando.

Alemania es, por cierto, el país del que más visitas proceden. Y más aún desde que el físico Volker Witt realizara un completo reportaje para la revista alemana Spektrum. Cristina recuerda esto como una de las anécdotas más interesantes de su ejercicio profesional pues «hay personas que vienen aludiendo expresamente a esta publicación». Aunque de eso no le falta. Por ejemplo, «un físico que ejerce como profesor universitario en Madrid llegó a apostarse una cena con la marinero de la entrada a que se iría de aquí sin aprender nada nuevo». Naturalmente perdió la apuesta y «llegó a ofrecerme que hiciera de intérprete en sus clases porque los alumnos no le entendían».

«Una cosa es sorprender y otra, interesar»

La historiadora lo tiene claro al responder sobre aquello que más llama la atención de la gente. Las unidades de tiempo les generan mucha curiosidad, por eso «hay que ser precisos a la hora de explicar el significado de nanosegundo o cómo se usan los átomos para crear el tiempo». Visualmente, sin embargo, gana por goleada el edificio principal y especialmente su biblioteca. «Muchos no entienden cómo no nos la reclaman de Madrid, a lo que yo les contesto… ¿por qué todo el patrimonio tiene que estar allí? El patrimonio nacional debe estar repartido por el territorio nacional». Máxime al tratarse de un organismo autogestionado, activo y, hasta cierto punto, accesible teniendo en cuenta que «no es un museo, continúa usándose para lo que fue diseñado».

A nivel personal, destaca la antesala de subdirección, donde «podemos visualizar la historia del ROA en una vitrina de metro y medio». Y, atravesando la siguiente puerta, un grandioso archivo matemático con 992 tomos que reúnen el cálculo de las efemérides desde 1791 hasta los cuarenta, cuando cambió el sistema. «Hasta ese momento era una colección manuscrita por los especialistas», un verdadero tesoro aún más disfrutable entre todos los instrumentos científicos antiguos que completan el escenario.

«Es increíble que muchos isleños no hayan visitado aún el ROA y, por tanto, no puedan ‘venderlo’ de cara al exterior».

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