Cuando el mar se retiró en 1731: los hallazgos en Sancti Petri

11 julio, 2017

por Enrique Pérez Fernández

Ldo. en Geografía e Historia

Hace unos días Alejandro Díaz reprodujo en Patrimonio La Isla el texto de un viejo periódico (Diario de Madrid de abril de 1808, al que remito) donde Antonio Carbonell y Borja, hijo Joseph Carbonell Fougasse, daba cuenta de un hallazgo a mediados del siglo XVIII en aguas del islote de Sancti Petri, cuando una gran resaca del mar dejó al descubierto las (supuestas) ruinas del templo de Hércules y una «estatua colosal de bronce» herculina «con todos sus atributos» que los soldados destacados en el castillo se encargaron de fragmentar en trozos «para venderlos al peso».

El entorno de Sancti Petri en un plano levantado en 1870. Instituto Geográfico Nacional de España.

El entorno de Sancti Petri en un plano levantado en 1870. Instituto Geográfico Nacional.

Ciertamente, aquella gran resaca se produjo, pero no a mediados del XVIII, sino a comienzos de febrero de 1731, cuyo origen se ha vinculado en alguna ocasión, sin que se tenga certeza de ello, a un terremoto ocurrido entonces en la costa atlántica de Marruecos y que alcanzó, levemente, el litoral del suroeste andaluz (1); o quizás, que es lo más probable, la resaca nació a resultas de un fuerte temporal y un huracán (que fue el origen de la que se dejó sentir en la costa gaditana en agosto de 2012). En cualquier caso, la resaca de 1731 no tuvo, ni de lejos, las secuelas del terremoto y maremoto del 1 de noviembre de 1755, cuya memoria debió de confundir a Antonio Carbonell y al ilustrado Antonio Ponz, que también dató la aparición de algunas estatuillas en la playa de Sancti Petri (que abajo referiré) a causa del gran tsunami (2). Otros autores fechan la resaca un poco antes, en diciembre de 1730, y apuntan que se produjo otra en 1748. Así, Ceán Bermúdez, escribiendo del templo de Hércules decía que sus «cimientos y paredones se descubrieron el año de 1730 en una extraordinaria bajamar; y en otra de 1748 se sacaron de entre sus ruinas preciosos fragmentos de estatuas y otras antiguallas.» (3)

Un testimonio de 1731

Además de lo anotado por Carbonell en 1808, se conoce otro testimonio de los hallazgos de Sancti Petri en 1731 que tiene el valor añadido de ser coetáneo al descubrimiento. Es una carta —la dio a conocer Jesús Salas— que el erudito y noble cordobés Lope Francisco Gutiérrez de los Ríos y Morales (1705-1742) envió a su paisano —poseedor de un espléndido museo en Córdoba— Pedro Leonardo de Villacevallos, encabezada así: «Resumen de los diarios desde el día 4 de febrero de 1731 hasta últimos de mayo de dicho año, los que dan cuenta extensivamente de todo lo acaecido en las Islas o Castillo de Santi Petri» (4).

Acerca de las construcciones que la resaca sacó a la luz, refería que «habiéndose llevado la aguas gran porción de arena, dejaron descubierto un patio y diferentes paredes como de palacio o templo, el patio todo enlosado de mármol y se vieron en él algunas mesas de piedra exquisita de colores, y cerca del dicho patio unos aposentos de salas oscuras, dicho edificio volvió el agua a cargar de arena que antes había quitado; y asimismo a distancia de un tiro de mosquete hay dos columnas grandes con sus dos figuras y pedestales, las cuales están tendidas en la arena tres varas [2’5 m] del agua, también descubrieron las aguas un camino o arrecife que se encamina desde Cádiz al Castillo de Santi Petri». Y asociadas a estas construcciones se hallaron «cenefas, las cuales parecían haber servido en algún trono o altar; y asimismo se encontraron unos pedazos como de puertas, y todas estas piezas estaban de admirable labor, todo tallado y embutido en plata fina, y follaje de algunos trozos de cornisa guarnecidos de emparrados». De ser cierta esta información, es realmente sugerente… El patio con losas de mármol, diversas dependencias, las mesas (o aras) de colores, las cenefas, las dos columnas rematadas con figuras, las puertas talladas y repujadas en plata…, las ruinas que D. A. C. B. asoció a las del mítico templo de Hércules.

Foto tomada de ‘objetivoaereo.com’

Foto tomada de ‘objetivoaereo.com’

«Con la violencia del desenfrenado golpe de mar», decía Gutiérrez de los Ríos, también se encontró «una estatua de bronce de medio cuerpo de bajo —quizá la ‘estatua colosal de bronce’ que mencionaba Carbobell— y un brazo de otra estatua, y una peana de lo mismo, y otras diferentes piezas, como manos de león […] y otras diferentes figuras de idolitos de buena fábrica; […] tres pedazos de collar o bandolera de bronce, y su dorado como si se acabase de hacer todo muy bien labrado de especiales labores; una porción de monedas de cobre, plata y oro, y una cabeza de toro, con sus cuernos del tamaño natural de cobre.»

Nada quedó

Pero de aquel extraordinario descubrimiento en un enclave tan mítico y tan cargado de historia como el que ocupó el templo de Hércules, nada quedó. Casi ni el recuerdo. El caso es que tras la resaca llegó el caos, no el de la naturaleza sino el de la humana codicia: seguramente la de no pocos paisanos y seguro que la de algunos soldados de la guarnición del castillo de Sancti Petri, que «brincando de peña en peña» —decía Antonio Carbonell y Borja— accedieron a las ruinas —«entraron en las casas, unas medio caídas y otras por entero»— y arramplaron con los objetos exhumados y especialmente con la colosal escultura de Hércules, que se llevaron al castillo, donde la fragmentaron para «sacar alguna utilidad de su hallazgo».

A comienzos de marzo de aquel 1731 se trató de los vestigios en el Cabildo gaditano —a quien pertenecía la jurisdicción de Sancti Petri—, destacándose el hallazgo de las columnas: «Y lo que parece de mayor atención son dos columnas que se dice se dejan ver a la parte del este en la baja mar con sus basas y capiteles y dos figuras que parece estaban en ellas colocadas; lo que parece conveniente se averigüe y solicite sacar». Y se comunicó que «los mismos temporales y resacas han descubierto un manantial de agua dulce en el término que media entre las murallas y sitio de las Peñas que parece conveniente se haga en ella una alcubilla» (arca de agua); (5) el manantial que alimentó el pozo del Herakleion, del que Estrabón decía a fines del siglo I antes de nuestra era que «tiene una bajada de unos cuantos escalones hasta llegar al agua, que es potable, a la cual le sucede en las mareas lo contrario que al mar, que se seca en los flujos y se llena en los reflujos.» (6)

Por el testimonio de la carta de Gutiérrez de los Ríos se conocen otros pormenores de aquellos días. Así, que desde Cádiz —como se acordó en el cabildo anotado— se hicieron gestiones en las más altas instancias para reconocer los vestigios descubiertos por el mar: «habiendo ido con buzos y con las personas que el rey envió para este reconocimiento, hicieron diferentes excavaciones y calas, pero no han descubierto cosa especial por no permitirlo el tiempo, y sólo encontraron algunas monedas, las que con muchas cosas de las halladas ha remitido el gobernador a el rey». Y los soldados, nada guardianes del patrimonio del Castillo, no se fueron de rositas: «en todo lo cual ha habido mucha maula [engaño] y ocultación por los soldados del Castillo, por lo que queda preso el capitán y algunos soldados.» Destacable es el empleo de buzos —seguramente una de las más antiguas inmersiones con un fin arqueológico—, tal como ocurrió en la inmediata playa de la Barrosa unos años después, en 1752, cuando un barco mercante propio del marqués de la Cañada —el San Francisco, alias El Marqués y Soberbio— naufragó en sus aguas y a la playa acudieron numerosos paisanos a ver qué podían llevarse de la carga, participando en su rescate, por orden de las autoridades, seis buzos que en la labor permanecieron tres años, dirigidos por el vecino de La Isla Mateo Capulino. (7)  

En la casa del marqués de la Cañada

Por lo escrito por Antonio Carbonell y Borja se conoce que de la colosal estatua herculina sólo se pudo recuperar un pie, que lo adquirió el marqués de la Cañada. Lo contó en el texto recuperado por Alejandro Díaz: «Vivía entonces en Cádiz el Marqués de la Cañada, quien además de una selecta librería y colección de pinturas, era afectísimo a las antigüedades: en cuanto lo supo acudió al castillo; pero llegó tan tarde que solo pudo rescatar un pie entero con el tobillo; lo compró inmediatamente y depositó en su museo de curiosidades; lo he visto muchas veces, y cuantos españoles y extranjeros han solicitado verlo: debe existir esta pieza en poder de los actuales Marqueses de la Cañada, o bien del de Ureña, casado con la hija mayor de aquella casa, que también es sujeto instruido y dedicado a la bella literatura.»

El marqués de la Cañada aludido por Carbonell —en tanto que fecha el hallazgo a mediados del siglo— debía ser Juan Tirry, que en 1745 heredó el título de marqués consorte por estar casado (desde 1723) con su prima Francisca Patricia, hija y heredera del primer marqués de la Cañada, Guillermo Tirry (1663-1745), irlandés, que a la Bahía llegó en 1684 para dedicarse, desde Cádiz y El Puerto, al tráfico de mercancías con América, con el que obtuvo una saneada economía y un copioso patrimonio urbano y rústico. (8) No tuvo el primer marqués de la Cañada —que compró el título poco antes del hallazgo de Sancti Petri, en febrero de 1730— afición por el coleccionismo de antigüedades, pero sí su sobrino y yerno Juan Tirry, que formó en la casa familiar de El Puerto un espléndido gabinete arqueológico, numismático y pictórico que amplió su hijo Guillermo (1726-1779), el tercer marqués de la Cañada. (9)

La casa de los marqueses de la Cañada en un plano de 1755. Archivo General Militar de Segovia.

La casa de los marqueses de la Cañada en un plano de 1755. Archivo Militar de Segovia.

Su abuelo, el primer marqués, compró el caserón que acogería las colecciones en 1733, levantado en el poco poblado Campo o Barrio de Guía, con fachada a la calle Aurora y a orilla del Guadalete, donde tenían un muelle propio (1736) para el embarque del vino y aceite de sus tierras con destino a América. En la planta noble tuvieron los marqueses el gabinete arqueológico, que sería visitado por ilustres ilustrados como el Padre Flórez (1767) o Antonio Ponz, que de su visita a El Puerto en 1791 dejó escrito: «Allí vi años hace la [casa] del Marqués de la Cañada Guillermo Tirry, y en ella la célebre colección de preciosidades de todas clases, dignas de la instrucción y buen gusto de dicho Caballero, que después de su muerte pasaron a poder de otros dueños; y he vuelto a ver parte de ellas en Cádiz y en Xerez

Una colección compuesta de antigüedades de diversa procedencia: bustos griegos y romanos, figurillas egipcias, ídolos y vasos de plata y oro peruanos, objetos chinos…, y otros traídos de Tarragona, Madrid, Itálica, Málaga, Medina Sidonia, numerosos de Cádiz…, más una colección numismática de 2500 monedas (una parte se conserva en Madrid, en la Real Academia de la Historia). Y con las antigüedades, una biblioteca de más de 8000 volúmenes (que se perdió en 1828 en la barra de Sanlúcar cuando se trasladaba en barco a Génova), una bien surtida pinacoteca, varios miles de estampas de monumentos y obras de arte, y objetos científicos de ‘última generación’ que el tercer marqués, imbuido del espíritu ilustrado y científico de su tiempo, también integró en la colección: una cámara oscura «en donde se presenta en una tabla blanca todos los objetos que apercibe un vidrio de graduación como son y como se mueven», decía un visitante del gabinete, el anticuario Martín de Guiral; varios microscopios, un reloj con música formado por más de dos mil piezas o un gran imán de una libra de peso que sustentaba hasta 23 libras, traído del Perú.

Las estatuillas de Hércules y Neptuno

En abril de 1764 Guillermo Tirry mandó dibujar 50 de los objetos más destacados de su colección arqueológica para enviárselos, en 13 láminas, al conde de Caylus, Anne Claude Philippe de Tubières-Grimoard, uno de los más reconocidos anticuarios de la época. (10) No incluyó el marqués el pie de la gran estatua herculina que recuperó su padre tras la resaca de 1731, pero sí dos figuras de bronce romanas que con la misma procedencia adquirió entonces Juan Tirry.

El conde de Caylus (1692-1765) retratado por Alexander Roslin. Museo Nacional de Varsovia.

El conde de Caylus (1692-1765) retratado por Alexander Roslin. Museo Nacional de Varsovia.

Eran un Hércules (en reposo, con la maza y cubierto con la cabeza del león de Nemea) y un Neptuno (sin el tridente que portaría y pisando un caballo de mar) de 20 y 24 centímetros de altura, que en su origen se ofrecerían como exvotos en el templo de Hércules de Sancti Petri en tiempos del Alto Imperio. Los describió someramente el marqués en las líneas que acompañaban a las láminas: «Un Hércules de bronce, de muy buena mano, y lo más particular, hallada en el templo de otra divinidad, que se descubrió en Sancti Petri de Cádiz el año 1731, cuando se retiró el mar, y se dejaron ver las ruinas del antiguo Cádiz.» «Un hermoso Neptuno de una perfecta hechura, y valiente mano, hallado igualmente en el mismo paraje que el Hércules, siendo también de bronce.» Ambas estatuillas las dieron a conocer a la comunidad científica García y Bellido y Blanco Freijeiro. (11)

Estas eran las figuras que contempló Antonio Ponz en 1791 en casa del marqués, «que se dice fueron encontradas en la playa de Sancti-Petri en la resaca que el mar hizo el primero de Noviembre de 1755 con motivo del terremoto.» Las mismas que vio hacia 1771 el erudito y numismático Patricio Gutiérrez Bravo: «cuyas ruinas sumergidas [del templo de Hércules] se descubrieron en una baja año 1730», de donde «se sacaron unos idolillos que logró para su curioso Museo don Juan Tirry, Marqués de la Cañada, vecino entonces de Cádiz y hoy de el Puerto de Santa María.» (12)

El Hércules y el Neptuno de Sancti Petri en dibujos que trazó de nuevo el conde de Caylus.

El Hércules y el Neptuno de Sancti Petri en dibujos que trazó de nuevo el conde de Caylus.

Tras la muerte de Guillermo Tirry en 1779, su viuda vendió la colección de estampas y la biblioteca (la que se perdió en 1828 en aguas del Guadalquivir) al jerezano marqués de Villapanés, desconociéndose la suerte —la mala suerte— que corrió el gabinete de antigüedades, salvo que —como decía Ponz— «después de su muerte pasaron a poder de otros dueños; y he vuelto a ver parte de ellas en Cádiz y en Xerez.» En Jerez aparecieron en el año 2000 (en los jardines del Palacio del Tiempo) algunos fragmentos de uno de los objetos más celebrados del museo —«que es pieza digna del Gabinete de un Soberano», le diría el marqués al conde de Caylus—, el espléndido sarcófago romano que Guillermo adquirió en 1763 en Medina Sidonia y que hoy, restaurado y reconstruido, se exhibe en el Museo Arqueológico jerezano. (13)

Existiendo este precedente, nadie puede asegurar que otros objetos de la célebre colección de los marqueses de la Cañada no puedan redescubrirse en alguna casa o museo, incluidas las dos estatuillas de Hércules y Neptuno y el gran pie herculino que se descubrieron durante la gran resaca de 1731 en el entorno de uno de los santuarios más conocidos y venerados en la Antigüedad.

El sarcófago romano del marqués de la Cañada, reconstruido. Foto: Museo Arqueológico de Jerez.

El sarcófago del marqués de la Cañada, reconstruido. Foto: Museo Arqueológico de Jerez.

Notas

(1) J. Galbis Rodríguez: Catálogo sísmico de la zona comprendida entre los meridianos 5° E y 20° W de Greenwich y los paralelos 45° y 25° N. Tomo I, Madrid, 1932.

(2) Viage de España en que se da noticia de las cosas más apreciables y dignas de saberse que hay en ella. Tomo XVIII, Carta I, 53. Madrid, 1794.

(3) Sumario de las antigüedades romanas que hay en España. Madrid, 1832, pág. 227.

(4) J. Salas Álvarez: ‘Los interlocutores y temas tratados en la correspondencia’, en El museo cordobés de Pedro Leonardo de Villacevallos. Coleccionismo arqueológico en la Andalucía del siglo XVIII. VV.AA. Málaga-Madrid, 2003, pág. 68. El documento se conserva en la Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla: manuscrito 59-3-44, folio 25.

(5) Archivo Histórico Municipal de Cádiz: Actas Capitulares de 1731, cabildo del 7 de marzo, folio 128. Agradezco al técnico del Museo y amigo Teodoro Cardoso que me facilitara una copia digital del acuerdo.

(6) Geografía, III, 5, 7.

(7) Genoveva Enríquez Macías y Victoria Stapells Johnson: ‘El Soberbio. Naufragio y rescate de un navío en el siglo XVIII’, Revista de Historia Naval nº93, Ministerio de Defensa, 2006, págs. 33-56.

(8) Además de poseer el primer marqués casas en Cádiz y El Puerto y extensas tierras en Rota, Sanlúcar y El Puerto, en San Fernando adquirió en 1720 una pequeña casa -que reedificó- al corregidor y capitán de La Isla Diego de Molina Carvajal, situada frente al Castillo y su parte trasera dando cara a las marismas.

(9) José Ignacio Buhigas Cabrera y Enrique Pérez Fernández: ‘El marqués de la Cañada y su gabinete de antigüedades en El Puerto de Santa María’, en La Antigüedad como argumento. Historiografía de Arqueología e Historia Antigua en Andalucía. José Beltrán y Fernando Gascó (Eds.). Sevilla, 1993, págs. 205-221.

(10) Recuil d’antiquités egyptiennes, etrusques, grecques, romaines et gauloises. París, 1752-1767. En el Suplemento del tomo 7 (1767), págs. 327-330, Caylus escribe de algunas de las piezas.

(11) Antonio García y Bellido: ‘Hércules Gaditanus’, Archivo Español de Arqueología vol. 36, 1963, págs. 70-153 (en pág. 86). Antonio Blanco Freijeiro: “Los nuevos bronces de Sancti Petri”, Boletín de la Real Academia de la Historia nº 182, 1985, págs. 207-216.

(12) Citado en Jesús Salas Álvarez: La recuperación del patrimonio arqueológico de Andalucía durante la Ilustración (1736-1808). Tesis Doctoral, Universidad de Sevilla, 2005, pág. 493.

(13) Rosalía González Rodríguez: ‘Recuperación de diversos fragmentos del desaparecido sarcófago romano de la Colección del Marqués de la Cañada’, Revista de Historia de Jerez nº6, 2000, Centro de Estudios Históricos Jerezanos, págs. 85-97.

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